Sophy se puso de pie abruptamente.
– Oh, Julián, por favor, no me hagas más preguntas esta noche. No puedo hablar ahora. Estoy muy mal. Me equivoqué cuando te dije que me sentía bien, porque me siento pésimo.
– Pero no, creo yo, por el golpe que te diste en la cabeza
– La voz de Julián fue mucho más suave que la de hacía un rato-. Quizás es la preocupación lo que está agobiándote, querida. Te doy mi palabra de honor que no tienes necesidad de preocuparte.
Sophy no entendía ni confiaba en tanta ternura.
– No comprendo a qué te refieres.
– ¿Por qué no vienes a sentarte un rato aquí conmigo? A ver si te tranquilizas. -Le tendió la mano.
Sophy miró la mano extendida y luego los ojos de su marido. Obedeció. Tenía que ser fuerte.
– No… no hay lugar en la silla para mí, Julián.
– Yo te haré lugar. Ven aquí, Sophy. La situación no es tan tremenda ni tan complicada como tú la ves.
Sabía que no era inteligente ir hacia él. Sabía que perdería las fuerzas que tenía si permitía que él la consolase en esos momentos. Pero por otra parte, se moría por gozar de esa sensación tan cálida de tener sus brazos alrededor de su cuerpo. Aquella mano extendida era una gran tentación ante su fatiga y debilidad.
– Probablemente, debería acostarme un rato -dijo ella mientras avanzaba un paso hacia Julián.
– Descansarás muy pronto, pequeña, lo prometo.
Julián siguió esperando, con ese aire de infinita paciencia que había adoptado, mientras ella daba un segundo y luego un tercer paso hacia él.
– Julián, no debería hacer esto -exhaló ella suavemente, mientras él le cubría la mano con la suya.
– Soy tu esposo, cariño. -La sentó sobre su falda y la apoyó contra su hombro-¿A qué otro más que a mí podrías confiarle lo que pasó hoy realmente en la laguna?
Al escuchar esa frase, Sophy perdió la poca fortaleza que le quedaba. Había pasado demasiadas cosas ese día. El rapto, la amenaza de violación, su huida, el momento en que había apuntado a Waycott con la pistola de bolsillo, sin hallar el valor para dispararle concretamente, todo eso había contribuido para que se sintiera débil.
Si Julián le hubiera gritado, si hubiera descargado toda su furia en ella, Sophy habría podido resistirse, pero no a tanta ternura y afecto. Giró el rostro hacia el hombro de él y cerró los ojos. El apretó los brazos alrededor de ella, prometiéndole tácitamente toda la protección que necesitaba.
– Julián, te amo -le dijo ella, con la boca contra su camisa.
– Lo sé, cariño, lo sé. ¿Entonces me dirás la verdad?
– No puedo hacerlo -dijo ella.
Julián no discutió el punto. Sólo se quedó allí sentado, masajeándole la espalda con su manaza fuerte- Hubo silencio en la habitación, hasta que Sophy, sucumbiendo a la tentación una vez más, se relajó.
– ¿Tienes confianza en mí, Sophy?
– Sí, Julián.
– ¿Entonces por qué no me quieres decir la verdad sobre lo que pasó hoy?
Ella exhaló un suspiro.
– Porque tengo miedo, milord.
– ¿De mí?
– No.
– Me alegro de eso, al menos. -Hizo una pausa y luego dijo, con tono pensativo-. Algunas esposas en tu situación, tendrían razones para temer a sus esposos.
– Deben de ser esposas a quienes sus maridos les tienen muy poca estima. Esposas tristes y desgraciadas que no gozan ni del respeto ni de la confianza de sus maridos. Las compadezco.
Julián exclamó algo, que pareció entre una sonrisa y una queja. Volvió a atar una cinta de terciopelo que se había desatado del camisón de Sophy.
– Tú, por supuesto, quedas excluida de ese grupo de mujeres, querida. Tú gozas de mi estima, mi respeto y mi confianza, ¿no?
– Así es, milord. -Sophy se preguntó como se habría sentido si se hubiera podido agregar el sentimiento de amor a esa lista.
– Entonces tienes razón en no temerme porque, conociéndote, sé perfectamente que no has hecho nada malo hoy. Nunca me traicionarías, ¿verdad, Sophy?
Sophy cerró el puño sobre el género de la camisa de su esposo.
– Nunca, Julián. Jamás en la vida, ni en ninguna otra. Me alegra mucho que lo sepas.
– Claro que lo sé, mi dulce. -Se quedó en silencio durante un rato largo y ella volvió a relajarse por sus caricias-. Desgraciadamente, me doy cuenta de que a pesar de que confío en ti plenamente, mi curiosidad no está satisfecha. Debes entender que soy tu esposo, Sophy. Ese título me hace sentir protector en cierto modo,
– Por favor, Julián, no me fuerces a contártelo. Estoy bien, te lo aseguro.
– No tengo intenciones de forzarte a nada. Jugaremos a las adivinanzas.
Sophy se puso tensa.
– No quiero jugar a nada.
Julián ignoró la protesta.
– Dices que no quieres contarme toda la historia porque tienes miedo. También dices que no me temes a mí. Por lo tanto, la única conclusión que queda es que tienes miedo a otra persona. ¿Confías en que yo pueda protegerte, querida?
– No se trata de eso, Julián. -De inmediato, Sophy levantó la cabeza para asegurarle que ella no ponía en duda su habilidad para defenderla-. Sé que tomarías cualquier medida para defenderme.
– Tienes razón -dijo Julián simplemente-. Eres muy importante para mí, Sophy.
– Entiendo, Julián. -Se tocó el vientre casi imperceptiblemente-. Sin duda, estás preocupado por tu futuro heredero. Pero no necesitas preocuparte por el bebé, pues realmente…
Los ojos de esmeralda de Julián, por primera vez, denotaron cierta ira. Pero desapareció al instante. Tomó el rostro de la muchacha entre sus manos.
– Dejemos esto bien en claro. Tú eres muy importante para mí porque eres Sophy, mi querida, inconvencional, honorable y cariñosa esposa. No porque estés embarazada.
– Oh. -No podía apartar la mirada de los ojos brillantes de Julián. Era lo más parecido a una confesión de amor que Julián le había hecho. Y probablemente, sería lo máximo que podría esperar de él-. Gracias, Julián.
– No me lo agradezcas, pues soy yo quien te debe dar las gracias. -Le cubrió la boca con la de él y la besó con todas sus ansias. Cuando finalmente levantó la cabeza, se leyó un familiar resplandor en sus ojos-. Eres una poderosa distracción, querida, pero creo que, esta vez, haré todo lo posible para resistirme. Por lo menos, por un rato más.
– Pero Julián…
– Ahora terminaremos nuestro juego de adivinanzas. Tienes miedo de la persona, quienquiera que haya sido, que estuvo hoy en la laguna. Aparentemente, no temes a tu seguridad personal- Quiere decir que temes por la mía.
– Julián, por favor, te ruego…
– Bien. Temes por mi seguridad, pero tampoco me adviertes justa y claramente sobre el peligro al que me expongo, en teoría, lo que implica que no tienes miedo de que me ataquen directamente. No me ocultarías una información tan importante ¿cierto?
– No, milord. -En ese instante, supo que no tenía casi tratar de guardarse la verdad. El cazador estaba acercándose a su presa.-Entonces queda una sola posibilidad-dijo Julián, con una lógica inevitable- Sí temes por mi seguridad, pero sabemos que no me atacarán directamente, debe de ser que crees que retaré a duelo a esta tercera persona en cuestión, tan misteriosa y desconocida.
Sophy se enderezó. Cerró ambos puños sobre la camisa de su marido y entrecerró los ojos.
– Julián, debes darme tu palabra de honor de que no harás tal cosa. Debes jurármelo por nuestro hijo que está en camino. No quiero que arriesgues tu vida, ¿me has escuchado?
– Es Waycott, ¿no?
Sophy entrecerró los ojos.
– ¿Cómo lo has sabido?
– No fue tan difícil adivinarlo. ¿Qué pasó hoy en el camino, Sophy?
Ella lo miró, frustrada por completo. Esa expresión tierna y sutil en la mirada de él desapareció, como si jamás hubiera existido. En su lugar, sólo había el frío acecho del cazador frente a la presa. Acababa de ganar la batalla y preparaba su estrategia para la próxima.
– No dejaré que lo retes a duelo, Julián. No te arriesgarás por Waycott, ¿me entiendes?
– ¿Qué pasó hoy en el camino?
Sophy pudo haber llorado.
– Por favor, Julián…
Si bien Julián no había levantado la voz, Sophy se dio cuenta de que se le había agotado la paciencia. No se quedaría con la duda. Julián permitió que Sophy se levantara, pero en ese momento le quitó la mirada de encima. Lentamente, Sophy recorrió todo el cuarto y se aproximó a la ventana, para mirar la oscuridad de la noche. En frases concisas, le relató la historia.
– Él las mató, Julián -concluyó, con las manos entrelazadas frente a sí-. Mató a las dos. Ahogó a Elízabeth porque tenía intenciones de abortar el hijo de él. Y provocó la muerte de mi hermana al tratarla como si no hubiera sido más que un para sus ratos libres.
– Lo de tu hermana lo sabía, porque terminé de armar ese rompecabezas antes de salir de Londres. Y siempre había tenido dudas respecto de lo que había sucedido con Elizabeth aquella noche. Pensaba que, probablemente, alguno de sus amantes había recibido demasiada presión por parte de ella.
Sophy apoyó la cabeza sobre el frío cristal de la ventana.
– Dios me ampare. No tuve el valor de apretar el gatillo cuando tuve la oportunidad. Soy una cobarde.