Sophy avanzó hacia la silla y tropezó. Enseguida recuperó el equilibrio pero bajó la vista para ver con qué había tropezado.
Julián le siguió la mirada.
– Parece que se te ha desatado la cinta de tu zapatilla -señaló Julián gentilmente.
Sophy, muerta de vergüenza, se ruborizó y tomó asiento.
– Eso parece. -Se agachó y de inmediato volvió a atar la cinta ofensora. Cuando volvió a enderezarse, notó que Julián había vuelto a sentarse y que la estudiaba con una extraña expresión de resignación-. ¿Sucede algo malo, milord?
– No, aparentemente todo está desarrollándose con normalidad. Bueno, en cuanto a tu deseo de quedarte aquí en Londres…
– ¿Sí, milord? -Sophy esperó en agónica anticipación, para comprobar si sería cierta su teoría del juego limpio.
Julián dudó. Frunció el entrecejo y se recostó sobre el respaldo de su silla, para analizar el rostro de Sophy.
– He decidido concederte la petición.
La dicha burbujeó en el interior de la muchacha. Su sonrisa fue radiante y la felicidad se reflejó en sus ojos.
– Oh, Julián, gracias. Le prometo que no se arrepentirá de haber tomado esta decisión. Me ha mostrado toda su generosidad con este gesto y no sé si me lo merezco, pero le aseguro que es mi intención no fallarle en cuanto a sus expectativas de mí como esposa.
– Eso sería muy interesante.
– Julián, por favor, lo digo muy en serio.
Su sonrisa extraña se modificó por un instante.
– Lo sé. Leo tus intenciones en tus ojos. Como ya te dije, tienes una mirada muy fácil de leer y es por eso que te he concedido esta segunda oportunidad.
– Juro, Julián, que seré un modelo de esposa. Ha sido muy considerado de su parte pasar por alto el, eh… incidente de Eslington Park.
– Sugiero que ninguno de los dos vuelva a mencionar esa catástrofe.
– Una excelente idea -coincidió Sophy, entusiasta.
– Muy bien. Esto parece solucionar el problema, de modo que ya mismo podemos empezar a practicar esto del trato entre marido y mujer…
Sophy abrió los ojos desorbitadamente y, de pronto, se le humedecieron las palmas de las manos. No había esperado que Julián abordara el tema de la intimidad con una prisa tan inoportuna. Después de todo, eran sólo las once de la mañana.
– ¿Aquí, milord? -preguntó tímidamente, echando un vistazo a los muebles de la biblioteca-. ¿Ahora?
– Definitivamente, aquí y ahora. -Al parecer, Julián no notó la expresión de pánico en Sophy. Estaba demasiado ocupado revolviendo en uno de los cajones del escritorio-. Ah, aquí están.
– Tomó unas cartas y tarjetas que estaban allí y se las entregó.
– ¿Qué es esto?
– Invitaciones. Recepciones, fiestas, bailes, reuniones. Esas cosas. Hay que contestarlas. Odio decidir cuáles aceptar y cuáles no y he ocupado a mi secretario con otras cosas más importantes. Escoge algunos actos que te resulten interesantes y rechaza diplomáticamente los demás,
Sophy levantó la vista del manojo de cartas y se sintió confundida.
– ¿Se supone que ésta será mi primera obligación de esposa, milord?
– Correcto.
Sophy esperó, tratando de dilucidar sí sentía alivio o decepción. Debió haber sido alivio.
– Será un placer hacerme cargo de esto, Julián, pero usted, mejor que nadie, sabe que tengo muy poca experiencia con la sociedad.
– Esa es una de tus cualidades más rescatables, Sophy.
– Gracias, milord. Estaba segura de que tenía que poseer alguna.
Julián la miró con suspicacia, pero prefirió no hacer comentarios al respecto.
– Bueno, yo tengo una solución para el dilema que tu inexperiencia nos presenta. Te entregaré una guía profesional para que aprendas todo lo concerniente a este salvaje mundo social.
– ¿Una guía?
– Mi tía, lady Francés Sinclair. Siéntete con toda la libertad de llamarla Fanny. Todos le dicen así, incluso el Príncipe. Creo que te resultará interesante. Francés es como una marisabidilla. Ella y su amiga se sienten muy orgullosas de ser las organizadoras de un pequeño salón, donde se reúnen las damas más intelectuales los miércoles por la tarde. Probablemente te invitará para que te unas al club.
Sophy escuchó la divertida condescendencia de su voz y sonrió serenamente.
– ¿Ese pequeño club es como el que frecuentan los hombres, donde una puede beber, hacer apuestas y divertirse hasta altas horas de la noche?
Julián la miró con desaprobación.
– Definitivamente, no.
– Qué decepción. Pero sea como sea, creo que su tía me caerá muy bien.
– Pronto lo sabrás. -Julián miró el reloj de la biblioteca-. Debe de estar por llegar en cualquier momento.
Sophy estaba asombrada.
– ¿Va a venir de visita esta mañana?
– Me temo que sí. Mandó a avisar hace una hora que vendría. Sin duda vendrá con su amiga, Harriette Rattenbury, Las dos son inseparables. -Julián apenas esbozó una sonrisa-. Mi tía está ansiosa por conocerte.
– Pero ¿cómo supo que yo estoy en la ciudad?
– Esa es una de las cosas que debes aprender de la sociedad, Sophy. Los chismes van por el aire aquí. Eso tendrás que tenerlo bien presente porque lo último que quiero escuchar son chismes respecto de mi esposa. ¿Está bien claro?
– Sí, Julián.
6
– Les pido mil disculpas por haberme demorado, pero seguramente todos me comprenderán cuando les diga que el motivo de mi retraso es que conseguí el segundo fascículo. Aquí está, calentito de la imprenta. Les juro que me arriesgué mucho para conseguirlo. No había visto una muchedumbre igual en la ciudad desde el último alboroto que se armó después del espectáculo de fuegos artificiales, en Covent Garden.
Sophy, al igual que las otras diez invitadas que se hallaban sentadas en el salón de recepción, de estilo egipcio y decorado en blanco y oro, se dieron la vuelta para mirar a la joven pelirroja que acababa de irrumpir en él. Aferraba un libro delgado y sin tapas en su mano y tenía la mirada cargada de excitación.
– Por favor, toma asiento, Anne. Debes saber que todas estamos muertas de curiosidad. -Lady Francés Sinclair, apoyada gracilmente sobre un sillón tapizado en tela rayada, también en blanco y oro, adornado con pequeñas esfinges talladas, hizo un ademán en dirección a una silla, para que se ubicara en ella su última invitada-. Pero primero permíteme presentarte a la esposa de mi sobrino, lady Ravenwood. Llegó a la ciudad la semana pasada y ha expresado su interés por ser miembro de nuestro pequeño club de los miércoles, ésta es la señorita Anne Silverthorne. Seguramente os encontraréis nuevamente esta noche, en el baile de Yelverton.
Sophy sonrió cálidamente mientras se cumplía con el protocolo de las presentaciones. Se estaba divirtiendo mucho en aquella reunión y también lo había hecho durante toda la semana, desde que Fanny Sinclair y su amiga Harriette Rattenbury habían llegado a su vida.
Julián había estado en lo cierto con respecto a esta tía suya y a su amiga. Obviamente, eran muy grandes amigas, aunque a primera vista uno se impresionaba por las diferencias que había entre ellas, más que por las similitudes.
Fanny Sinclair era alta, de rasgos patricios, agraciada con la cabellera renegrida y los ojos verde esmeralda que sin duda caracterizaban al clan Sinclair. Tenía poco más de cincuenta años y era una criatura vivaz y encantadora, que evidentemente se sentía muy a gusto con las riquezas y extravagancias de la alta sociedad.
También era notablemente optimista. Se interesaba por todo lo que la rodeaba y su pensamiento era liberal. Por sus ocurrencias e ingenio recibía con mucho entusiasmo todo proyecto novedoso que se cruzase en su camino.
El exótico estilo egipcio que seguía su casa de la ciudad estaba a tono con su personalidad. Incluso el extraño papel de las paredes, que tenía una orla de momias y esfinges en miniatura, parecían el entorno perfecto para Lady Fanny.