– Lo sabía.
– ¿Y dices que la ley ni tan sólo intentará procesarlo?
– No por la muerte de tu hija. Quizás encontrarán otro motivo para arrestarlo.
– Pero lo dudas.
– Gardeaux protege a sus hombres. No hacerlo pondría en peligro su libertad de movimientos. Invierte buena parte de su dinero en oficiales de policía y jueces.
Ella le miró, incrédula.
– ¿Estás diciendo que puede cometer asesinatos y que a nadie le importa?
– A ti sí te importa -respondió él, muy tranquilo-. Y a mí también me importa. Pero estamos hablando de miles de millones de dólares. Gardeaux levanta un dedo y, de repen-te, un juez tiene una casa en la Riviera y dinero suficiente para retirarse y vivir como un rey. Incluso si encontraras a alguien con enormes ganas de llevar a Maritz ante los tribu-nales, Gardeaux haría que el jurado fuese amañado.
– No puedo creer que sea cierto.
– Pues no lo creas, pero es cierto.
Fue la indiferencia de su tono lo que la convenció. Sólo es-taba enunciando un hecho y no intentaba persuadirla de nada.
– Entonces, ¿me estás diciendo que me olvide de Maritz?
– No, no soy tonto. Tú nunca lo olvidarás. Te estoy pidiendo que lo dejes en mis manos. Te aseguro que Maritz caerá, junto con Gardeaux.
– ¿Caerá?
Tanek sonrió.
– Vas a matarlo… -susurró Nell.
– A la primera oportunidad. ¿Te escandaliza?
– No. -Lo hubiera hecho antes de lo de Medas. Pero ahora ya no-. ¿Por qué?
– Eso no importa.
– Pareces saberlo todo sobre mí, ¿y yo no tengo derecho a saber nada sobre ti?
– Es lo que hay. Lo que sí te puede interesar es que llevo más de un año en esto y voy a dedicarme a este objetivo con la misma pasión que lo harías tú.
– No puedes. -No quedaba ni odio ni pasión suficientes en el mundo.
– Dices eso porque, ahora, tu visión no es completamen-te clara, todavía estás dentro de un túnel. En cuanto seas ca-paz de considerar otros puntos de vista, podrás…
– ¿Dónde está?
– ¿Maritz? No tengo ni idea. Escondido bajo el ala de Gardeaux.
– Entonces, ¿dónde está Gardeaux?
– No -dijo Tanek con firmeza-. Gardeaux y Maritz van en un solo paquete y tú no puedes tocar ese paquete. Si te metes así, sin más, en el terreno de juego de Gardeaux, aca-barás muerta.
– Pues enséñame cómo hacerlo.
– La única manera de no cometer errores es mantenerse alejada de ambos. Mira, Maritz era un SEAL, una especie de soldado de comando; conoce más maneras de matar de las que podrías contar. Y Gardeaux ha matado hombres sólo por haberle pisado un dedo del pie.
– Pero tú crees que puedes pescarlos.
– Los atraparé a los dos.
– No lo has conseguido todavía. ¿Por qué te está toman-do tanto tiempo?
Había puesto el dedo en la llaga. Tanek apretó los labios.
– Porque quiero vivir, maldita sea. No mataré a Gardeaux para, inmediatamente después, morir yo. Eso no sería una victoria. Tengo que encontrar la manera de derribarlo y que no…
– Entonces, no irás por él con la misma pasión que yo. -Buscó su mirada y añadió-: A mí no me importaría morir después de haber acabado con él. Lo que quiero es verle muerto.
– Mierda.
– Enséñame, utilízame. Lo haré en tu lugar.
– ¡Y un cuerno! -Se levantó y fue hasta la puerta-. Man-tente lejos de todo esto.
– ¿Por qué te enfadas? Ambos buscamos la misma cosa.
– Escúchame, maldita sea. Gardeaux te quiere muerta. -Abrió la puerta-. Y yo no voy a atar un cordero a la cerca para atraer al tigre.
– Espera.
– ¿Por qué? Creo que ya nos lo hemos dicho todo.
– ¿Cómo descubriste tantas cosas de mí?
– Hice preparar un expediente. Quería saber por qué Gardeaux podía querer matarte.
– Pero no lo descubriste -repuso, en un gesto de frustra-ción-. ¿Cómo podrías? No hay absolutamente ninguna ra-zón. Nada de esto tiene sentido.
– Sí, tiene que haber un motivo. Es sólo que no sabe-mos cuál, todavía. Continúo trabajando en ello. ¿Puedo irme ya?
– No, aún no me has explicado por qué insististe en su-bir a mi habitación aquella noche.
La expresión de Tanek no se inmutó, pero Nell pudo percibir una repentina tensión subyacente.
– ¿Qué importancia tiene?
– Todo es importante. Quiero saberlo.
– Recibí información que decía que podías estar involu-crada.
– ¿Involucrada en qué?
– La información no era clara. Y yo decidí que no era vá-lida en tu caso.
– Pero lo era, ¿no?
– Sí. ¡Sí, mierda, lo era! ¿Satisfecha? Tomé una decisión errónea y te dejé en manos de Maritz.
Ella lo observó un instante.
– Te sientes culpable. Ésa es la razón de que te hayas to-mado tantas molestias trayéndome aquí.
Tanek sonrió con tristeza.
– ¿No es agradable saber que tienes a alguien más a quien culpar, además de a Maritz?
Sí, lo sería. Y Nell deseó con todas sus fuerzas poder echarle la culpa a Tanek…
– No, no fue culpa tuya. Y no voy a culparte.
Vio que Tanek expresaba sorpresa.
– Eso es muy generoso.
– No estoy siendo generosa. Tú no lo sabías. No estabas allí cuando vino Maritz.
– Pero podría haber estado.
– Sí, podrías haber estado. Si quieres sentirte culpable, adelante. -Y añadió duramente-: Yo deseo que te sientas culpable. Quizás así me ayudes a encontrar a Maritz.
– Olvídalo.
– No lo olvidaré. Voy a…
Pero él ya había salido de la habitación.
El corazón de Tanek latía con fuerza, y la sangre hervía en sus venas. Había logrado romper la capa de hielo tras la que Nell había intentado protegerse de él, pero eso no importaba.
Tanek conocía a Maritz. Podía indicarle a cualquiera el camino hasta él. Y ella encontraría la manera de conseguir que lo hiciera.
Nell cogió los tensores de la mesilla de noche y deslizó un estribo bajo su pie izquierdo. Cada día estaba más fuer-te. Se ejercitaba incluso por las noches, cuando no podía dormir.
Dormir ya no era placentero, ahora que las pesadillas habían empezado a aparecer.
Y ya no quería dormir, ahora que tenía una buena razón.
Joel sonrió furtivamente ante la expresión de Tanek.
– Pareces un poco preocupado. Así pues, ¿debo deducir que yo exageraba?
– No -repuso Tanek, escuetamente.
– Ya te lo he dicho, no me gusta nada ese autocontrol
– ¿Qué?
Recordó la frialdad con que Nell lo había recibido. Pero aquella contención se había esfumado tras su ataque de nervios. Y a Tanek tan sólo le preocupaba ahora aquella única obsesión que la invadía y su decidida fuerza de vo-luntad.
Entonces, no irás a por él con la misma pasión que yo.
Oh, sí, Nell tenía pasión, la misma pasión ciega que ha-bía conducido a Juana de Arco a la hoguera.
Joel movió la cabeza.
– Digo que no me gusta que…
– Ya te he oído. No creo que tengamos que preocupar-nos por eso. ¿Cuánto falta para que pueda irse de aquí?
– Otras dos semanas.
– Retrásalo.
– ¿Por qué?
– No está preparada. -Y él tampoco lo estaba. Nell no iba a rendirse, no cabía la menor duda, y Tanek tenía que encontrar la manera de detenerla-. ¿Puedes descubrirle una complicación?
– No, no voy a mentirle a una paciente. Ya lleva aquí casi dos meses. -Su sonrisa mostró una tenue sombra malicio-sa-. ¿Qué sucede, Nicholas? Después de todo, fuiste tú el que me dijo que ella no era precisamente una central de energía, sino sólo una buena, amable y dulce mujer.
Nicholas tampoco estaba seguro de en qué se había con-vertido Nell Calder, pero sí había cambiado lo suficiente para hacerle sentir totalmente intranquilo.