Julián tomó una vela y entró al cuarto de Sophy por la puerta que comunicaba ambas alcobas. Sin su presencia, el cuarto parecía vacío y triste. Ese detalle le hizo notar cuan acostumbrado estaba a tenerla en su vida. Aquella ausencia en su cama le hizo maldecir a todos los vendedores de pescado en mal estado de la ciudad. De no haber mediado la enfermedad de Fanny, en ese momento estaría haciendo el amor con su obcecada, delicada, apasionada y honorable esposa.
Julián se acercó al tocador y levantó la tapa del joyero. Se quedó de pie por un momento, estudiando las cosas de Sophy. El único elemento de valor que encontró fue el brazalete de diamantes que él le había regalado. Estaba cuidadosamente guardado, en un sitio de privilegio, sobre el interior de terciopelo rojo.
Julián decidió que Sophy necesitaría un par de pendientes que combinaran con el brazalete.
Después, la mirada se posó automáticamente en el anillo negro que estaba en un rincón del estuche. Estaba apoyado sobre un trozo de papel doblado. El solo verlo lo enfadó. Sophy sabía que ese anillo había sido un obsequio para su hermana, por parte de un patán descorazonado, que no había tenido reparos en seducir a una inocente. Pero lo que no sabía era lo peligroso que podía ser, ni lo que representaba.
Julián tomó la sortija y, con los dedos, tocó el papel que había debajo. Motivado por una nueva inquietad, lo tomó y lo abrió.
Había tres nombres escritos en éclass="underline" Utteridge, Varley y Ormiston.
Las brasas de una serena inquietud se convirtieron en ardientes llamas de furia.
– ¿De verdad se pondrá bien? -Harriette estaba junto a la cama de Fanny, estudiando ansiosamente el rostro pálido de su amiga. Después de horas de vómitos espasmódicos y dolor intestinal, Fanny finalmente se había quedado dormida.
– Creo que sí -dijo Sophy, mezclando nuevas hierbas en un vaso de agua-. Ha eliminado la mayor parte de los alimentos en mal estado que tenía en el estómago y, como verá, ya no tiene tanto dolor. Velaré por ella toda la noche. Estoy casi segura de que lo peor ya ha pasado, pero no completamente, todavía.
– Me quedaré aquí contigo.
– No hay necesidad. Por favor, Harry. Vaya a dormir un poco. Se la ve tan exhausta como a Fanny. Harriette descartó la sugerencia sacudiendo la mano en el aire.
– Tonterías. No podría dormir sabiendo que Fanny todavía está en peligro.
Sophy sonrió, comprensiva.
– Usted es muy buena amiga de ella. Fanny tiene mucha suerte.
Harriette se sentó en una silla que estaba junto a la cama y se acomodó las faldas lilas.
– No, no, Sophy. Es al revés. Soy yo la afortunada al tener a Fanny como mi mejor amiga. Es la dicha de mi vida… es la persona a quien le puedo confiar cualquier cosa, por tonta o inteligente que sea. Es la única que puede compartirlo todo, desde el chisme más insignificante hasta la noticia más monumental. Es la única con quien puedo reír o llorar y hasta, a veces, permitirme el lujo de tomar un poco de jerez.
Sophy se sentó al otro lado de la cama y analizó la expresión de Harriette, comprendiendo todo repentinamente.
– Es la única persona sobre la faz de la tierra con la que se siente totalmente libre.
Harriette esbozó una sonrisa brillante por un momento.
– Sí. Correcto. La única persona con la que puedo ser libre.-Tocó la mano de Fanny, que caía sobre la sábana bordada.
Sophy siguió el gesto con la mirada y presintió el amor que se encerraba en él. Una familiar sensación de deseo se encendió dentro de ella, al pensar en la relación que mantenía con Julián.
– Es muy afortunada, Harry -le dijo suavemente-. Ni siquiera los matrimonios están unidos por los mismos lazos que usted y Fanny.
– Lo sé. Es triste, pero, quizá, comprensible. ¿Cómo podrían entenderse un hombre y una mujer del mismo modo que nos comprendemos Fanny y yo?
Sophy entrelazó sus dedos sobre su falda.
– Tal vez -dijo-, el entendimiento total no sea necesario si existe un amor genuino, un respeto mutuo y una disposición a la tolerancia.
Harriette la miró intensamente y luego le preguntó.
– ¿Eso es lo que esperas encontrar junto a Ravenwood?
– Sí.
– Como te dije antes, por como son los hombres en general, Julián es muy bueno, pero no sé si puede darte lo que buscas. Fanny y yo hemos sido testigos de cómo Elizabeth exterminó los sentimientos cálidos de él. En lo personal, no creo que ningún hombre sea capaz de ofrecer a una mujer lo que ella realmente necesita.
Sophy apretó los dedos.
– Es mi esposo y yo lo amo. No niego que sea arrogante, obstinado y difícil en exceso, a veces, pero como usted dijo, es un buen hombre. Un hombre honorable. Toma seriamente sus responsabilidades. Nunca me habría casado con él si no hubiese estado segura de todo eso. Por cierto, en un tiempo, creí que jamás me casaría.
Harriette asintió, comprendiendo la situación.
– El matrimonio es una aventura muy arriesgada para una mujer.
– Bueno, yo me he arriesgado. De un modo u otro, espero que me dé resultado. -Sophy sonrió al recordar la escena que había vivido horas antes, con Julián, en los jardines-. Cuando estoy convencida de que todo está perdido, Julián me muestra un haz de luz y con eso recupero mis fuerzas para seguir en esta aventura.
Fanny se movió y abrió los ojos poco después del amanecer. Miró primero a Harriette, que estaba roncando suavemente en una silla y sonrió con afecto. Luego giró la cabeza y vio a Sophy que bostezaba profusamente.
– Veo que he estado bien atendida por mis ángeles de la guarda -señaló Fanny, con una voz débil, pero sin dejar de ser por ello la misma de siempre-. Me temo que para vosotras esta ha sido una larga noche. Os ruego me perdonéis.
Sophy se puso de pie, con una sonrisa y estirándose preguntó:
– ¿Debo entender que se siente mucho mejor ahora?
– Infinitamente mejor, aunque juro que nunca más volveré a comer salsa de rodaballo frío en toda mi vida. -Fanny se acomodó sobre tas almohadas y extendió la mano para tomar la de Sophy-. No sé cómo agradecerte por toda tu gentileza, querida. Una indisposición tan desagradable, la que me ha tocado padecer. ¿Por qué no me habrá dado algo más refinado, como un ataque de nervios o un vahído, por ejemplo?
El suave ronquido que venía desde la otra silla se detuvo abruptamente.
– Oh, mi querida Fanny -anunció Harriette despertando de inmediato-. No es factible que tú tengas vahídos o ataques de nervios, ni nada por el estilo. -Se le acercó para tomarle la mano-. ¿Cómo te sientes, querida? Vaya susto el que me has dado. Por favor, no vuelvas a hacérmelo.
– Me encargaré de ello para que no se repita el incidente-prometió Fanny.
Sophy presenció la emoción sincera en las expresiones de ambas mujeres y se conmovió. Ese afecto existente entre ellas sobrepasaba los límites de la amistad. Decidió que había llegado la hora de regresar. No estaba muy segura de comprender plenamente la clase de sentimiento que las unía, pero ciertamente, debía dejarlas para que gozaran de cierta privacidad.
Se puso de pie y comenzó a guardar las hierbas dentro de su maletín.
– ¿Le molestaría mucho si pidiera a su mayordomo que me lleve en su carruaje? -preguntó a Fanny.
– Mi querida Sophy, debes desayunar -dijo Harriette de inmediato-. No has pegado un ojo en toda la noche y ciertamente, no te marcharás de esta casa sin comer nada.
Sophy miró el reloj que estaba en un rincón y meneó la cabeza.
– Si me doy prisa, podré desayunar con Julián.
Media hora después, cuando Sophy entró en su cuarto, volvió a bostezar y decidió que la cama le resultaba mucho más atractiva que el desayuno. Nunca había estado más cansada en la vida. Pidió a Mary que se retirara del cuarto, asegurándole que no necesitaba nada y se sentó al tocador. La noche en vela que había pasado se notaba claramente en su desarreglo personal. Su cabello estaba hecho un desastre.
Tomó su cepillo de mango de plata y el brillo de los diamantes le llamó la atención. Frunció el entrecejo. Le llamó la atención haber dejado abierto el joyero. Claro que la noche anterior había estado muy apurada. Accidentalmente, debió de haber dejado el estuche abierto cuando guardó el brazalete de diamantes.
Estaba por cerrar la cajita cuando, horrorizada, advirtió que faltaban el anillo negro y el papel con los tres nombres.
– ¿Buscas esto, Sophy?
Al escuchar la gélida pregunta de Julián, Sophy se puso de píe abruptamente y se volvió para mirarlo. Él estaba parado entre las dos habitaciones. Tenía puestos unos pantalones de montar y sus botas hessianas favoritas. En una mano, sostenía el anillo negro, en la otra, el famoso papel.
Sophy miró primero la sortija y luego los ojos de esmeralda de su esposo. Se sintió presa del pánico.
– No entiendo, milord. ¿Por qué has tomado el anillo de mi joyero? -Sus palabras sonaron valientes y serenas, pero el tono no reflejó sus sentimientos. Le temblaron las rodillas cuando advirtió lo que significaba que Julián hubiese descubierto el papel con los tres nombres.
– Por qué tomé ese anillo es una larga historia. Pero antes de entrar en los detalles pertinentes, preferiría que me digas cómo está Fanny.