– Sí. Cierto. Una tía muy lejana. Creo que yo ni la conocí -dijo Sophy.
– Hmm. Qué extraño -dijo Fanny, mientras depositaba dos pesados volúmenes más sobre la mesa y volvía a buscar más al estante-. Me pregunto cómo habrá obtenido ella ese anillo.
– Es probable que nunca lo sepamos -dijo Anne con firmeza. Trató de tranquilizar a Sophy con la mirada, al ver que la muchacha denotaba cada vez más su culpabilidad.
Harriette pasó otra página del libro que estaba mirando.
– ¿Le has mostrado el anillo a Ravenwood, Sophy? Por ser hombre, es más factible que sepa más de él que nosotras.
– Ya lo ha visto -dijo Sophy, feliz de poder decir la verdad, al menos en eso-. No lo reconoció.
– Bueno, entonces tal vez debamos insistir nosotras. -Fanny escogió otro libro del estante. Adoro los enigmas. ¿Y tú, Harry?
Harriette sonrió.
– Oh, claro que sí. Nada me hace más feliz que trabajar en un enigma.
Cuatro días después, Sophy y Jane, mientras investigaban en un viejo tratado de matemáticas, descubrieron el origen del peculiar triángulo.
– Eso es -dijo ella, entusiasmada, mientras las otras se reunían alrededor del libro-. Mirad. El triángulo es exactamente igual. Incluso tiene las mismas ondas extrañas en cada vértice.
– Tiene razón -dijo Anne-. ¿Qué dice del triángulo?
Sophy frunció el entrecejo, por el latín.
– Algo relacionado con que era útil en ciertas ceremonias negras, para controlar, a los demonios de las mujeres que tienen… -Se detuvo abruptamente, al darse cuenta de lo que estaba traduciendo-. Oh, Dios.
– ¿Qué pasa? -Fanny se asomó por encima de su hombro-. Ah, ya veo. «Una figura utilizada para controlar súcubos mientras se los disfruta de un modo carnal.» Qué fascinante. Deja que los hombres se preocupen por demonios femeninos que molestan a los pobres varones cuando duermen.
Harriette sonrió.
– Fascinante, por cierto. Demonios de prostitutas a las que pueden controlar al mismo tiempo que gozan de sus favores. Tienes mucha razón, Fanny. Definitivamente, una creación fantasiosa de un cerebro masculino.
– Hay aquí más evidencia de la fantasía masculina -anunció Anne, señalando otra figura mitológica que había estado investigando-. Aparentemente, la bestia de! triángulo posee poderes sobrenaturales. Puede, según dice, fornicar durante horas sin perder el vigor.
Fanny gimió.
– Creo que a estas alturas de nuestras indagaciones podemos sostener que el anillo de Sophy, sin duda perteneció a un hombre. Aparentemente, fue diseñado para que el hombre piense que su actuación en la alcoba fue excelente. Tal vez, estaba destinado a que le diera buena suerte en este aspecto de su vida. De cualquier manera no es la clase de joya que Ravenwood desearía que su esposa exhibiera en público.
Harriette rió.
– Si estuviera en tu lugar, Sophy, jamás diría a Ravenwood el significado de ese anillo. Guarda esa cosa y pide a tu esposo que te dé las esmeraldas de la familia para que las uses.
– Estoy segura de que es un consejo excelente -contestó Sophy serenamente, aunque sabía que no pediría esas esmeraldas a Ravenwood ni loca que estuviera-. Y realmente os agradezco mucho toda la colaboración que me habéis prestado para averiguar los detalles de este anillo.
– No tienes por qué -dijo Harriette, radiante-. Fue un proyecto fascinante, ¿no crees, Fanny?
– De lo más instructivo.
– Bueno, será mejor que nos marchemos -declaró Anne, mientras las mujeres empezaban a guardar los libros en los respectivos estantes-. Prometí a mi abuela que la ayudaría a atender a sus amistades, que vendrían a jugar naipes esta tarde.
– Y yo debo pasar a visitar a lady St. John -dijo Sophy, sacudiéndose el polvo de las manos.
Jane las miró sin articular palabra, hasta que estuvieron las tres sentadas en el carruaje de Sophy, fuera del ámbito donde Fanny y Harriette pudieran escucharlas.
– ¿Y bien? No me tengas en suspenso. Éste no es el final del asunto. Lo sé. ¿Qué harás ahora, Sophy?
Sophy miraba por la ventanilla, perdida en sus pensamientos por un momento.
– Me parece que sabemos dos cosas con seguridad, respecto del anillo. La primera es que perteneció a un hombre que era miembro de una asociación secreta, de la que pasó a formar parte en Cambridge, tal vez. Y la segunda es que esta asociación, indudablemente, se dedicaba a prácticas sexuales de muy baja reputación.
– Creo que tienes razón -coincidió Anne-. Tu pobre hermana fue la víctima de un hombre que usaba a las mujeres para sus maléficos fines.
– Ya sabíamos eso-dijo Jane-. ¿Qué sabemos ahora?
Sophy apartó la mirada de la calle y la concentró en sus amigas.
– Me parece que sólo hay una persona que puede conocer a los hombres que usaban estos anillos.
Jane abrió los ojos desmesuradamente.
– No te referirás a…
– Por supuesto -dijo Anne de inmediato-. ¿Por qué no pensamos en eso? Debemos contactarnos con Charlotte Featherstone de inmediato para ver qué puede decirnos ella acerca del hombre que pudo usar este anillo. Sophy, escribe la nota para ella esta tarde. Yo se la enviaré disfrazada otra vez.
– Tal vez ella decida no responder -comentó Jane, esperanzada.
– Quizá, pero es el último recurso que me queda, excepto el de volver a ponerme el anillo en público para ver quién reacciona.
– Es demasiado peligroso -dijo Anne de inmediato-. Cualquier hombre que lo viera y lo reconociera, podría pensar que tú estabas también involucrada en ese culto.
Sophy se estremeció, al recordar al hombre de la capa negra con la capucha. La más extraña de las emociones. No, debía ser muy cuidadosa en no atraer la atención de nadie más con ese anillo.
La respuesta de Charlotte Featherstone llegó pocas horas después. Anne se la llevó a Sophy de inmediato. Sophy rompió el sobre, en una mezcla de entusiasmo y excitación.
«De una mujer honorable a otra:
Me halaga al tener a bien solicitarme lo que ha dado en llamar información profesional. En su carta me comunica que está tratando de recabar datos sobre un recuerdo de familia y que sus investigaciones la han llevado a concluir que tal vez yo pueda colaborar con usted. Me complazco en referirle que le ofreceré la poca información que poseo, aunque permítame decirle que el familiar que le dejó ese recuerdo me merece muy baja estima. Quienquiera que haya sido, obviamente tenía malas intenciones.
En el transcurso de los años, recuerdo cinco hombres que han utilizado ese anillo en mi presencia. Dos de ellos han muerto ya y, para ser franca, el mundo nada ha perdido con esas muertes. Los otros tres son: lord Utteridge, lord Varley y lord Ormiston. No sé cuáles son sus planes para el futuro, pero le aconsejo cautela. Le aseguro que ninguno de esos tres es buena compañía para una mujer, y mucho menos para alguien que ocupa su lugar en la sociedad. Dudo en hacer esta sugerencia, pero quizá lo mejor sea que discuta este asunto con su esposo antes de seguir adelante por las suyas.»
La carta estaba firmada por C. F. El corazón de Sophy latía rápidamente. Al menos, tenía nombres. Uno de esos tres bien podría haber sido el causante de la muerte de Amelia.
– De alguna manera, tengo que ingeniármelas para encontrarme con estos tres individuos -dijo Sophy a Anne.
– Utteridge, Varley y Ormiston -repitió Anne, pensativa-. Oí hablar de ellos. Todos se mueven muy libremente en la sociedad, aunque tienen una reputación que no es de las mejores. No será difícil conseguir invitaciones para las fiestas y reuniones donde estos caballeros estén invitados también.
Sophy asintió y volvió a doblar la carta de Featherstone.
– Me temo que mi libreta de citas estará más llena que nunca.