La joven tomó las riendas de Bailarín, se echó la pluma de su sombrero de montar hacia atrás y convocó lo que deseaba que resultara una sonrisa graciosa y serena.
– Buenas tardes, milord. Qué sorpresa encontrarlo aquí, en medio del bosque.
El caballo negro se detuvo abruptamente a unos pocos metros de distancia. Por un instante, Ravenwood se quedó en silencio, analizando la sonrisa de la muchacha, pero no la correspondió.
– ¿Qué es exactamente lo que le resulta sorprendente de este encuentro, señorita Dorring? Después de todo, estas tierras son de mi propiedad. Me enteré de que había ido a visitar a la vieja Bess y supuse que regresaría a Chesley Court por este atajo.
– Qué inteligente, milord. ¿Un ejemplo de lógica deductiva, quizá? Soy una ferviente admiradora de esa línea de razonamiento.
– Usted sabía perfectamente bien que hoy debíamos concluir un asunto pendiente. Si es tan inteligente como parece que creen sus abuelos, también debió saber que yo quería terminar con esto esta misma tarde. No, decididamente, no puedo aceptar que se sorprenda por esto en absoluto. De hecho, me inclino más a creer que estuvo deliberadamente planeado.
Sophy apretó los dedos alrededor de las riendas no bien asimiló el significado de aquellas suaves palabras. Bailarín movió las orejas en sumisa señal de protesta y, de inmediato, ella volvió a aflojarle las riendas. Bess tenia razón. Ravenwood no era hombre que se dejara llevar dócilmente de las narices. Sophy se dio cuenta de que tendría que ser extremadamente cautelosa.
– Tenía entendido que mi abuelo se estaba encargando de terminar con este asunto por mí, como es debido -dijo Sophy-. ¿Acaso él no le comunicó mi respuesta a su proposición?
– Sí. -Ravenwood dejó que su caballo se acercara algunos pasos a Bailarín-. Pero yo preferí no aceptarla hasta que tuviera la oportunidad de discutir la cuestión personalmente con usted.
– Por cierto, milord, que eso no es lo apropiado exactamente. ¿O es así como se están arreglando las cosas en Londres en la actualidad?
– Se trata de cómo deseo arreglarlas yo con usted. Ya no es ninguna niñita bobalicona, señorita Dorring, de modo que le ruego que no actúe como tal. Puede contestar por sus propios medios. Sólo dígame cuál es el problema y yo haré todo lo que me sea posible para tratar de solucionarlo.
– ¿Problema, milord?
Sus ojos se tornaron de un verde más oscuro.
– Le aconsejo que no juegue conmigo, señorita Dorring. No soy hombre de perder el tiempo con mujeres que tratan de ridiculizarme, ni de abandonarme por completo a ellas.
– Comprendo perfectamente, milord. Y seguramente podrá entender mi negativa a atarme a un hombre que es incapaz de abandonarse a las mujeres en general, y mucho menos a las que lo ridiculizan.
Ravenwood entrecerró los ojos.
– Tenga a bien explicarse, por favor.
Sophy se encogió de hombros. Con el movimiento, el sombrero, que tenía ya medio caído, se le torció mas todavía. Automáticamente, trató de acomodar la pluma.
– Muy bien, milord. Me obliga a hablarle con toda franqueza: no le creo, así como tampoco creo que pueda funcionar un matrimonio entre nosotros dos. En las tres oportunidades que usted llamó a Chesley Court durante las últimas dos semanas, traté de hablarle en privado, pero usted se mostró totalmente desinteresado en arreglar las cosas conmigo. Desde un principio manejó todo esto como si estuviera tratando de comprar un nuevo caballo para sus establos. Debo admitir que me vi obligada a usar tácticas drásticas hoy con el fin de llamarle la atención.
Ravenwood la miró con fría irritación…
– De modo que tenía razón al pensar que no estaba sorprendida por encontrarme hoy aquí. Muy bien, ahora tiene toda mi atención, señorita Dorring. ¿Qué es lo que quiere que comprenda? Todo me parece muy claro.
– Sé qué es lo que quiere de mí-dijo Sophy-. Es obvio, Pero no creo que usted tenga ni la más remota idea de lo que yo quiero de usted. Hasta que no lo entienda y consienta en satisfacer mis deseos, no habrá posibilidad de matrimonio.
– Quizá debamos ir paso a paso -dijo Ravenwood-. ¿Qué cree que yo quiero de usted?
– Un heredero y nada de problemas.
Ravenwood parpadeó con traicionera tranquilidad. Su boca firme apenas dibujó una suave curvatura.
– Qué poder de resumen.
– ¿Y preciso?
– Mucho -dijo él, cortante-. No es ningún secreto que deseo continuar con la tradición. Ravenwood ha estado en manos de mi familia por tres generaciones y no quiero que se termine justamente en ésta.
– En otras palabras, me considera una yegua de cría.
El cuero de la silla crujió mientras Ravenwood la estudiaba en ominoso silencio durante un largo momento.
– Me temo que su abuelo estaba en lo cierto -dijo finalmente-. La clase de lecturas que elige, señorita Dorring, ha inyectado cierta falta de delicadeza en sus modales.
– Oh, pero puedo llegar a ser mucho menos delicada que eso, milord. Por ejemplo, sé que usted tiene una amante en Londres.
– ¿De dónde ha sacado eso? ¡Seguramente no por boca de lord Dorring!
– Es cosa de todos los días aquí en el campo.
– ¿Y usted escucha las historias que cuentan los campesinos que no han llegado más que a pocos kilómetros de sus casas? -gruñó él.
– ¿Y las historias que cuentan los de la ciudad son muy distintas de éstas?
– Empiezo a creer que es usted deliberadamente insultante, señorita Dorring.
– No, milord, tan sólo soy extremadamente cauta.
– Obstinada, no cauta. Utilice el poco cerebro que pueda tener para prestar atención. Si realmente hubiera algo verdaderamente objetable en mí o en mi comportamiento, ¿cree que sus abuelos habrían aprobado mi propuesta de matrimonio?
– Sí, si la suma que ofrece para la boda es interesante.
Ravenwood sonrió lánguidamente al escuchar sus palabras.
– Puede que tenga razón.
Sophy vaciló.
– ¿Está diciéndome que todos los rumores que he oído son falsos?
Ravenwood la miró pensativo.
– ¿Qué más ha oído?
Sophy no había imaginado que esta extraña conversación se tomaría tan específica.
– ¿Se refiere además de que usted tiene una amante?
– Si los demás chismes son tan tontos como éste, debería avergonzarse, señorita Dorring.
– ¡Vaya! Me temo que no poseo tan refinado sentido de la vergüenza, milord. Una falta lamentable, por cierto, que usted debería tomar en cuenta. Los chismes suelen ser muy divertidos, y debo confesar que a veces los escucho.
El conde apretó los labios.
– Una falta lamentable, por cierto. ¿Qué más ha escuchado? -repitió.
– Bueno, además del rumor de que tiene una amante, me enteré de que una vez se batió en duelo.
– No puede esperar que confirme semejante estupidez.
– También me dijeron que desterró a su última esposa, que la mandó al campo, porque no pudo darle un hijo -siguió Sophy a toda prisa.
– No hablo con nadie de mi primera esposa. -De pronto, la expresión de Ravenwood se tornó tan seria que pareció prohibitiva-. Si vamos a llevarnos bien usted y yo, señorita Dorring, será mejor que se abstenga de volver a mencionarla.
Sophy se puso colorada.
– Mis disculpas, milord. No trato de hablar sobre ella, sino de su costumbre de abandonar a sus esposas en el campo.
– ¿De qué rayos está hablando?
Necesitó más valor del que había imaginado para seguir hablando del tema, debido al tono de voz que el conde estaba empleando.
– Creo que es mi deber dejarle bien claro, milord, que ni pienso quedarme abandonada de brazos cruzados aquí en Ravenwood, ni en ninguna otra de sus propiedades mientras usted va a divertirse a Londres.