– Definitivamente. De lo contrario, Ravenwood estaría sumido en un caos.
Julián se reclinó sobre el respaldo de la silla.
– Contratar un ama de llaves es algo muy importante y, además, se extralimita de mi área de experiencia.
Sophy no pudo resistir esbozar una pequeña sonrisa.
– Por Dios, milord. No sabía que hubiera algo que quedara fuera de tu área de experiencia.
Julián sonrió brevemente.
– Hacía mucho que no te molestabas en bromear por mi lamentable arrogancia, Sophy. Acabo de descubrir que estaba echando de menos tus asperezas.
El rubor divertido de Sophy se destiñó de inmediato.
– Bueno, es que no estábamos en términos como para ponernos a bromear, milord.
– No, creo que no. Pero yo cambiaría eso.
Ella echó la cabeza hacia atrás.
– ¿Por qué?
– ¿No es obvio? -preguntó él-. Me parece que además de tus bromas, más bien echo de menos la relación que teníamos en Eslington Park, en aquellos días en los que te sentías obligada a desparramar té por toda la cama.
Sophy advirtió que se ponía colorada. Bajó la vista y la clavó en su cofia.
– Para mí no fue una relación tan fácil, milord. Es cierto que conversábamos más y que discutíamos cuestiones de interés mutuo. Pero nunca olvidaré que su único interés por mí residía en que querías que te diera un heredero. Me sentía presionada por eso, Julián.
– Ahora entiendo eso mucho mejor, porque he mantenido una charla con una gitana. Ella me explicó que mi esposa es una especie de romántica por naturaleza. Soy culpable por no haber tenido en cuenta ese detalle en mi trato con ella, pero me gustaría remediar ese error.
Sophy levantó la cabeza de inmediato, frunciendo el entrecejo, molesta.
– De modo que ahora propones consentir a mi famosa tendencia al romanticismo, ¿eh? Por favor, Julián, no te molestes. Los gestos románticos carecen de todo sentido sí detrás de ellos no se oculta un sentimiento genuino.
– Al menos, dame un poco de crédito por tratar de complacerte, querida. -Julián sonrió- Te gusta el tratado de botánica de Culpeper, ¿cierto?
Ella se sintió culpable.
– Ya sabes que nada pudo haberme complacido más, milord.
– ¿Y el brazalete?
– Es muy bonito, milord.
Julián hizo una mueca.
– Muy bonito, ya entiendo. Bueno, entonces me complacerá mucho vértelo puesto dentro de muy poco tiempo.
El rostro de Sophy se encendió, feliz de poder darle una respuesta positiva.
– Espero poder ponérmelo esta noche, milord. Iré a una fiesta en casa de lady St. John.
– Supongo que era demasiado esperar que no tuvieras planes para esta noche.
– Oh, tengo planes para cada noche de esta semana y de la próxima. Siempre hay tanto para hacer aquí en la ciudad, ¿no?
– Sí -dijo Julián, algo decepcionado-. Claro, pero tampoco tienes la obligación de asistir a cada acto al que te invitan. Pensé que desearías pasar una o dos noches tranquila, en casa.
– ¿Por qué demonios querría pasar una noche aquí, sola, milord? -murmuró Sophy, algo alterada.
Julián cruzó las manos frente a él, sobre el escritorio.
– Yo pensaba pasar la noche aquí.
Sophy forzó otra sonrisa. Se dio cuenta de que Julián trataba de ser gentil con ella. Pero ella no se conformaría con una simple gentileza por parte de él.
– Ya veo. ¿Otro gesto romántico para consentir a mis deseos? Muy generoso de tu parte, milord. Pero no te molestes. Soy plenamente capaz de entretenerme sola. Ahora que hace tiempo que estoy en la ciudad, comprendo mucho mejor cómo deben conducir sus vidas los maridos y las esposas de la alta sociedad Y ahora debo irme. Tu tía estará preguntándose dónde estoy.
Sophy se puso de pie rápidamente, olvidándose que tenía la cofia sobre la falda. Esta se le cayó al piso.
– Sophy, estás malinterpretando mis intenciones -dijo Julián, mientras se ponía de pie. Se dirigió al otro lado del escritorio para recoger la cofia-. Simplemente pensé que podríamos pasar una velada tranquila, los dos, en casa. -Le puso la cofia en la cabeza y te ató las cintas por debajo del mentón.
Ella lo miró. Deseó poder imaginar qué estaría pensando él exactamente.
– Gracias por tu gesto, pero en realidad, ni sueño con poder interferir en tu vida social. Seguramente, te aburrirías muchísimo si te quedaras aquí conmigo esta noche. Que tengas un buen día.
– Sophy.
La orden la sorprendió justo en el momento en que apoyaba la mano en el picaporte.
– ¿Sí, milord?
– ¿Qué haremos respecto de la nueva ama de llaves?
– Di a tu administrador que entreviste a Molly Ashkettie. Hace años que trabaja como empleada doméstica en tu casa y creo que será el reemplazo perfecto para la pobre señora Boyie.
– Sophy salió a toda prisa.
Quince minutos después, entró en la biblioteca de lady Fanny. Harriette, Jane y Anne ya estaban allí, muy ocupadas con una pila de libros que habían colocado sobre la mesa.
– Lamento llegar tarde -se disculpó Sophy cuando las otras mujeres levantaron la vista de su trabajo para mirarla-. Mi esposo quería conversar conmigo respecto de contratar una nueva ama de llaves.
– Qué extraño -comentó Fanny desde lo alto de una escalera, a la que se había subido para poder revolver entre los libros que estaban en el estante superior-. Ravenwood jamás se preocupa de contratar al personal. Siempre delega esa tarea al mayordomo o al administrador. Pero no importa, querida. Estamos haciendo algunos avances en tu proyecto.
– Es cierto -dijo Anne, cerrando un libro y abriendo otro-. Hace un rato, Harriette descubrió una referencia a la cabeza del animal que está en el anillo. Se trata de una criatura mítica, que aparece en un viejo libro de filosofía natural.
– Me temo que no es una referencia muy agradable -dijo Harriette, deteniéndose para mirar por encima de sus gafas-. Estaba asociado con una especie de culto muy desagradable de la antigüedad.
– Ahora yo estoy revisando algunos libros antiguos de matemática, para ver si encuentro algo del triángulo -dijo Jane-. Tengo la sensación de que estamos muy cerca.
– Yo también -dijo lady Fanny, mientras bajaba la escalera-. Aunque empiezo a preocuparme por lo que averiguaremos.
– ¿Por qué lo dice? -preguntó Sophy, mientras se sentaba y tomaba uno de los pesados volúmenes.
Harriette miró.
– Anoche, justo antes de ir a dormir, Fanny se quedó impactada por un viejo recuerdo que vino a su memoria.
– ¿Qué clase de recuerdo? -preguntó Sophy.
– Algo relacionado con una sociedad secreta de unos jóvenes libertinos, sin prejuicios -comentó Fanny lentamente-. Me enteré de su existencia hace algunos años. Nunca entré en detalles, pero creo que escuché que sus miembros usaban ciertos anillos para identificarse. Supuestamente, todo empezó en Cambridge, pero muchos de sus miembros mantuvieron el club aun después de haber dejado de estudiar. Al menos, por un tiempo.
Sophy miró a Anne y a Jane y meneó la cabeza casi imperceptiblemente. Habían convenido en no alarmar a Fanny y a Harriette con la verdadera razón por la que querían averiguar el secreto del anillo negro. Las mujeres mayores sólo sabían que Sophy tenía curiosidad por una reliquia familiar que había llegado a sus manos.
– ¿Dices que este anillo llegó a ti por intermedio de tu hermana? -pregunto Harriette, volteando las páginas lentamente.
– Sí.
– ¿Sabes dónde lo obtuvo ella?
Sophy vaciló, tratando de explicar razonablemente porqué Amelia tendría ese anillo. Como siempre, la mente se le ponía en blanco cada vez que quería urdir una mentira.
Anne acudió urgente a su rescate.
– Tú dijiste que a ella se lo había entregado una tía abuela que se había muerto hacía muchos años, ¿no, Sophy?
– Sí -dijo Jane, antes que Sophy se viera obligada a contestar-. Creo que eso fue lo que dijiste, Sophy.