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Nell negó con la cabeza. Tania no tendría más que una ocho.

– No me irá bien.

– Bueno, te irá un poco grande, pero eso no es problema. La ropa para entrenar debe ir holgada.

Nell la miraba desconcertada.

– A no ser que tengas reparos en llevar ropa de otra per-sona…

– No, por supuesto que no, pero yo…

– Bien. -Ya habían llegado frente a la puerta de la habita-ción de Nell, y Tania se dirigió a Phil-: Te la devuelvo sana y salva. ¿Te gusta su pelo?

Phil silbó, admirado.

– Precioso.

Tania se volvió hacia Nell.

– Estaré aquí mañana, a las nueve, y te ayudaré a vestir-te. -Sonrió y se despidió con la mano antes de marcharse hacia el vestíbulo.

– La ayudaré a meterse en la cama -dijo Phil-. Debe de estar cansada.

Estaba exhausta, descubrió Nell, frustrada.

– Gracias, pero tengo que aprender a hacerlo yo sola. No puedo confiar en que…

Phil la levantó con facilidad y la transportó hasta la cama.

– Claro que puede. No pesa más que una pluma. Y, ade-más, me pagan para esto. -La acomodó en la cama-. Ahora, eche una cabezadita mientras le traigo la comida.

Te irá un poco grande

No pesa más que una pluma.

Lentamente, alzó el brazo y la manga de la bata resbaló hacia abajo. Se miró el brazo un momento, y después se abrió la bata y ciñó el holgado camisón de algodón contra su cuerpo. Debía de haber perdido unos once kilos.

Dieta instantánea, pensó con amargura. Cae desde un balcón, pierde todo aquello que amabas en tu vida, y serás más esbelta que un galgo. Tantos años sacrificándose para perder esos kilos de más y, ahora, cuando ya no importaba, habían desaparecido solitos.

Aunque quizá sí importaba. Ganaría fuerza y resistencia mucho más rápidamente sin ese exceso de kilos impidién-doselo.

La vanidad no era importante, pero la fuerza sí.

Capítulo 5

– No estoy seguro de que me guste esto -le dijo Joel a Tania, bajando la voz al ver que Nell y Phil se acercaban por el pa-sillo-. Y sé que a Nicholas tampoco.

– Estaremos de vuelta a las tres -repuso Tania-. Y Phil nos va a llevar en el coche hasta la ciudad, y de tienda en tienda. ¿Qué puede suceder por ir una mañana de compras?

– Eso pregúntaselo a Nicholas.

– Lo haré -dijo Tania-. Confía en mí. Le sentará bien.

– No creo que comprar ropa esté en una posición dema-siado elevada dentro de su lista de prioridades.

– No, pero es una función simple y normal. Y hacer co-sas normales es importante para ella.

– ¿Como hacer ejercicio?

Tania frunció el ceño.

– No, no hay nada de normal en cómo hace ejercicio. Es como si estuviera poseída. Si tú no se lo impidieras, estaría las veinticuatro horas del día en ese gimnasio.

– No se está perjudicando. -Hizo una pausa-. ¿Sabes?, no tienes por qué hacerle de niñera. No es tu responsabilidad.

– Nell me gusta. Quiero ayudarla -añadió lentamente-: Supongo que me veo reflejada en ella.

– Una sola Tania es suficiente. -Se volvió hacia Nell, que ya estaba junto a ellos-. No se fuerce. Cuando se sienta can-sada, déjelo y vuelva.

– De acuerdo.

Le entregó un fajo de billetes.

– Tome. No sé cuánto efectivo puede necesitar.

Nell lo miró desconcertada.

– No lo necesito. No tengo mis tarjetas de crédito aquí, pero estoy segura de que podré hacer una llamada y solu-cionarlo.

– Será mucho más sencillo si Tania lo carga todo a la clí-nica y nosotros se lo facturamos más adelante. -Le abrió la puerta trasera del coche-. Y recuerde que, a las tres, este Lincoln se convertirá en una calabaza.

* * *

– En los grandes almacenes Dayton podemos comprar lo esencial. Para la ropa de vestir y los complementos, ya ire-mos a otras tiendas y boutiques -y mientras salía del coche, Tania le dijo a Phil-: Danos tres horas y ven a buscarnos aquí a la una en punto, ¿de acuerdo?

Phil frunció el ceño, intranquilo.

– No creo que sea una buena idea. ¿No será mejor que aparque el coche y que nos encontremos dentro?

– Tú ganas -concedió Tania-. Ve a la sección de ropa de deporte. Estaremos allí.

Nell la siguió al interior de los grandes almacenes e, in-mediatamente, se encontró inmersa en el resplandor y el lu-minoso brillo del consumo.

– No hace falta que vayamos a ningún otro sitio. Sólo necesito cosas sencillas, Tania.

– Necesitar y querer es algo muy diferente. -Subió a la escalera mecánica-. Puede que no quieras verte en… ¿Adon-de vas?

– Tengo algo que hacer. Nos vemos a la una, en la entra-da. -Nell lanzó una mirada atrás mientras se dirigía con pa-sos rápidos hacia una de las puertas laterales.

Tania ya estaba a mitad de camino en las escaleras mecá-nicas, pero dio la vuelta y empezó a bajar.

– ¡Tú no vas a ninguna parte!

Nell llegó a la salida y saltó al interior de un taxi que es-peraba en la parada.

– A la biblioteca pública. Oficina central.

Tania alcanzó la puerta cuando el taxi ya tomaba la cur-va y desaparecía por la esquina.

– ¡Nell!

Nell sintió una punzada de remordimiento. Tania se había portado muy bien con ella, y odiaba decepcionarla. Pero, por otra parte, también era amiga de Tanek, y ella no podía arriesgarse a que interfiriera en sus planes.

Diez minutos más tarde, entró con brusquedad en la sala de consultas de la biblioteca y se dirigió a la mujer del mostrador.

– Me parece que ustedes tienen el Nexis, ¿verdad?

La mujer lo miró.

– Sí.

– Nunca he usado el programa. Me gustaría saber si al-guien puede ayudarme a encontrar cierta información.

La bibliotecaria negó con la cabeza.

– Nosotros ponemos el programa a disposición de los usuarios, pero no tenemos tiempo para dar cursillos -aña-dió-. Además, existe un suplemento por cada ítem que busque.

Nell miró la tarjeta de identificación de aquella mujer. Grace Selkirk.

– Estaré encantada de pagar también por el servicio de ayuda, señorita Selkirk.

– Lo siento, pero no tenemos tiempo para…

– Yo la ayudaré.

Nell se volvió y vio a un joven alto y largirucho que le sonreía.

– Me llamo Ralph Dandridge. Trabajo aquí.

Le devolvió la sonrisa.

– Nell Calder.

La bibliotecaria intervino:

– Ya conoces las normas, Ralph.

– Las normas han sido creadas para que nos las sal-temos. -Ralph se volvió hacia Nell-. Si no eres una experta en informática, este programa es un poco confuso. Yo te guiaré.

– No tienes tiempo para esto, Ralph -dijo Grace Selkirk-. Tienes cosas que hacer…

– Entonces, las haré después de comer -repuso Ralph Dandridge-. Y voy a tomarme mi hora de comida ahora mismo. -Le hizo un gesto a Nell para que se adelantara-. Los ordenadores están en el otro departamento.

– No quiero meterte en problemas.

– No pasa nada. Esto es un trabajo a media jornada. Voy a la universidad nocturna. Además, Grace normalmente se enrolla bastante bien. Sólo que le gusta hacer las cosas como dice el manual.

– Bueno, pues te agradezco que me ayudes -sonrió-. No sé qué habría hecho si no hubieras aparecido.

La miró un momento, encandilado, antes de desviar la mirada.

– Bueno, vamos a ver qué puedo hacer por ti. El Nexis es, básicamente, un sistema de información. Guarda infor-mes de miles de periódicos, revistas y publicaciones periódicas. Todo lo que hay que hacer es teclear un tema, y salen todas las referencias sobre él, de los últimos diez años.

– ¿Puedo buscar un nombre propio?

– Claro. Pero puede que tengamos que abrirnos paso a través de un montón de nombres similares. ¿Qué nombre estás buscando?

– Paul Maritz.