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Sophy tragó saliva.

– Mucho mejor, milord.

Julián asintió y entró al cuarto de Sophy, para tomar asiento en una silla que estaba junto a la ventana. Apoyó el anillo y el papel en la mesa que estaba a su lado. La luz de la mañana se reflejó lánguidamente en el metal negro de la sortija.

– Excelente. Eres una estupenda enfermera, madam. Ahora que hemos terminado con ese asunto, me gustaría que me explicaras qué hacías precisamente con esta lista de nombres en tu poder.

Sophy se acomodó mejor en su silla del tocador y entrelazó las manos sobre la falda, mientras trataba de pensar cómo manejaría ese inusitado giro que había dado la situación. Estaba un tanto turbada por no haber podido dormir en toda la noche.

– ¿Estás enojado conmigo, milord? ¿Otra vez?

– ¿Otra vez? -Arqueó las cejas del mismo modo intimidante de siempre-. ¿Estás sugiriendo que la mayor parte del tiempo que paso contigo estoy enojado?

– Eso parece, milord-dijo Sophy, infelizmente-. Cada vez que creo que progresamos en nuestra relación, surge algo que echa a perder todo.

– ¿Y de quién es la culpa, Sophy?

– No puedes echarme toda la culpa a mí -declaró ella, sabiendo que estaba al borde de sus límites. Todo era demasiado-. Dudo que tomes esto en consideración, pero me permito recordarte que he tenido una noche muy larga. No he podido dormir ni lo más mínimo necesario, de modo que no estoy en condiciones de someterme a un interrogatorio. ¿Crees que podríamos posponerlo hasta que haya dormido una siesta?

– No, Sophy. No pospondremos esta conversación ni un solo minuto. Pero si te sirve de consuelo, quédate tranquila porque estamos en las mismas condiciones. Yo tampoco pude dormir mucho anoche. Me pasé todo el tiempo tratando de imaginar cómo habrías elaborado esta lista y por qué la asociaste con este anillo. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Cuánto sabes acerca de estos hombres? ¿Qué rayos planeabas hacer con toda la información que obtuvieras de ellos?.

Sophy lo miró, cansada, pero alerta. Por el modo en que Julián le formuló todas esas preguntas, se dio cuenta de que él sabía tanto o más que ella, respecto del famoso anillo.

– Te he explicado que ese anillo fue un obsequio para mi hermana.

– Eso ya lo sé. ¿Qué pasa con la lista?

Sophy se mordió el labio.

– Si te cuento lo de la lista, me temo que te enojarás mucho más conmigo de lo que ya estás, milord.

– No tienes alternativa. ¿De dónde sacaste esta lista?

– Charlotte Featherstone me la dio. -Ya no tenía sentido negarlo. No era buena para mentir, ni estando en óptimas condiciones y mucho menos esa mañana, que se sentía extenuada. Por otro lado, era evidente que Julián sabía demasiado.

– Featherstone. Maldición. Debí haberlo imaginado. Dime, querida, ¿crees que te quedará un ápice de buena reputación una vez que todos se enteren de que estás «sociabilizando» con una mujer de mal vivir? ¿O es que simplemente no te importa que las chusmas hagan una fiesta contigo cuando se corra la voz de todo esto?

Sophy se miró las manos.

– No hablé con ella directamente. Una amiga mía mandó el mensaje. La señorita Featherstone respondió con mucha discreción. Ella es muy agradable, en realidad, Julián. Creo que probablemente me habría gustado ser su amiga.

– Y tú le resultarías muy divertida, claro -dijo Julián brutalmente-. Una interminable fuente de diversión, para alguien tan desfachatada como ella. ¿De qué trataba ese mensaje que mandaste?

– Yo quería saber si ella había visto alguna vez un anillo como éste y de ser así, a quién se lo había visto puesto. – Sophy lo miró desafiante-. Debes notar que todo esto se relaciona con el proyecto del cual te hablé en su momento.

– ¿Y qué proyecto es ése?

– Para empezar, no me escuchas ni la mitad de las veces, ¿no? Estoy refiriéndome al proyecto que te dije que me mantendría ocupada y fuera de tu camino. Te informé que quería atender mis propios intereses, ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas también que te dije que sería la clase de esposa que querías? ¿Que me apartaría de tu camino y que no te ocasionaría problemas? Te lo prometí después de que me dejaste bien claro tu falta de interés por mi amor y mi cariño.

– Maldita sea, Sophy. Nunca dije eso. Deliberadamente, malinterpretaste mis intenciones.

– No, milord, no te malinterpreté.

Julián se tragó un improperio.

– No vas a sacarme del tema con eso, ahora. Por Dios, hablaremos luego de eso. En este momento, sólo me interesa saber la información que obtuviste acerca de este anillo.

– Por todas las investigaciones que llevé a cabo en la biblioteca de lady Fanny, descubrí que ese anillo era un símbolo que llevaban los miembros de cierta sociedad secreta.

– ¿Qué tipo de sociedad secreta, Sophy?

– Tengo la impresión de que ya conoces la respuesta a eso, milord. Era una sociedad cuyos miembros, probablemente, tomaban como presas a las mujeres. Una vez que supe eso, envié el mensaje a Charlotte, para pedirle datos sobre los hombres que hubieran podido usar esos anillos. Supuse que ella se movía dentro de un círculo de la sociedad en el que podía toparse con esa clase de hombres. Y tuve razón. Ella conoció a tres hombres que llevaron esa insignia en su presencia.

Julián entrecerró los ojos-

– Dios nos proteja. Estás tratando de llegar al hombre que sedujo a Amelia, ¿no? Debí haberlo supuesto. ¿Y qué demonios creías que harías con él una vez que lo hallaras?

– Arruinarlo socialmente.

Julián pareció hipnotizado.

– ¿Qué?

Sophy se movió en su silla, inquieta.

– Obviamente, él es uno de los cazadores sobre los cuales me advertiste en su momento, Julián. Uno de los miembros de la alta sociedad que se aprovecha de las mujeres jóvenes. Estos hombres valoran su vida social por encima de todas las cosas, ¿no? Sin ella no son nada, pues no tendrían acceso a las «presas» que buscan, ¿cierto? Mi intención es la de privar a todos los que usen ese anillo de sus conexiones sociales; de ser posible, claro.

– Por Dios. Juro que tu audacia me deja sin aliento. No tienes ni la más remota noción de lo que es el peligro y, mucho menos, sientes temor ante él, ¿verdad? No sabes en qué te metes. ¿Cómo puedes ser tan inteligente en ciertos aspectos, como para preparar medicinas a base de hierbas, por ejemplo, y tan estúpida en otros, donde tu reputación y hasta tu propia vida quedan en juego?

– Julián, aquí no hay riesgos, te lo prometo. -Sophy tenía la esperanza de hacerlo entrar en razón-. Estoy siendo muy cauta con esto. Planeo encontrarme con estos tres hombres e interrogarlos.

– Interrogarlos. Dios querido, interrogarlos.

– Muy sutilmente, por supuesto.

– Por supuesto. -Julián meneó la cabeza. No podía creerlo-. Sophy, permíteme informarte que tu talento para la sutileza se parece mucho al mío para el bordado. Por otra parte, los tres hombres de esa lista son unos canallas irrefutables…, patanes de la peor calaña. Hacen trampas en los juegos de naipes, seducen a cuanta mujer se les cruza por el camino y su sentido del honor es más bajo que el de un perro. De hecho, me atrevo a aventurar que un perro tiene más sentido del honor que los tres juntos. ¿Y tú pensaste interrogarlos a los tres?

– Pienso aplicar la lógica deductiva para determinar cuál de ellos es el culpable.

– Cualquiera de los tres te cortaría en pedacitos sin vacilar ni por un instante. El culpable te arruinaría a ti mucho antes que tu pudieras arruinarlo a él. -La voz de Julián estaba cargada de furia.

Sophy levantó el mentón.

– No podrá hacerlo mientras yo tenga cuidado.

– Dios, dame fuerzas-dijo Julián entre dientes-. Tengo frente a mí una mujer loca.

Lo que quedaba del autocontrol de Sophy desapareció. Se puso de pie y aferró el primer objeto contundente que encontró a mano. En ese caso, el cisne de cristal que estaba sobre su tocador.

– Maldito seas, Julián. No soy ninguna loca. Elizabeth era una loca, pero yo no. Puedo ser tonta, estúpida e inocente, a tu criterio, pero no loca. Juro por Dios, milord, que te obligaré a no confundirme más con tu primera esposa, así sea lo último que haga en esta vida.

Arrojó el adorno que tenía en la mano con todas sus fuerzas. Julián, quien ya había empezado a ponerse de pie desde el principio, apenas logró esquivar el misil. Le pasó por encima del hombro y se estrelló contra la pared detrás de él. Ignoró el impacto y atravesó el cuarto en sólo tres pasos largos.

– No tengas miedo, madam -le dijo ferozmente, mientras la levantaba en sus brazos-. No te confundo con Elizabeth. Sería algo completamente imposible. Créeme que eres, Sophy, totalmente única. Eres una paradoja en tantos aspectos que desafía a toda posible descripción. Y tienes razón. No estás loca. Soy yo el que está convirtiéndose en un firme candidato para el manicomio.

Caminó hacia la cama y la arrojó sin ninguna ceremonia, sobre ella. Mientras Sophy rebotaba contra el colchón, su cabellera se soltó completamente. Julián se sentó en el borde de la cama y empezó a quitarse las botas.