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– Eso pensé. -Le soltó la muñeca y se acomodó contra el respaldo del asiento-. Entonces explícame por qué para ti la seducción es lo mismo que la fuerza.

– Creo que ésta no es en absoluto una conversación apta para que la mantengamos -dijo ella, con voz sofocada.

– Tengo la sensación de que tú y yo mantendremos muchas conversaciones más de este mismo carácter. En ocasiones, querida, te pones de lo más insolente. -Extendió la mano y quitó el cañón roto de la pluma del sombrero de Sophy.

Ella lo miró con una expresión de resignación.

– Debió haber considerado mis insolencias antes de insistir en casarse conmigo.

Julián giraba el cañón de la pluma entre sus dedos índice y pulgar.

– Y lo hice. Pero decidí que eran muy manejables. Deja de distraerme ya, Sophy. Dime por qué le temes tanto a la seducción como a la fuerza.

– Es un asunto privado, milord. No hablaré de ello.

– Hablarás conmigo de ello. Me temo que debo ser insistente porque soy tu marido, Sophy.

– Deje ya de usar eso para satisfacer su curiosidad -alegó ella.

Julián la miró de reojo, analizándola y consideró el gesto desafiante de su mentón levantado.

– Me insultas, madam.

Sophy se movió, incómoda, tratando de arreglarse las faldas.

– Usted se siente insultado por nada, milord.

– Oh, sí, mi arrogancia excesiva. Creo que tendremos que acostumbrarnos a convivir con ella. Del mismo modo que tendremos que habituarnos a convivir con mi curiosidad. -Julián estudió el cañón de pluma roto y esperó.

El silencio reinó en el coche. El ruido de las ruedas, del cuero del arnés y de las pisadas de los caballos se tornó insoportablemente fuerte.

– No se trata de una cuestión que me afectó a mí personalmente -dijo Sophy por fin, en una voz muy baja.

– ¿Sí? -presionó Julián.

– Mi hermana fue victima de una seducción. -Sophy miró con insistencia el paisaje que iban dejando atrás-. Pero ella no tuvo a nadie para que la vengara.

– Me dijeron que tu hermana falleció hace tres años.

– Sí.

Algo de la entrecortada voz de Sophy alertó a Julián.

– ¿Quieres insinuar que su muerte fue el resultado de una seducción?

– Descubrió que estaba embarazada, milord. El hombre responsable de ello la abandonó. Y mi hermana no pudo soportar ni la vergüenza ni la traición. Tomó una sobredosis de láudano. -Se estrujó las manos sobre la falda.

Julián suspiró.

– Lo siento, Sophy.

– No era necesario que tomara una medida tan drástica-murmuró Sophy-. Bess pudo haberla ayudado.

– ¿La vieja Bess? ¿Cómo? -preguntó Julián.

– Hay modos en los que pueden resolverse situaciones como ésa. La vieja Bess los conoce. Si mi hermana sólo hubiera confiado en mí, yo la habría llevado con Bess y nadie se habría enterado de nada jamás.

Julián dejó caer el cañón de la pluma y se acercó para tomarle la muñeca una vez más. Esta vez, ejerció mucha fuerza, deliberadamente, sobre sus frágiles huesos.

– ¿Qué sabes al respecto? -le preguntó en voz baja-. Elizabeth sabía de esas cosas.

Sophy parpadeó rápidamente, en apariencia confundida por la repentina y controlada ira de Julián.

– La vieja Bess sabe mucho de hierbas medicinales. Ella me enseñó muchas cosas.

– ¿Y también te enseñó cómo quitarte de encima un bebé indeseado? -preguntó, manteniendo la misma suavidad.

Al parecer, Sophy se dio cuenta demasiado tarde de que había soltado la lengua más de lo debido.

– Ella… ella mencionó que ciertas hierbas pueden usarse cuando una mujer cree que ha concebido -admitió vacilante-. Pero esas hierbas pueden ser muy peligrosas para la madre, por lo que deben usarse con extrema cautela. -Sophy se miró las manos por un momento-. Yo no tengo esa habilidad para un arte tan particular.

– ¡Maldición! Será mejor que no te especialices en esa materia, Sophy. Y juro que si esa vieja bruja de Bess se dedica a hacer abortos haré que la expulsen inmediatamente de mis tierras.

– ¿De veras, milord? ¿Acaso sus amigos londinenses son tan puros? ¿Nunca ninguna de sus amantes se vio obligada a recurrir a este recurso por culpa suya?

– No, claro que no -se regodeó Julián-. Para tu información, madam, existen ciertos elementos que pueden usarse para impedir que ocurra ese problema; en primer lugar, técnicas que también se usan para prevenir el contagio de ciertas enfermedades asociadas con… oh, no viene al caso.

– ¿Técnicas, milord? ¿Qué clase de técnicas? -Los ojos de la muchacha se encendieron con evidente entusiasmo.

– Por Dios. No puedo creer que estemos tocando estos temas.

– Fue usted quien inició la discusión, milord. Me temo que no querrá hablarme de estas técnicas que se usan para prevenir el, eh… problema.

– Por supuesto que no.

– Ah, entiendo. ¿Se trata de otra información que sólo los hombres tienen el privilegio de conocer?

– No necesitas que te dé esta información, Sophy -dijo él, con tono sombrío- No estás involucrada en la clase de actividades que requiere que sepas todo esto.

– ¿Entonces hay mujeres que saben del tema? -presionó.

– Basta ya, Sophy.

– ¿Y usted conoce esa clase de mujeres? ¿Me presentaría a alguna de ellas? Me encantaría conversar con ella. Tal vez sepa otras cosas fascinantes. Mis intereses intelectuales abarcan un amplísimo campo, ¿sabe? Una aprende tanto de los libros.

Por un instante, Julián creyó que Sophy estaba tomándole el pelo otra vez y estuvo a punto de perder los estribos por completo. Pero en el último momento se dio cuenta de que el interés de Sophy era auténtico e inocente. Se quejó y se acomodó en el asiento.

– Ya no hablaremos más de esto.

– Usted asume la misma actitud patética que mi abuela. Realmente, me decepciona, Julián. Había tenido la esperanza de que, cuando me casara, iba a poder entretenerme con un hombre de gran conversación.

– Tengo todas las intenciones de entretenerte de muchas otras maneras -barbotó. Cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el cojín.

– Julián, debo decirle que si intenta hablar otra vez sobre la seducción, no me resultará para nada entretenido.

– ¿Por lo que le pasó a tu hermana? Entiendo que una situación así te ha dejado marcas imborrables, Sophy. Pero debes aprender que hay una gran diferencia entre lo que pasa en la relación marido-mujer y lo que sucede en una seducción desagradable como la que experimentó tu hermana.

– ¿Cierto, milord? ¿Y cómo es que un hombre aprende a hacer esas distinciones tan refinadas? ¿En la escuela? ¿Usted las aprendió durante su primer matrimonio o por todas las amantes que ha tenido?

Ya en esa situación tan extrema Julián creyó que su autocontrol sólo pendía de un hilo. No se movió ni abrió los ojos, pues no se atrevió.

– Ya te he explicado que mi primer matrimonio no será tema de discusión. Tampoco lo será este que tú has sacado. Si eres inteligente, lo tendrás bien presente.

Evidentemente, hubo algo en aquel tono de voz, de una exagerada serenidad, que la impresionó. No volvió a hacer acotaciones.

Cuando Julián se aseguró de que sus ánimos se habían calmado por completo, se animó a abrir los ojos.

– Tarde o temprano deberás acostumbrarte a mí, Sophy.

– Me prometió tres meses, milord.

– Maldita sea, mujer, no te forzaré en estos tres meses- Pero no pretendas que no intente hacerte cambiar de opinión respecto de hacer el amor durante todo ese lapso. Eso sería demasiado pedir y quedaría totalmente fuera de los términos de ese ridículo contrato que hicimos.

Ella giró la cabeza.

– ¿Es esto lo que me quiso decir cuando mencionó que el honor de un hombre es poco fiable cuando atañe al trato con las mujeres? ¿Se supone que debo entender que no debo confiar enteramente en que cumplirá con su palabra?