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Salieron a gozar del sol radiante de primavera. Había dos caballos ensillados aguardándolos: un bayo y Ángel. Los cuidadores de los animales estaban de pie junto a las cabezas de éstos.

Julián observó cuidadosamente el rostro de Sophy cuando le rodeó la cintura con las manos para subirla a la montura. Pareció aliviado al comprobar que ella no se resistía al contacto de su piel.

– Me alegro de que estuvieras con ánimos de ir a cabalgar hoy -dijo Julián mientras montaba su caballo y tomaba las riendas-. En estos dos últimos días he echado de menos nuestros paseos matinales. -Le dirigió una mirada fugaz, para ver su reacción-. ¿Segura de que te sentirás, eh… cómoda?

Sophy se ruborizó y urgió a su yegua a emprender el trote.

– Muy cómoda, Julián. -«Hasta que encuentre el valor de decirte toda la verdad y entonces me sentiré de lo peor.» Hasta se preguntó si Julián la golpearía.

Una hora después llegaron a las ruinas de un antiguo castillo normando que una vez se había erguido junto al río. Julián bajó de su caballo y caminó hacia el de su esposa. La levantó por la cintura para sacarla de la silla, pero cuando los pies de Sophy tocaron el suelo, él no la soltó de inmediato.

– ¿Sucede algo, milord?

– No. -Su sonrisa fue extraña-. Nada en absoluto. Sacó las manos de la cintura de Sophy y cuidadosamente, acomodó la pluma del pequeño sombrero de plumas de Sophy, la cual le caía sobre el rostro. La pluma le había estado colgando en un ángulo muy precario, como siempre le sucedía.

Sophy suspiró.

– Esa fue una de las razones por las que fui un rotundo fracaso en mi temporada de presentación en sociedad en Londres. Por más que mi dama de compañía se esmerase en peinarme o en arreglar mi ropa, yo siempre me las ingeniaba para llegar al baile o al teatro con un aspecto tan espantoso que cualquiera habría creído que acababa de atropellarme un carruaje. Creo que debí haber nacido en otra época, en la que la vestimenta fuera más simple y no tuviera que preocuparme tanto por ella.

– No me importaría vivir contigo en una época así. -La sonrisa de Julián se amplió mientras observaba el atuendo de su esposa. Sus ojos verde esmeralda denotaron alegría-. Te verías muy bien corriendo por allí con poca ropa.

Sophy se dio cuenta de que otra vez estaba ruborizándose. Rápidamente, se apartó de él y se encaminó hacia la pila de rocas caídas que constituían lo último que quedaba del castillo. En cualquier otro momento, Sophy habría pensado que las ruinas eran pintorescas, pero ese día no podía concentrarse en ese detalle.

– Bonita vista, ¿no? Me recuerda ese viejo castillo en las tierras Ravenwood. Debí haber traído mi cuaderno de dibujos.

– No quise avergonzarte, Sophy -dijo Julián con voz suave, mientras se le acercaba-. Ni atemorizarte haciéndote recordar lo de la otra noche. Sólo trataba de hacer una broma. -Le tocó el hombro-. Discúlpame por mi falta de delicadeza.

Sophy cerró los ojos.

– No me asustó, Julián.

– Cada vez que te alejas de mí de esa manera, me parece que te he dado una nueva razón para que me tengas miedo.

– Julián, basta. Termine con eso de una vez. No le tengo miedo.

– No necesitas mentirme, pequeña-la tranquilizó-. Me doy perfecta cuenta de que pasará mucho tiempo antes de que pueda resarcirme ante tus ojos.

– Oh, Julián, si vuelve a decir otra palabra de disculpas creo que gritaré. -Se apartó de él. No se atrevía a mirar atrás.

– ¿Sophy? ¿Qué demonios está pasando ahora? Lamento que no te importen mis disculpas, pero no tengo otro recurso honorable más que el de tratar de convencerte de que son genuinas,

Lo máximo que Sophy pudo hacer fue echarse a llorar.

– Usted no entiende -dijo ella, angustiada-. La razón por la que no quiero escuchar más disculpas es que son… totalmente innecesarias.

Se produjo un silencio y luego Julián dijo en voz baja:

– No tienes obligación de facilitarme las cosas.

Sophy apretó su fusta entre ambas manos.

– No estoy tratando de facilitarle las cosas- Sólo quiero aclararle algunos puntos de los que yo deliberadamente le hice creer una cosa que no era cierta.

Se produjo otro silencio.

– No entiendo. ¿Qué estás diciendo, Sophy? ¿Que nuestro acto de amor no fue tan malo como yo creo? Por favor, no te molestes. Ambos conocemos la verdad.

– No, Julián. Usted no conoce la verdad. Sólo yo la sé. Tengo una confesión que hacerle, milord, y me temo que se enfadará excesivamente.

– No contigo, Sophy. Nunca contigo.

– Ruego que recuerde eso, milord, pero el sentido común me indica que no lo hará. -Reunió todo su valor pues aún no se atrevía a darse la vuelta y mirarlo a los ojos-. La razón por la que no necesita disculparse por lo que cree haberme hecho la otra noche es que, en realidad, no ha hecho nada.

– ¿Qué?

Sophy se llevó el dorso de su mano enguantada a los ojos. Con ese gesto, tanto la pluma como el sombrero volvieron a caerle sobre el rostro.

– Es decir, no hizo lo que cree que hizo.

El silencio a sus espaldas fue ensordecedor, hasta que Julián lo rompió nuevamente.

– Sophy… la sangre. Había tanta sangre.

Sophy se apresuró a continuar, antes de que su coraje la abandonara por completo,

– En mi defensa, debo aclarar que su intención fue la de quebrar el espíritu de nuestro pacto en lo que a mí concernía. Yo estaba muy ansiosa y muy, pero muy enfadada. Espero que lo tome en cuenta, milord. Usted, especialmente, sabe lo que es ser víctima de un feroz temperamento.

– ¡Maldita sea, Sophy! ¿De qué rayos estás hablando? -su voz se oyó demasiado serena.

– Estoy tratando de explicar, milord, que usted no me atacó la otra noche. Usted sólo, bueno, eh… se quedó dormido.

Finalmente, Sophy se dio vuelta para mirarlo a la cara. Julián estaba a una corta distancia, con las piernas ligeramente separadas y su fusta al costado de uno de los muslos. Su mirada de esmeralda, más fría que nunca.

– ¿Me quedé dormido?

Sophy asintió con la cabeza y dejó la vista fija en algún lugar, por encima del hombro de Julián.

– Yo puse algunas hierbas en su té. ¿Recuerda que le dije que tenía métodos más efectivos que el oporto para inducir el sueño?

– Lo recuerdo -dijo él, con una suavidad terrible-. Pero tú también bebiste el té.

Sophy meneó la cabeza.

– Simplemente fingí tomarlo. Usted estaba tan ocupado quejándose del libro de la señorita Wollstonecraft que ni siquiera notó lo que yo estaba haciendo.

Se acercó un paso a ella y la fusta golpeó inexorablemente contra su muslo.

– La sangre- Estaba derramada en la sábana.

– Más hierbas, milord. Después que usted se durmió, yo las agregué a lo que había quedado del té y con esa preparación rojiza manché las sábanas. Claro que no sabía cuánta cantidad debía usar. Estaba tan nerviosa que derramé mucho líquido y la mancha se hizo más grande de lo que yo quería.

– Entonces derramaste té -repitió él lentamente.

– Sí, milord.

– Lo suficiente como para hacerme creer que te había desgarrado como un salvaje.

– Sí, milord.

– ¿Me estás diciendo que esa noche no pasó nada? ¿Nada en absoluto?

Parte del natural espíritu de Sophy revivió.

– Bueno, usted aclaró que me seduciría a pesar de mi insistencia en que yo no deseaba que lo hiciera y también se metió en mi cuarto a pesar de mis objeciones, por lo que realmente me sentí amenazada, milord. Entonces no es como si nada hubiera pasado, ¿entiende lo que digo? Nada pasó porque yo tomé medidas para impedirlo. No es usted el único que tiene carácter, milord.

– Me drogaste. -En su voz se oyó una mezcla de descrédito y rabia a la vez.