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Sin embargo, habían oído hablar de lo rápido que montaba en cólera y de su temperamento incontenible por el cochero, el cuidador de caballos, el mayordomo y la dama de compañía de la señora, que habían escoltado a los condes hasta Eslington Park, razón por la que decidieron no arriesgarse a provocarlo.

En general, la luna de miel estaba saliendo bastante bien. Lo único que empañaba esa tranquilidad y alegría, en lo que a Sophy se refería, era la sutil, aunque deliberada presión que Julián ejercía sobre ella al anochecer. Empezaba a ponerla nerviosa.

Era más que evidente que Julián no tenía intenciones de abstenerse durante tres meses. Tenía esperanzas de seducirla mucho antes de que transcurriera ese lapso.

Hasta el momento en que Sophy advirtió la creciente inclinación de Julián a tomar oporto después de cenar, creyó que podía controlar esa situación. La trampa residía en poder controlar sus propios impulsos cuando llegaba la hora del beso de las buenas noches, el cual se iba tornando cada vez más íntimo con el paso de los días. Si lo lograba, se aseguraría de que Julián cumpliera su palabra por honor, aunque no por sentimientos.

Instintivamente, Sophy estaba convencida de que el orgullo de Julián no le permitía tomarla por la fuerza.

No obstante, lo que la preocupaba era la cantidad de oporto que consumía. Cada vez mayor. Eso daba un toque de peligrosidad a la situación que ya de por sí era bastante tensa. Recordó con demasiada nitidez aquella noche en que su hermana Amelia volvió a la casa, hecha un mar de lágrimas, explicando como pudo que un hombre embriagado era capaz de decir palabras horrendas y de tener un comportamiento brutal. Esa noche, Amelia tenía hematomas en los dos brazos. Furiosa, Sophy insistió en que revelara la identidad del amante, pero Amelia se negó nuevamente.

«¿Le has dicho a este refinado amante que tienes, que hemos sido vecinos de Ravenwood durante generaciones? Si el abuelo se entera de lo que está sucediendo aquí, acudirá de inmediato a lord Ravenwood por ayuda, para tratar de poner punto final a todas estas tonterías.»

Amelia se tragó más lágrimas. «Justamente por eso me he asegurado de que mi querido amor nunca sepa quién es mi abuelo.

Oh, Sophy, ¿no entiendes? Tengo miedo de que mi dulce amor se entere de que soy una Dorring y de que tengo cercana relación con lord Ravenwood y de que, por eso, se niegue a volver a verme.»

"¿Permitirías que tu amante abusara de ti antes que confesarle quién eres?», le había preguntado Sophy incrédula.

«Tú no sabes qué es amar», le contestó Amelia, en un murmullo y luego siguió llorando hasta quedarse dormida.

Sophy sabía que Amelia estaba equivocada. Claro que conocía el significado del amor, pero sólo trataba de manejar los peligros de ese sentimiento de un modo mucho más inteligente que su hermana. No cometería los errores de Amelia. Sophy soportó en silencio el problema del oporto que su esposo bebía después de cenar durante varias veladas de tensión.

Pero un día no aguantó más e hizo alusión al tema.

– ¿Tiene problemas para dormir, milord? -preguntó por fin ya en la segunda semana de casada. Ambos estaban sentados frente al fuego, en la sala de estar carmesí. Julián acababa de servirse otra copa de oporto y bastante generosa por cierto.

Él la miró con los párpados entrecerrados.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Discúlpeme, pero es inevitable darse cuenta de que su inclinación a beber más y más oporto después de cenar se acentúa a diario. Por lo general, la gente recurre al oporto, al jerez o al clarete para poder dormir mejor. ¿Usted suele beber tanto por las noches?

Julián tamborileó los dedos sobre el apoyabrazos de su silla y la estudió durante un largo rato.

– No -contestó por fin y se bebió toda la copa de un solo trago-. ¿Te molesta?

Sophy fijó su atención en el bordado que tenía entre las manos.

– Si tiene problemas de insomnio hay remedios más eficaces. Bess me ha enseñado a preparar unos cuantos.

– ¿Estás proponiéndome que tome una dosis de láudano?

– No. El láudano es efectivo, pero yo no recurriría a él a menos que ya hubiera fracasado con otros tónicos. Si usted quiere, puedo preparar una mezcla con varias hierbas para que pruebe. Yo he traído mi maletín de medicinas.

– Gracias, Sophy, pero creo que seguiré con el oporto. Él me entiende a mí y yo a él.

Sophy arqueó las cejas, sin comprender bien.

– ¿Y qué es lo que hay que entender, milord?

– ¿Quieres que sea totalmente franco, Señora Esposa?

– Por supuesto. -Se sorprendió ante semejante pregunta-. Ya sabe que prefiero que las conversaciones sean abiertas y libres entre nosotros. Es usted quien a veces tiene ciertas dificultades para expresar ciertos conceptos, no yo.

– Te advierto que no se trata de un asunto que te agrade discutir.

– Tonterías. Si tiene problemas para dormir, me parece que debe existir una cura más apropiada que el oporto.

– En eso estamos de acuerdo, querida. La cuestión es si tú estarás dispuesta a proporcionarme la cura.

Su voz ronca y sugestiva hizo que Sophy levantara la cabeza, alarmada. Entonces encontró la intensa mirada de esmeralda de su esposo. No necesitó nada más para entender.

– Ya veo -logró esgrimir con serenidad-. No me había dado cuenta de que nuestro acuerdo le causaría tales inconvenientes físicos, milord.

– Ahora que lo sabes, ¿te importaría liberarme de mi obligación?

A Sophy se le cortó en la mano un trozo de seda vegetal para bordar. Bajó la vista y vio las hebras colgando.

– Pensé que todo marchaba bastante bien, milord -dijo ella, distante.

– Ya lo sé. Lo has estado pasando bastante bien aquí en Eslington Park, ¿verdad, Sophy?

– Mucho, milord.

– Bueno, yo también. En ciertos aspectos. Aunque en otros, esta luna de miel me está resultando agotadora. -Arrojó lo que le quedaba del oporto-. Terriblemente agotadora, por todos los demonios. El hecho es que nuestra situación es antinatural, Sophy.

Ella suspiró, apesadumbrada.

– ¿Esto significa que quiere que acortemos nuestra luna de miel?

La copa vacía de cristal se quebró en su mano. Julián maldijo y se sacudió los delicados fragmentos de entre los dedos.

– Significa -dijo solemnemente- que me gustaría normalizar este matrimonio. Es mi obligación y mi placer insistir en ello.

– ¿Está tan ansioso por engendrar a su heredero?

– En este momento no estoy pensando en mi futuro heredero, sino en el actual conde de Ravenwood. También estoy pensando en la actual condesa de Ravenwood. La única razón por la que tú no estás sufriendo tamo como yo, es que no sabes qué estás perdiéndote.

Sophy se encendió de ira.

– No necesita ser tan odiosamente condescendiente, milord. Soy una muchacha de campo, ¿lo recuerda? He sido criada entre anímales y hasta me han llamado una o dos veces para ayudar a nacer a algún bebé. Ya sé qué es lo que pasa entre marido y mujer y para ser totalmente honesta, no creo que me esté perdiendo nada tan edificante.

– No se trata de un ejercicio intelectual, madam- Tiene un objetivo físico.

– ¿Como montar a caballo? Si no le importa que se lo diga, hasta me parece menos satisfactorio. Por lo menos, cuando uno cabalga, cumple con un objetivo útil, como es el de llegar a un destino prefijado.

– Quizás ya es hora de que aprendas qué destino te espera en la cama, querida.

Julián ya estaba de pie, tratando de llegar a ella cuando Sophy empezó a darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Le arrancó el bordado de las manos y lo arrojó por el aire. La rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. No bien lo miró a los ojos, Sophy se dio cuenta de que, esta vez, el conde no se contentaría con darle uno de esos persuasivos besos de buenas noches que había estado recibiendo últimamente por parte de él.

Alarmada, Sophy lo empujó por los hombros.

– Basta, Julián, ya le he dicho que no quiero ser seducida.

– Estoy empezando a creer que es mi obligación seducirte. Este tonto acuerdo que me has impuesto es demasiado para mí, pequeñita. Ten piedad de tu pobre esposo. Sin duda moriré de frustración si me veo obligado a esperar tres meses- Sophy, deja de forcejear.

– Julián, por favor…

– Shh, cariño. -Delineó los contornos de los labios de ella con las yemas de los dedos-. Te he dado mi palabra de que no te forzaría y juro que cumpliré mi promesa aunque sólo Dios sabe cómo me está matando. Pero tengo todo el derecho del mundo de intentar hacerte cambiar de opinión y es eso exactamente lo que haré. Te he dado diez días para que te acostumbres a la idea de que estás casada conmigo. Son nueve días más de los que te habría dado cualquier otro hombre en mi lugar.

La boca de Julián descendió sobre la de ella repentinamente, feroz, exigente. Sophy había estado en lo cierto. No se trataba ya de los besos convincentes ni del ataque psicológico al que la había sometido todas esas noches y que la muchacha había aprendido a esperar con ansiedad. Ese beso fue caliente, deliberadamente devastador. Sintió que la lengua de Julián recorría vorazmente la suya. Por un instante, una calidez agradable la envolvió, pero cuando saboreó el gusto a oporto en su boca, comenzó a luchar contra él otra vez.