No era cierto.
Nicholas había introducido a Tania en su vida. Y a Joel nunca le sería posible pagar aquella deuda aunque aquel bastardo continuara llevándole todos los heridos sin esperanza que quisiera, por el resto de su vida.
– Qué demonios…
«Piensa en tu Galatea.»
– ¿Qué estás haciendo aquí?
Nicholas levantó la mirada cuando Joel entró en la habi-tación del hospital.
– Podría preguntarte lo mismo -le contestó él.
– Yo trabajo aquí.
– Los cirujanos plásticos no hacen rondas a las once de la noche.
Joel estaba mirando el gráfico.
– ¿Se ha despertado?
– Durante un minuto o dos. Ha creído que se estaba mu-riendo. -Hizo una pausa-. Y ha preguntado por su hija.
– ¿No sabe que su hija y su marido han muerto?
– Todavía no. Pensé que ya tenía suficientes cosas a las que enfrentarse.
– Demasiadas. Cirugía, adaptación psicológica posterior -hizo una mueca-, y ahora le añades unas pérdidas traumá-ticas. Podría provocarle un colapso nervioso si no está sufi-cientemente fuerte. ¿Qué clase de mujer es?
– No es precisamente un dechado de energía. -De pron-to, le vino el recuerdo de la cara de Nell Calder al salir de la habitación de su hija-. Dulce, amable. Estaba loca por ella. Todo su mundo giraba en torno a esa personita.
– Fantástico. -Joel, cansado, se pasó los dedos por su ca-bello, castaño y rizado-. ¿Tiene más familia?
– No.
– ¿Una carrera?
– No.
– Mierda.
– Estudió Arte durante tres años, en la escuela Wilham & Mary. Luego la matricularon en Greenbriar e hizo Magis-terio. Conoció a Richard Calder, que estaba acabando su master de Economía en Greenbriar. Parece que era un buen partido… brillante, carismático y ambicioso. Se casaron tres semanas más tarde, y ella dejó la universidad para ocuparse de la casa. Tuvo a Jill pasado un año.
– ¿Por qué dejó el arte?
Nicholas movió la cabeza.
– No lo sé. Intentaré llenar esas lagunas más adelante.
– No va a ser fácil.
– Pero aceptarás el caso, ¿verdad?
– Y tú desearás que no lo hubiera hecho. El trabajo que hice con Tania es un juego de niños comparado con la ciru-gía que será necesaria esta vez. Creo que pagarás mi nueva casa junto al lago.
Tanek hizo una mueca.
– ¿Tanto?
– Debe de sospechar que algo va mal, y no podemos continuar posponiendo la información. Tendrás que comu-nicarle que ya no tiene a su familia.
– ¿Y a qué debo ese honor?
– No quiero que me identifique con todo ese asunto. Yo tengo que representar la esperanza y una vida nueva. Díselo y después vete. De todas formas, no querrá verte en bastan-te tiempo.
– ¿El policía malo y el policía bueno?
Joel levantó una ceja.
– Tú sabes más sobre procedimientos policiales que yo, aunque la idea general es ésa. -Joel se iba poniendo de me-jor humor, minuto a minuto-. No podemos dejar que la capa de Superman esté deslucida. Mañana le daré una seda-ción ligera. Estará suficientemente consciente para enten-der, y tú hablarás con ella.
– Gracias.
La sonrisa de Joel se desvaneció.
– No seas brusco, Nicholas. Va a ser un golpe tremendo.
¿Acaso creía que iba a intentar herirla?, pensó Nicholas. Asintió brevemente.
– No va a servir de nada, de todos modos. Una vez com-prenda lo que le estoy diciendo, no creo que le importe que yo sea tan dulce como Jesucristo o no.
– Vendré más tarde y le daré un sedante.
– ¿Y harás que su dolor desaparezca?
– Eso es lo que hace el bueno, ¿no? Por eso quise ser mé-dico. La deformidad y la fealdad pueden llevar a una vida de sufrimiento. Yo puedo cambiarla. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Por supuesto, ganar una buena pasta tampoco hace daño. -Y sonrió a Nicholas sobre su hom-bro-. Bueno, quizás un poco. Sí, creo que puedo asegurar que tu cartera gritará clemencia.
Nicholas lo oyó silbar mientras se alejaba por el pasillo.
– Vete a la cama. -Le dijo Tania de pie en la puerta de la bi-blioteca.
– Sí, ya voy -contestó Joel, ausente. Estudiaba las medi-das que había garabateado en el diagrama oval del bloc. Siempre prefería trabajar en el bloc antes de transferir la imagen al ordenador.
– Ahora. -Tania avanzó hasta el escritorio. Iba descalza y llevaba sólo una de las viejas camisetas de Joel. ¿Por qué las mujeres están tan condenadamente seductoras con ropa masculina?-. Es más de medianoche -dijo-. Si no duermes, mañana no podrás operar.
– No opero hasta la hora de comer. -Sacudió la cabe-za con cansancio-. Y después tengo que ir y decirle a Nell Calder que las próximas semanas va a tener que estar en cama con el mínimo movimiento posible. Bonito, ¿eh? Tendrá una enorme cantidad de tiempo para pensar en su marido e hija.
Ella miró el croquis. -¿Ésta será su cara?
– Estoy repasando sus medidas para ver qué se puede ha-cer. Necesito tener alguna cosa que decirle. Todo lo demás le ha sido arrebatado. Necesitará algo a lo que agarrarse.
– Tú se lo darás -le puso una mano sobre el hombro y añadió dulcemente-: Eres un buen hombre, Joel Lieber.
El se inclinó hacia delante y miró fijamente el croquis. Luego, dijo bruscamente:
– Entonces, vete a la cama y deja de distraerme. Tengo trabajo que hacer.
– Dos horas. -Dio un paso hacia atrás y dejó que su mano resbalara hombro abajo-. O volveré a buscarte.
Joel levantó la mirada para verla ir hacia la puerta. Nun-ca paseaba, siempre parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía.
– Tengo unas piernas bonitas, ¿verdad? -Le sonrió por encima del hombro-. Es una suerte. Donna me dijo que eres de los que se fijan en las piernas.
– En realidad, no. Se lo dije a Donna sólo porque tiene tanto pecho como un chico.
Tania chasqueó la lengua, de manera reprobadora.
– Ahora sí que mientes, antes no. Y salió del estudio.
Joel se forzó a volver a concentrarse en el bloc. Tania iba a aparecer de nuevo al cabo de dos horas, y él no podía de-jar que le encontrara aún allí. Ella se merecía mucho más que un adicto al trabajo que la doblaba en edad y que ya ha-bía fracasado en un matrimonio. Joel no debía pensar en aquellas largas piernas o en aquella sonrisa.
Sí, claro.
Bueno, tendría que intentarlo.
Piensa en Galatea.
Esta vez, el rostro no era el de Tanek.
Un rostro joven, grandes pómulos, una nariz que había sido rota en alguna ocasión, ojos azules, pelo rubio con cor-te a lo militar.
– Hola, Soy Phil Johnson, señora Calder.
– ¿Quién?
– Su enfermero.
Parecía más un jugador de fútbol americano, pensó Nell. La bata blanca se ajustaba a sus hombros y resaltaba las ondulaciones de su musculatura.
– ¿Se encuentra mejor? Le han reducido la medicación, así que la nebulosa debería ir disipándose poco a poco.
Sí, Nell podía pensar con más claridad, y se dio cuenta. Con demasiada claridad. El pánico empezó a atenazarla.
– No se preocupe por todos esos vendajes. -Le ofreció una sonrisa cariñosa-. Se va a poner bien. Las heridas no son serias y tiene usted al mejor cirujano de la profesión para ocuparse del resto. La gente viene a ver al doctor Lieber de todas partes del mundo.
Aquel muchacho creía que ella estaba preocupada por su propio estado, pensó Nell con incredulidad.
– Mi hija…
La sonrisa de Phil se desvaneció.
– El señor Tanek está fuera, esperando. Me ha pedido que le llame cuando estuviera usted despierta.
La expresión de Tanek cuando Nell le preguntó por Jill volvió a su mente como un maremoto. Su corazón latía con tanta fuerza que pensó que le iba a explotar al ver a Tanek entrando en la habitación.