Pero casi me olvidaba de citar a dos de los escritores más decisivos en mi educación de los últimos años, sin los cuales es muy probable que ni este libro se me hubiera ocurrido ni yo habría encontrado el estado de espíritu necesario para escribirlo. Me refiero a Jean Améry y a Primo Levi. El libro de Jean Améry sobre Auschwitz lo descubrí por azar, y sin haber tenido antes la menor noticia de su existencia, en una librería de París, en 1995. Lo publicó Actes Sud con el título de Par delà le crime et le châtiment, y no tengo noticia de que se haya interesado por él ninguna editorial española. Gracias a Mario Muchnick, sin embargo, el lector español tiene acceso a la gran trilogía memorial de Primo Levi, que incluye Si esto es un hombre, La Tregua y Los hundidos y los salvados. Lo que se puede aprender sobre el ser humano y sobre la historia de Europa en el siglo XX en esos tres volúmenes es terrible y también aleccionador, y honradamente no creo que sea posible tener una conciencia política cabal sin haberlos leído, ni una idea de la literatura que no incluya el ejemplo de esa manera de escribir.
Hay otros libros, pero estos que he nombrado son los que más me alimentaron mientras escribía Sefarad. También he procurado prestar atención a muchas voces: entre ellas, debo nombrar con gratitud y emoción las de Francisco Ayalay José Luis Pinilbs, y la voz sonora y jovial de Amaya Ibárruri, que una tarde de invierno me invitó a café y me contó algunos episodios de la novela extraordinaria de su vida, la de Adriana Seligmann, que me habló de las pesadillas en alemán de su abuelo, y la de Tina Palomino, que vino a casa una tarde en la que yo ya creía tener terminado este libro y me hizo comprender, escuchando la historia que sin darse ella cuenta me estaba regalando, que siempre queda algo más que merecía ser contado.
Madrid, diciembre de 2000