– ¿De verdad? -le dijo ella, pasándole el dedo sobre el pecho desnudo-. ¿Qué le dijiste?
– Que él mismo tendría que descubrir el camino difícil, como lo había hecho yo.-Se puso de costado y le apartó el cabello de la mejilla. Sonrió, fascinado por todo lo que se relacionaba con ella-. Gracias por consentir en ponerte las esmeraldas esta noche. ¿Te molestó tenerlas alrededor del cuello?
Sophy meneó la cabeza.
– No. Al principio no quería ponérmelas, pero después me di cuenta de que tenías razón. Las piedras combinan perfectamente con tus ojos. Cuando finalmente me adapté a esa idea, supe que sólo pensaría en ti cada vez que las luciera.
– Así debe ser. -La besó lentamente, deteniéndose en cada paso, saboreando la felicidad sin límites que sentía. Deslizaba suavemente la mano sobre la pierna de Sophy cuando escuchó el grito exigente que provenía del cuarto contiguo.
– Tu hijo tiene hambre, milord.
Julián se lamentó.
– Tiene un sentido infalible de la hora, ¿no?
– Es tan exigente como su padre.
– Muy bien, señora. Dejemos dormir a la niñera. Iré a buscarte al futuro conde de Ravenwood. Trata de calmarlo rápidamente así podremos volver a lo nuestro.
El bebé dejó de llorar no bien sintió las manos fuertes y grandes de su padre que lo levantaba. El pequeño de cabellos oscuros y ojos verdes se dispuso a mamar rápidamente, no bien Julián lo colocó en el pecho de Sophy.
Julián se sentó en el borde de la cama y observó a su familia en las sombras. Al verlos juntos, experimentó una sensación de alegría y satisfacción posesiva, idéntica a la que sentía cada vez que hacía el amor con su esposa.
– Sophy, dime que por fin has logrado todo lo que pretendías de este matrimonio -le pidió Julián.
– Todo y mucho más, Julián. -Su sonrisa fue muy brillante en la oscuridad-. Todo y mucho más.