Pero cuando abandonó el bosque que rodeaba la mansión, Sophy se dio cuenta de que la aguardaba una tarea mucho más difícil de lo que había esperado.
La luz salía desde las puertas abiertas de la entrada. Tanto los criados como los cuidadores de los establos preparaban antorchas. A la luz de la luna, Sophy notó que se habían ensillado varios caballos.
Una silueta familiar, de cabello oscuro, con botas de montar y pantalones manchados, estaba en la mitad de las escaleras de la izquierda. Julián emitía órdenes en voz alta y clara a todos aquellos que lo rodeaban. Era evidente que acababa de llegar, lo que significaba que se había ido de Londres al amanecer.
Sophy se sintió presa del pánico. Apenas había terminado de inventar una historia, que le había resultado una tarea bastante difícil, destinada sólo a los sirvientes, quienes por su relación de dependencia podrían estar obligados a creer cualquier cosa que ella les dijera. Pero mucho se temía que no estaba en condiciones de mentir a su marido.
Y Julián se había jactado siempre de que él se daba cuenta de inmediato cuando ella quería engañarlo.
Sophy no tenía más alternativa que intentarlo, se dijo, mientras seguía avanzando. No podía permitir que Julián arriesgara su vida en un duelo por defender su honor.
– Allí está, milord.
– Ah, sí, gracias a Dios, sana y salva.
– Milord, milord, mire, allí en el monte- Es milady y está bien.
Los auténticos gritos de alivio y algarabía reunieron a todo el mundo en la puerta de la casa cuando Sophy salió del monte.
Sophy pensó, con humor negro, que parte de ese alivio se debía a que todos los criados se habían visto en el aprieto de explicar la ausencia de Sophy a Julián.
El conde de Ravenwood volvió la cabeza de inmediato, para ver a Sophy a la luz de la luna. Sin decir una palabra, bajó corriendo las escalinatas y acortó la distancia entre ellos para estrecharla entre sus brazos.
– Sophy. Por Dios. Casi me matas del susto. ¿Dónde rayos te has metido? ¿Te encuentras bien? ¿Estás lastimada? Tengo ganas de matarte por lo mucho que me aterraste. ¿Qué te ha sucedido?
Aun a pesar de que sabía que la aguardaba una ordalía, Sophy sintió un profundo alivio. Julián estaba allí y ella estaba a salvo. Ninguna otra cosa más importaba. Instintivamente, se cobijó en ese abrazo y le apoyó la cabeza en el hombro. Le rodeó la cintura con los brazos. Julián estaba transpirado y Sophy supo que se habría movido con la misma velocidad que hacía cabalgar a Ángel.
– Tuve tanto miedo, Julián.
– No tanto como el que tuve yo cuando llegué hace pocos minutos y me comunicaron que el caballo había vuelto solo a la casa, sin tí, a última hora de la tarde. Los sirvientes te han buscado por todas partes desde entonces. Estaba preparándome para hacerlos salir otra vez. ¿Dónde has estado?
– Fue… fue todo por mi culpa, Julián. Yo volvía a casa después de visitar a la vieja Bess. Mi pobre yegua se asustó por algo que vio en el bosque y yo no estaba prestando atención. Debe de haberme arrojado. Yo me golpeé la cabeza y perdí el sentido por algún tiempo. No recuerdo mucho hasta hace muy poco. -Por Dios. Estaba hablando con demasiada rapidez, advirtió.
– ¿Todavía te duele la cabeza? -Julián le pasó los dedos entre los rizos, tratando de detectar algún bulto-. ¿Tienes otras heridas?
Sophy se dio cuenta de que había perdido su sombrero en algún sitio.
– Oh, no, Julián, estoy bien. Quiero decir, me duele un poco la cabeza, pero nada más. Y… el bebé está bien -agregó rápidamente, pensando que con eso lo distraería para que no siguiera buscando lesiones que no existían.
– Ah, sí, el bebé. Me alegra que él también esté bien. No volverás a cabalgar mientras estés embarazada, Sophy. -Se echó hacia atrás, para mirarle el rostro-. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
En ese momento, Sophy estaba tan aliviada porque Julián parecía creerla que no se molestó en discutir sobre sus derechos de volver o no a montar. Trató de sonreírle para tranquilizarlo pero se horrorizó al notar que los labios le temblaban. Parpadeó rápidamente.
– Estoy realmente muy bien, milord. Pero ¿qué estás haciendo aquí? Pensé que te quedarías unos días más en Londres. No nos habían avisado que regresarías tan pronto.
Julián la estudió por unos momentos y luego le tomó la mano para conducirla hacia el grupo de ansiosos sirvientes.
– Cambié de planes. Ven, Sophy. Te llevaré con tu dama de compañía para que te prepare un baño y te dé algo de comer. Cuando vuelvas a ser la misma, conversaremos otra vez.
– ¿De qué, milord?
– ¡Vaya! De lo que realmente ha pasado hoy, Sophy.
19
– Estábamos todos tan preocupados, milady. Teníamos terror de que le hubiera pasado algo malo. No tiene idea. Los muchachos del establo estaban fuera de si. Cuando apareció su yegua al trote, todos empezaron a buscarla a usted de inmediato, pero no había señales por ninguna parte. Alguien fue a la casa de la vieja Bess y ella se preocupó tanto como nosotros cuando se enteró de que no había regresado.
– Lamento haber causado tanto revuelo, Mary. -Sophy sólo estaba escuchando a medias los relatos de Mary. Su mente estaba preocupada por la próxima entrevista con Julián. Él no le había creído. Debió prever que él no creería en esa historia de que la yegua la había arrojado. Pero ¿qué iba a decirle ahora?
– Y después, el encargado de la caballeriza, que siempre es un pájaro de mal agüero, vino sacudiendo la cabeza, a decir que debíamos rastrear en la laguna, para tratar de encontrar su cuerpo.
Dios, casi me desmayo cuando escuché eso. Pero todo eso no fue nada comparado con el momento en que llegó Su señoría, inesperadamente. Aun los sirvientes que trabajaron en esta casa cuando vivía la primera condesa, decían que jamás habían visto a lord Ravenwood así de furioso. Amenazó con despedirnos a todos.
Un golpe en la puerta interrumpió los relatos de Mary sobre lo acontecido aquella tarde. Ella acudió a la puerta y cuando la abrió, encontró a una criada que venía con una bandeja de té.
– Bien, yo la tomaré. Vete ya. Su señoría necesita descansar. -Mary cerró la puerta y apoyó la bandeja en una mesa-. Oh, mire, Cook le ha enviado un poco de pastel. Coma una porción con el té. Le dará fuerzas.
Sophy miró la tetera y de inmediato sintió náuseas.
– Gracias, Mary. Enseguida beberé el té. Pero por el momento, no tengo hambre.
– Debe de ser por el golpe en la cabeza -dijo Mary-. Afecta el estómago. Pero por lo menos debería tomar una taza de té, señora.
La puerta volvió a abrirse y Julián entró al cuarto sin molestarse en llamar. Todavía llevaba su atuendo de montar y, obviamente, había escuchado el último comentario de Mary.
– Vete, Mary. Me encargaré personalmente de que beba su té.
Sorprendida por su llegada, Mary hizo una breve reverencia y retrocedió nerviosamente hacia la puerta.
– Sí, milord -dijo, mientras ponía la mano en el picaporte. Comenzó a retirarse, pero se detuvo para decir, con cierto aire desafiante-: Todos estábamos muy preocupados por la señora.
– Sé que así fue, Mary. Pero ella está ahora en casa nuevamente, sana y salva y la próxima vez rodos vosotros cuidaréis mejor de ella, ¿verdad?
– Oh, sí, milord. No la perderemos de vista.
– Excelente. Ahora puedes retirarte, Mary.
Mary salió corriendo.
Cuando la puerta se cerró detrás de su dama de compañía, Sophy apretó los dedos sobre su falda.
– No tienes que aterrorizar al personal, Julián. Son todos muy buenos y lo que pasó esta tarde nada tiene que ver con ellos. Yo… -Carraspeó-, Cabalgué por esa zona cientos de veces en los últimos años- No era necesario que me acompañara ningún cuidador. Estamos en el campo, no en la ciudad.