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Sophy asintió en dirección a la vieja y arrugada mujer que tanto le había enseñado.

– Tendré en cuenta reducir las cantidades. Pero ¿cómo estás tú? ¿Necesitas algo?

– Nada, niña, nada. -Bess estudió su vieja casa y su jardín de hierbas con una mirada serena, mientras se limpiaba las manos en el delantal-. Tengo todo lo que necesito.

– Siempre es así. Eres afortunada al estar tan contenta con la vida, Bess.

– Tú también encontrarás la felicidad algún día, si te esmeras en buscarla.

La sonrisa de Sophy se desvaneció.

– Tal vez. Pero primero debo buscar otras cosas.

Bess la miró apesadumbrada. Sus ojos casi transparentes se llenaron de comprensión.

– Pensé que ya habías superado tu sed de venganza, niña.

Creí que finalmente la habrías dejado en el pasado, como debe ser.

– Las cosas han cambiado, Bess. -Sophy se encaminó hacia el sitio donde la aguardaba su caballo, rodeando la casa con techo de paja-. Tengo la oportunidad de lograr que se haga justicia.

– Si tienes un poco de sentido común, niña, debes seguir mi consejo y olvidar el asunto. Lo hecho, hecho está. Tu hermana, que en paz descanse, ya no está con nosotros. Ya no hay nada que puedas hacer por ella. Tú tienes vida propia y debes prestarle atención. -Bess sonrió, mostrando así todos los dientes que le faltaban-. He escuchado por ahí que hay cuestiones mucho más importantes que tienes que considerar en estos días.

Sophy miró con agudeza a la mujer mayor, mientras trataba infructuosamente de acomodar su sombrero que tenía medio caído.

– Como siempre, te las ingenias para estar al día con los chismes del pueblo. ¿Ya te has enterado de que he recibido una propuesta formal de matrimonio del mismo demonio?

– Los que llaman a lord Ravenwood demonio son los que se dedican a los chismes. Yo sólo me ocupo de los hechos. ¿Es cierto?

– ¿Qué? ¿Que el conde de Ravenwood es pariente cercano de Lucifer? Sí, Bess, estoy casi segura de que es cierto. Nunca he conocido a un hombre más arrogante que Su señoría. Ese orgullo tan arraigado pertenece indudablemente al mismo diablo.

Bess meneó la cabeza con impaciencia.

– Quería preguntar si de verdad él te propuso matrimonio.

– Sí.

– ¿Y bien? ¿Cuándo le contestarás, si se puede saber?

Sophy se encogió de hombros, abandonando sus esfuerzos por acomodarse el sombrero.

– El abuelo le iba a contestar esta tarde. El conde mandó a decir que vendría esta tarde a las tres por su respuesta. Bess se detuvo abruptamente en el sendero de piedras. Sus rizos grises bailotearon desordenadamente por debajo de su gorra de muselina amarilla. Su rostro envejecido se arrugó aun más ante la confusión.

– ¿Esta tarde? ¿Y tú estás aquí escogiendo hierbas de mi jardín como si fuera un día de semana común y corriente? ¿Qué tontería es esta, muchacha? En este momento deberías estar en Chesley Court, vestida con tus mejores galas.

– ¿Por qué? El abuelo no me necesita allí. Es perfectamente capaz de decirle al demonio que se vaya al infierno.

– ¡Que le diga al demonio que se vaya al infierno! Sophy, niña, ¿estás insinuando que le pediste a tu abuelo que rechazara la propuesta del conde de Ravenwood?

Sophy sonrió cuando se detuvo frente al caballo avellana que la estaba aguardando.

– Has entendido perfectamente bien, Bess. -Se metió los paquetitos de hierbas en los bolsillos de la ropa.

– Tonterías -exclamó Bess-. No puedo creer que lord Dorring tenga el cerebro tan pequeño como para hacer semejante cosa. El sabe que jamás se te volverá a presentar otra oportunidad como ésta aunque vivas cien años.

– Yo no estoy tan segura de ello -dijo Sophy, tajante-. Por supuesto que eso depende de lo que tú consideres una buena oportunidad.

Bess entrecerró los ojos.

– Niña, ¿estás haciendo todo esto porque tienes miedo del conde? ¿Es eso? Pensé que eras lo suficientemente sensata como para no creer todas las patrañas que se dicen en el pueblo.

– Por supuesto que no las creo -contestó ella mientras se sentaba en la silla de montar-. No todas. Sólo la mitad. ¿Eso te sirve de consuelo, Bess? -Sophy se acomodó la falda debajo de sus piernas. Ella solía cabalgar a horcajadas aunque no se consideraba apropiado que una muchacha de su condición lo hiciera. Sin embargo, la gente de campo era más informal respecto de esa clase de cosas. De todas maneras, a Sophy no le cabían dudas de que su virtud estuviera bien protegida. Si acomodaba cuidadosamente su ropa, sólo exhibía las botas de media caña color tostado por debajo de las faldas.

Bess tomó la brida del zaino y alzó la vista hacia Sophy.

– Y bien, muchacha, ¿no creerás esa historia que cuentan que el conde ahogó a su primera esposa en la laguna, verdad?

Sophy suspiró.

– No, Bess, no la creo. -Pero habría sido más correcto decir que no quería creerla.

– Gracias a Dios, aunque para no faltar a la verdad, hay que reconocer que nadie en este mundo podría haber culpado al conde si lo hubiera hecho -admitió Bess.

– Cierto, Bess.

– ¿Entonces a qué viene toda esta tontería de que rechazas la propuesta del conde? No me importa la expresión de tus ojos, muchacha. Ya la he visto varias veces. ¿Qué te traes entre manos ahora?

– ¿Ahora? Bien… Cabalgaré en el viejo Bailarín de regreso a Chesley Court y, una vez allí, me dedicaré a almacenar todas estas hierbas que tú tan gentilmente me has obsequiado. La gota del abuelo está molestándolo otra vez y ya casi no tengo ingredientes para prepararle su poción predilecta.

– Sophy, querida, ¿de verdad rechazarás la propuesta de matrimonio del conde?

– No -dijo Sophy honestamente-, de modo que no hay necesidad de que te muestres tan horrorizada. Si insiste, al final me tendrá, pero bajo mis condiciones.

Bess abrió mucho los ojos.

– Ah, creo que ahora te entiendo. Otra vez has estado leyendo esos libros que hablan sobre los derechos de las mujeres, ¿no? No seas tonta, niña, y acepta los consejos de esta vieja: ni intentes poner en práctica tus jueguitos con Ravenwood. No los pasará por alto. Es posible que puedas llevar de la nariz a lord Dorring, pero el conde de Ravenwood tiene una personalidad completamente diferente.

– Coincido contigo en ese punto, Bess. El conde de Ravenwood es un hombre completamente diferente del abuelo. Pero trata de no preocuparte por mí. Sé lo que estoy haciendo. -Sophy recogió las riendas y tocó suavemente al zaino con el talón.

– No, niña. No estoy tan segura de eso. -Le gritó Bess a sus espaldas-. No se provoca al demonio sin salir lastimada, como si tal cosa.

– Pensé que habías dicho que Ravenwood no era ningún demonio -contestó Sophy por encima del hombro cuando Bailarín emprendió el trote.

Saludó a Bess con la mano mientras el caballo se dirigía a un monte cercano. No tenía necesidad de guiar al zaino para que hallara el camino de regreso a Chesley Court. Durante los últimos años había recorrido ese trayecto tan a menudo que conocía el itinerario de memoria.

Sophy dejó las riendas sueltas alrededor del caballo mientras se ponía a pensar en la escena que sin duda la esperaría al llegar a Chesley Court.

Seguramente sus abuelos estarían destrozados. Esa mañana lady Dorring se había llevado a la cama una amplia variedad de tónicos y sales fortalecedoras, que había acomodado al alcance de su mano. Lord Dorring, quien había tenido la dura tarea de enfrentar a Ravenwood solo, sin duda estaría buscando consuelo en una botella de clarete en esos momentos. El personal de la pequeña residencia estaría silencioso. Ellos, al igual que todo el mundo, habrían preferido un buen esposo para Sophy, por una cuestión de intereses. Sin un adecuado arreglo conyugal por el que se llenaran las decadentes arcas de la familia, había muy pocas perspectivas de que los sirvientes viejos recibieran una pensión respetable.

Era de esperar que nadie comprendiera la negativa de Sophy ante la propuesta de Ravenwood. Rumores, chismes y oscuras historias aparte, el hombre era, después de todo, un conde… muy rico y poderoso por cierto. Era propietario de la mayoría de las vecindades allí en Hampshire, así como también de otras tierras en condados vecinos. Además, poseía una elegante casa en Londres.

Por lo que los habitantes del lugar sabían, Ravenwood administraba correctamente sus heredades y era justo tanto con sus terratenientes como con sus sirvientes. Eso era todo lo que realmente importaba en el condado. Todos los que dependían del conde gozaban de una vida muy cómoda, siempre que se cuidaran de no interponerse en su camino.

Todos coincidían en que Ravenwood tenía sus defectos, pero también admitían que cuidaba afanosamente de sus tierras y de la gente que trabajaba para él. Pudo haber asesinado a su esposa, pero se había abstenido de hacer cosas realmente infames, como, por ejemplo, despilfarrar toda su herencia en juegos de azar en Londres.

«La gente del pueblo podría ser caritativa con Ravenwood -pensaba Sophy-. Pero no tenían que enfrentarse a la perspectiva de casarse con él.».

Tal como siempre sucedía cada vez que Sophy recorría ese sendero, su vista estaba fija en las oscuras y frías aguas de la laguna Ravenwood, en cuya superficie flotaban costras de hielo, esparcidas de tanto en tanto. Si bien había quedado poca nieve en el suelo, la presencia del frío invernal se hacia sentir sobremanera en el aire. Sophy se estremeció y Bailarín olisqueó algo confuso.