Выбрать главу

Accedió a dos Paul Maritz y puso ambas historias en pantalla para que ella las examinara. Uno de los hombres era un guionista que había ganado un premio, y el otro Maritz, un bombero que había rescatado a una niña. Definitivamente, ninguno de los dos era su Maritz.

De hecho, Nell no había esperado encontrar informa-ción sobre él, pero valía la pena intentarlo.

– ¿Alguna otra cosa?

– Philippe Gardeaux.

Este nombre no era tan corriente, pero Nell dudó que tuviera más suerte. Aunque, según Tanek, era un criminal a gran escala, y seguramente habría referencias de arrestos, juicios… alguna cosa.

Bingo. Después de intentarlo dos veces, deletreado de maneras distintas, encontraron tres citas sobre Philippe Gardeaux. Una de la revista Time, otra del Sport Illustrated y otra del New York Times.

– Parecen bastante largas. ¿Quieres leerlas? -preguntó Ralph.

– No. ¿Las podríamos imprimir?

– Claro. -Ralph seleccionó las tres citas, dio la orden de imprimir y se recostó en la silla-. ¿Vas a escribir un artículo sobre él?

– ¿Qué?

– Aquí vienen muchos escritores a investigar.

– Es una posibilidad. -Miró, impaciente, el papel que sa-lía de la impresora.

Él cogió las hojas y se las dio.

– ¿Cuánto te debo?

– Nada. Lo descontaré de mi tiempo de trabajos para la comunidad. Ha sido un placer.

No podía permitir que lo hiciera; sabía que para muchos estudiantes el mero hecho de vivir era una ardua lucha.

– No puedo aceptarlo… -Pero tampoco quería herir su orgullo rechazando su gesto. Maldita sea, quería leer esos artículos, inmediatamente, ya. Miró al muchacho-. Bien, ¿tienes tiempo, al menos, para ir rápidamente a algún res-taurante cercano y dejar que te invite a comer algo?

Los ojos de Ralph brillaron tras sus gafas de carey.

– ¡Desde luego que sí!

Nell guardó las copias en el bolso y se puso en pie.

– Vamos. No quiero que la ira de tu jefe caiga sobre ti llegando tarde. ¿Hay algún sitio cerca?

– Sí, pero… -dudó un momento- ¿te molestaría que fué-ramos al Campesino Hambriento? Está tan sólo unas cuan-tas manzanas más allá.

– ¿Y la comida es mejor?

– No, pero muchos de mis amigos se dejan caer por allí. -Sonrió, travieso-. Me encantaría que me vieran contigo.

Quería mostrarla como si fuera algún tipo de trofeo, comprendió Nell, disgustada. La cara que Joel le había dado probablemente había contribuido a que aquel simpático chico la ayudara, pero también convertía su actitud en algo inte-resado. Una de cal, y otra de arena.

Ralph esperaba su respuesta muy ilusionado, y ella se lo debía.

– Iremos al Campesino Hambriento -dijo, resignada.

* * *

Nell regresó a los grandes almacenes Dayton cinco minutos antes de la una.

Tania la estaba esperando fuera.

Instintivamente, se puso tensa al ver la expresión de Tania.

– Tania, lo siento, pero era necesario que yo…

– No digas ni una palabra -la interrumpió Tania-. Es-toy tan enfadada que te daría un empujón para que te atropellara un coche. -Avanzó hasta la esquina e hizo un gesto con la mano-. Ahí está Phil. Ya hablaremos cuando llegue-mos a la clínica.

Phil le dedicó una mirada llena de reproche cuando su-bió al coche.

– No debería haber hecho esto, Nell.

– Volvemos a la clínica, Phil -dijo Tania, seca y con frialdad.

Y Tania nunca era fría, pensó Nell. Probablemente, nunca querría volver a verla después de lo de hoy.

Eso le provocaba una inesperada sensación de pérdida, de vacío.

Ya en Woodsdale, Tania entró a grandes zancadas en la habitación de Nell y retiró las sábanas de la cama antes de volverse hacia Phil.

– Tengo la garganta seca. ¿Podrías traernos un poco de limonada? Yo me encargaré de que Nell se tumbe en la cama y descanse.

Phil asintió.

– Claro.

En cuanto se cerró la puerta, Tania se volvió como un rayo hacia Nell.

– No me mientas nunca más.

– Yo no te he mentido.

– Me has decepcionado. Que es lo mismo.

– Supongo que tienes razón. Tenía algo que hacer y te-mía que lo desaprobaras.

– Y has acertado, maldita sea. Lo desapruebo. Joel no quería dejarte salir y yo lo convencí. Me has manipulado.

– Sí.

– ¿Por qué? ¿Qué era tan importante como para que me mintieras?

– Necesitaba información. Tanek no me la daba. He es-tado en la biblioteca.

– ¿Y no podías decírmelo?

– Tú eres amiga de Tanek.

– Eso no significa que sea mi amo y señor. ¿No se te ha ocurrido pensar que también soy amiga tuya?

Los ojos de Nell se abrieron.

– No -susurró.

– Bien, pues debiste pensarlo. La primera vez vine a ver-te porque Nicholas me lo pidió, pero después fue por pro-pia decisión. -Sus manos, a cada lado del cuerpo, se cerra-ron, transformándose en puños-. Sabía por qué Nicholas quería que viniese. Pensaba que me necesitabas. Las dos he-mos perdido a nuestros seres queridos, y Nicholas esperaba que yo te mostrara cómo me pude curar. Pues bien, yo no estoy curada. No me curaré nunca, pero he aprendido a asu-mirlo y seguir adelante con ello. Y tú también lo harás.

– Ya lo asumo.

– No, Nicholas te puso una zanahoria ante los ojos, y tú vas detrás de ella. Es un sustitutivo, no una cosa real. Sólo cuando dejes de soñar sabrás que lo has asumido. -Esbozó media sonrisa triste al descubrir la expresión de desconcier-to de Nell-. ¿Crees que eres la única que ha tenido pesadi-llas? Durante el primer año, tras la muerte de mi madre y de mi hermano, las tenía cada noche. Y aún las tengo, a veces. -Hizo pausa-. Pero no hablo de ello.

– ¿Ni con Joel?

– Joel me escucharía, intentaría ayudarme, pero no po-dría entenderme. Él nunca ha estado allí. -Buscó los ojos de Nell-. Pero tú sí has estado allí. Puedes entenderme. Yo también necesito que alguien me entienda. Vine a verte por-que yo te necesitaba, no porque tú me necesitaras.

Estaba diciendo la verdad. Nell sintió un arrebato de desesperación.

– No puedo ayudarte. ¿No lo ves? No me queda nada Para dar.

– Sí, sí te queda. Estás empezando a volver a la vida de nuevo -dijo Tania-. No sucede en una noche, sino que va rotando, es un proceso, un curso… -Sonrió débilmente-. No te ha gustado nada que me enfadase contigo. Eso es un buen síntoma.

– Pero volvería a hacerlo si fuera necesario.

– Porque quieres encontrar al hombre que mató a tu hija.

– Tengo que encontrarlo. No me importa nada más.

– Sí te importa, pero no puedes verlo. Yo podría sentir lo mismo si el francotirador que asesinó a mi madre y herma-no tuviera un rostro -dijo con cansancio-. Pero los soldados nunca tienen rostro. Son el enemigo, sencillamente.

– Pero, para mí, hay un rostro. Y un nombre.

– Lo sé. Joel me dijo que Nicholas te informó. -Se enco-gió de hombros-. No podía hacer nada más. Joel estaba muy preocupado por ti. Nicholas te salvó la vida, ¿sabes?

– No, no lo sabía. -Y no le gustó-. Estoy segura de que tuvo una razón. Me da la impresión de que es un hombre que no se mueve por sentimientos.

– ¿Sentimientos? No, pero sí los vive muy profunda-mente. Nicholas es complicado pero, cuando se comprome-te con algo, es un hombre en el que se puede confiar. Nun-ca he oído que haya faltado a su palabra. -Movió la cabeza-. Nicholas te trajo aquí e intentó ayudarte. ¿Por qué te pones nerviosa cada vez que lo nombro?

– Se ha metido en mi camino y me impide el paso.

– Entonces, descubrirás que no es fácil que se mueva.

– Tengo que apartarlo. Yo no soy como tú. El tiempo no me hará olvidar-y añadió-: Mis pesadillas no desaparecerán hasta que desaparezca Maritz.

– Que Dios nos ayude -suspiró Tania-. Bueno, ¿me prometes, al menos, que no me decepcionarás otra vez?