– Una idea excelente, milord. Creo que haré eso exactamente. Gracias por darme la solución más obvia para mi dilema.
– Desgraciadamente, aunque encontrase al hombre con el cerebro lo bastante pequeño como para aceptar todas sus peticiones, no tendría ningún elemento legal como para forzarlo a cumplir con sus promesas si él faltara a su palabra, ¿verdad?
Sophy se miró las manos, sabiendo que él tenía razón.
– No, milord. Dependería exclusivamente del honor de mi esposo.
– Tenga en cuenta, señorita Dorring -dijo Ravenwood, con cierto tono amenazante-, que el honor de un hombre puede ser inviolable en lo que respecta a su reputación o al cumplimiento de sus deudas, pero nada significa en lo relacionado con el trato hacia una mujer.
Sophy se puso fría.
– Entonces no tengo mucha elección, ¿no? Si es así, jamás podré correr el riesgo de casarme.
– Se equivoca, señorita Dorring. Ya ha tomado su decisión y debe aceptar los riesgos. Dijo que estaría dispuesta a casarse conmigo si yo aceptaba sus demandas. Muy bien, acepto.
Sophy se le quedó mirando boquiabierta. El corazón le latía a toda velocidad.
– ¿De verdad?
– El trato está hecho. -Las manazas de Ravenwood se movieron sobre las riendas del caballo, quien movió la cabeza en señal de alerta-. Nos casaremos lo antes posible. Su abuelo me espera mañana a las tres. Dígale que quiero arreglar todo mañana a esa hora. Dado que ambos hemos llegado a un acuerdo privado, espero que tenga el coraje de estar presente cuando yo llegue.
Sophy estaba desconcertada.
– Milord, no lo entiendo completamente. ¿Está seguro que desea casarse bajo mis términos?
Ravenwood sonrió, muy poco complacido. Sus ojos de esmeralda brillaron divertidos.
– La verdadera cuestión, Sophy, radica en cuánto tiempo lograrás mantener tus exigencias una vez que te enfrentes con la realidad de ser mi esposa.
– Milord, su palabra de honor -dijo ella-. Debo insistir en eso.
– Si fueras un hombre, te retaría a duelo por sólo dudar de ella. Por supuesto que tiene mi palabra de honor, señorita Dorring.
– Gracias, milord. ¿De verdad que no le molesta que gaste mi dinero como se me ocurra?
– Sophy, la suma de dinero que yo te daré trimestralmente probablemente será mayor a la que recibes en todo un año -dijo Ravenwood-. Siempre que pagues tus deudas con lo que yo te doy, no me importa qué hagas con el resto.
– Oh, entiendo… ¿Y qué hay de mis libros?
– Creo que podré manejar esas ideas locas que sacas de esos libros. Sin duda, en más de una ocasión me molestaré por eso, pero eso nos servirá como base para discutir ciertos temas, ¿eh? Dios sabe que las conversaciones de la mayoría de las mujeres son de lo más aburridas.
– Me encargaré de no aburrirlo, milord. Pero asegurémonos de que nos hemos entendido perfectamente. ¿No tratará de enterrarme todo el año en el campo?
– Te permitiré que me acompañes a Londres cuando sea conveniente, si eso es lo que realmente quieres.
– Es usted muy gentil, milord. Y… ¿qué hay de mi otra demanda?
– Ah, sí. Mi garantía de que no te, eh… forzaré. Creo que con eso tendremos que poner un límite de tiempo. Después de todo, mi principal objetivo en todo esto es la de asegurarme un heredero.
Al instante, Sophy se incomodó.
– ¿Un límite de tiempo?
– ¿Cuánto crees que te llevará acostumbrarte a verme?
– ¿Seis meses?
– No seas absurda, señorita Dorring. Ni sueñes con que esperaré seis meses para reclamar mis derechos.
– ¿Tres meses?
Julián aparentemente estuvo a punto de rechazar la contraoferta, pero se arrepintió a último momento.
– Muy bien. Tres meses. ¿Ves cuan indulgente soy?
– Su generosidad me desborda, milord.
– Es normal. Te desafío a que encuentres otro hombre capaz de aceptar estos tres meses para requerir que su esposa cumpla con sus obligaciones conyugales.
– Tiene razón, milord. Dudo que pudiera encontrar a otro hombre tan flexible como usted en este tema de matrimonio. Discúlpeme, pero mi curiosidad me traiciona. ¿Por qué ha aceptado tan fácilmente?
– Porque al final de cuentas, mi querida señorita Dorring, obtendré exactamente lo que quiero de este matrimonio. Que tengas un buen día. Te veré mañana a las tres.
Ángel respondió de inmediato a la presión que Ravenwood ejerció con sus muslos. El azabache hizo un círculo cerrado y salió al galope por entre los árboles.
Sophy se quedó sentada como estaba, mientras Bailarín se agachaba a comer un poco de pasto. El movimiento del caballo la hizo volver a la realidad.
– A casa. Bailarín. Estoy segura de que, a estas horas, mis abuelos estarán al borde de la histeria o en un estado de total depresión. Lo menos que puedo hacer es informarles que acabo de salvar la situación.
Pero mientras regresaba tranquilamente a Chesley Court un viejo dicho se le cruzó por la mente: «El que pacta con el diablo…».
2
Lady Dorring, que ese día había estado en cama desde temprano, al borde de un ataque de nervios, revivió completamente para la hora de cenar, cuando llegó a sus oídos la noticia de que su nieta había recapacitado.
– No sé qué mosca te había picado, Sophy -dijo lady Dorring mientras examinaba el guisado escocés que Hundley, el mayordomo, había presentado en la mesa. Durante las comidas, el hombre también reforzaba al personal doméstico actuando como un sirviente más-. Rechazar al conde es algo absolutamente incomprensible. Gracias al cielo que arreglaste todas las cosas. Permíteme decirte, jovencita, que tendríamos que sentirnos más que agradecidos de que Ravenwood sea tan tolerante con tus caprichos.
– Con esto tenemos un gran respiro, ¿no? -murmuró Sophy.
– Y -exclamó Dorring desde la cabecera de la mesa-, ¿qué quieres decir con eso?
– Sólo que no he dejado de preguntarme por qué el conde habrá querido pedir mi mano, en primer lugar.
– ¿Y por qué no habría de haberlo hecho? -preguntó lady Dorring-. Eres una muchacha bonita y provienes de una buena familia, respetable.
– Yo he tenido mi presentación en sociedad, abuela, ¿lo recuerdas? He visto lo hermosas que son las muchachas de la ciudad. Ni punto de comparación conmigo. Hace cinco años no pude competir con ellas y no hay razón para creer que ahora suceda lo contrario. Tampoco tengo ninguna fortuna considerable como para ofrecer como dote.
– Ravenwood no necesita casarse por dinero -dijo lord Dorring con toda sinceridad-. De hecho el dinero que ha ofrecido por el matrimonio es más que generoso. Extremadamente generoso.
– Pero él podría casarse por tierras, por dinero o por belleza si así lo quisiera -dijo Sophy pacientemente-. La pregunta que no he dejado de hacerme es por qué no lo ha hecho. ¿Por qué yo? ¡Qué encrucijada tan interesante!
– Sophy, por favor -dijo lady Dorring con un tono de dolor-. No hagas preguntas tontas. Eres un encanto y bastante presentable.
– Encantadoras y presentables son cualidades que definen a la mayoría de las muchachas de la alta sociedad, pero la ventaja que tienen muchas de ellas es que son más jóvenes que yo. Yo sabía que tenía que haber algo en mi favor para atraer la atención del conde de Ravenwood. Estaba interesada en descubrir qué era. Me resultó muy simple cuando me puse a analizarlo.
Lord Dorring la miró con genuina curiosidad, una curiosidad que no fue para nada halagadora.
– ¿Y qué crees que sea, muchacha? Por supuesto que yo te quiero. Eres una nieta bastante buena y todas esas cosas, pero debo confesar que yo también me pregunté por qué el conde se habría interesado en ti.
– ¡Theo!
– Lo siento, cariño, lo siento -se apresuró Dorring a disculparse con su airada esposa-. Sólo tengo curiosidad, ya sabes.
– También yo -dijo Sophy-. Pero creo que ya he dado en el clavo respecto de los motivos de Ravenwood. Veréis, yo tengo tres cualidades esenciales que él cree que necesita. En primer lugar, le resulto conveniente porque, tal como dijo la abuela, soy de una familia respetable. Probablemente, Ravenwood no quería perder demasiado tiempo en elegir una segunda esposa. Tengo la sensación de que hay cosas mucho más importantes que le preocupan.
– ¿Como por ejemplo? -preguntó Dorring.
– Elegir una nueva amante o un nuevo caballo o alguna nueva parcela de tierra. Para el conde, hay mil cosas que puedas imaginarte que son prioritarias antes que buscarse una esposa adecuada.
– ¡ Sophy!
– Me temo que es cierto, abuela. Ravenwood invirtió el menor tiempo posible en hacer su propuesta. Debes admitir que no he recibido un trato para nada parecido al que un hombre dispensa a una mujer cuando le hace la corte.
– Bueno, eh… -interrumpió lord Dorring-. No puedes criticar al hombre por no haberte traído flores o poemas de amor. Ravenwood no me parece un romántico.
– Creo que tienes toda la razón del mundo, abuelo. Ravenwood no es ningún romántico. Sólo ha venido a Chesley Court en contadas oportunidades y nos invitó a la Abadía dos veces nada más.