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– No tendremos los resultados del análisis de la fibra hasta mañana por la mañana. Aunque puede que una prueba como ésta no resulte concluyente en un caso de asesinato.

– Bastará para retener a Jia un par de días, y para justificar un registro completo. Al menos no podrá hacer nada durante ese tiempo -añadió Chen.

– ¿Empezamos esta noche?

– No se precipite. Espere mi llamada.

Cuando Chen volvió a la mesa, vio que la tortuga se había dado la vuelta y ahora estaba panza arriba, inmóvil en la cazuela, con el peto de un horrible color blancuzco.

– Para ser policía -dijo Jia- ha mostrado bastante compasión al escribir esta historia.

Chen se preguntó si el comentario era sarcástico, o si revelaba un sutil cambio en Jia.

– La caracterización compasiva es esencial en cualquier relato -repuso Chen, mirando fijamente a Jia-. Podría pensar que nadie lo entiende, ya que es el producto de todos los absurdos y las atrocidades que padeció durante la Revolución Cultural. Usted es como unsoftware modelado por todos estos acontecimientos y, por consiguiente, sólo puede operar de una forma; es algo que ni usted mismo es capaz de comprender. Sin embargo, quiero que sepa que yo he intentado comprenderlo. A medida que descubría las experiencias por las que pasó, me decía una y otra vez: «De no haber intervenido el azar, lo que le sucedió a Jia me podría haber sucedido a mí».

»No pude evitar identificarme con el niño de la foto. Tan feliz, cogiéndole la mano a su madre como si ella fuera todo su mundo, tan poco preparado para el desastre que se avecinaba en el horizonte. He intentado ponerme en su lugar, y creí volverme loco.

»Durante los días que siguieron a la muerte de su madre, cada vez que sus vecinos lo miraban, usted pensaba que la veían correr en su busca, desnuda. Era como si un demonio lo estuviera devorando. Así que se trasladó a otro lugar e intentó olvidarse de todo. Más tarde incluso se cambió el apellido. Pero, igual que en un poema de Su Dongpo, estaba "intentando no pensar, pero sin olvidar".

»No importa que sea policía, no voy a condenarlo por tomarse la justicia por su mano, al menos al principio, cuando arremetió contra Tian de forma tan implacable. Entiendo que la venganza puede ser una fuerza cegadora. Yo también quedé destrozado por la muerte de una joven compañera. En el templo de Jing'an juré que haría cualquier cosa para vengarla.

»Pero usted comenzaba a perder el control de la situación. Descubrió su problema sexual, cuya causa sin duda adivinó. Siendo un abogado célebre, conocido por aceptar casos políticos controvertidos, parecía demasiado arriesgado acudir a un psiquiatra. Así que tuvo que seguir aguantando, como hiciera en el oscuro cuarto trasero del comité vecinal, salvo que entonces aún tenía esperanzas de que su madre lo estuviera esperando fuera.

»Entonces se derrumbó al conocer los planes de matrimonio de Jazmín. El pánico lo convirtió en asesino. Cuando la tocó, las represiones o las supresiones que había ido acumulando durante todos estos años salieron a la luz. En cuanto al resto de la historia, no creo que haga falta repetir nada más.

»No he venido aquí como juez, señor Jia, pero no puedo evitar comportarme como un policía. Por ello he organizado esta cena especial, con la esperanza de que pudiéramos encontrar otra manera…

– ¿Otra manera? ¿Y eso qué le importa a un hombre que, como usted ha dicho, no ve ninguna luz al final del túnel? -preguntó Jia con voz pausada-. Y, ahora, ¿qué quiere de mí?

– Lo que quiero, como policía, es que cesen los asesinatos de personas inocentes.

– Bien, si el juicio de mañana tiene lugar tal y como estaba previsto, si no pasa nada…

– Eso es lo que espero. Que no pase nada -dijo Chen, mirando su reloj-. Nada fuera de lo normal.

– Vaya, ya estamos a viernes. No tiene que preocuparse por eso -afirmó Jia, como si le leyera el pensamiento-. Y deberá destruir todas las fotografías.

– Las destruiré. Y también todos los negativos. Le doy mi palabra.

– ¿Aún piensa escribir su historia, inspector jefe Chen?

– No, si puedo evitarlo; no pienso escribir una historia de no ficción, quiero decir.

– No piensa escribir una historia de no ficción que incluya demasiados detalles personales, pero, hasta el momento, nadie ha publicado ni un solo libro decente sobre la Revolución Cultural.

– Lo sé -dijo Chen-. Y me parece una lástima.

– Tengo que pedirle algo a título personal.

– ¿A título personal?

– No dimita. Esto puede sonar condescendiente viniendo de mí, pero usted es un policía muy poco corriente, y es consciente de que las historias no son siempre o blanco o negro. No hay demasiados policías que compartan su forma de ver las cosas.

– Gracias por decírmelo, señor Jia.

– Gracias por haberme contado esta historia, inspector jefe Chen. Aunque ya va siendo hora de que vuelva a casa y prepare el juicio de mañana… de hoy -dijo Jia, levantándose-. Después del juicio, usted puede hacer lo que quiera, y yo haré lo posible por cumplir sus deseos.

Al salir del restaurante vieron que Nube Blanca aún esperaba en el vestíbulo del restaurante. Debió de dormirse mientras esperaba, acurrucada en el sofá de cuero, con el qipao arrugado y los pies descalzos. No llevaba nada debajo del vestido mandarín.

Jia retrocedió impresionado. A estas horas de la madrugada, cuando las fantasías revolotean súbitamente como murciélagos, la imagen de la muchacha lo sobresaltó.

31

El juicio por el caso del complejo residencial de la manzana nueve oeste parecía desarrollarse sin contratiempos aquella mañana del viernes.

Se celebraba en el juzgado del distrito de Jin'an, en el que estaba ubicada la manzana nueve oeste. El edificio había sido una escuela católica en los años veinte. A principios de los sesenta se convirtió en un Palacio de los Niños, recordó Chen. Sólo dos o tres vitrales en la sala del tribunal evocaban recuerdos de épocas pasadas.

Según la información confidencial que acababan de facilitar a Chen, Peng sería condenado a tres años de cárcel. El veredicto supondría un mensaje tranquilizador para el pueblo en un momento en que la brecha entre ricos y pobres se iba ensanchando como si se aproximara un terremoto. Al Gobierno le convenía cerrar el caso rápidamente y sin sobresaltos, poniendo de relieve el castigo a Peng por el uso indebido de los fondos del Estado y por su grave negligencia en la operación inmobiliaria.

Esta conclusión le parecería comprensible, y en principio aceptable, a la mayoría de la gente, pese a que no afectaría a los funcionarios corruptos del Partido involucrados que aún no habían sido descubiertos. Por otra parte, brindaría al Gobierno la oportunidad de mostrarse solidario con los ciudadanos de a pie. Tras destinar fondos estatales a indemnizaciones por traslado y otras compensaciones, los vecinos quedarían satisfechos, y puede que algunos decidieran incluso volver a la zona. En cuanto a Peng, debería considerarse afortunado por haber sido condenado a tres años de cárcel. Con sus contactos, quedaría en libertad en un par de meses.

Por lo que sabía Chen, Shanghai y Pekín habían llegado a una especie de acuerdo, al igual que Jia y el Gobierno municipal. Un resultado como éste parecía ser el mejor que Jia podía conseguir en nombre de los vecinos.

El juicio era, por lo tanto, un mero trámite.

Entre los asistentes había un grupo de vecinos de la manzana nueve oeste, además de un grupo igualmente numeroso de periodistas que incluía periodistas extranjeros, los cuales tuvieron que obtener un permiso especial del Gobierno municipal para asistir.

Jia, tenso y pálido, estaba sentado en primera fila entre los vecinos. Llevaba puesto el mismo traje negro.

Chen se sentó al fondo de la sala y comenzó a frotarse las sienes, que le palpitaban como en una sesión de acupuntura. Ni siquiera había tenido tiempo de cambiarse después de la larga cena en la Antigua Mansión. Puede que fuera mejor así. Se había puesto unas gafas de cristales color ámbar, con la esperanza de que nadie lo reconociera.