El cuidador retrocedió al ver que el animal echaba la cabeza hacia atrás y bailoteaba durante breves segundos. Los poderosos músculos del caballo se tensionaron bajo el lustroso pelaje cuando Julián estableció su autoridad con mano firme.
Cuando dio la señal, el caballo echó a correr, ansioso. Julián decidió que no le resultaría para nada difícil interceptar a la señorita Sophy Dorring en su camino de regreso a Chesley Court.
Conocía sus tierras como la palma de su mano, de modo que tenía bastante idea del sitio preciso donde la localizaría: un atajo que sin duda ella escogería para volver a su hogar, el cual rodeaba la laguna.
– Es muy probable que algún día se mate con ese caballo -dijo el criado al cuidador del caballo, que era su primo.
El cuidador escupió sobre el empedrado del patio.
– Su señoría no abandonará esta vida montado a caballo. Monta como un demonio. ¿Cuánto tiempo va a quedarse aquí esta vez?
– En la cocina dicen que ha venido a buscarse otra esposa. Parece que le ha echado el ojo a la nieta de lord Dorring. Esta vez Su señoría quiere una chica de campo, tranquila, que no le cause ningún problema.
– No se le puede culpar por eso. Yo me sentiría de la misma manera si me viera ligado con esa bruja que él eligió la última vez.
– Maggie comentaba en la cocina que fue su primera esposa la que lo convirtió en un demonio.
– Maggie tiene razón. Pero de todos modos, me da pena la señorita Dorring. Es una muchacha decente. ¿Recuerdas esa vez que vino sin que nadie la llamase, con unas hierbas para que mamá se recuperara de esa terrible tos que pescó en invierno? Mamá jura y perjura que la señorita Dorring le salvó la vida.
– Claro que la señorita Dorring se convertirá en una condesa -señaló el criado.
– Cierto, pero deberá pagar un precio muy alto por gozar del privilegio de ser la dama de un demonio.
Sophy estaba sentada en el banco de madera que estaba frente a la casa de la vieja Bess, empaquetando lo que le quedaba de fenogreco. Lo juntó con el resto de las hierbas que había seleccionado recientemente. Ya se había quedado casi sin provisiones tan esenciales como el ajo, cardos, dulcamara y amapolas, en sus diferentes formas.
– Creo que esto me alcanzará para los próximos dos meses, Bess -anunció mientras se limpiaba las manos y se ponía de píe. Ignoró por completo la mancha de pasto que tenía en la falda de su viejo vestido azul, de lana apropiado para montar.
– Ten cuidado si preparas té de amapolas para curar el reuma de lady Dorring -le advirtió Bess-. Este año las amapolas vinieron muy fuertes.
Sophy asintió en dirección a la vieja y arrugada mujer que tanto le había enseñado.
– Tendré en cuenta reducir las cantidades. Pero ¿cómo estás tú? ¿Necesitas algo?
– Nada, niña, nada. -Bess estudió su vieja casa y su jardín de hierbas con una mirada serena, mientras se limpiaba las manos en el delantal-. Tengo todo lo que necesito.
– Siempre es así. Eres afortunada al estar tan contenta con la vida, Bess.
– Tú también encontrarás la felicidad algún día, si te esmeras en buscarla.
La sonrisa de Sophy se desvaneció.
– Tal vez. Pero primero debo buscar otras cosas.
Bess la miró apesadumbrada. Sus ojos casi transparentes se llenaron de comprensión.
– Pensé que ya habías superado tu sed de venganza, niña.
Creí que finalmente la habrías dejado en el pasado, como debe ser.
– Las cosas han cambiado, Bess. -Sophy se encaminó hacia el sitio donde la aguardaba su caballo, rodeando la casa con techo de paja-. Tengo la oportunidad de lograr que se haga justicia.
– Si tienes un poco de sentido común, niña, debes seguir mi consejo y olvidar el asunto. Lo hecho, hecho está. Tu hermana, que en paz descanse, ya no está con nosotros. Ya no hay nada que puedas hacer por ella. Tú tienes vida propia y debes prestarle atención. -Bess sonrió, mostrando así todos los dientes que le faltaban-. He escuchado por ahí que hay cuestiones mucho más importantes que tienes que considerar en estos días.
Sophy miró con agudeza a la mujer mayor, mientras trataba infructuosamente de acomodar su sombrero que tenía medio caído.
– Como siempre, te las ingenias para estar al día con los chismes del pueblo. ¿Ya te has enterado de que he recibido una propuesta formal de matrimonio del mismo demonio?
– Los que llaman a lord Ravenwood demonio son los que se dedican a los chismes. Yo sólo me ocupo de los hechos. ¿Es cierto?
– ¿Qué? ¿Que el conde de Ravenwood es pariente cercano de Lucifer? Sí, Bess, estoy casi segura de que es cierto. Nunca he conocido a un hombre más arrogante que Su señoría. Ese orgullo tan arraigado pertenece indudablemente al mismo diablo.
Bess meneó la cabeza con impaciencia.
– Quería preguntar si de verdad él te propuso matrimonio.
– Sí.
– ¿Y bien? ¿Cuándo le contestarás, si se puede saber?
Sophy se encogió de hombros, abandonando sus esfuerzos por acomodarse el sombrero.
– El abuelo le iba a contestar esta tarde. El conde mandó a decir que vendría esta tarde a las tres por su respuesta. Bess se detuvo abruptamente en el sendero de piedras. Sus rizos grises bailotearon desordenadamente por debajo de su gorra de muselina amarilla. Su rostro envejecido se arrugó aun más ante la confusión.
– ¿Esta tarde? ¿Y tú estás aquí escogiendo hierbas de mi jardín como si fuera un día de semana común y corriente? ¿Qué tontería es esta, muchacha? En este momento deberías estar en Chesley Court, vestida con tus mejores galas.
– ¿Por qué? El abuelo no me necesita allí. Es perfectamente capaz de decirle al demonio que se vaya al infierno.
– ¡Que le diga al demonio que se vaya al infierno! Sophy, niña, ¿estás insinuando que le pediste a tu abuelo que rechazara la propuesta del conde de Ravenwood?
Sophy sonrió cuando se detuvo frente al caballo avellana que la estaba aguardando.
– Has entendido perfectamente bien, Bess. -Se metió los paquetitos de hierbas en los bolsillos de la ropa.
– Tonterías -exclamó Bess-. No puedo creer que lord Dorring tenga el cerebro tan pequeño como para hacer semejante cosa. El sabe que jamás se te volverá a presentar otra oportunidad como ésta aunque vivas cien años.
– Yo no estoy tan segura de ello -dijo Sophy, tajante-. Por supuesto que eso depende de lo que tú consideres una buena oportunidad.
Bess entrecerró los ojos.
– Niña, ¿estás haciendo todo esto porque tienes miedo del conde? ¿Es eso? Pensé que eras lo suficientemente sensata como para no creer todas las patrañas que se dicen en el pueblo.
– Por supuesto que no las creo -contestó ella mientras se sentaba en la silla de montar-. No todas. Sólo la mitad. ¿Eso te sirve de consuelo, Bess? -Sophy se acomodó la falda debajo de sus piernas. Ella solía cabalgar a horcajadas aunque no se consideraba apropiado que una muchacha de su condición lo hiciera. Sin embargo, la gente de campo era más informal respecto de esa clase de cosas. De todas maneras, a Sophy no le cabían dudas de que su virtud estuviera bien protegida. Si acomodaba cuidadosamente su ropa, sólo exhibía las botas de media caña color tostado por debajo de las faldas.
Bess tomó la brida del zaino y alzó la vista hacia Sophy.
– Y bien, muchacha, ¿no creerás esa historia que cuentan que el conde ahogó a su primera esposa en la laguna, verdad?
Sophy suspiró.
– No, Bess, no la creo. -Pero habría sido más correcto decir que no quería creerla.
– Gracias a Dios, aunque para no faltar a la verdad, hay que reconocer que nadie en este mundo podría haber culpado al conde si lo hubiera hecho -admitió Bess.
– Cierto, Bess.
– ¿Entonces a qué viene toda esta tontería de que rechazas la propuesta del conde? No me importa la expresión de tus ojos, muchacha. Ya la he visto varias veces. ¿Qué te traes entre manos ahora?