Sophy tenía razón. Todo habría sido mucho más sencillo si se tomaba el arma y se disparaba en la cabeza del vizconde. Pero había ciertas cosas que un caballero no debía hacer. Julián meneó la cabeza y fue hacia la chimenea a reavivar el fuego.
Cuando terminó, tomó un banco y se sentó. Miró el interior de la canasta y vio las esmeraldas debajo de la pistola de bolsillo. Con una gran satisfacción, recogió el collar y observó su resplandor en la luz del fuego. Las esmeraldas de Ravenwood se verían estupendas en la nueva condesa de Ravenwood.
Veinte minutos después, el vizconde se movió y se quejó. Julián observó, inmóvil, mientras Waycott recuperaba el sentido. Siguió esperando mientras el hombre parpadeaba y fruncía el entrecejo frente al fuego. Esperó a que se sentara y llevara una mano a la sien. Esperó hasta que el vizconde cayó en la cuenta de que había alguien más allí.
– Es verdad, Waycott. Sophy está a salvo en casa, de modo que tendrás que vértelas conmigo ahora. -Casualmente, Julián dejó que las esmeraldas cayeran cual cascada, pasándolas de una palma de la mano a la otra-. Supongo que era inevitable que en algún momento, llegarás demasiado lejos. Eres un obsesivo, ¿no?
Waycott retrocedió hasta que estuvo sentado contra la pared. Apoyó su rubia cabellera contra las piedras húmedas de la pared y miró a Julián con profundo odio.
– De modo que la querida y pequeña Sophy fue corriendo directamente hacia ti, ¿no? Y creíste cada una de sus palabras, supongo. Quizá yo sea un obsesivo, Ravenwood, pero tú eres un tonto.
Julián miró las esmeraldas.
– En parte tienes razón. Fui tonto una vez. Hace tiempo. No supe darme cuenta de que era una bruja la que se presentaba ante mí vestida de seda en un salón de baile. Pero esa época terminó. En cierto modo, me das pena. De una manera u otra, todos pudimos ya liberarnos de las redes de Elizabeth, pero tú, aparentemente, sigues atrapado.
– Porque yo era el único que la amó. El resto de vosotros sólo quería usarla. Tú querías arrebatarle su inocencia y su belleza, para destruirlas para siempre. Yo sólo quería protegerla.
– Tal como he dicho, estás tan obsesionado como siempre. Si te hubieras contentado con sufrir a solas, yo habría seguido ignorándote. Pero escogiste a Sophy como medio para vengarte contra mí. Y no puedo pasar eso por alto… Te lo advertí, Waycott. Ahora pagarás por haber inmiscuido a Sophy en esto y terminaremos con todo este asunto de una vez.
Waycott rió.
– ¿Qué te dijo tu pequeña y dulce Sophy que sucedió hoy aquí? ¿Te dijo que la encontré en el camino, cerca de la laguna? ¿Te dijo que había ido a ver a la vieja Bess para que le diera algo para abortar, como lo había hecho Elizabeth? Tu querida, dulce e inocente Sophy ya está planeando quitarse de encima a tu heredero, Ravenwood. No quiere llevar en sus entrañas a tu mocoso, igual que Elizabeth.
Por un instante, las palabras de Sophy recorrieron su mente: «No quiero que me presiones a una maternidad prematura". Experimentó cierra culpa.
Julian meneó la cabeza y sonrió a Waycott.
– Eres tan astuto como un ladrón para clavar un puñal por la espalda, pero esta vez fallaste, Waycott. Verás, Sophy y yo hemos aprendido a conocernos bien. Es una mujer honorable. Hemos hecho un trato y si bien no me complace mucho decir que a veces yo no lo he cumplido bien, ella siempre se mantuvo fiel a su palabra. Sé que ella fue a ver a Bess para comprar una nueva remesa de hierbas, no para pedirle un aborto.
– Si realmente crees eso, Ravenwood, eres un tonto. ¿Sophy también te mintió respecto de lo que pasó en esa litera? ¿No te dijo lo rápido que se levantó las faldas y se abrió de piernas para mí? No tiene mucha habilidad, pero con la práctica aprenderá.
De pronto, la furia de Julián fue incontenible. Dejó caer las esmeraldas al piso y se puso de pie con un movimiento rapidísimo. En dos pasos acortó la distancia que lo separaba de Waycott y lo tomó de las solapas de la camisa. Después lo puso de pie y le propinó un puñetazo en medio de su bello rostro. Algo se le rompió en la nariz y Waycott empezó a sangrar. Julián volvió a golpearlo.
– ¡Hijo de puta! ¿No quieres admitir que te casaste con una prostituta? -Waycott se deslizó lateralmente, sobre la pared, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de la mano-. Pero es cierto, canalla, basura. ¿Cuánto tiempo ibas a tardar en darte cuenta?
– Sophy jamás se deshonraría a sí misma ni a mi. Sé que no te ha permitido que la toques.
– ¿Por eso reaccionaste de inmediato cuando te conté lo que pasó entre ella y yo?
Julián ya no podía contener su ira.
– No tiene caso conversar contigo, Waycott. Cada vez que lo intento, no logras razonar. Supongo que debería compadecerte, pero me temo que ni a un loco puedo permitirle que insulte a mi esposa.
Waycott lo miró inquieto.
– Ambos sabemos que no me retarás a duelo.
– Desgraciadamente, tienes razón -coincidió Julián, pensando en el juramento que le había hecho a Sophy. Ya le había roto muchas promesas hasta el momento. No estaba dispuesto a faltarle otra vez a la palabra, aunque por dentro estuviera muriéndose por balear a Waycott. Caminó hacia la chimenea y se quedó mirando el fuego.
– Lo sabía. Le dije que jamás arriesgarías el cuello por ninguna mujer. Has perdido el gusto por la venganza. No me desafiarás.
– No, Waycott, no te desafiaré. -Julián se entrelazó las manos sobre la nuca y se dio vuelta para mirarlo y sonreírle con frialdad-. No por las razones que tú crees, sino por otras, de índole privada. Quédate tranquilo, no obstante, porque esa decisión no me impedirá aceptar un reto a duelo por tu parte.
Waycott pareció confundido.
– ¿De qué rayos estás hablando?
– No te retaré a duelo, Waycott. He hecho un juramente al respecto y debo cumplirlo. Pero creo que podremos arreglar la cuestión de manera tal que seas tú el que me rete a duelo a mí. Y cuando lo hagas, te prometo que estaré ansioso por aceptar. Ya he elegido a mis padrinos. Daregate y Thurgood. ¿Los recuerdas? Se sentirán sumamente felices de colaborar conmigo y controlar que el duelo se conduzca con toda justicia. Ya sabes muy bien que Daregate se da cuenta enseguida cuando hay trampa. Hasta puedo proveer las pistolas. Espero el momento que te sea conveniente.
Waycott se quedó boquiabierto.
– ¿Y por qué habría yo de retarte a duelo a tí? No fue tu esposa la que me traicionó.
– No es un caso de infidelidad conyugal. Aquí no hubo traición. No pierdas tu tiempo y tu saliva tratando de convencerme de que me han puesto los cuernos porque no es cierto. La poción soporífera del té y la soga que usaste para atarla son evidencias suficientes. Pero sucede que yo la creí aun antes de ver las pruebas. Ya sé que mi esposa es una mujer de honor.
– ¿Una mujer de honor? El honor es un término que no tiene ningún significado para una mujer.
– Para una mujer como Elizabeth no, pero para alguien como Sophy tiene mucho significado. Pero no volveremos a tocar el tema del honor. No tiene ningún caso porque tú no sabes lo que es el honor. Ahora, vayamos a lo nuestro.
– ¿Estás dudando de mi honor? -gruñó Waycott.
– Por supuesto. Y lo que es más. Pondré tu honor en tela de juicio frente a todo el mundo, hasta que te veas obligado a retarme a duelo o a emigrar al continente americano. Son las dos opciones que te quedan, Waycott.
– No puedes obligarme a tomar ninguna de las dos.
– Si crees que no, vas a sorprenderte, pues te forzaré a optar. Te haré la vida insoportable aquí en Inglaterra, Waycott. Seré una especie de lobo que te morderé los talones hasta que te haga saltar sangre de ellos.
Waycott se veía muy pálido a la luz del fuego.
– Estás exagerando.
– ¿Quieres que te diga cómo será? Escucha bien, Waycott y vislumbra tu destino. Dondequiera que vayas, en cualquier momento, yo o algún representante mío, estaremos a tus espaldas. Si deseas comprar algún caballo en Tattersail, procuraré levantar la oferta para asegurarme de que el caballo se lo quede otro. Si intentas comprarte un par de botas en Hoby, o una chaqueta en Weston, informaré a los propietarios que se quedarán sin negocio en el futuro si siguen vendiéndote a ti.
– No puedes hacerlo -dijo Waycott entre dientes.
– Y ése será sólo el comienzo -continuó Julián-. Haré correr la voz de que tengo intenciones de comprar todas las parcelas que lindan con tus tierras en Suffolk. En poco tiempo, yo seré dueño de todo el territorio que rodea el tuyo, Waycott. Además, dejaré tu reputación tan manchada que ningún club respetable te aceptará como miembro y ninguna anfitriona querrá recibirte en su casa.
– Jamás te dará resultado.
– Sí, Waycott. Tengo el dinero, la tierra y el título necesarios para lograr mis objetivos. Y más aun. Tendré a Sophy a mi lado. Su nombre vale oro en Londres en estos días, Waycott. Si ella se vuelve contra tí, toda la sociedad también te dará la espalda.
– No. -Waycott sacudió la cabeza, furioso-. Ella nunca haría eso. Yo no la he lastimado. Ella entenderá por qué hice lo que hice. Es compasiva conmigo.
– Ya no.
– ¿Porque la traje aquí? Pero se lo puedo explicar.