– ¿Te gustó?
– No tanto como había imaginado. Digamos que fue una experiencia.
Jack movió la cabeza, una combinación de perplejidad y diversión en la expresión.
– Si anoche no te hubiera visto en acción, jamás creería que tenías ese espíritu.
– Hay muchas cosas que no sabes de mí -de hecho, la sorprendía todo lo que le había revelado.
Ni siquiera Julia conocía que aquella noche había perdido sus inhibiciones de chica buena. Pero empezaba a descubrir que Jack era un hombre con quien resultaba muy fácil abrirse, y disfrutaba de la intimidad creada al revelar sus secretos bajo el cielo nocturno.
– Menos mal que soy un estudiante aplicado -la miró con intensidad. -Quiero aprenderlo todo de ti -le alargó la mano. -Demos un paseo.
Ella aceptó el gesto. Cálidos y ansiosos, los dedos de él se cerraron en torno a los de ella y la llevaron hacia la marea. El agua fría le mojó los pies en contraste erótico con el calor que tenía dentro.
– No has respondido a lo de jugar en el agua -le recordó. -Yo lo he hecho. ¿Y tú? -lo miró por el rabillo del ojo,
– ¿Me respetarías por la mañana si te dijera que no? -inclinó la cabeza.
¿Jack Latham abochornado? La confesión le hizo aletear el corazón. El intercambio de secretos se había convertido en algo mutuo. El cuerpo le hormigueó al anticipar la intimidad que alcanzarían, de modo que no se burló de su comentario.
– Respeto la verdad. ¿Por qué no iba a respetarte? ¿Cómo es que te lo perdiste?
– No tuve la oportunidad -se encogió de hombros. -Crecimos en la ciudad. Me he mojado con muchas bocas de incendio, pero nunca en la playa.
– ¿Nunca has salido de la ciudad? ¿Ni de vacaciones ni nada por el estilo?
– No hacíamos vacaciones de familia.
Mallory experimentó un nudo en el pecho ante la insatisfacción implícita en su infancia.
– Nosotros tampoco -reconoció en voz baja -en los ojos de él captó el brillo de un espíritu afín que comprendía. -Siempre se está a tiempo -adrede le quitó importancia al tema. Le bastaba con saber que le había dado municiones para un momento más oportuno. Otra noche, otra invitación.
Jack se detuvo y la acercó.
– ¿Qué te parece ahora?
Ella movió la cabeza. Le gustaba el lado perversamente juguetón de Jack esa noche.
– ¿Qué te parece si no? Me gustaría vadear antes de zambullirme, ya sabes, probar las aguas.
Los intensos ojos de Jack parecieron oscurecerse más.
– ¿Por qué me da la impresión de que me pones a prueba?
– Porque es evidente que nos parecemos. Ninguno de los dos puede resistir un desafío.
Con las manos la aferró de las caderas y la pegó a su cuerpo duro. La inmovilizó y dejó que sintiera la presión de su erección, dura e implacable contra el estómago de Mallory. Se preparó para resistir las oleadas de añoranza, pero fueron más poderosas e insistentes que el agua que rompía a sus pies.
– ¿El único motivo de que estés aquí es un desafío? -quiso saber él.
Acalló una respuesta brusca. El desafío quizá le brindara la excusa de aceptar la invitación, pero se había presentado por muchos más motivos.
Lo miró.
– He venido porque me has invitado.
– Es verdad -detrás del destello burlón de sus ojos, había una emoción más profunda.
Mallory no supo qué la dominó, pero se adelantó e inhaló la fragancia salada y a hombre antes de apoyar los labios en un hoyuelo y luego en el otro, deteniéndose únicamente para pasar la lengua por el fascinante hueco en la piel áspera por la barba de un día.
La reacción de Jack fue un gemido masculino, que reverberó en ella y detonó un estallido de excitación.
– ¿Te haces una idea de lo mucho que me enciendes? -adelantó las caderas en un movimiento instintivo.
Estaba duro, era masculino y lo sentía perfecto. Contuvo el aliento.
– Puedo sentirlo.
Jack la rodeó con las manos hasta apoyarlas con firmeza en el trasero de ella. Mallory descubrió que se pegaba a él en busca de un contacto más profundo.
– Relájate.
El aliento cálido de Jack le rozó la oreja. Le causó un hormigueo en la piel y consiguió contraerle los pezones, que sobresalieron por debajo de La tela del bañador.
La mantuvo pegada a él, acariciándole con suavidad el trasero, hasta que el tronco inferior de ella, tenso, hizo lo que Jack pedía. Se relajó y buscó encajar con comodidad en su erección.
– Mucho mejor.
Mallory movió las caderas seductoramente. Con cada movimiento, la sacudía una oleada de deseo atormentador. Y con cada arranque renacía la ridícula esperanza de que, igual que ella misma, él estaba allí por algo más que un desafío.
Tenía que ser la luz de la luna, mágica y mística, la que la impulsaba a considerar semejantes necedades. Eran abogados que trabajaban en el mismo bufete, tenían en común que ambos eran competitivos y buscaban siempre la victoria, pero no los esperaba ningún futuro posible, sin importar lo ardiente que fuera su química.
No podía negar que con la invitación de Jack habían alcanzado el punto de no retorno. No le quedaba más elección que creer en la integridad de él y que no la presionaría profesionalmente. Ya no había marcha atrás.
No en medio de ese juego acalorado. Con precisión deliberada, imitó los movimientos de él, apoyó las manos en el trasero de Jack y lo pegó con más firmeza e intimidad contra ella. El profundo gemido de satisfacción que él emitió le provocó un hilillo de deseo húmedo entre las piernas. El duro torso masculino le rozaba los pechos palpitantes, haciendo que sintiera que el alivio se hallaba cerca y lejos al mismo tiempo.
Jack no sabía cuánto tiempo podría mecerse contra el cuerpo de Mallory sin alcanzar la liberación ante la creciente necesidad que se iba acumulando en él.
Su intención había sido atormentarla y llevarla más lejos de lo que lo había conseguido ella la noche anterior, pero Mallory había logrado invertir las tornas y torturarlo. El inminente alivio crecía con velocidad furiosa dentro de él. No tenía intención de abochornar a ninguno de los dos; lo único que quería era llevarla hasta el precipicio y ofrecerle una noche para recordar.
Sin hablar, la alzó en brazos y comenzó a andar lentamente hacia el mar.
– ¿Qué haces? -gritó Mallory y le rodeó el cuello con firmeza.
– Enfriarnos -se detuvo cuando el agua le llegó a las rodillas, y cuando la siguiente ola se dirigió hacia la playa, se sumergió con ella en brazos.
El torrente de agua fría debería haberlo devuelto a la normalidad, pero no con Mallory a su lado y el calor que había entre ambos.
Mallory reía mientras la llevaba a la gran toalla que tenía extendida sobre la arena. La puso de pie y le alcanzó una toalla más pequeña con la que poder secarse antes de acomodarse a su lado.
– ¿Ha ayudado? -preguntó mientras se secaba pelo y brazos.
El cuerpo de él aún palpitaba con necesidad no saciada, y observar los movimientos de ella bajo el traje de baño estilizado y mojado le renovó el deseo.
– Nada -se sentó en la toalla.
– Lo imaginaba -sin advertencia previa, le pasó una pierna por encima, juntó los pies en su cintura y se sentó en su regazo.
– ¿Intentas matarme? -gimió.
– Solo intento otra alternativa para solucionar tu problema -se movió hasta que la carne dura estuvo contra su calor húmedo, casi inexistentes las barreras de los bañadores. -He oído que los franceses lo llaman «pequeña muerte» -un brillo seductor centelleó en sus ojos azules.
Él echó la cabeza hacia atrás y buscó recuperar el control mirando el cielo estrellado. Luego le acarició el cuello y el pecho con la lengua, y junto con la piel suave probó agua salada. Logró colocarla sobre la toalla y sentarse encima. Creía haber obtenido el control de la situación, pero esa idea se esfumó en cuanto ella abrió las piernas y dejó que sus muslos le acunaran la erección en un capullo de calor húmedo.