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– En ese caso -replicó entre carcajadas-, estoy deseando con todas mis fuerzas que llegue ese día, señor Huxtable.

– Podrá llamarme Con después de la boda -añadió él.

Era un hombre difícil de desentrañar. ¿Le guardaba alguna antipatía o no? ¿Se la guardaba a Stephen o no?

Su pareja para el baile previo a la cena fue Bruce. Se lo había solicitado y no pudo negarse. Sin embargo, era difícil olvidar la amargura por todas las cosas horribles que le había dicho antes de echarla de Carmel House; por el terror que la había invadido mientras viajaba con su pequeño séquito de desamparados sin saber cómo iba a mantenerlos y cómo iba a mantenerse ella misma; por los espantosos rumores que él ni siquiera había intentado frenar y que tal vez incluso hubiera contribuido a esparcir; por la manera en la que había hecho acto de presencia esa noche, sin tener en consideración quién pudiera escuchar su virtuoso e indignado sermón. Había sido cuestión de suerte que hubiera aparecido cuando lo hizo en vez de una hora más tarde.

La única satisfacción que sentía era verlo con la nariz hinchada y enrojecida.

Menuda estampa la de Stephen mientras…

Sin embargo, no debía sentirse satisfecha por ningún tipo de violencia. Aunque se había sentido así. Todavía se sentía. Por primera vez en su vida alguien había blandido los puños por ella en vez de contra ella. Y sabía muy bien lo que dolía un puñetazo en la nariz.

– Cassandra -le dijo Bruce mientras la conducía a la pista de baile-, debes saber que nunca me has caído bien. Te casaste con mi padre porque eras una simple caza-fortunas y una oportunista. Después de haber crecido con ese inútil que tuviste por padre no tenías donde caerte muerta y pensaste que podrías vivir rodeada de lujos durante el resto de tu vida. Casi lo lograste. Las joyas que te regaló mi padre cuestan una fortuna, tal como estoy seguro que sabes. Pero pagaste bien por tus ardides. Te llevaste tu merecido. Dudo mucho de que ese sea el caso con Merton. Es un calzonazos y un pusilánime. Esta vez has elegido mejor. Sin embargo y si William dice la verdad, como supongo que hace, no mataste a mi padre. De ahí que esta noche esté haciendo todo lo posible para apaciguar los rumores que parecen haberte seguido hasta Londres. Me alegro de poder apaciguarlos. Me alegro de que te cases con Merton. Me alegro de poder librarme de ti por fin, de olvidarte y quizá, si tengo mucha suerte, de no tener que volver a verte jamás.

Lo dijo todo con una afable sonrisa en los labios.

La música estaba a punto de comenzar.

– Bruce, ¿estás pensando ya en el matrimonio? -le preguntó ella, devolviéndole la sonrisa.

– Pues no -contestó.

– Me alegro -replicó-. Me alegro por la dama que pudiera convertirse en tu esposa, por supuesto.

– Mañana por la mañana iré a ver a mi abogado -le informó él-. Lo acompañaré a ver a tu letrado. Espero verte en su despacho a mediodía, Cassandra. Tendrás todo lo que legalmente te pertenece siempre y cuando estés dispuesta a firmar un documento en el que renuncies a recibir nada más del resto de mis propiedades. Para siempre.

Bruce sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.

– Iré con Wesley -dijo-. Y ya se encargará mi abogado de decirme qué tengo que consentir y qué no, ya sea por escrito o verbalmente.

Bailaron en silencio, sonriéndose sin llegar a mirarse a los ojos. Porque Cassandra sabía que muchos invitados los observaban con curiosidad, ávidos por descubrir el significado de la aparición de lord Paget. Claro que para ellos solo podía significar una cosa. Porque ¿habría aparecido en su baile de compromiso si de verdad creyera que había asesinado a su padre? ¿Habría aparecido si no le deseara lo mejor, si no estuviera dispuesto a felicitarla por ese segundo matrimonio?

Casi podía escuchar los pensamientos de los invitados, lo que estaban comentando y lo que comentarían en los días venideros.

Seguro que dirían que todos la habían juzgado mal. Que los rumores habían sido, al fin y al cabo, exagerados. A fin de cuentas, ¿qué mujer era capaz de blandir un hacha con la fuerza suficiente como para partirle a un hombre el cráneo en dos? Afirmarían no haber creído nunca algo así, por supuesto. Pero alegarían que ella no había negado nada. Y que todo el mundo creería capaz de cualquier cosa a una mujer con su color de pelo. Aunque se reiterarían en la idea de haberla juzgado mal. Porque lord Paget no solo había asistido a su baile de compromiso, sino que también había bailado y había charlado con ella, e incluso le había sonreído. Era evidente que mantenían una relación cordial.

Stephen llegó a la conclusión de que Paget se había comportado como debía. El baile casi tocaba a su fin y le alegraba poder bailar con Cassandra de nuevo.

No podía decirse que le hiciera gracia la presencia de ese hombre, como tampoco le hizo gracia verse obligado a invitarlo al baile en vez de darle una buena tunda, cosa que habría sido mucho más satisfactoria.

Pero analizándolo todo en conjunto, tal vez fue lo mejor. Aunque mucha gente seguiría pensando lo peor de Cassandra, esa era al fin y al cabo la naturaleza humana, la mayoría comprendería que se había dejado engañar por los rumores. Y esa mayoría se convencería de que como jamás le hacía caso a los rumores, tampoco se lo había hecho a ese en concreto. Y así la reputación de Cassandra quedaría restituida.

Además, después de haberse pasado la noche sonriendo e incluso de haber bailado con Cassandra, no podía negarle el derecho a recuperar sus pertenencias personales y la cantidad de dinero estipulada tanto en el contrato matrimonial como en el testamento del difunto barón.

Ignoraba a cuánto ascendía esa cantidad, pero suponía que al menos le permitiría vivir cómodamente. Sería una mujer independiente. Podría vivir la vida como estimara conveniente.

La conclusión no lo entristeció. Más bien todo lo contrario. Porque sabía que Cassandra se habría opuesto con uñas y dientes a un matrimonio entre ellos si las circunstancias hubieran dado a entender que lo necesitaba. Y en ese caso él se habría sentido obligado a convencerla de que se casara solo porque carecía de cualquier otra alternativa. De modo que se habría pasado el resto de la vida preguntándose si se había casado con él de forma voluntaria. Y preguntándose también si él se había casado movido en parte por la lástima.

El cambio en sus circunstancias le permitía luchar por ella sin remordimiento alguno. Y Cassandra acabaría aceptándolo. Pero lo haría porque de verdad lo deseaba, porque era libre para decidir lo que quería de verdad. Por su parte, lucharía por ella porque la quería. No había otra razón.

Le sonrió mientras la tomaba entre sus brazos. Llevaba sonriendo toda la noche, por supuesto, pero en esa ocasión solo la vio a ella, solo sintió ese amor tan inmenso que resultaba cas: abrumador. Apenas podía creer que le hubiera sucedido. Y mucho antes de haber empezado a buscarlo siquiera y donde menos habría esperado dar con él en caso de haber salido a su encuentro.

– ¿Sigues empeñada en romper el compromiso a finales de verano? -le preguntó.

– Por supuesto -contestó ella-. Me lo exige la honradez. No voy a fallarte ni a retenerte, Stephen. Todo esto es temporal.

¿Sentiría algo por él?, se preguntó. Era imposible saberlo. Estaba casi seguro de que al menos le tenía cariño. Y en el aspecto físico sabía que lo deseaba. Pero ¿sentía algo cercano al amor, al amor romántico, a ese amor profundo que perduraría durante toda una vida?

Ya era una mujer libre para amar.

O para no amar.

Sin embargo, no era libre para confesar que lo amaba, ¿verdad? Le había prometido romper el compromiso cuando acabara la temporada social.

«No voy a fallarte ni a retenerte, Stephen.»

Cortejarla iba a ser arduo. Estaban atrapados en un compromiso que ella se sentía obligada a romper y que él se sentía obligado a convertir en un matrimonio.

El amor parecía lo de menos.