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No era cierto.

Nicholas había introducido a Tania en su vida. Y a Joel nunca le sería posible pagar aquella deuda aunque aquel bastardo continuara llevándole todos los heridos sin esperanza que quisiera, por el resto de su vida.

– Qué demonios…

«Piensa en tu Galatea.»

* * *

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Nicholas levantó la mirada cuando Joel entró en la habi-tación del hospital.

– Podría preguntarte lo mismo -le contestó él.

– Yo trabajo aquí.

– Los cirujanos plásticos no hacen rondas a las once de la noche.

Joel estaba mirando el gráfico.

– ¿Se ha despertado?

– Durante un minuto o dos. Ha creído que se estaba mu-riendo. -Hizo una pausa-. Y ha preguntado por su hija.

– ¿No sabe que su hija y su marido han muerto?

– Todavía no. Pensé que ya tenía suficientes cosas a las que enfrentarse.

– Demasiadas. Cirugía, adaptación psicológica posterior -hizo una mueca-, y ahora le añades unas pérdidas traumá-ticas. Podría provocarle un colapso nervioso si no está sufi-cientemente fuerte. ¿Qué clase de mujer es?

– No es precisamente un dechado de energía. -De pron-to, le vino el recuerdo de la cara de Nell Calder al salir de la habitación de su hija-. Dulce, amable. Estaba loca por ella. Todo su mundo giraba en torno a esa personita.

– Fantástico. -Joel, cansado, se pasó los dedos por su ca-bello, castaño y rizado-. ¿Tiene más familia?

– No.

– ¿Una carrera?

– No.

– Mierda.

– Estudió Arte durante tres años, en la escuela Wilham & Mary. Luego la matricularon en Greenbriar e hizo Magis-terio. Conoció a Richard Calder, que estaba acabando su master de Economía en Greenbriar. Parece que era un buen partido… brillante, carismático y ambicioso. Se casaron tres semanas más tarde, y ella dejó la universidad para ocuparse de la casa. Tuvo a Jill pasado un año.

– ¿Por qué dejó el arte?

Nicholas movió la cabeza.

– No lo sé. Intentaré llenar esas lagunas más adelante.

– No va a ser fácil.

– Pero aceptarás el caso, ¿verdad?

– Y tú desearás que no lo hubiera hecho. El trabajo que hice con Tania es un juego de niños comparado con la ciru-gía que será necesaria esta vez. Creo que pagarás mi nueva casa junto al lago.

Tanek hizo una mueca.

– ¿Tanto?

– Debe de sospechar que algo va mal, y no podemos continuar posponiendo la información. Tendrás que comu-nicarle que ya no tiene a su familia.

– ¿Y a qué debo ese honor?

– No quiero que me identifique con todo ese asunto. Yo tengo que representar la esperanza y una vida nueva. Díselo y después vete. De todas formas, no querrá verte en bastan-te tiempo.

– ¿El policía malo y el policía bueno?

Joel levantó una ceja.

– Tú sabes más sobre procedimientos policiales que yo, aunque la idea general es ésa. -Joel se iba poniendo de me-jor humor, minuto a minuto-. No podemos dejar que la capa de Superman esté deslucida. Mañana le daré una seda-ción ligera. Estará suficientemente consciente para enten-der, y tú hablarás con ella.

– Gracias.

La sonrisa de Joel se desvaneció.

– No seas brusco, Nicholas. Va a ser un golpe tremendo.

¿Acaso creía que iba a intentar herirla?, pensó Nicholas. Asintió brevemente.

– No va a servir de nada, de todos modos. Una vez com-prenda lo que le estoy diciendo, no creo que le importe que yo sea tan dulce como Jesucristo o no.

– Vendré más tarde y le daré un sedante.

– ¿Y harás que su dolor desaparezca?

– Eso es lo que hace el bueno, ¿no? Por eso quise ser mé-dico. La deformidad y la fealdad pueden llevar a una vida de sufrimiento. Yo puedo cambiarla. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Por supuesto, ganar una buena pasta tampoco hace daño. -Y sonrió a Nicholas sobre su hom-bro-. Bueno, quizás un poco. Sí, creo que puedo asegurar que tu cartera gritará clemencia.

Nicholas lo oyó silbar mientras se alejaba por el pasillo.

* * *

– Vete a la cama. -Le dijo Tania de pie en la puerta de la bi-blioteca.

– Sí, ya voy -contestó Joel, ausente. Estudiaba las medi-das que había garabateado en el diagrama oval del bloc. Siempre prefería trabajar en el bloc antes de transferir la imagen al ordenador.

– Ahora. -Tania avanzó hasta el escritorio. Iba descalza y llevaba sólo una de las viejas camisetas de Joel. ¿Por qué las mujeres están tan condenadamente seductoras con ropa masculina?-. Es más de medianoche -dijo-. Si no duermes, mañana no podrás operar.

– No opero hasta la hora de comer. -Sacudió la cabe-za con cansancio-. Y después tengo que ir y decirle a Nell Calder que las próximas semanas va a tener que estar en cama con el mínimo movimiento posible. Bonito, ¿eh? Tendrá una enorme cantidad de tiempo para pensar en su marido e hija.

Ella miró el croquis. -¿Ésta será su cara?

– Estoy repasando sus medidas para ver qué se puede ha-cer. Necesito tener alguna cosa que decirle. Todo lo demás le ha sido arrebatado. Necesitará algo a lo que agarrarse.

– Tú se lo darás -le puso una mano sobre el hombro y añadió dulcemente-: Eres un buen hombre, Joel Lieber.

El se inclinó hacia delante y miró fijamente el croquis. Luego, dijo bruscamente:

– Entonces, vete a la cama y deja de distraerme. Tengo trabajo que hacer.

– Dos horas. -Dio un paso hacia atrás y dejó que su mano resbalara hombro abajo-. O volveré a buscarte.

Joel levantó la mirada para verla ir hacia la puerta. Nun-ca paseaba, siempre parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía.

– Tengo unas piernas bonitas, ¿verdad? -Le sonrió por encima del hombro-. Es una suerte. Donna me dijo que eres de los que se fijan en las piernas.

– En realidad, no. Se lo dije a Donna sólo porque tiene tanto pecho como un chico.

Tania chasqueó la lengua, de manera reprobadora.

– Ahora sí que mientes, antes no. Y salió del estudio.

Joel se forzó a volver a concentrarse en el bloc. Tania iba a aparecer de nuevo al cabo de dos horas, y él no podía de-jar que le encontrara aún allí. Ella se merecía mucho más que un adicto al trabajo que la doblaba en edad y que ya ha-bía fracasado en un matrimonio. Joel no debía pensar en aquellas largas piernas o en aquella sonrisa.

Sí, claro.

Bueno, tendría que intentarlo.

Piensa en Galatea.

* * *

Esta vez, el rostro no era el de Tanek.

Un rostro joven, grandes pómulos, una nariz que había sido rota en alguna ocasión, ojos azules, pelo rubio con cor-te a lo militar.

– Hola, Soy Phil Johnson, señora Calder.

– ¿Quién?

– Su enfermero.

Parecía más un jugador de fútbol americano, pensó Nell. La bata blanca se ajustaba a sus hombros y resaltaba las ondulaciones de su musculatura.

– ¿Se encuentra mejor? Le han reducido la medicación, así que la nebulosa debería ir disipándose poco a poco.

Sí, Nell podía pensar con más claridad, y se dio cuenta. Con demasiada claridad. El pánico empezó a atenazarla.

– No se preocupe por todos esos vendajes. -Le ofreció una sonrisa cariñosa-. Se va a poner bien. Las heridas no son serias y tiene usted al mejor cirujano de la profesión para ocuparse del resto. La gente viene a ver al doctor Lieber de todas partes del mundo.

Aquel muchacho creía que ella estaba preocupada por su propio estado, pensó Nell con incredulidad.

– Mi hija…

La sonrisa de Phil se desvaneció.

– El señor Tanek está fuera, esperando. Me ha pedido que le llame cuando estuviera usted despierta.

La expresión de Tanek cuando Nell le preguntó por Jill volvió a su mente como un maremoto. Su corazón latía con tanta fuerza que pensó que le iba a explotar al ver a Tanek entrando en la habitación.