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– Oh, vete, Julián. Quiero tomar un baño y descansar.-Nuevas lágrimas ardieron en sus ojos-. Hay mucho que hacer si quieres enviarme a Hampshire mañana.

Julián no dio señales de querer abandonar la habitación. Se quedó allí, contemplándola, con una expresión extrañamente desolada.

– Sophy, por favor, no llores. -Le abrió los brazos.

Sophy lo miró un momento más, entre sus ojos cargados de lágrimas. Detestó su falta de control ante tales emociones. Después, tragándose un sollozo, fue directamente hacia los brazos de Julián. El la apretó muy fuerte contra su pecho, al que ella empapó con sus lágrimas.

Julián la mantuvo así hasta que la tormenta pasó. No trató de animarla, ni de consolarla ni de hacerle reproches. Simplemente se limitó a ampararla en sus brazos hasta que el último de sus acongojados sollozos terminó.

Sophy se recuperó lentamente, consciente de la calidez que había sentido en ese abrazo. Se dio cuenta de que era la primera vez que Julián la abrazaba para ofrecerle algo distinto que la pasión, que lo compelía a estrecharla cada vez que deseaba besarla o hacerle el amor. Por un rato, Sophy ni se movió, sino que se dedicó a saborear la sensación agradable que le producía esa enorme palma masajeándole la espalda.

Finalmente, de muy mala gana, se apartó de él.

– Perdón, milord. Es que últimamente ni yo misma me entiendo. Te aseguro que rara vez lloro. -Sophy no lo miró mientras retrocedía. Simplemente, buscó a tientas el pañuelo que debía estar en su bata de noche. Como no pudo encontrarlo, maldijo por lo bajo.

– ¿Estás buscando esto? -Julián recogió el pañuelito bordado que había caído sobre la alfombra.

Avergonzada, pues aparentemente ni siquiera podía mantener un simple pañuelo en su sitio, Sophy se lo arrebató de la mano.

– Sí, gracias.

– Permíteme traerte uno limpio. -Julián avanzó hacia el vestidor de la muchacha y tomó otro pañuelo.

Cuando se lo entregó con un aire de gran preocupación, ella se sonó la nariz con todas sus energías. Lo empapó y se lo metió en el bolsillo.

– Gracias, milord. Por favor, disculpa esta escena melodramática- No sé qué me pasó. Ahora, seriamente, debo tomar un baño y atender unos cuantos detalles.

– Sí, Sophy-dijo él con un suspiro-. Te disculpo. Lo único que ruego es que algún día tú me disculpes a mí. Recogió sus prendas y salió del cuarto sin acotar nada más.

Mucho más tarde, esa noche, Julián estaba sentado solo en su biblioteca, con las piernas extendidas hacia adelante y una botella de clarete sobre la mesa que estaba a su lado. Estaba de un humor de perros y lo sabía. Por primera vez en las últimas horas, la casa estaba en silencio. Hasta poco tiempo atrás, había habido mucho alboroto por los preparativos del viaje de regreso de Sophy. Esa conmoción lo había deprimido- Se sentiría muy solo sin ella.

Julián se sirvió otra copa de clarete. Se preguntó si Sophy seguiría llorando hasta quedarse dormida. Se había sentido como un bruto al comunicarle que pensaba enviarla de regreso a Ravenwood Abbey, pero no tenía opción y lo sabía. Una vez que se enteró de los planes de Sophy, no tuvo alternativa más que sacarla de la ciudad. Sophy estaba moviéndose en aguas peligrosas y Julián no sabía cómo evitar que se ahogara en ellas.

Mientras tragaba el vino, trató de decidir si debía sentirse o no culpable por el modo en que la había manipulado esa mañana. Desde un principio, Julián se había dado cuenta de que Sophy no aceptaría razones, por lógicas que fueran, concernientes a su seguridad personal, pues su sentido del honor superaba toda consideración de ese tipo. Y Julián tampoco podía usar la fuerza física para lograr sus fines.

En consecuencia, no le quedó más alternativa que la de recurrir al último acercamiento que se le había ocurrido, aunque no estuviera seguro de que resultara efectivo. Había abusado de los sentimientos de Sophy para obligarla a hacer lo que él quería.

Vaya impresión la que Julián se llevó cuando la vio retroceder casi de inmediato en su determinación, ante la perspectiva de que su esposo podría poner en peligro su vida por un reto a duelo para defenderla. Realmente debía estar enamorada de él.

Ninguna otra emoción podría ser tan fuerte como para superar a la de su sentido del honor. Por el bien de él, Sophy había abandonado sus deseos de venganza.

Julián se sintió algo humillado ante la profundidad de los sentimientos de Sophy hacia él. No cabía duda de que la joven se había entregado a él…, que le pertenecía de un modo que hasta el momento le había parecido imposible.

Pero aunque esa realidad era gloriosa para él, Julián descubrió que Sophy debía de ser muy infeliz y que él era el causante directo. «Todo es tan injusto. Nada está resultando como yo planeé al aceptar casarme contigo.»

Y ahora, lo más importante era que probablemente, Sophy estaba embarazada. Se estremeció al recordar que una de las cosas que ella le había pedido era que no la presionara para ser madre de inmediato.

Julián se dejó caer más pesadamente en su silla, preguntándose si alguna vez podría reivindicar su imagen frente a los ojos de Sophy. En ese momento, te parecía que había hecho todo mal, desde un principio. «¿Qué debía hacer un hombre para convencer a su esposa de que era merecedor de su amor?», se preguntó. Era un problema que jamás había imaginado tener. Y después de todo lo sucedido entre él y Sophy, sería muy difícil resolverlo.

La puerta se abrió a sus espaldas, pero él no se volvió.

– Vete a acostarte, Guppy, y despide al personal por esta noche. Quiero quedarme un rato más aquí y no tiene sentido que os quedéis levantados por mí. Yo me encargaré de las velas.

– Ya he ordenado a Guppy y al personal que se retirasen por esta noche -dijo Sophy, cerrando suavemente la puerta.

Julián se quedó helado al escuchar la voz de ella. Apoyó la copa sobre la mesa y se puso de pie de inmediato para mirarla cara a cara. Se la veía muy delgada y frágil con ese vestido rosado, de cintura alta. Era difícil creer que pudiera estar embarazada, pensó Julián. Tenía el cabello recogido bien alto, con una cinta que ya empezaba a desatarse. La muchacha le sonrió.

– Pensé que estarías acostada a esta hora -le dijo él. Se preguntó de qué humor estaría. No estaba llorando, pero aparentemente tampoco venía a discutir, ni a regañarlo ni a suplicarle nada-. Tienes que estar descansada para emprender el viaje.

– Vine a despedirme, Julián. -Se detuvo frente a él, con los ojos luminosos.

Julián se sintió aliviado. Al parecer, no estaba en el mismo estado depresivo que horas atrás.

– Pronto me reuniré contigo -le prometió.

– Bien. Te echaré de menos. -Delineó los pliegues de la corbata con los dedos-. Pero no quiero que nos despidamos con rencores.

– Te aseguro que no hay rencor. Por lo menos, no de mi parte. Sólo quiero lo mejor para ti. Debes creer eso, Sophy.

– Lo sé. Sé que a veces te pones muy obstinado y arrogante, pero realmente creo que lo haces para protegerme. Pero lo más importante, es que no permitiré que arriesgues tu vida por mí.

– ¿Sophy? ¿Qué estás haciendo? -Azorado, la vio desanudarle la corbata-. Sophy, te juro que creo que lo mejor es que vuelvas a Ravenwood Abbey. No será tan malo estar allí, querida. Podrás ver a tus abuelos y seguramente tendrás amistades a quienes invitarás para que vayan a visitarte.

– Sí, Julián. -Cuando terminó con la corbata, empezó a desabotonarle la chaqueta.

– Si realmente estás embarazada, el aire del campo será mucho más saludable para ti que el de la ciudad -continuó él, buscando desesperadamente en su mente otras razones por las que Sophy pudiera desear marcharse.

– Sin duda tienes razón, milord. El aire de Londres parece denso, ¿no? -Se dedicó entonces a la camisa blanca.

– Estoy seguro de que tengo razón. -La novedad de verla desvistiéndolo lo alteró. Tenía dificultades para pensar y los pantalones le ceñían el miembro.

– Veo que los hombres siempre están seguros de que tienen razón. Hasta cuando están equivocados.

– ¿Sophy? -Tragó saliva cuando su esposa empezó a acariciarle el pecho. Sophy, sé que a veces te resulto arrogante, pero te aseguro…

– Por favor, Julián, no digas nada más. No quiero hablar de la lógica que hay en mi regreso a la Abadía ni tampoco quiero discutir tu desgraciada tendencia a la arrogancia. -Se puso de puntillas y le ofreció sus labios-. Bésame.

– Oh, Dios, Sophy. -Tomó la boca de su esposa, maravillado por su buena fortuna. Aparentemente, Sophy había cambiado de ánimo totalmente. Si bien él no sabía por qué, tampoco era el momento de preocuparse de ello.

Cuando ella se presionó contra él, Julián logró echar mano de la poca cordura que le quedaba para volver a hablar.

– Sophy, querida, vayamos arriba. Rápido.

– ¿Por qué? -Le mimó el cuello.

Julián observó sus rizos.

– ¿Por qué? -repitió-. ¿Me lo preguntas a estas alturas de las cosas? Sophy, ardo por ti.

– Todo el personal está en sus respectivos cuartos. Estamos solos, tú y yo. Nadie nos molestará.

Julián finalmente se dio cuenta de que Sophy estaba dispuesta a hacer el amor allí, en la biblioteca.