Fanny se movió y abrió los ojos poco después del amanecer. Miró primero a Harriette, que estaba roncando suavemente en una silla y sonrió con afecto. Luego giró la cabeza y vio a Sophy que bostezaba profusamente.
– Veo que he estado bien atendida por mis ángeles de la guarda -señaló Fanny, con una voz débil, pero sin dejar de ser por ello la misma de siempre-. Me temo que para vosotras esta ha sido una larga noche. Os ruego me perdonéis.
Sophy se puso de pie, con una sonrisa y estirándose preguntó:
– ¿Debo entender que se siente mucho mejor ahora?
– Infinitamente mejor, aunque juro que nunca más volveré a comer salsa de rodaballo frío en toda mi vida. -Fanny se acomodó sobre tas almohadas y extendió la mano para tomar la de Sophy-. No sé cómo agradecerte por toda tu gentileza, querida. Una indisposición tan desagradable, la que me ha tocado padecer. ¿Por qué no me habrá dado algo más refinado, como un ataque de nervios o un vahído, por ejemplo?
El suave ronquido que venía desde la otra silla se detuvo abruptamente.
– Oh, mi querida Fanny -anunció Harriette despertando de inmediato-. No es factible que tú tengas vahídos o ataques de nervios, ni nada por el estilo. -Se le acercó para tomarle la mano-. ¿Cómo te sientes, querida? Vaya susto el que me has dado. Por favor, no vuelvas a hacérmelo.
– Me encargaré de ello para que no se repita el incidente-prometió Fanny.
Sophy presenció la emoción sincera en las expresiones de ambas mujeres y se conmovió. Ese afecto existente entre ellas sobrepasaba los límites de la amistad. Decidió que había llegado la hora de regresar. No estaba muy segura de comprender plenamente la clase de sentimiento que las unía, pero ciertamente, debía dejarlas para que gozaran de cierta privacidad.
Se puso de pie y comenzó a guardar las hierbas dentro de su maletín.
– ¿Le molestaría mucho si pidiera a su mayordomo que me lleve en su carruaje? -preguntó a Fanny.
– Mi querida Sophy, debes desayunar -dijo Harriette de inmediato-. No has pegado un ojo en toda la noche y ciertamente, no te marcharás de esta casa sin comer nada.
Sophy miró el reloj que estaba en un rincón y meneó la cabeza.
– Si me doy prisa, podré desayunar con Julián.
Media hora después, cuando Sophy entró en su cuarto, volvió a bostezar y decidió que la cama le resultaba mucho más atractiva que el desayuno. Nunca había estado más cansada en la vida. Pidió a Mary que se retirara del cuarto, asegurándole que no necesitaba nada y se sentó al tocador. La noche en vela que había pasado se notaba claramente en su desarreglo personal. Su cabello estaba hecho un desastre.
Tomó su cepillo de mango de plata y el brillo de los diamantes le llamó la atención. Frunció el entrecejo. Le llamó la atención haber dejado abierto el joyero. Claro que la noche anterior había estado muy apurada. Accidentalmente, debió de haber dejado el estuche abierto cuando guardó el brazalete de diamantes.
Estaba por cerrar la cajita cuando, horrorizada, advirtió que faltaban el anillo negro y el papel con los tres nombres.
– ¿Buscas esto, Sophy?
Al escuchar la gélida pregunta de Julián, Sophy se puso de píe abruptamente y se volvió para mirarlo. Él estaba parado entre las dos habitaciones. Tenía puestos unos pantalones de montar y sus botas hessianas favoritas. En una mano, sostenía el anillo negro, en la otra, el famoso papel.
Sophy miró primero la sortija y luego los ojos de esmeralda de su esposo. Se sintió presa del pánico.
– No entiendo, milord. ¿Por qué has tomado el anillo de mi joyero? -Sus palabras sonaron valientes y serenas, pero el tono no reflejó sus sentimientos. Le temblaron las rodillas cuando advirtió lo que significaba que Julián hubiese descubierto el papel con los tres nombres.
– Por qué tomé ese anillo es una larga historia. Pero antes de entrar en los detalles pertinentes, preferiría que me digas cómo está Fanny.
Sophy tragó saliva.
– Mucho mejor, milord.
Julián asintió y entró al cuarto de Sophy, para tomar asiento en una silla que estaba junto a la ventana. Apoyó el anillo y el papel en la mesa que estaba a su lado. La luz de la mañana se reflejó lánguidamente en el metal negro de la sortija.
– Excelente. Eres una estupenda enfermera, madam. Ahora que hemos terminado con ese asunto, me gustaría que me explicaras qué hacías precisamente con esta lista de nombres en tu poder.
Sophy se acomodó mejor en su silla del tocador y entrelazó las manos sobre la falda, mientras trataba de pensar cómo manejaría ese inusitado giro que había dado la situación. Estaba un tanto turbada por no haber podido dormir en toda la noche.
– ¿Estás enojado conmigo, milord? ¿Otra vez?
– ¿Otra vez? -Arqueó las cejas del mismo modo intimidante de siempre-. ¿Estás sugiriendo que la mayor parte del tiempo que paso contigo estoy enojado?
– Eso parece, milord-dijo Sophy, infelizmente-. Cada vez que creo que progresamos en nuestra relación, surge algo que echa a perder todo.
– ¿Y de quién es la culpa, Sophy?
– No puedes echarme toda la culpa a mí -declaró ella, sabiendo que estaba al borde de sus límites. Todo era demasiado-. Dudo que tomes esto en consideración, pero me permito recordarte que he tenido una noche muy larga. No he podido dormir ni lo más mínimo necesario, de modo que no estoy en condiciones de someterme a un interrogatorio. ¿Crees que podríamos posponerlo hasta que haya dormido una siesta?
– No, Sophy. No pospondremos esta conversación ni un solo minuto. Pero si te sirve de consuelo, quédate tranquila porque estamos en las mismas condiciones. Yo tampoco pude dormir mucho anoche. Me pasé todo el tiempo tratando de imaginar cómo habrías elaborado esta lista y por qué la asociaste con este anillo. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Cuánto sabes acerca de estos hombres? ¿Qué rayos planeabas hacer con toda la información que obtuvieras de ellos?.
Sophy lo miró, cansada, pero alerta. Por el modo en que Julián le formuló todas esas preguntas, se dio cuenta de que él sabía tanto o más que ella, respecto del famoso anillo.
– Te he explicado que ese anillo fue un obsequio para mi hermana.
– Eso ya lo sé. ¿Qué pasa con la lista?
Sophy se mordió el labio.
– Si te cuento lo de la lista, me temo que te enojarás mucho más conmigo de lo que ya estás, milord.
– No tienes alternativa. ¿De dónde sacaste esta lista?
– Charlotte Featherstone me la dio. -Ya no tenía sentido negarlo. No era buena para mentir, ni estando en óptimas condiciones y mucho menos esa mañana, que se sentía extenuada. Por otro lado, era evidente que Julián sabía demasiado.
– Featherstone. Maldición. Debí haberlo imaginado. Dime, querida, ¿crees que te quedará un ápice de buena reputación una vez que todos se enteren de que estás «sociabilizando» con una mujer de mal vivir? ¿O es que simplemente no te importa que las chusmas hagan una fiesta contigo cuando se corra la voz de todo esto?
Sophy se miró las manos.
– No hablé con ella directamente. Una amiga mía mandó el mensaje. La señorita Featherstone respondió con mucha discreción. Ella es muy agradable, en realidad, Julián. Creo que probablemente me habría gustado ser su amiga.
– Y tú le resultarías muy divertida, claro -dijo Julián brutalmente-. Una interminable fuente de diversión, para alguien tan desfachatada como ella. ¿De qué trataba ese mensaje que mandaste?
– Yo quería saber si ella había visto alguna vez un anillo como éste y de ser así, a quién se lo había visto puesto. – Sophy lo miró desafiante-. Debes notar que todo esto se relaciona con el proyecto del cual te hablé en su momento.