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Joel movió la cabeza.

– Diplomática, siempre tan diplomática.

Caramba, pero si estaba sonriendo, pensó Nell, sor-prendida. Una sonrisa genuina, no como esas que había fa-bricado para demostrar que estaba volviendo a la norma-lidad.

La astuta mirada de Tania estaba fija en su cara.

– No pasa nada -le dijo, muy tranquila-. Aprenderás que la risa no es traición. -Antes que Nell pudiera contestar, se volvió hacia Joel-: Piensa que eres muy simpático pero que no te pareces a una rosa.

– ¿A una rosa? -repitió él.

– Tú eres como una rosa. Lo pienso desde el momento en que te conocí. Tienes una belleza innata que se despliega y sorprende a cada momento.

El la miró horrorizado.

– Por supuesto que no hueles como una rosa. Más bien como un eucalipto, pero yo…

– Voy a buscar una silla de ruedas. -Joel salió como hu-yendo de la habitación.

Tania se puso en pie.

– Estaba gracioso, ¿verdad? Es muy curioso: los hom-bres no pueden soportar que se los compare con las flores. Y yo no veo por qué las flores tienen que ser exclusivamen-te femeninas.

– Admito que yo también he encontrado el símil un poco inusual -aún estaba sonriendo-, pero bastante intere-sante.

– Joel necesita que lo zarandeen con cierta asiduidad. -Tania la ayudó a ponerse una bata rosa y le abotonó el bo-tón superior-. Los médicos brillantes están acostumbrados a la admiración y a la adulación. Y eso es muy malo para ellos. -Meneó la cabeza, con aprobación-: Me gusta esta bata. Las batas deberían ser siempre de color rosa. Todos necesitamos colores cuando nos despertamos por la maña-na. Es una buena elección.

– Lo siento, pero el mérito no es mío. Sencillamente, apareció aquí sin más.

Tania sonrió de medio lado.

– De hecho, me estaba felicitando a mí misma. La esco-gí yo.

– ¿Quizá pensaste que me parecería a una rosa?

– Ah, un poco de humor. Eso es bueno. -Sacudió la cabeza-: No, Joel es mi única rosa. Ya decidiré más tar-de qué…

– Aquí la tenemos. -Joel entró con Phil de ayudante, empujando una silla de ruedas. Y le lanzó una mirada seve-ra a Tania-. ¿Crees que podrás comportarte de una manera más decorosa?

– No. -Tania observó cómo Phil sentaba con mucho cui-dado a Nell en la silla de ruedas-. Estoy demasiado excitada.

– ¿En serio? -Joel sonreía, indulgente.

Vaya, Joel la quería, pensó Nell, de repente. Las miradas que ambos se intercambiaban eran tan tiernas, amorosas y llenas de comprensión como si llevaran cincuenta años casa-dos. Nell sintió una punzada de dolor al comprender que ella y Richard nunca se habían mirado de aquella manera. Quizás, con tiempo, hubieras podido…

– Atención, estamos listos. -Tania puso una manta sobre las rodillas de Nell y le hizo un gesto a Phil-. En marcha. Nosotros te seguiremos.

* * *

– ¿Te gusta? -preguntó Tania con avidez.

Nell miró a aquella desconocida del espejo, aturdida.

– No te gusta nada.

La expresión de Tania era de total desolación.

– Shh -dijo Joel-. Déjala respirar.

Nell alzó una mano y, con sumo cuidado, se tocó la mejilla.

– Si no te gusta, es culpa mía. -dijo Tania-, porque Joel ha hecho un trabajo maravilloso.

– Sí-contestó Nell-. Un trabajo espléndido. La línea del pómulo es magnífica.

Se dio cuenta de que estaba hablando tan impersonalmente del mismo modo que si alabara una escultura. Era, de hecho, como se sentía. La cara del espejo era una obra de arte, absolutamente fascinante, casi… hechizadora. Sólo sus ojos castaños y su boca eran los mismos. No, tampoco eso era cierto del todo. Los ojos estaban ligeramente rasgados, y parecían más grandes. Incluso el color era más intenso. Y la boca parecía sorprendentemente vulnerable y sensual, com-parada con la angulosidad de los pómulos y la mandíbula.

Se tocó el párpado.

– ¿Qué ha hecho aquí? Está más oscuro.

– Un poco de cirugía cosmética -sonrió Joel-. Tania pensó que era mejor que la línea del perfilador de ojos fuera permanente, tanto en el párpado superior como en el infe-rior, por si acaso le gustaba nadar. Dios no quiera que no esté usted perfecta también bajo el agua.

– Es una línea muy sutil, y queda muy natural -se apre-suró a decir Tania-. Pensé que, una vez puestos a ello, valía más cuidar hasta el más mínimo detalle.

– Ya veo. -Ambos la miraban expectantes-. Tengo un aspecto bastante… fascinante. Jamás soñé que…

– Ya le mostré la impresión del ordenador -dijo Joel.

Nell lo recordaba vagamente.

– No pensé que, realmente… Supongo que ni siquiera pensé en ello.

– Tardará un poco en acostumbrarse. Si necesita algún tipo de apoyo, yo…

Tania lanzó un sonorísimo suspiro. Joel la ignoró.

– Como le decía, este cambio drástico puede ser un poco traumático. Quizá necesite ayuda para hacerle frente.

– Gracias, pero no la necesitaré. -Aquello no iba a cam-biar su vida. Antes de lo de Medas, quizá sí, pensó de repente. De hecho, la cara que Joel le había dado era la esencia de lo que hubiera soñado cualquier patito feo. La belleza daba confianza y, en ella, esa cualidad siempre había brilla-do por su ausencia. Pero ahora no. La rabia también daba fuerza. Estaba segura de que podría hacer frente a cualquier cosa-. Aunque quizá tenga que mirarme dos veces cada vez que pase frente a un espejo.

– También lo harán todos los hombres que se encuen-tren a menos de cien metros -sentenció Joel secamente-. Puede que necesite un guardaespaldas por más razones de las que piensa Nicholas.

– ¿ Guardaespaldas?

– Me imagino que Phil está haciendo las dos cosas. Ni-cholas quiere que esté usted bajo protección.

Nell enarcó las cejas.

– ¿Nicholas Tanek contrató a Phil?

Joel asintió.

– Phil solía trabajar para él. Puede sentirse segura. Ni-cholas no comete errores en ese terreno.

– ¿Y paga el salario de Phil?

– No se preocupe, él se hará cargo de todos sus gastos médicos.

– Desde luego que no. Envíeme las facturas a mí.

– Que sea Nicholas quien pague -dijo Tania-, Joel es muy caro.

– Me lo puedo permitir. Tengo una pequeña cantidad de dinero que me dejó mi madre… -miró a Tania-. ¿Conoces a Tanek?

Tania asintió.

– Hace años -dijo, ausente, mirando los cabellos de Nell-. Debemos ir mañana a la planta de abajo, a la pelu-quería, y eliminar esas canas.

– ¿Qué canas? -Nell se volvió hacia el espejo. Se quedó rígida al darse cuenta de que las canas habían invadido su sien izquierda.

– ¿Antes no las tenías? -preguntó Tania, en tono tranquilo.

– No.

– Sucede a veces. A mi tía se le puso el pelo completa-mente blanco después de que su marido fuera asesinado ante sus ojos. -Sonrió-. Son sólo unas cuantas. Creo que es-tarás magnífica con unas mechas, reflejos claros en una me-lena castaña. Todo el mundo pensará que es tres chic.

– No hace falta.

– Claro que sí. No voy a exponer la cara que he diseñado dentro de un marco pobre. -Se volvió hacia Joel- ¿Te parece bien?

– ¿Me estás consultando? Pensé que ya lo tenías todo de-cidido. -Asintió-. Supongo que sí, que estará bien.

Tania se volvió de nuevo hacia Nell.

– Entonces, ¿mañana, a las diez? Yo haré la reserva.

Nell vaciló. No tenía ninguna necesidad urgente de te-ñir unas pocas canas. Pero sabía que Tania se disgustaría si su creación no recibía hasta el último detalle, y a Nell le gustaba aquella mujer. Y, lo que era más inusual, se sentía có-moda con ella.

– Si a ti te parece bien…

– Oh, desde luego que sí. -Estaba radiante- Y a ti tam-bién te lo parecerá. Te lo aseguro.

* * *

– Su taxi, señor Simpson. -Jamie le abrió la puerta con un gesto exagerado-. Un día precioso, ¿verdad, señor?