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Y en ese momento recibía una nota. La acercó a la nariz.

¿Floral? ¿Oriental? No terminaba de identificar la fragancia, aunque le parecía haberla olido ya.

– Quizá deberíamos dejarlo para otro momento. Es evidente que está distraído -Mallory se puso de pie.

– Espere.

– ¿Por qué? Nada de lo que digo o hago parece mantener su interés. ¿Por qué no se ocupa de los asuntos personales y nos reunimos más tarde?

– Siéntese, Mallory -soltó un leve gemido. -Me preguntó si pensaba enfrentarme a Lederman. La respuesta es «no». Este hombre opera de la siguiente manera: le gusta desarrollar la confianza poco a poco. Por eso estamos aquí, para que nos evalúe, para desarrollar esa confianza. El bufete aún lleva casi todos sus negocios, pero esto… esto es personal. Cuando se sienta preparado, nos lo contará.

– ¿Y mientras tanto?

– Esperamos. Disfrutamos de la playa. De la vista -«Sé puntual. Y ven con hambre»-. De la comida -musitó.

– ¿Perdón?

Movió la cabeza. Ella tenía razón. No podía concentrarse en ese momento en el trabajo. Quienquiera que le hubiera enviado la invitación podía estar observándolo. Evaluándolo. Le tembló el cuerpo.

– Tiene razón. Dejémoslo para después.

– Descanse primero -Mallory asintió -, ¿Qué le parece a las ocho?

Jack respiró hondo y se obligó a sonreír.

– Creía haberle dicho que considerara nuestra estancia aquí unas mini vacaciones. Tómese la noche libre y hablaremos por la mañana.

– Como quiera -dio media vuelta y se marchó.

Volvió a agitar la nota en el aire para saborear el aroma persistente y el efecto excitante que este surtía sobre sus sentidos. Quienquiera que le enviara la nota lo había hecho con la intención de estimularlo y excitarlo. Pues había hecho un buen trabajo. Tanto que aún no podía levantarse, y probablemente necesitaría un rato para hacerlo.

El crepúsculo envolvía la playa mientras la noche se aproximaba. Con encendida anticipación, Jack observó el reloj digital de la habitación acercarse a la hora. Una suave brisa entraba por la puerta abierta de la terraza. El cuerpo le palpitaba al ritmo de las olas que rompían en la playa. El corazón le martilleaba frenético en el pecho. El deseo fluía con rapidez y furia.

Pero no tenía ni idea de lo que iba a encontrarse.

Una cosa estaba clara: el misterio era un poderoso afrodisíaco. La necesidad de saber y el deseo de participar en la fantasía hicieron que olvidara su regla en contra de una aventura de una noche. No sabía si luego lamentaría haberse presentado. Pero en ese momento, nada podía impedirle que aspirara esa fragancia embriagadora en persona. Nada podría impedirle llegar a tiempo. Y mientras cerraba la puerta de la habitación a su espalda y salía a la oscuridad del exterior, el fuego chisporroteante se convirtió en una llama poderosa.

El centro alardeaba de tener diez cabañas aisladas, diseminadas a lo largo de la playa. Gracias al mapa que había en su habitación, no le costó encontrar la Cabaña Diez.

Siguiendo las instrucciones detalladas, cerró los ojos, alzó la mano y llamó a la puerta. En la oscuridad, los sonidos se magnificaron y los nudillos contra la madera también resonaron en el interior de su cabeza. Los grillos interpretaban una sinfonía y la brisa agitaba las ramas próximas. Pasaron segundos y luego oyó unos crujidos al abrirse la puerta.

Experimentó un nudo en el estómago y el deseo de mirar se tornó abrumador. Pero las instrucciones habían sido claras. Si quería que se le concedieran los deseos, debía seguir las reglas y mantener los ojos cerrados.

Sin advertencia previa, una mano suave le aferró la muñeca. Se le resecó la boca. No se pronuncio ni una palabra, pero un tirón insistente lo hizo avanzar al interior.

Cruzó un amplio espacio hasta que una sacudida de la muñeca hizo que se detuviera. El calor de un cuerpo femenino se acercó. No supo muy bien cómo lo percibió, pero de algún modo supo que la tenía frente a él. Entonces inhaló la fragancia que había estado con él toda la tarde. Le despertó los sentidos y sacudió su contención.

Las manos de ella se posaron en sus hombros y lo empujaron hacia abajo hasta que se sentó, envuelto por unos cómodos cojines y lo que creyó que era terciopelo.

– Tengo que mirarte -murmuró.

Sintió la negativa con la cabeza, el contacto de unas delicadas yemas de dedos sobre sus párpados. «Aún no». Las palabras no pronunciadas flotaron entre ellos.

– Has seguido las instrucciones. De modo que ahora recibirás tu deseo. Querías ver a la mujer que había detrás de la fachada helada -las palabras fueron un susurro delicado.

Pero la voz ronca era descaradamente familiar… y excitante, como había sido desde el principio. No obstante, la sorpresa le hizo abrir los ojos.

Esperaba ver a Mallory Sinclair, la abogada. Pero ahí había una seductora con unas curvas que jamás había soñado que Mallory poseyera. Unas gloriosas ondas de pelo negro fluían sobre sus hombros. Un maquillaje perfectamente aplicado acentuaba unas facciones que sólo había considerado potenciales.

Se había equivocado.

La perfección no se podía mejorar, y de no haber estado tan atrapado en lo que ella podría ser, habría visto a esa Mallory desde el principio. Mallory Sinclair, la belleza voluptuosa.

La mujer que le había enviado la invitación y que le reservaba una velada entera de seducción.

CAPITULO 04

– ¿Qué pasa, Jack? ¿Te comió la lengua el gato?

Mallory se acercó tanto, que no fue capaz de respirar, y mucho menos contestar.

Las uñas de ella, pintadas de un profundo color coral, marcaron un sendero desde su mandíbula hasta el primer botón del polo. Tembló ante el ataque descarado.

– O tal vez el cuello es demasiado prieto para que respires y hables al mismo tiempo -murmuró ella. Con dedos ágiles, le desabrochó el primero.

Habría respirado mucho mejor de no ser por el aliento cálido de ella en la mejilla, el mohín de esos labios también de color coral y el aroma embriagador que lo envolvía. Todo se combinaba para excitarlo. Nunca habría imaginado que estaría ante su colega supuestamente reprimida, y en ese sentido lo había sorprendido.

Y a Jack no le gustaban las sorpresas. En el tribunal jamás formulaba una pregunta cuya respuesta desconocía. Demasiados abogados habían caído por simples presunciones. Demasiados hombres habían caído en el engaño de creer que conocían a la mujer con la que estaban. Jack no pensaba caer ni dejar que lo engañaran, y menos una mujer.

Establecía sus propias reglas y luego vivía de acuerdo con ellas. Pero había roto una al responder a la invitación, de modo que el único culpable de que en ese momento se encontrara en desventaja era él.

– Quizá me sorprendiste -la miró y volvió a callar aturdido por el azul impactante de sus ojos.

– La fachada helada -asintió.

Captó el hielo en su voz junto con el deje de dolor que no logró esconder. Era Imposible que volviera a asociar a esa mujer con la palabra «fría».

– Te Insulté.

Ella inclinó la cabeza.

– Sí, me insultaste. No obstante, he de reconocer que fue una descripción interesante de una mujer a la que apenas conoces.

Sus palabras daban a entender que pretendía corregir no solo su errónea suposición, sino también el estado de su relación.

El siguiente movimiento de ella le demostró que tenía razón. Se acomodó en los cojines al lado de él, tan cerca que se olvidó de respirar durante unos momentos.

Mallory dobló las piernas al estilo indio. La mirada de Jack se vio atraída a la tela suave y brillante de la falda de seda amarilla, luego a la fina y delicada sandalia que le cubría los pies. El tono coral acentuaba sus uñas, tal como lo hacía con los labios y las manos.

Ella jugueteó con la falda hasta que cayó provocativamente entre sus piernas, tapando y revelando al mismo tiempo. Jugaba con él. Los dos lo sabían, pero Jack disfrutaba tanto que no quería pararlo.