– ¿Cómo se… cómo te sientes, Nell?
– Asustada -Había pronunciado aquella palabra sin dar-se cuenta-. ¿Dónde está mi hija?
Él se sentó en una silla al lado de su cama.
– ¿Recuerdas lo que te pasó?
El cuchillo, el dolor, Jill de pie en la puerta, el tintineo de la caja de música al caer. Empezó a temblar.
– ¿Dónde está mi hija?
Tanek la cogió de la mano.
– Fue asesinada la misma noche que te atacaron.
Nell sintió una sacudida mientras las palabras la iban golpeando. Muerta. Jill.
– Está mintiendo. Nadie podría matar a Jill. -Sus pala-bras brotaban enfebrecidamente-. Usted la vio. Usted estu-vo con ella. Nadie haría daño a Jill.
– Está muerta -repitió Tanek con brusquedad-. Ojalá estuviera mintiendo.
No le creería. Richard le diría la verdad.
– Quiero ver a mi marido. Quiero ver a Richard.
El movió la cabeza.
– Lo siento.
Nell se quedó mirándole conmocionada.
– ¿Qué está usted diciendo? -susurró-. Richard ni si-quiera estaba en la habitación.
– Hubo un ataque en el salón, abajo. Su marido y otros tres fueron asesinados. Kavinski resultó herido.
A ella no le importaba Kavinski.
Jill. Richard. Jill.
Oh, Dios mío, Jill…
La habitación giraba a su alrededor, oscureciéndose.
Allá vamos, arriba, arriba,
hacia el cielo tan azul.
¿Era Jill, cantando? Pero él había dicho que estaba muerta. Que Richard estaba muerto. Que ella era la única que había sobrevivido.
Allá vamos, abajo, abajo…
Sí, abajo, a la oscuridad. Quizás allí podría encontrar a Jill.
– Joel, ven inmediatamente -gritó Nicholas-. Se ha desma-yado, maldita sea.
Con el ceño fruncido, Joel entró resueltamente en la ha-bitación.
– ¿Qué le has hecho?
– Nada, excepto decirle que ha perdido todo lo que tenía en su vida. No había motivo para que se enfadara.
– Y supongo que se lo has comunicado con las delicadas y diplomáticas maneras usuales en ti. -Joel le tomó el pul-so-. Bueno, ya está hecho. No creo que sea un daño irrepa-rable.
– Ha perdido el conocimiento, maldita sea. Haz algo.
– Será mejor dejarla salir de su estado inconsciente con sus propias fuerzas. Puedes irte. No querrá verte cuando salga de esto.
– Ya me lo dijiste. -Nicholas no se movió, con la mirada fija en la cara vendada de Nell. Sus ojos…-. No te preocu-pes. Yo tampoco la quiero ver a ella. Es toda tuya, Joel.
– Entonces, suéltale la mano y vete de aquí.
Tanek no se había dado cuenta, pero continuaba soste-niendo la mano de Nell en la suya. La dejó y salió.
– Estaremos en contacto. Mantenme informado.
– Y quítame a Kabler de en medio. Ha llamado otra vez esta mañana.
– ¿Qué le has dicho?
– Nada. No he hablado con él. ¿Para qué crees que ten-go una secretaría? -Joel se sentó en la silla que Nicholas ha-bía dejado libre-. Pero no puedo permitir que someta a mi paciente a interrogatorio. Sería demasiado traumático.
Nicholas ya había estado pensando en Kabler. Tampo-co quería que interrogara a Nell, y la presencia de Phil no era garantía de que estuviera a salvo de Gardeaux.
– ¿Podrías trasladarla a tu clínica en Woodsdale?
– ¿Quieres decir para la recuperación?
– No, ahora. Tienes todo el instrumental que necesitas para operarla allí.
– Sí, pero no lo uso con mucha frecuencia.
Únicamente lo utilizaba cuando un actor famoso o un jefe de Estado quería pleno anonimato e intimidad. Woods-dale tenía todos los entretenimientos de un hotel de lujo, y la discreción de un confesionario.
– Sería difícil que Kabler la localizara allí. Tu personal de seguridad es bueno.
– Lo sabes mejor que yo, fuiste tú quien los contrató para mí. -Arrugó la frente, pensativo-. Lo encuentro poco convincente. Woodsdale está a más de ciento cincuenta ki-lómetros de aquí.
– Y menos conveniente sería tener que negociar con Joe Kabler.
Joel lanzó un suspiro.
– Y puede que, a pesar de todo, me vea obligado a ha-cerlo.
– Pero puede que no. Depende de cómo vayan sus pes-quisas o de cuánto le interese ella realmente. ¿Cuándo pue-des trasladarla? Lo antes posible.
– No he dicho que vaya a hacerlo. -Se encogió de hom-bros-. Pero probablemente será lo mejor. Esta tarde, supongo.
– La acompañará el enfermero que he contratado. -Pen-só un instante. No, había otra cosa que necesitaba que Phil hiciera-. Mejor dicho, él se desplazará a Woodsdale mañana.
– ¿Es uno de los tuyos? Parece demasiado joven.
Nicholas no le contestó directamente.
– Sus calificaciones son impecables y tiene unas excelen-tes referencias.
– Si son auténticas.
Nicholas sonrió.
– La mayoría lo son. Y a tus enfermeras parece que les gusta. Y ya verás como a ti también.
– Bueno, espero que sea mejor que aquel tal Junot que contrataste para Woodsdale. Ese tipo parece un asesino del Renacimiento. No puedo dejar que se acerque a los pacien-tes cuando salen de la anestesia. La impresión sería demasia-do fuerte. -Frunció el ceño-. Y, además, no quiere pasar por mis manos para mejorar un poco.
– Pobre Joel. Qué frustrante debe de ser para ti. Junot no es tonto. A veces, parecer lo que eres puede ser una ventaja.
Joel abrió los ojos como platos:
– ¿Y es realmente lo que parece?
– ¿Qué más da? Hace su trabajo y no molesta. ¿Hay al-gún problema cuando él ronda por ahí?
– No, ninguno. Pero no me hace ninguna gracia proteger a un criminal.
– No es un criminal -sonrió-. Ya no. Pero seguro que encontrarás a Phil mucho más tranquilizador.-Tanek salió de la habitación y se encaminó hacia el des-pacho de las enfermeras, donde Phil charlaba con la enfer-mera jefa.
La misma habitación, otra cara.
Jill no estaba allí. Nell cerró rápidamente los ojos. Ha-bía que volver a la oscuridad.
– Soy el doctor Joel Lieber. Sé que ha sufrido un duro golpe, pero necesito hablar con usted -le dijo amablemen-te-. Para obtener los mejores resultados, tengo que operarla lo antes posible. Pero no puedo hacerlo sin su autorización.
¿Por qué no se marchaba? No dejaba que la oscuridad se acercara.
– ¿No quiere hablar? De acuerdo, entonces, tan sólo es-cúcheme. Su cara está totalmente destrozada. Podría inten-tar reconstruirla como la tenía antes, pero no se parecería demasiado a la que usted veía en el espejo cada mañana. Sin embargo, lo que sí puedo ofrecerle es un nuevo rostro, pro-bablemente más atractivo. Como sus huesos no están muy dañados, sólo será necesaria una operación. Entraré por la parte superior de la boca y elevaré y repararé el… -Se detu-vo-. No le daré detalles. No es necesario que los conozca en este momento. -Le cogió cariñosamente ambas manos-. Soy un buen cirujano, muy bueno. Confíe en mí.
Ella no contestó.
– ¿Tiene usted alguna preferencia? ¿Hay alguien a quien le gustaría parecerse? No se lo puedo asegurar, pero podría ser viable conseguirle un tenue parecido con esa persona.
Continuaba hablando. ¿Por qué no la dejaba volver a la oscuridad?
– Nell, abra los ojos y escúcheme. Esto es importante.
No, no era importante. Todo lo que tenía importancia se había evaporado. Pero el tono de aquel médico era tan convincente que abrió los ojos y le miró. Tenía unos rasgos agradables, pensó Nell, medio aturdida. Angulosos, fuertes, y unos ojos grises que podrían transmitir frialdad pero que conseguían, en lugar de eso, ser inteligentes y compasivos.
– Eso está mejor -apretó su mano-. ¿Lo ha entendido?