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– Por supuesto que no. Iré a ayudarla de inmediato, Harry,

– Entonces Sophy saludó rápidamente a Julián y subió corriendo las escaleras, mientras uno de los criados subía detrás de ella con el maletín de las medicinas.

Harriette se dirigió a Julián, quien aún estaba parado en el vestíbulo. Lo miró ansiosa.

– Gracias por permitirle venir a esta hora.

– No habría podido detenerla, aunque hubiese querido-dijo Julián-. Y sabe que quiero mucho a Fanny. Quiero que reciba la mejor atención. En cuanto al médico, estoy bastante de acuerdo. Los únicos remedios que Higgs conoce son el drenaje y los purgantes.

Harriette suspiró.

– Me temo que tienes razón. Nunca he tenido mucha fe en los drenajes y créeme que la pobre Fanny lo último que necesita es un purgante. Ya ha experimentado ese tratamiento lo suficiente, por causa de ese mal que contrajo. Entonces, sólo me quedaba Sophy y sus hierbas.

– Sophy es muy buena con sus hierbas -dijo Julián, tranquilizando a la mujer-. Puedo opinar por experiencia propia. Tengo el personal más sano y rozagante de toda la ciudad.

Harriette sonrió por compromiso, ante el intento de Julián de matizar con una nota de buen humor.

– Sí, lo sé. Nuestro personal también está muy bien gracias a las recomendaciones de Sophy. Y mi reumatismo es mucho más controlable desde que sigo sus indicaciones. ¿Qué haríamos sin ella ahora, milord?

La pregunta lo hizo tomar conciencia.

– No lo sé.

Veinte minutos después, Sophy apareció en lo alto de la escalera, para informar a tos presentes que creía que la indisposición de Fanny se debía al consumo de pescado en mal estado durante la cena. También dijo que le llevaría varías horas curarla y seguir el proceso.

– Definitivamente, Julián, me quedaré a pasar la noche aquí.

Sabiendo que ya no le quedaba más por hacer, Julián, con reticencia, decidió volver a su casa en su carruaje. Experimentó esa sensación de incomodidad no bien despidió a Knapton y se acostó en su solitaria cama.

Acariciaba la idea de bajar a la biblioteca, para entretenerse con algún libro aburrido, cuando recordó el anillo negro. Entre la preocupación por encontrar a Sophy en los jardines con Waycott y la enfermedad de Fanny, Julián advirtió que había olvidado el anillo negro por un rato.

Daregate tenía razón. Había que destruirlo de inmediato. Julián estaba decidido a sacarlo del joyero de Sophy sin más dilaciones. Lo incomodaba el solo pensar que ella lo tenía, pues era muy factible que la ¡oven cediera a la tentación de volvérselo a poner.

Julián tomó una vela y entró al cuarto de Sophy por la puerta que comunicaba ambas alcobas. Sin su presencia, el cuarto parecía vacío y triste. Ese detalle le hizo notar cuan acostumbrado estaba a tenerla en su vida. Aquella ausencia en su cama le hizo maldecir a todos los vendedores de pescado en mal estado de la ciudad. De no haber mediado la enfermedad de Fanny, en ese momento estaría haciendo el amor con su obcecada, delicada, apasionada y honorable esposa.

Julián se acercó al tocador y levantó la tapa del joyero. Se quedó de pie por un momento, estudiando las cosas de Sophy. El único elemento de valor que encontró fue el brazalete de diamantes que él le había regalado. Estaba cuidadosamente guardado, en un sitio de privilegio, sobre el interior de terciopelo rojo.

Julián decidió que Sophy necesitaría un par de pendientes que combinaran con el brazalete.

Después, la mirada se posó automáticamente en el anillo negro que estaba en un rincón del estuche. Estaba apoyado sobre un trozo de papel doblado. El solo verlo lo enfadó. Sophy sabía que ese anillo había sido un obsequio para su hermana, por parte de un patán descorazonado, que no había tenido reparos en seducir a una inocente. Pero lo que no sabía era lo peligroso que podía ser, ni lo que representaba.

Julián tomó la sortija y, con los dedos, tocó el papel que había debajo. Motivado por una nueva inquietad, lo tomó y lo abrió.

Había tres nombres escritos en éclass="underline" Utteridge, Varley y Ormiston.

Las brasas de una serena inquietud se convirtieron en ardientes llamas de furia.

– ¿De verdad se pondrá bien? -Harriette estaba junto a la cama de Fanny, estudiando ansiosamente el rostro pálido de su amiga. Después de horas de vómitos espasmódicos y dolor intestinal, Fanny finalmente se había quedado dormida.

– Creo que sí -dijo Sophy, mezclando nuevas hierbas en un vaso de agua-. Ha eliminado la mayor parte de los alimentos en mal estado que tenía en el estómago y, como verá, ya no tiene tanto dolor. Velaré por ella toda la noche. Estoy casi segura de que lo peor ya ha pasado, pero no completamente, todavía.

– Me quedaré aquí contigo.

– No hay necesidad. Por favor, Harry. Vaya a dormir un poco. Se la ve tan exhausta como a Fanny. Harriette descartó la sugerencia sacudiendo la mano en el aire.

– Tonterías. No podría dormir sabiendo que Fanny todavía está en peligro.

Sophy sonrió, comprensiva.

– Usted es muy buena amiga de ella. Fanny tiene mucha suerte.

Harriette se sentó en una silla que estaba junto a la cama y se acomodó las faldas lilas.

– No, no, Sophy. Es al revés. Soy yo la afortunada al tener a Fanny como mi mejor amiga. Es la dicha de mi vida… es la persona a quien le puedo confiar cualquier cosa, por tonta o inteligente que sea. Es la única que puede compartirlo todo, desde el chisme más insignificante hasta la noticia más monumental. Es la única con quien puedo reír o llorar y hasta, a veces, permitirme el lujo de tomar un poco de jerez.

Sophy se sentó al otro lado de la cama y analizó la expresión de Harriette, comprendiendo todo repentinamente.

– Es la única persona sobre la faz de la tierra con la que se siente totalmente libre.

Harriette esbozó una sonrisa brillante por un momento.

– Sí. Correcto. La única persona con la que puedo ser libre.-Tocó la mano de Fanny, que caía sobre la sábana bordada.

Sophy siguió el gesto con la mirada y presintió el amor que se encerraba en él. Una familiar sensación de deseo se encendió dentro de ella, al pensar en la relación que mantenía con Julián.

– Es muy afortunada, Harry -le dijo suavemente-. Ni siquiera los matrimonios están unidos por los mismos lazos que usted y Fanny.

– Lo sé. Es triste, pero, quizá, comprensible. ¿Cómo podrían entenderse un hombre y una mujer del mismo modo que nos comprendemos Fanny y yo?

Sophy entrelazó sus dedos sobre su falda.

– Tal vez -dijo-, el entendimiento total no sea necesario si existe un amor genuino, un respeto mutuo y una disposición a la tolerancia.

Harriette la miró intensamente y luego le preguntó.

– ¿Eso es lo que esperas encontrar junto a Ravenwood?

– Sí.

– Como te dije antes, por como son los hombres en general, Julián es muy bueno, pero no sé si puede darte lo que buscas. Fanny y yo hemos sido testigos de cómo Elizabeth exterminó los sentimientos cálidos de él. En lo personal, no creo que ningún hombre sea capaz de ofrecer a una mujer lo que ella realmente necesita.

Sophy apretó los dedos.

– Es mi esposo y yo lo amo. No niego que sea arrogante, obstinado y difícil en exceso, a veces, pero como usted dijo, es un buen hombre. Un hombre honorable. Toma seriamente sus responsabilidades. Nunca me habría casado con él si no hubiese estado segura de todo eso. Por cierto, en un tiempo, creí que jamás me casaría.

Harriette asintió, comprendiendo la situación.

– El matrimonio es una aventura muy arriesgada para una mujer.

– Bueno, yo me he arriesgado. De un modo u otro, espero que me dé resultado. -Sophy sonrió al recordar la escena que había vivido horas antes, con Julián, en los jardines-. Cuando estoy convencida de que todo está perdido, Julián me muestra un haz de luz y con eso recupero mis fuerzas para seguir en esta aventura.