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– En eso tienes razón -comentó Elliott con voz risueña.

– Y si de verdad lo mató -prosiguió Vanessa- y si hay pruebas de que lo hizo… Vamos, si hay alguien que la vio blandir el hacha… ¿por qué no la han detenido?

– Lo habrían hecho sin pérdida de tiempo -contestó Elliott-. Y posiblemente no habría tardado en acompañar a su difunto marido en su último viaje… llevando un bonito collar en torno al cuello. Desde luego que no estaría en el salón de baile de Claverbrook House en busca de alguien con quien bailar.

Vanessa le echó una mirada suspicaz a su marido.

– Te estás riendo de mí -lo acusó.

– En absoluto, amor mío. -Elliott le cogió una mano y se la llevó a los labios, guiñándole un ojo a Stephen mientras lo hacía.

– Pues yo estoy contigo, Nessie -dijo Stephen-. Creo que podemos descartar el detalle del hacha. Y tal vez todo lo demás. Solo espero que su inesperada aparición no arruine el baile de Meg.

– Será la comidilla durante semanas -vaticinó Elliott-. ¿Qué anfitriona podría pedir un entretenimiento mejor? Apostaría lo que fuera a que ya ni recuerdan de lo que acusan al pobre Sherry. Sus supuestos crímenes quedarán eclipsados por la asesina del hacha. Ciertamente, creo que deberíamos darle las gracias a la dama en persona.

Vanessa le lanzó otra mirada suspicaz a su esposo y Stephen miró hacia donde se encontraba lady Paget de pie, rodeada por un espacio vacío como si las personas que se encontraban más cerca de ella esperasen que sacara un hacha de debajo del vestido y comenzara a asestar golpes.

La había mirado una vez, cuando el rumor le llegó y alguien le indicó de quién se trataba. No quería que la pobre mujer se creyera el centro de todas las miradas.

¿Por qué había cometido la tontería de asistir al baile? Y además sola. Y sin invitación. Claro que si esperaba a recibir alguna, podría esperar sentada en casa el resto de su vida.

Era una mujer alta y voluptuosa. Y el vestido que llevaba no ocultaba sus curvas. Era de un verde esmeralda y caía plisado desde debajo del pecho. Si su figura fuera menos exuberante, las faldas la envolverían sin amoldarse a su cuerpo. Sin embargo, le marcaban la cintura, las caderas y las largas y torneadas piernas. El vestido era de manga corta y su escote dejaba muy poco a la imaginación. Salvo por los largos guantes blancos, el abanico y los escarpines, no llevaba más adornos. No lucía joyas ni plumas en el pelo. Era una idea muy inteligente. Porque su pelo era su rasgo más esplendoroso. Era de un brillante rojo y lo llevaba recogido en la coronilla, salvo por algunos mechones que le caían por el cuello e invitaban a contemplar la cremosa blancura de su piel y el elegante arco de su cuello. Su rostro era la belleza en estado puro, pese a la expresión hastiada, altiva y ligeramente desdeñosa que lucía… Una de las mejores máscaras que había visto. Dudaba mucho que se sintiera tan segura como aparentaba. Era imposible distinguir el color de sus ojos, pero tenían un levísimo sesgo almendrado que los hacía muy intrigantes.

Se había percatado de todos esos detalles cuando la miró por primera vez. Sin embargo, en esa segunda ocasión se dio cuenta de que ella lo miraba con descaro. Resistió el primer impulso, que fue el de apartar la mirada a toda prisa. Seguramente eso fuera lo que estaban haciendo los demás. De modo que le devolvió la mirada. Y ella no la apartó, como había esperado que hiciera. La vio cerrar el abanico muy despacio, enarcar las cejas con gesto arrogante y esbozar una media sonrisa que no alcanzaba a serlo.

La saludó con una inclinación de cabeza justo cuando Carling y su esposa se acercaban a ellos para decirles que el baile estaba a punto de comenzar.

De modo que se marchó en busca de lady Christobel Foley, que había pasado por su lado acompañada de su madre en cuanto entraron en el salón de baile y se detuvo para saludarlo. Antes de que se alejaran, acordaron que la pieza reservada el día anterior en el parque fuera la primera y que bailarían otra pieza más.

Volvió a mirar hacia lady Paget cuando estaba con su pareja de baile a la espera de que la orquesta empezara a tocar. La encontró en el mismo lugar, aunque ya no lo miraba.

Y de repente la reconoció. Aunque aún tenía sus dudas. De todas formas, estaba casi convencido de que lady Paget era la viuda vestida de negro que Con y él habían visto en el parque mientras daban un paseo a caballo.

Sí, sin duda era ella, aunque tenía un aspecto radicalmente distinto.

El día anterior se ocultaba tras un impenetrable disfraz.

Esa noche se exponía abiertamente al asombro y a la crítica de la alta sociedad.

Esa noche solo llevaba el disfraz de su gélida indiferencia, o más bien de su desprecio por la opinión de los demás.

CAPÍTULO 03

La segunda pieza sería la decisiva, se dijo Cassandra. No podía seguir plantada allí toda la noche sin hacer el ridículo… porque de esa forma la dolorosa experiencia habría sido en vano.

Sin embargo, cuando terminó la primera pieza, los condes de Sheringford fueron a hablar con ella. Los vio acercarse y abrió el abanico una vez más. Esbozó una leve sonrisa y enarcó una ceja. Si iban a pedirle que se marchara, no le daría a nadie la satisfacción de verla humillada.

– Lady Paget, pese a todos nuestros esfuerzos por mantener una temperatura agradable en el salón abriendo todas las ventanas, hace demasiado calor aquí dentro -dijo el conde-. ¿Le apetece que le traiga algo de beber? ¿Tal vez un poco de vino, de jerez o ratafía? ¿O limonada?

– Una copa de vino me vendría de maravilla -contestó-. Gracias.

– ¿Maggie? -le preguntó el conde a su esposa.

– Otra para mí, Duncan -respondió la condesa, que lo siguió con la mirada.

– Su baile es todo un éxito -comentó Cassandra-. Debe de sentirse orgullosa.

– Ha sido un enorme alivio -admitió la anfitriona-. Antes de casarme organicé un sinfín de actos para mi hermano y no me puse nerviosa en ninguna de las ocasiones. Nunca pensaba que pudiera suceder una catástrofe que estropeara el acontecimiento. Este es el primer baile que organizo en Londres desde que me casé hace tres años, y todo parece distinto, sobre todo mi confianza. Tal vez deberíamos haber vuelto antes, pero hemos sido muy felices en el campo con nuestros hijos.

Eso quería decir que ella era la catástrofe que podría arruinar esa noche en particular. Apretó los labios pero no dijo nada.

– Me aterraba la idea de que nadie viniera al baile -prosiguió lady Sheringford-, salvo mis hermanos y mi suegra, aunque era un consuelo saber que todos vendrían con sus cónyuges… salvo mi hermano, claro. Ya que todavía no se ha casado.

– No tendría que haberse preocupado -le aseguró Cassandra-. Las personas con cierta reputación siempre llaman la atención. La gente es curiosa por naturaleza.

La condesa enarcó las cejas y habría hecho algún comentario, pero su esposo regresó en ese momento con las bebidas.

– Tal vez, lady Paget -le dijo el recién llegado mientras ella bebía un sorbo de vino-, pueda concederme el honor de bailar la próxima pieza.

Respondió a la invitación con una sonrisa, que trasladó a la condesa antes de devolverla a lord Sheringford.

– ¿Está seguro de que prefiere bailar conmigo en vez de pedirme que me vaya de Claverbrook House? -le preguntó.

– Totalmente seguro, señora -contestó él con una sonrisa al tiempo que miraba a su esposa.

– Tenemos bastante experiencia con… ciertas reputaciones, lady Paget -comentó la condesa-. La suficiente para no reparar en la de los demás. Sobre todo cuando la persona en cuestión es nuestra invitada.