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Gran parte del lánguido placer del que Sophy aún estaba gozando, se esfumó cuando la realidad la golpeó repentinamente.

– Julián, no hay nada más que decir al respecto. Seguiré adelante con mis investigaciones.

– No -dijo él, manteniendo la calma-. No puedo permitírtelo. Es demasiado peligroso.

– No puedes detenerme.

– Puedo y debo. He tomado mi determinación. Regresarás a Ravenwood mañana.

– No regresaré a Ravenwood. -Conmocionada y furiosa, Sophy se apartó de él y llegó al borde de la cama, para tomar sus prendas. Aferrando el camisón con ambas manos, lo afrontó desafiante-. Ya una vez intentaste enclaustrarme en el campo. No tuviste éxito entonces y tampoco lo tendrás ahora. -Alzó la voz-. ¿Crees que me someteré a tus órdenes sólo por lo que nos pasa cuando estamos en la cama?

– No, aunque facilitaría mucho las cosas que lo hicieras.

La tranquilidad en la voz de Julián fue mucho más alarmante de lo que había sido su furia previa. Entonces Sophy decidió que su esposo era mucho más peligroso cuando estaba así que cuando desataba toda su ira en los gritos. Se ocultó detrás de su ropa y lo observó, inquieta.

– Mi honor demanda que complete mi tarea. Quiero encontrar y castigar al hombre que causó la muerte de Amelia. Pensé que habías entendido y aceptado mis sentimientos respecto del honor, milord. Teníamos un acuerdo.

– No niego tus sentimientos al respecto, pero existe un problema porque tu sentido del honor te pone en conflicto con el mío. Mi honor demanda que te proteja.

– Yo no necesito tu protección.

– Si crees eso, entonces eres mucho más inocente de lo que creía. Sophy, lo que estás haciendo es extremadamente peligroso y no puedo permitirte seguir adelante. Le dirás a tu dama de compañía que empiece a empacar tus cosas de inmediato. Terminaré mis asuntos de negocios aquí en la ciudad y me reuniré contigo en Ravenwood lo antes posible. Es hora de que volvamos a la Abadía. Ya me estoy cansando de la ciudad.

– Pero yo apenas he comenzado mi trabajo de detective. Y no me he cansado para nada de la ciudad. De hecho, ya empiezo a disfrutar de esta vida.

Julián sonrió.

– Ya lo creo. Tu influencia se hace notar en todo salón de baile y sala de recepción que voy. Te has convertido en una líder de la moda. Un logro muy importante para una mujer cuya primera temporada de presentación en sociedad fue desastrosa.

– Julián, no trates de convencerme con zalamerías. Para mí, esta cuestión es muy importante.

– Me doy cuenta. ¿Si no, por qué habría yo de haber tomado una decisión tan poco popular? Créeme que no es porque deseo que sigas arrojándome adornos por la cabeza.

– No volveré a Hampshire, milord, y es definitivo. -Sophy lo miró con airada determinación.

Él suspiró.

– En ese caso, me veré obligado a concertar una cita personal en Leighton Field.

Sophy se quedó aturdida.

– ¿A qué te refieres, Julián?

– A que si permaneces en la ciudad, tarde o temprano, me veré en la obligación de batirme a duelo con alguien para defender tu honor, como una vez tú lo hiciste por el mío.

Ella meneó la cabeza.

– No, no, eso no es cierto. ¿Cómo puedes insinuar semejante cosa? Yo no haría nada que en algún momento exigiera que tú retaras a duelo a otro hombre. Ya te lo he dicho. Y tú dijiste que me creías.

– No enriendes. No es de tu palabra de lo que dudo, Sophy. Me sentiría obligado a vengar el insulto que te hicieran. Y no habrá excepciones. Si te permito entrar en jueguecitos con hombres de la casta de Utteridge, Varley y Ormiston, no me caben dudas de que los insultos aparecerán inexorablemente.

– Pero yo no les permitiría insultarme. No me pondría en una situación así. Te lo juro, Julián.

Julián sonrió.

– Sophy, ya sé que tú no te expondrías voluntariamente a una situación indecorosa o comprometedora. Pero estos hombres son muy capaces de manipular las cosas de manera que una mujer inocente no tenga más posibilidades. Y una vez que ello sucediera, yo tendría que exigir una compensación.

– No. Nunca. Jamás debes sugerir tal posibilidad. No soporto la idea de verte mezclado en un duelo.

– Pero esa posibilidad ya existe, Sophy. Has hablado ya con Utteridge, ¿no?

– Sí, pero he sido muy discreta. Es imposible que él tenga una idea de lo que yo quería averiguar.

– ¿De qué hablasteis? -La presionó Julián-. ¿Por casualidad, salió el tema de Elizabeth?

– Sólo al pasar. Lo juro.

– Entonces habrás despertado su curiosidad. Y eso mi pequeña inocente e inexperta, es el primer paso al caos con un hombre del carácter de Utteridge. Para cuando hayas concluido de interrogar a Utteridge, Varley y Ormiston, los duelos me llegarán al cuello.

Desolada, Sophy lo miró. Se daba cuenta de que estaba en una trampa de la que no tenía escapatoria. No podía arriesgarse a que Julián tuviera que batirse a duelo para defender su honor. Esa idea la hizo estremecer de miedo.

– Te prometo que seré extremadamente cautelosa, milord -intentó una vez más, tímidamente, aunque sabía que era inútil.

– Hay mucho riesgo en juego. Lo único inteligente es sacarte de la ciudad. Quiero que estés a salvo con tus amigos y tu familia en el campo.

Sophy aceptó, con las lágrimas ardiendo en sus ojos.

– Muy bien, Julián. Me iré si crees que no hay otra solución. No quiero que arriesgues tu vida por mí.

La expresión de Julián se ablandó.

– Gracias, Sophy. -Extendió la mano y enjugó con el dedo una pequeña lágrima que le rodaba por la mejilla. Sé que esto es mucho pedir para una mujer cuyo sentido del honor es tan fuerte como el mío. Créeme que comprendo tu sed de venganza.

Impacientemente, Sophy se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

– Todo es tan injusto. Nada está resultando como yo planeé al aceptar casarme contigo. Nada. Todos mis planes, todos mis sueños, todas mis esperanzas, lo que acordamos. Todo se ha convertido en nada.

Julián la observó en silencio total por un rato.

– ¿Tan mal están las cosas de verdad, Sophy?

– Sí, milord, sí. Y sobre todas las cosas, tengo razones para sospechar que estoy… embarazada. -No se volvió para mirarlo cuando salió corriendo hacia el otro extremo de la habitación.

– ¡Sophy! -Julián se levantó de la cama como un resorte y corrió tras ella-. ¿Qué acabas de decir?

Sophy contuvo más lágrimas y seguía aferrándose a su camisón.

– Creo que me has oído bien.

Julián se le acercó y la miró, a pesar de que ella le estaba volviendo la espalda.

– ¿Estás embarazada?

– Posiblemente. La semana pasada me di cuenta de que hace mucho que me falta mi período menstrua!. Tendrá que pasar más tiempo para que tenga la certeza total, pero sospecho que realmente llevo tu bebé dentro de mí. De ser así, tendrías que sentirte muy contento, milord. Aquí estoy, embarazada y rumbo al campo, donde no pueda interferir en tu vida. Con esto tendrás todo lo que pretendías de este matrimonio. Un heredero y nada de problemas. Confío en que estarás satisfecho.

– Sophy, no sé qué decir. -Julián se pasó la mano por el cabello-. Si lo que dices es verdad, entonces no puedo negar que me complace. Pero yo tenía la esperanza… quiero decir, que tal vez, tú… -Se interrumpió, buscando la manera adecuada de terminar la frase-. Yo esperaba que tú también te pusieras contenta -logró decir finalmente.

Sophy lo miró, furiosa, aún con la cabeza gacha. Sus lágrimas ya se le habían secado en el rostro ante tan típica arrogancia masculina.

– Indudablemente, creíste que la perspectiva de esta inminente maternidad me convertiría en una esposa feliz y dulce, ¿verdad? En una mujer que estuviera deseosa de abandonar al olvido todas sus aspiraciones para dirigir tu casa de campo y criarte los hijos, ¿no?