Julián se quedó en silencio durante varios minutos más, mirándola a los ojos.
– Pides mucho, Sophy.
– No más de lo que tú pides de mí.
Julián asintió, de mala gana, concediendo al menos, ese punto.
– Sí, tienes razón-murmuró-. No conozco ninguna otra mujer capaz de discutir y defender su honor como tú. En realidad, no conozco a ninguna que alguna vez piense en su honor.
– Tal vez sólo se deba a que el hombre no presta ninguna atención a los sentimientos de una mujer al respecto, salvo cuando, por falta de honor de la mujer, el suyo se ve amenazado o ultrajado.
– Ya basta, te lo suplico. Me rindo. -Julián alzó la mano, como para ponerse en guardia e impedir más discusiones-. Muy bien, madam, te doy mi palabra solemne que tengo plena fe y confianza en tu honor de mujer.
La tensión interior de Sophy se disipó. Sonrió pálidamente, consciente de lo mucho que había costado a Julián hacerle esa concesión.
– Gracias, Julián. -Impulsivamente, se puso en puntillas y le rozó los labios con los suyos-. Nunca te traicionaré -murmuró solemnemente.
– Entonces no hay razón para que tú y yo no nos llevemos bien. -La abrazó casi con brusquedad, atrayéndola hacia su delgado y fibroso cuerpo. Su boca se posó sobre la de ella, exigente, extrañamente presurosa.
Un momento después, cuando Julián levantó la cabeza, en su mirada se leyó ese familiar brillo de anticipación.
– ¿Julián?
– Creo, mi fiel esposa, que es hora de que volvamos a casa. Tengo planes para lo que resta de esta velada.
– ¿De verdad, milord?
– Definitivamente. -Le tomó el brazo nuevamente y caminó por el sendero con pasos tan largos, que Sophy prácticamente tuvo que trotar para alcanzarlo-. Creo que nos despediremos de la anfitriona inmediatamente.
Pero poco después, cuando llegaron a su casa, Guppy los aguardaba con una extraña expresión de grave preocupación.
– Ah, ya llegó, milord. Estaba a punto de enviar a uno de los criados para que lo localizara en su club. Su tía, lady Sinclair, ha enfermado repentinamente y la señorita Rattenbury ya ha mandado dos mensajes solicitando la asistencia de milady.
15
Julián merodeaba por su cuarto, inquieto, consciente de que su insomnio se debía a qué Sophy no estaba durmiendo en la alcoba contigua. Donde debía estar. Se pasó la mano por su ya despeinada cabellera, preguntándose en qué momento había llegado al punto en que ya no podía dormir si Sophy no estaba cerca.
Se desplomó sobre la silla que había encargado al joven Chippendale pocos años atrás, cuando él y el ebanista se habían dedicado a emplear el estilo neoclásico en sus trabajos. La silla era el reflejo del idealismo de su juventud, pensó Julián, en un extraño momento de meditación.
Durante aquella misma época, que ahora le parecía tan remota, Julián solía quedarse hasta muy tarde en la noche, discutiendo los clásicos griegos y latinos, e involucrarse en la política de los Whigs, liberales reformistas. Hasta creyó necesario balear a dos hombres que se habían atrevido a impugnar el honor de Elizabeth.
Cuánto había cambiado en los últimos años, pensó Julián. En esos días, no tenía tiempo ni deseos de discutir los clásicos. Había llegado a la conclusión de que los Whigs, hasta los más liberales, no eran menos corruptos que los lories. Y hacía tiempo también que había decidido que el concepto de que Elizabeth tuviera honor era irrisorio.
Ausente, pasó las manos por los apoyabrazos de caoba, bellamente trabajados. Con cierta sorpresa, descubrió que parte de él todavía respondía a los motivos puros y clásicos del diseño.
Del mismo modo que una parte de él, también, había insistido en escribir algunos versos para acompañar el brazalete y el tratado de botánica que había regalado a Sophy. Pero el poema había resultado extraño y de mala calidad.
No había escrito poesía desde sus días en Cambridge y desde los comienzos de su relación con Elizabeth. Honestamente, reconocía que no tenía ningún talento para ello. Después de uno o dos intentos, terminó por hacer una bola con la hoja de papel donde había escrito la poesía y prefirió redactar una nota, que finalmente colocó junto a los regalos.
Pero, aparentemente, allí no terminó la cuestión. Esta noche había recibido evidencia, clara e inquietante, de que parte de su idealismo juvenil aún sobrevivía a pesar de todo lo que había hecho por aplastarlo con todo el peso de una concepción cínica y realista del mundo. No podía negar que algo en él había respondido a la exigencia de Sophy por una prueba que demostrara que él respetaba su honor.
Julián dudó de la inteligencia de haberle permitido que se quedara a pasar la noche en casa de Fanny y Harriette. Claro que después concluyó que no habría podido influir en su decisión tampoco. Desde el momento en que recibió el mensaje de Guppy, ella se puso firme en su determinación por acudir de inmediato en ayuda de Fanny.
Claro que Julián tampoco lo puso en tela de juicio, pues él también se preocupó mucho por la condición delicada de su tía.
Fanny era excéntrica, impredecible y en ocasiones hasta brusca, pero Julián se dio cuenta de que la quería. Después de la muerte de sus ancianos padres, Fanny fue el único miembro del clan Ravenwood a quien Julián quiso genuinamente.
Después de recibir el mensaje, Sophy sólo se demoró para cambiarse y despertar a su dama de compañía. Mary hizo las diligencias correspondientes a toda prisa, empacando las pocas cosas que Sophy podría necesitar. Mientras tanto, la muchacha recogió su maletín con las medicinas y su preciado tratado de botánica de Culpeper.
– Hay hierbas que se me están terminando ya -le dijo Sophy a Julián en el carruaje que la condujo hacia la casa de Fanny-. En las boticas locales tal vez consiga manzanilla y ruibarbo turco. Es una pena que la vieja Bess esté tan lejos. Sus hierbas son las más fiables.
Ya en casa de Fanny, una Harriette completamente descolocada los recibió. Al ver a la mujer en ese estado, que normalmente se caracterizaba por su tranquilidad, Julián cayó en la cuenta de lo enferma que estaba su tía en realidad.
– Gracias a Dios que estás aquí, Sophy. He estado tan preocupada. Quise enviar por el doctor Higgs, pero Fanny no quiso saber nada. Dijo que es un charlatán y que no lo dejará pasar por la puerta. Y no puedo culparla por eso, ya que son más los pacientes que pierde ese hombre que los que salva. Claro que entonces no supe qué hacer, más que mandar a buscarte. Espero que no te importe.
– Por supuesto que no. Iré a ayudarla de inmediato, Harry,
– Entonces Sophy saludó rápidamente a Julián y subió corriendo las escaleras, mientras uno de los criados subía detrás de ella con el maletín de las medicinas.
Harriette se dirigió a Julián, quien aún estaba parado en el vestíbulo. Lo miró ansiosa.
– Gracias por permitirle venir a esta hora.
– No habría podido detenerla, aunque hubiese querido-dijo Julián-. Y sabe que quiero mucho a Fanny. Quiero que reciba la mejor atención. En cuanto al médico, estoy bastante de acuerdo. Los únicos remedios que Higgs conoce son el drenaje y los purgantes.
Harriette suspiró.
– Me temo que tienes razón. Nunca he tenido mucha fe en los drenajes y créeme que la pobre Fanny lo último que necesita es un purgante. Ya ha experimentado ese tratamiento lo suficiente, por causa de ese mal que contrajo. Entonces, sólo me quedaba Sophy y sus hierbas.
– Sophy es muy buena con sus hierbas -dijo Julián, tranquilizando a la mujer-. Puedo opinar por experiencia propia. Tengo el personal más sano y rozagante de toda la ciudad.
Harriette sonrió por compromiso, ante el intento de Julián de matizar con una nota de buen humor.
– Sí, lo sé. Nuestro personal también está muy bien gracias a las recomendaciones de Sophy. Y mi reumatismo es mucho más controlable desde que sigo sus indicaciones. ¿Qué haríamos sin ella ahora, milord?
La pregunta lo hizo tomar conciencia.
– No lo sé.
Veinte minutos después, Sophy apareció en lo alto de la escalera, para informar a tos presentes que creía que la indisposición de Fanny se debía al consumo de pescado en mal estado durante la cena. También dijo que le llevaría varías horas curarla y seguir el proceso.
– Definitivamente, Julián, me quedaré a pasar la noche aquí.
Sabiendo que ya no le quedaba más por hacer, Julián, con reticencia, decidió volver a su casa en su carruaje. Experimentó esa sensación de incomodidad no bien despidió a Knapton y se acostó en su solitaria cama.
Acariciaba la idea de bajar a la biblioteca, para entretenerse con algún libro aburrido, cuando recordó el anillo negro. Entre la preocupación por encontrar a Sophy en los jardines con Waycott y la enfermedad de Fanny, Julián advirtió que había olvidado el anillo negro por un rato.
Daregate tenía razón. Había que destruirlo de inmediato. Julián estaba decidido a sacarlo del joyero de Sophy sin más dilaciones. Lo incomodaba el solo pensar que ella lo tenía, pues era muy factible que la ¡oven cediera a la tentación de volvérselo a poner.