– No, Sophy, no eres ninguna cobarde. -Julián avanzó suavemente hacia ella-. Eres la mujer más valiente que he conocido en toda mi vida y te entregaría toda mi vida y mi honor saber que esta noche has hecho lo que el honor demanda. No se mata a un hombre inconsciente a sangre fría, haya hecho lo que haya hecho.
Sophy se volvió para mirarlo, con cierta expresión de incertidumbre.
– Pero si lo hubiera matado cuando pude hacerlo, ahora todo habría terminado. No tendría que preocuparme por tí.
– Pero habrías vivido eternamente con el cargo de conciencia de haber matado a un hombre y no me habría gustado ese negro destino para ti, cariño. Por mucho que Waycott merezca morir.
Sophy sintió mucha impaciencia.
– Julián, debo decirte que no me preocupa tanto el haber actuado conforme a los dictados del honor, sino el hecho de que no solucioné el problema definitivamente. Este hombre es un asesino y todavía está libre.
– No durante mucho más tiempo.
Sophy se alarmó.
– Julián, por favor, debes prometerme que no lo desafiarás. Podrías morir, aun si Waycott se batiera justamente en un duelo contigo, cosa que dudo.
Julián sonrió.
– Según tengo entendido, no está en condiciones de batirse a duelo ahora. Dijiste que estaba inconsciente, ¿no? Estoy convencido de que se quedará así por un tiempo. Yo, según recordarás, tengo experiencia personal con tus tés de hierbas.
– No bromees conmigo, Julián.
Le tomó las muñecas y se las llevó contra el pecho.
– No estoy bromeando, cariño. Simplemente, estoy terriblemente agradecido de que estés con vida y sana. Nunca sabrás lo que pasé cuando llegué aquí esta noche y descubrí que no estabas.
Sophy se negó a que la reconfortara porque sabía lo que le esperaba.
– ¿Qué harás, Julián?
– Eso depende. ¿Cuánto tiempo más crees que Waycott dormirá?
Sophy frunció el entrecejo.
– Otras tres o cuatro horas, tal vez.
– Excelente. Más tarde me encargaré de él, entonces. -Empezó a desatarle las cintas del camisón-. Mientras tanto, pienso pasar este rato corroborando que realmente estás ilesa.
Sophy lo miró con severidad mientras el camisón caía a un costado.
– Julián, debes darme tu palabra de honor de que no retarás a duelo a Waycott.
– No te preocupes por eso, querida. -Le besó el cuello.
– Tu palabra, Julián. Dámela. -En ese momento, no deseaba más que estar en brazos de su esposo. Pero todo eso era mucho más importante. Se quedó inmóvil y fría, ignorando la tentación que le presentaba la calidez de aquella boca.
– No te preocupes con lo que suceda con Waycott. Yo me encargaré de todo. Nunca más volverá a acercarse a ti.
– Maldito seas, Julián. Quiero tu palabra de que no lo retarás a duelo. Tu seguridad es mucho más importante para mi que tu estúpido y machista sentido del honor. Ya te he dicho lo que pienso de un duelo. No soluciona nada y puedes perder la vida en ello. No retarás a Waycott. ¿Está claro? Dame tu palabra.
Julián dejó de besarle el hombro y, lentamente, levantó la cabeza, para mirarla. Tenía el entrecejo fruncido por primera vez.
– No tengo mala puntería, Sophy.
– No me importa lo buena que sea tu puntería. No dejaré que corras ese riesgo, y es definitivo.
Alzó las cejas.
– ¿Sí?
– Sí, maldita sea. No me arriesgaré a perderte en un duelo estúpido con un hombre que sin duda hará trampas. En esto, siento exactamente lo mismo que sentí esa mañana que tú interrumpiste mi encuentro con Charlotte Featherstone. No lo soportaré.
– No creo haberte visto nunca tan inflexible, querida.
– Tu palabra, Julián. La quiero.
Julián suspiró.
– Muy bien. Si es tan importante para ti, te juro solemnemente que no retaré a duelo a Waycott con pistolas.
Sophy cerró los ojos, profundamente aliviada.
– Gracias, Julián.
– ¿Ahora tengo permiso para hacer el amor a mi esposa?
Ella lo miró.
– Sí, milord.
Una hora después, Julián se incorporó sobre sus codos y miró la preocupada expresión de su esposa. Ese resplandor que siempre iluminaba su rostro cuando terminaban de hacer el amor estaba apagándose lentamente. Pero a Julián le resultó gratificante, en cierto modo, saber que su bienestar significaba tanto para ella.
– ¿Tendrás cuidado, Julián?
– Mucho.
– Quizá tendrías que llevarte algunos muchachos de los establos contigo.
– No, esto es entre Waycott y yo. Lo manejaré solo.
– Pero ¿qué harás? -preguntó, desesperada.
– Obligarlo a irse del país. Creo que le sugeriré emigrar a los Estados Unidos.
– Pero ¿cómo harás para obligarlo a marcharse?
Julián apoyó los brazos a cada lado de los hombros de Sophy.
– Deja de hacer tantas preguntas, mí amor. No tengo tiempo de contestarlas ahora. Cuando vuelva te lo contaré todo. En detalle. Lo juro. -Rozó sus labios con los de él. Descansa un poco.
– Qué ridiculez. No podré pegar un ojo hasta que regreses.
– Entonces lee un buen libro.
– Wolkhonecraft -lo amenazó ella-. Estudiaré «La reivindicación de los derechos de la mujer» hasta que vuelvas.
– Esa idea me obligará a volver de inmediato a tu lado.
– Al decirlo, Julián se puso de pie-. No puedo dejar que te corrompas más de lo que estás, leyendo esas cosas.
Sophy se sentó y le tomó la mano.
– Julián, estoy asustada.
– Ya lo sé. Conozco esa sensación. La experimenté cuando llegué a esta casa y descubrí que no estabas. -Suavemente, retiró la mano y empezó a vestirse-. Pero, en este caso, no tienes que temer. Tienes mi promesa de que no retaré a duelo a Waycott, ¿lo recuerdas?
– Sí, pero… -Se interrumpió, mordiéndose el labio-. No me gusta esto, Julián.
– Pronto terminará todo. -Se ajustó los pantalones y se sentó para calzarse las botas-. Regresaré a casa antes de que amanezca, a menos que hayas dejado a Waycott tan «grogui» que no pueda entender ni una palabra de nuestro idioma.
– No le puse tantas hierbas como a ti, pues tenía miedo de que se diera cuenta del sabor extraño.
– Qué lástima. Me habría gustado que Waycott sufriera el mismo dolor de cabeza horrible que padecí yo.
– Esa noche habías estado bebiendo, Julián -le explicó ella seriamente-. Eso alteró los efectos de las hierbas. El sólo tomó té. Se despertará con la mente despejada.
– Lo tendré en cuenta. -Julián terminó de ponerse las botas. Caminó hacia la puerta y se detuvo para mirarla. Sintió una fuerte posesión hacia ella y luego una inmensa ternura. Se dio cuenta de que Sophy significaba todo para éL Nada en el mundo era más importante que su dulce esposa.
– ¿Olvidaste algo, Julián? -le preguntó ella desde las sombras de la cama.
– Sólo un pequeño detalle -dijo él. Soltó el picaporte y volvió junto a la cama. Se inclinó y la besó en la boca una vez más-. Te amo.
Julián vio que Sophy abría los ojos desmesuradamente, ante semejante sorpresa. Pero no podía darse el lujo de perder tiempo en explicaciones y detalles. Volvió a la puerta y la abrió.
– Julián, espera…
– Volveré cuanto antes. Luego hablaremos.
– No, espera. Debo decirte algo más. Las esmeraldas.
– ¿Qué pasa con ellas?
– Casi lo olvido. Waycott las tiene. Las robó la noche que mató a Elizabeth. Están en la canasta que está junto a la chimenea, justo debajo de su pistola.
– Qué interesante. Debo recordar traerlas de regreso conmigo -dijo Julián y salió al pasillo.
Las viejas ruinas normandas constituían un conjunto de piedras exóticas y poco atractivas entre las sombras de la noche. Por primera vez en años, Julián reaccionó ante ellas de la misma manera que cuando era niño. Se trataba de un lugar en el que cualquiera podía creer en la existencia de fantasmas. El pensar que Sophy había estado cautiva en los oscuros confines de ese lugar, echó más leña al fuego a la ira que ardía dentro de él
Había logrado disimular su furia frente a Sophy porque sabía que, de lo contrario, la habría alarmado. Pero vaya si había tenido que recurrir hasta al máximo esfuerzo para dominarse. Una cosa era cierta: Waycott tendría que pagar por lo que había querido hacerle a Sophy. Por lo que Julián podía apreciar, no había indicios alrededor de las ruinas. Llevó a su caballo negro hacia el monte más cercano, desmontó y ató la rienda a una rama que le pareció segura. Después se abrió paso entre los fragmentos de piedra hasta la última pared que aún quedaba en pie. No se veían luces que provinieran de las aberturas que estaban en lo alto de la pared. El fuego que, según Sophy, había ardido en la chimenea sin duda se habría convertido en cenizas.
Si bien Julián tenía mucha fe en las habilidades de Sophie con las hierbas, decidió no dejar nada librado a la suerte. Entró al recinto donde ella había estado con extrema cautela. Nada se movía. Julián se quedó parado en la puerta abierta, esperando adaptarse a la oscuridad. Y luego vio el cuerpo de Waycott tirado junto a la chimenea.