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Sophy se sobresaltó y luego gimió tímidamente cuando él la apretó con las manos. Trató de liberarse, pero al ver que él no se lo permitiría, se quedó quieta entre sus brazos.

Julián advirtió la cauta sumisión de la muchacha y se tomó su tiempo para profundizar el beso con mucha suavidad. Dios, qué bello. Jamás había pensado que ella sería tan cálida y dulce. Sophy tenía la suficiente fuerza femenina para hacerle tomar conciencia de su propio poder, superior. Esa idea, para su sorpresa, lo excitó sobremanera. Casi al instante tuvo una erección.

– Ahora, pronuncia mi nombre -le ordenó suavemente contra la boca.

– Julián. -Esa única palabra fue temblorosa pero audible.

Julián le acarició el brazo con la palma de la mano mientras le mimaba la garganta.

– Otra vez.

– J… Julián. Por favor basta. Esto ya ha llegado demasiado lejos. Me dio su palabra.

– ¿Te estoy forzando? -le preguntó caprichosamente, estampándole un delicadísimo beso debajo del lóbulo de la oreja. Siguió bajando la mano y la posó sugestivamente en la rodilla de Sophy. De pronto sintió la urgencia de separarle las piernas para explorarla con mayor plenitud. Si el calor y la miel que hallaba entre esas piernas fuera tan similar al que le había expresado la boca de Sophy, Julián se sentiría muy satisfecho ante la elección que había hecho como esposa-. Dime, Sophy, ¿para ti esto es forzarte?

– No lo sé.

Julián sonrió. Sophy parecía tan desdichadamente insegura.

– Permíteme decirte que esto en nada representa el verdadero significado de tomarte por la fuerza.

– ¿Entonces qué es?

– Te estoy haciendo el amor. Es perfectamente permisible entre marido y mujer, ¿sabes?

– Usted no me está haciendo el amor-contravino ella seriamente.

Confundido, Julián levantó la cabeza para mirarla.

– ¿No?

– Por supuesto que no. ¿Cómo puede ser posible que me esté haciendo el amor? No me ama.

– Entonces llámalo seducción -respondió él-. Un hombre tiene derecho a seducir a su propia esposa, por cierto. Te di mi palabra de que nunca te tomaría por la fuerza, pero jamás dije que no trataría de seducirte. -«No habría ninguna necesidad de cumplir ese estúpido pacto», pensó Julián con satisfacción. Ella ya le había demostrado claramente que le respondería de inmediato.

Sophy se alejó de él. En sus ojos había una expresión de fastidio que oscurecía el turquesa.

– Por lo que tengo entendido, la seducción es otra de las formas con las que un hombre fuerza a una mujer. Es el arma que el hombre utiliza para ocultar la veracidad de sus motivos auténticos.

Julián se asombró por la vehemencia de sus palabras.

– ¿Entonces has tenido experiencia con eso? -replicó fríamente.

– Para una mujer, los resultados de una seducción son los mismos que cuando la obligan, ¿no?

Con escasa destreza, Sophy se bajó de los muslos de su esposo, enredando las faldas de lana entre sus piernas en el proceso. La pluma rota de su sombrero se bajó más todavía, hasta que le quedó sobre un ojo. Ella se arrancó la pluma para quitarla de en medio y el cañón roto quedó en el sombrero.

Julián extendió la mano y le aferró la muñeca.

– Contéstame, Sophy. ¿Has tenido experiencia en el tema de seducción?

– Es un poquito tarde para preguntármelo ahora, ¿no? Debió haber preguntado al respecto antes de proponerme matrimonio, ¿no cree?

Pero Julián se dio cuenta de inmediato que Sophy jamás había estado antes en los brazos de ningún hombre. Vio la respuesta en sus ojos, pero se sintió obligado a instigarla para que ella dijera la verdad. Tenía que aprender que Julián no toleraría evasivas, verdades a medías, ni ninguna otra artimaña de las que las mujeres suelen echar mano para mentir.

– Me contestarás, Sophy.

– Si lo hago ¿usted responderá a todas mis preguntas sobre sus antiguos romances?

– Por supuesto que no.

– Oh, usted es de lo más injusto, milord.

– Soy tu esposo.

– ¿Y eso le da derecho a ser injusto?

– Me da derecho y me obliga a hacer todo lo que sea mejor para ti. Discutir contigo mis romances pasados no sería de ninguna utilidad y ambos lo sabemos.

– No estoy tan segura. Creo que con eso conocería mejor su personalidad.

Julián soltó una carcajada de sarcasmo.

– Creo que ya conoces bastante mi personalidad. A veces, más de lo deseable. Ahora cuéntame tu primera experiencia en seducción, Sophy. ¿Acaso algún terrateniente del campo trató de tenderte en medio del bosque?

– De haber sido así, ¿qué haría usted?

– Hacer que pague por ello -dijo Julián.

Ella se quedó boquiabierta.

– ¿Lo retaría a duelo por una indiscreción del pasado?

– Nos estamos yendo por las ramas, Sophy. -Le apretó con más fuerza la muñeca. Sintió que los huesos eran muy frágiles, de modo que se cuidó de no apretar demasiado.

Ella le desvió la mirada.

– No tiene que preocuparse por vengar mi virtud perdida, milord. Le aseguro que he llevado una existencia de lo más tranquila y aburrida, para ser precisa.

– Eso pensé. -Le soltó la muñeca y se acomodó contra el respaldo del asiento-. Entonces explícame por qué para ti la seducción es lo mismo que la fuerza.

– Creo que ésta no es en absoluto una conversación apta para que la mantengamos -dijo ella, con voz sofocada.

– Tengo la sensación de que tú y yo mantendremos muchas conversaciones más de este mismo carácter. En ocasiones, querida, te pones de lo más insolente. -Extendió la mano y quitó el cañón roto de la pluma del sombrero de Sophy.

Ella lo miró con una expresión de resignación.

– Debió haber considerado mis insolencias antes de insistir en casarse conmigo.

Julián giraba el cañón de la pluma entre sus dedos índice y pulgar.

– Y lo hice. Pero decidí que eran muy manejables. Deja de distraerme ya, Sophy. Dime por qué le temes tanto a la seducción como a la fuerza.

– Es un asunto privado, milord. No hablaré de ello.

– Hablarás conmigo de ello. Me temo que debo ser insistente porque soy tu marido, Sophy.

– Deje ya de usar eso para satisfacer su curiosidad -alegó ella.

Julián la miró de reojo, analizándola y consideró el gesto desafiante de su mentón levantado.

– Me insultas, madam.

Sophy se movió, incómoda, tratando de arreglarse las faldas.

– Usted se siente insultado por nada, milord.

– Oh, sí, mi arrogancia excesiva. Creo que tendremos que acostumbrarnos a convivir con ella. Del mismo modo que tendremos que habituarnos a convivir con mi curiosidad. -Julián estudió el cañón de pluma roto y esperó.

El silencio reinó en el coche. El ruido de las ruedas, del cuero del arnés y de las pisadas de los caballos se tornó insoportablemente fuerte.

– No se trata de una cuestión que me afectó a mí personalmente -dijo Sophy por fin, en una voz muy baja.

– ¿Sí? -presionó Julián.

– Mi hermana fue victima de una seducción. -Sophy miró con insistencia el paisaje que iban dejando atrás-. Pero ella no tuvo a nadie para que la vengara.

– Me dijeron que tu hermana falleció hace tres años.

– Sí.

Algo de la entrecortada voz de Sophy alertó a Julián.

– ¿Quieres insinuar que su muerte fue el resultado de una seducción?

– Descubrió que estaba embarazada, milord. El hombre responsable de ello la abandonó. Y mi hermana no pudo soportar ni la vergüenza ni la traición. Tomó una sobredosis de láudano. -Se estrujó las manos sobre la falda.

Julián suspiró.

– Lo siento, Sophy.

– No era necesario que tomara una medida tan drástica-murmuró Sophy-. Bess pudo haberla ayudado.

– ¿La vieja Bess? ¿Cómo? -preguntó Julián.

– Hay modos en los que pueden resolverse situaciones como ésa. La vieja Bess los conoce. Si mi hermana sólo hubiera confiado en mí, yo la habría llevado con Bess y nadie se habría enterado de nada jamás.

Julián dejó caer el cañón de la pluma y se acercó para tomarle la muñeca una vez más. Esta vez, ejerció mucha fuerza, deliberadamente, sobre sus frágiles huesos.

– ¿Qué sabes al respecto? -le preguntó en voz baja-. Elizabeth sabía de esas cosas.

Sophy parpadeó rápidamente, en apariencia confundida por la repentina y controlada ira de Julián.

– La vieja Bess sabe mucho de hierbas medicinales. Ella me enseñó muchas cosas.

– ¿Y también te enseñó cómo quitarte de encima un bebé indeseado? -preguntó, manteniendo la misma suavidad.

Al parecer, Sophy se dio cuenta demasiado tarde de que había soltado la lengua más de lo debido.

– Ella… ella mencionó que ciertas hierbas pueden usarse cuando una mujer cree que ha concebido -admitió vacilante-. Pero esas hierbas pueden ser muy peligrosas para la madre, por lo que deben usarse con extrema cautela. -Sophy se miró las manos por un momento-. Yo no tengo esa habilidad para un arte tan particular.

– ¡Maldición! Será mejor que no te especialices en esa materia, Sophy. Y juro que si esa vieja bruja de Bess se dedica a hacer abortos haré que la expulsen inmediatamente de mis tierras.

– ¿De veras, milord? ¿Acaso sus amigos londinenses son tan puros? ¿Nunca ninguna de sus amantes se vio obligada a recurrir a este recurso por culpa suya?