– ¿Ésta es la clase de textos que has estado estudiando? ¿Una ridícula estupidez expuesta por una mujer que no es otra cosa más que una aventurera?
– La señorita Wollstonecraft no era ninguna aventurera-exclamó Sophy, indignada-. Era una pensadora libre, una mujer intelectual de gran habilidad.
– Era una ramera. Vivió abiertamente con más de un hombre sin estar casada.
– Ella sentía que el matrimonio no era más que una jaula para las mujeres. Una vez que la mujer se casa, queda a merced de su esposo- Carece de todo derecho propio. La señorita Wollstonecraft conocía profundamente la situación de la mujer y sentía que algo debía hacerse al respecto. Sucede que estoy de acuerdo con ella. Usted dice que siente curiosidad por mí. Bueno, lea un poco este libro y aprenderá así algo acerca de mis intereses.
– No es mí intención leer semejante idiotez. -Julián arrojó el libro a un costado, sin el menor cuidado-. Es más, querida. No voy a permitir que te sigas envenenando el cerebro con la obra de una mujer a quien debieron haber encerrado en Bedlam o quien debió haberse instalado en Trevor Square como prostituta profesional.
Sophy apenas pudo contener su impulso de arrojarle a la cara la taza de té que ella estaba bebiendo.
– Teníamos un trato respecto de mis hábitos de lectura, milord. ¿También va a violar ése?
Julián se tragó el último sorbo de té, apoyó la taza sobre el platito y los apartó. Avanzó hacia ella deliberadamente, con la expresión fría y furiosa.
– Insinúa una sola acusación más acerca de que no tengo honor y no respondo por las consecuencias. Ya estoy harto de esta farsa a la que llamas luna de miel. No se logra nada positivo. Ha llegado el momento de poner los puntos sobre las íes. Ya te he perdonado lo suficiente, Sophy. De ahora en adelante serás una esposa como corresponde, tanto en la cama como fuera de ella. Aceptarás mis opiniones en todas las áreas y eso incluye tus hábitos de lectura.
La taza y el platito de Sophy sonaron en forma alarmante cuando ella se puso de pie. El mechón de cabello que se había sujetado detrás de la oreja volvió a soltarse. Dio un paso atrás y se pisó el ruedo del camisón con el talón de la pantufla. Se oyó perfectamente el ruido del suave género al rasgarse.
– Mire lo que ha hecho -se lamentó Sophy, mirándose el camisón roto.
– Todavía no he hecho nada. -Julián se detuvo frente a ella y observó su nerviosa expresión. Su mirada se relajó un poco-. Cálmate. Aún no te he tocado y parece que hubieras estado luchando con alma y vida para honrar tu maltratada dignidad femenina. -Alzó la mano y tomó delicadamente el mechón rebelde de Sophy entre sus dedos-. ¿Cómo lo logras, Sophy? -preguntó con ternura.
– ¿Lograr qué, milord?
– Ninguna otra mujer que conozco anda por ahí hecha un dulce desbarajuste como tú. Siempre te queda colgando alguna cinta, o una parte del encaje y tu peinado nunca queda como debe ser.
– Usted sabía que no era la clase de muchacha que está siempre prolija y a la moda, milord -le recordó.
– Ya lo sé- No fue mí intención criticarte. Simplemente, quería saber cómo conseguías este efecto. Lo logras sin ningún arte ni propósito. -Le soltó el mechón y recorrió su cabeza con la mano, sacándole todas las horquillas que encontró en el camino.
Sophy se puso tensa cuando la rodeó por la cintura con el otro brazo y la atrajo hacia sí. Desesperadamente se preguntó cuánto tiempo más tardaría su pócima en surtir el inevitable efecto. Julián no parecía somnoliento en lo más mínimo.
– Por favor, Julián…
– Justamente estoy tratando de hacerte el favor, mi amor -murmuró contra sus labios-. No quiero hacer más que complacerte esta noche. Te sugiero que te relajes y que me permitas demostrarte que no es tan terrible ser una esposa, en realidad.
– Debo insistir en nuestro trato… -Trató de discutir, pero estaba tan nerviosa que ni siquiera podía mantenerse de pie. Se aferró de los hombros de Julián para mantener el equilibrio y se preguntó qué haría si, por error, hubiera tomado las hierbas equivocadas de su maletín para preparar la pócima.
– Después de esta noche ya no volverás a mencionar ese estúpido trato. -La boca de Julián cayó pesada sobre la de ella.
Sus labios se movían lentamente, de una manera extraña, como si los estuviera arrastrando. Con las manos buscaba los tirantes del camisón.
Sophy se sobresaltó cuando le bajó la prenda por los hombros con toda facilidad. Miró los acalorados ojos de Julián, tratando de detectar algún signo de somnolencia en ellos.
– ¿Julián, podría darme unos pocos minutos más? Todavía no he terminado con mi taza de té y tal vez, usted desee otra…
– No te hagas tantas ilusiones, mi vida. Sólo estás tratando de demorar lo inevitable y lo inevitable será muy placentero para ambos. -Deliberadamente recorrió los costados de Sophy hasta la cintura y luego hasta la cadera, adhiriendo el fino linón del camisón a su figura-. Muy placentero -murmuró, con una voz muy ronca, mientras le apretaba las nalgas.
Sophy empezó a arder bajo la fuerte mirada de su esposo. El deseo de él era asombroso. Nunca nadie la había mirado del modo en que Julián estaba mirándola en ese momento. Sentía la pasión y la fuerza dentro de él. Sophy se sentía mareada, como si hubiera sido ella la que hubiera bebido el té de hierbas.
– Bésame, Sophy. -Julián le levantó el mentón con las yemas de los dedos.
Obediente, la joven se puso de puntillas para rozarte los labios con los de ella. «¿Cuánto tiempo más?, se preguntó desesperadamente.
– Otra vez, Sophy.
Ella hundió los dedos en la tela del camisón de Julián cuando lo besó de nuevo. Se le antojó cálido, fuerte y curiosamente autoritario. Sophy podría haberse quedado así toda la noche, pero sabía que él insistiría en recibir mucho más que besos por parte de ella.
– Así está mejor, mi vida. -La voz se le hacía cada vez más pesada, aunque Sophy no podía determinar si era por su excitación o por los efectos del té de hierbas-. No bien tú y yo lleguemos a un total acuerdo, nos llevaremos mucho mejor, Sophy.
– ¿Así se lleva con su amante?-preguntó ella osadamente.
La expresión de Julián se tornó más severa.
– Ya te he advertido más de una vez que no tocaras esos temas.
– Siempre está haciéndome advertencias, Julián. Me estoy cansando de ellas.
– ¿Sí? Entonces quizás haya llegado la hora de que aprendas que soy capaz de actuar además de hablar.
La levantó en brazos y la llevó a la cama deshecha. La soltó para tenderla con suavidad sobre las sábanas. Durante el proceso, por alguna razón, el camisón de la muchacha, de género fino, se le subió hasta los muslos. Levantó la vista y notó que los ojos de Julián estaban fijos en sus senos. Se dio cuenta de que se traslucían los pezones.
Julián se quitó el camisón, con la mirada errante por el cuerpo de Sophy, hasta que se detuvo en sus piernas.
– Qué piernas tan hermosas. Estoy seguro de que el resto del cuerpo será igualmente bello.
Pero Sophy no estaba escuchando. Estaba observando el cuerpo desnudo de su marido, atónita. Nunca antes había visto un hombre desnudo y mucho menos, excitado. La imagen le resultó abrumadora. Siempre se había creído una persona madura y bien informada; no una muchacha inculta que se espantaba por cualquier cosa. Después de todo era, como tantas veces se lo había repetido a Julián, una muchacha de campo.
Pero el miembro viril de Julián le resultó tremendo, teniendo en cuenta sus debilitados sentidos. Surgía como una agresiva prominencia de un nido de rizados vellos negros. La piel de su abdomen chato y de su vasto pecho destacaba la musculatura que indudablemente dominaría a Sophy sin la menor dificultad.
A la luz de las velas, Julián se veía infinitamente viril e infinitamente peligroso, pero había una extraña cualidad en ese poder que ostentaba que la alarmaba mucho más que cualquier otra cosa.