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Sophy estaba hecha una furia.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– ¿Y a ti qué te parece? Estoy buscando la única cura que se me ocurre para mi problema. -Se puso de pie y desabrochó sus pantalones.

Sophy lo miró, impactada, cuando su miembro quedó libre. Ya estaba magníficamente erecto. Un tanto aturdida, la joven trató de escabullirse por el otro extremo de la cama. Julián la atrapó, poniéndole una de sus enormes manos sobre la cintura, deteniendo, efectivamente, la retirada.

– No, madam, todavía no te irás a ningún lado.

– No querrás… acostarte ahora conmigo, Julián -dijo Sophy, irritada-. Estamos en medio de una pelea.

– Ya no tiene caso seguir peleando. No puedes entrar en razón. Y parece que yo tampoco. Por consiguiente, sugiero que busquemos una manera alternativa para poner punto final a esta discusión desagradable. Si no conseguimos nada más, al menos obtendré un poco de paz por un rato.

16

Sophy observó, entre una mezcla de amor y rabia, cómo caía la última prenda de Julián al piso. Él seguía sosteniéndola por la muñeca mientras concluía con el proceso de desvestirse.

Ya desnudo, se acostó sobre ella, encerrándola con sus fuertes manos. Tenía los ojos brillantes y una evidente expresión de excitación sexual.

– Te diré esto una vez más y sólo una vez más -le dijo él, mientras empezaba a desvestirla-. Nunca te he confundido con Elizabeth. Al decirte que estabas loca sólo empleé un modismo, una forma de hablar. No quise insultarte. Pero es imperativo que entiendas que no puedes vengarte en persona.

– No puedes detenerme, milord.

– Sí, Sophy -contestó él mientras le quitaba el camisón-. Puedo y lo haré. Aunque entiendo muy bien tu escepticismo en este aspecto. Hasta el momento, te he dado pocos motivos para que creas en mi capacidad para cumplir mis deberes de esposo en su totalidad. Has causado gran sensación en la ciudad, ¿verdad? Y yo, como un pobre tonto, siempre quedo a la zaga, como si estuviera siguiéndote por todas partes, pero a gran distancia, tratando de alcanzarte desesperadamente. Pero esta locura está en su punto final, querida.

– ¿Me estás amenazando, Julián?

– Para nada. Simplemente estoy explicándote que has llegado demasiado tejos. Claro que no necesitas preocuparte. Tomaré todas las precauciones necesarias para protegerte. -Desató las trencillas de la camiseta plisada de batista.

– No necesito tu protección, mílord. Ya he aprendido bien la lección. Los maridos y las mujeres de la alta sociedad, supuestamente, deben llevar sus vidas separadas. Tú no debes involucrarte en mis actividades, ni yo en las tuyas. Ya te he dicho que estoy dispuesta a regirme por los códigos de la tan mentada sociedad refinada.

– Eso es una tontería y lo sabes. Dios sabe que no hay modo en el que yo pudiera ignorarte, por más que me lo propusiera. -Terminó de quitarle la última de las prendas y se detuvo un momento para devorarla con la mirada-. Por otro lado, mi dulce Sophy, no pienso ignorarte.

Sophy sintió el apetito apasionado de Julián y la respuesta sensual en su propio cuerpo. Supo que su marido tenía razón. Por lo menos en la cama, ninguno de los dos podía ignorar al otro. Cuando Julián le acarició el muslo, se le despertó una sospecha.

– Tú no me golpearías -dijo ella lentamente.

– ¿No? -Sonrió, con un gesto breve pero pícaro, que a Sophy le resultó tan erótico como las caricias que dibujaba sobre todo su cuerpo-. Sería divertido darte una buena paliza -comentó, mientras le apretaba suavemente la nalga.

Sophy notó que iba tomando temperatura con esas caricias y meneó la cabeza, resignada.

– No. No eres la clase de hombre que pierde el control de sus emociones hasta el punto de recurrir a la violencia contra una mujer. Eso mismo le dije a lord Waycott cuando me dijo que tú habías golpeado a tu primera esposa.

La sonrisa cautivante de Julián desapareció.

– Sophy, no quiero hablar de Waycott ni de mi primera esposa en este momento. -Bajó la cabeza y le mordió un pezón con suma delicadeza.

– Pero sí bien estoy convencida de que no usarías una fusta conmigo -continuó Sophy, mientras sentía que Julián, con el dedo, le separaba las piernas- se me ocurre que bien podrías usar otros medios para asegurarte… para asegurarte de que yo haga lo que quieras.

– Es probable -le concedió él, totalmente despreocupado por tal lógica. Le besó el cuello, el hombro y finalmente, los labios. Se detuvo allí lo suficiente, hasta que ella se aferró a él, gimiendo casi imperceptiblemente. Entonces, Julián apenas levantó la cabeza para mirarla-. ¿Te preocupan las tácticas que podría usar para convencerte de seguir mis consejos, querida?

Sophy pareció clavarle dardos con la mirada y trató de pensar con claridad, a pesar de que su cuerpo sólo se concentraba en el placer que aquellas manos le brindaban.

– No creas que puedes controlarme de este modo, milord.

– ¿De qué modo? -Julián metió dos dedos profundamente en ella y luego los separó en el interior.

Sophy gimió, tensa por la excitación.

– De este modo.

– Jamás. No sería tan presumido como para creer que soy un amante tan estupendo que realmente podría persuadirte para que abandones todos tus principios por mi culpa. -Retiró los dedos con una lentitud crucial-. Ah, mi dulce. Te humedeces como miel tibia para mí.

– ¿Julián?

– Mírame -murmuró-. Mira lo erecto y preparado que estoy para ti. ¿Sabías que sólo tu olor me basta para excitarme de esta forma? Tócame.

Sophy suspiró. No pudo resistirse a una súplica tan sensual. Cuando ella le tomó el miembro, delicadamente entre sus dedos, lo sintió latir aceleradamente. Le mimó el pecho.

– Sigo pensando que no es éste el camino correcto para solucionar nuestras diferencias, milord.

Julián se sentó y le rodeó la cintura con las manos.

– Basta de conversaciones, Sophy. Hablaremos después.

– La levantó en el aire y la sostuvo hasta que Sophy se arrodilló, frente a él-. Abre las piernas y súbete a mí, cariño. Móntame. Yo seré tu semental y tú la que controle la pasión de ambos.

Sophy se tomó de los hombros de Julián. Abrió los ojos desmesuradamente, mientras trataba de adaptarse a esa nueva posición. Sintió que la virilidad de su esposo rozaba su vagina. Decidió que le agradaba esa pose. Era excitante estar arriba.

– Sí, Julián. Oh, sí, por favor.

– Toma lo poco o lo mucho que desees: rápida o lentamente, como tú quieras. Estoy a tus órdenes.

Sophy sintió que se le erizaba la piel al advertir que sería ella quien impusiera el ritmo del amor esa vez. Cuidadosamente, se colocó sobre el miembro erecto, saboreando la lenta penetración. Cuando oyó los gemidos sofocados de deseo por parte de él, le apretó con fuerza los hombros.

– Julián.

– Eres tan encantadora cuando te pones apasionada-murmuró él-. Suave, cálida y tan dispuesta a entregarme todo. -Le cubrió el cuello con una lluvia de cálidos besos, mientras Sophy seguía bajando sobre su miembro, hasta llegar al tope.

La muchacha aguardó un momento, permitiendo que su cuerpo lo aceptara y se tensara en su entorno. Luego, cautamente, empezó a moverse.

– Sí, mi dulce señora. Oh, Dios, sí…

Sophy sintió que Julián crecía en su interior y que ella se ponía cada vez más tensa. Le clavó tas uñas en los hombros y cerró muy fuerte los ojos. Sólo se concentró en encontrar el ritmo ideal para liberar toda esa ardiente pasión hasta el momento contenida. Entonces, nada importaba más que saborear su placer al mismo tiempo que complacía a Julián. Se sentía infinitamente poderosa, poseedora de una única fuerza femenina.

– Háblame de tu amor, cariño. Di esas palabras. -La voz de Julián fue suave y convincente-. Necesito esas palabras. Hace mucho que no me las dices. Ya me das tanto, mi pequeña. ¿No puedes entonces regalarme unas poquitas palabras? Las guardaré para siempre como el más preciado tesoro.

Una sensación fervorosa e incontrolable comenzó a desatarse dentro de Sophy. Ya no podía razonar, ni pensar. Nada podía hacer más que entregarse a sus emociones. Las palabras que él buscaba surgieron espontáneamente en sus labios.

– Te amo -susurró-. Te amo con todo mi corazón, Julián.

Se convulsionó delicadamente alrededor de él. Los pequeños temblores de su climax la arrastraron en una marea dorada.

A distancia, escuchó el gemido de Julián, en respuesta. Luego sintió que los músculos de su espalda se tensaban completamente hasta que él también experimentó su orgasmo.

Por un momento permanecieron inmóviles, en un bálsamo eterno, donde nadie podía interferir en ese momento de pura intimidad. Después, con una expresión de satisfacción, Julián se echó hacia atrás, sobre las almohadas, trayendo a Sophy consigo.

– No vuelvas a pensar qué existe la posibilidad de que pueda confundirte con Elizabeth -dijo él, sin abrir los ojos-. Con ella, no había paz, ni satisfacciones, ni dicha de la que gozar bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera… no importa. Ya no tiene ninguna importancia. Pero créeme cuando te digo que ella no daba nada de sí. Tomaba todo y luego exigía más. En cambio, tú te entregas totalmente, cariño. Es un encanto especial. No creo que tú imagines lo bien. que uno se siente como receptor de toda tu generosidad.