La expresión de Kabler se suavizó.
– Debe de pensar que soy muy duro. Lo siento, señora Calder. Sé lo que debe de estar usted pasando. Yo tengo tres hijos.
No, no lo sabía. No le había sucedido a él.
– Pero está de acuerdo en que aquello no fue un ataque terrorista, ¿verdad?
Él vaciló.
– Existe la posibilidad de que haya podido ser Gardeaux.
– ¿Y por qué iba por mí? Ni siquiera le conozco.
– En eso estoy de acuerdo, no parece tener mucho senti-do. No hemos podido encontrar ninguna conexión entre ustedes dos. Y llegamos a la conclusión de que, sencillamen-te, usted estaba en el lugar equivocado en el momento erró-neo. Kavinski era el objetivo lógico. Seguro que había mo-lestado a Gardeaux en algún momento. Ustedes ocupaban una de las mejores suites de la mansión. Quizás el hombre de Gardeaux la confundió con la de Kavinski.
– Pero Kavinski estaba en el salón.
– También pudo ser una acción paralela, para causar confusión. Gardeaux suele actuar así. -Amablemente, aña-dió-: Lo siento pero usted estaba en medio.
– ¿Ese Gardeaux es el mismo que posee Bellevigne?
El asintió.
– Entonces, ¿por qué no hace algo contra él? Si sabe qué es lo que hace, ¿por qué no lo detiene?
– Lo estábamos intentando, señora Calder. Pero no es fácil.
– Parece que nadie sabe lo que es ese hombre en realidad -dijo bruscamente-. Tanek dice que, incluso si esos asesinos llegaran a ser llevados ante un tribunal, nunca serían conde-nados. ¿Es cierto?
Kabler vaciló.
– Espero que no.
Era cierto, pensó Nell, aturdida. Los inocentes eran ase-sinados y los monstruos podían pasear libremente.
– Yo nunca me rendiré, si le sirve de consuelo -dijo Kabler-. He estado luchando contra esa escoria durante veinti-cuatro años y continuaré haciéndolo en los próximos cincuenta.
Kabler parecía un hombre decente y obstinado pero eso no cambiaba el hecho de que estaba perdiendo la batalla.
– No me sirve. Mi hija está muerta.
– ¿Y Tanek le ha prometido que Gardeaux lo pagará? -Ella no contestó-. No permita que la utilice. Él haría lo que fuera por conseguir a Gardeaux.
Nell sonrió con tristeza al recordar cómo le había roga-do a Tanek que la utilizara.
– No tiene ninguna intención de utilizarme.
Kabler negó con la cabeza.
– Eso es lo que usted cree. Tanek utilizaría al propio Lu-cifer, si con ello atrajera a Gardeaux. -Le entregó una tarje-ta-. Le he dicho lo que tenía que decirle. Si necesita ayuda, llámeme.
– Gracias.
Lo siguió con la mirada, mientras él se dirigía hacia la puerta. Antes de salir, Kabler se volvió para mirarla.
– Ah, y sé perfectamente cómo alteró los informes del St. Joseph. Phil Johnson posee la habilidad suficiente para in-troducirse en las cuentas de cualquier banco suizo, si dispo-ne del tiempo necesario. Pero podría preguntarle a Tanek cómo lo hizo para conseguir que la funeraria de Birnbaum falsificara los documentos de su cremación.
– Necesito hablar con usted, doctor Lieber -dijo Nell breve-mente por teléfono-. Ahora mismo.
– ¿Se encuentra bien? Probablemente ha hecho un sobreesfuerzo. Le dije a Tania que se toma usted…
– Me encuentro bien, pero… Necesito verte, Joel. -Y colgó.
Una hora después, Joel entraba en su habitación.
– Señora Calder… Nell. ¿Me necesitas? Aquí estoy.
– ¿Por qué demonios mis informes en el St. Joseph dicen que fallecí el siete de junio?
– Lo has descubierto. -Joel lanzó un suspiro-. Yo no tuve nada que ver. Nicholas decidió que sería más seguro si todo el mundo pensaba que estabas muerta.
– Así que me borró de la faz de la tierra. No puedo ni si-quiera usar mis tarjetas de crédito. Llamé a mi banco y, para ellos, consto como fallecida. -Le miró-. Y tú sabías que eso podía suceder. Por eso nos diste aquel fajo de billetes cuan-do fuimos a la ciudad la semana pasada. No querías que in-tentara usar mi tarjeta de crédito. ¿Cuánto tiempo ibas a de-jar que esto siguiera, antes de que alguien me lo dijera?
– Iba a dejar a Nicholas ese honor. Estoy cansado de su-frir las consecuencias de sus acciones. -Calló un instante-. ¿Cómo lo has descubierto?
– Ha venido a verme un hombre llamado Kabler.
– ¿Kabler? ¿Aquí? -lanzó un silbidito-. Me gustaría sa-ber cómo ha conseguido traspasar los controles de segu-ridad.
– Ni lo sé ni me interesa. Pero ¿por qué seguiste adelan-te con esto? Tanek cree que él está más allá de las normas, pero yo pensaba que tú serías más responsable.
– Lo hice porque él estaba en lo cierto. -Levantó una mano para acallar las protestas de ella-. Tú estabas muy en-ferma. Yo no quise que Kabler te molestara, y Nicholas pensaba que podías estar todavía en peligro. Yo no habría utilizado ese método, pero resultó.
– Oh, sí, Tanek es efectivo, sin duda. ¿Qué papeleo ten-go que hacer para recuperar mi vida?
– ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
– Por supuesto que sí.
– Quizá todavía estés en peligro.
– Pero es que ni siquiera puedo acceder a la cantidad de dinero que necesito para pagarte.
El sonrió alegremente.
– Entonces, deja que lo haga Tanek. Dale lo que se me-rece.
Lo que se merecía era que lo descuartizara.
– No pienso depender de él.
– En ese caso, deja que yo te fíe la cantidad hasta que todo este asunto haya terminado.
Su ira hacia Joel se iba apaciguando. No dudaba que el instigador había sido Tanek. El era un hombre honesto que intentaba hacer lo que era mejor para ella.
– Gracias, Joel. Pero sabes que no puedo hacerlo. Tendré que llamar a mi abogado y ver si puedo conseguir que libe-re algunos de mis fondos.
– Piénsatelo unos días, ¿quieres? No hay prisa. No te voy a dar el alta hasta la próxima semana. Quiero hacerte más radiografías para estar seguro de que los huesos han soldado bien.
– He estado aquí más de tres meses. Creía que sólo per-mitías a tus pacientes VIP quedarse hasta estar plenamente restablecidos.
– Y a los que no tienen adonde ir. -La sonrisa de Nell desapareció. Ni adonde ir. Ni por quién volver a casa. Sole-dad-. Lo cual me recuerda algo que Tañía y yo estuvimos discutiendo ayer por la noche. Nos gustaría que te instalaras con nosotros cuando salgas de aquí. Te permitirá situarte y orientarte.
Instantáneamente, movió la cabeza.
– No tenéis por qué…
– No tenemos por qué hacer nada. -Joel sonrió-. Pero tú mantienes a Tania ocupada y eso es una bendición. Cuando concentra toda su atención sobre mí, me hace la vida imposible. Te agradeceríamos que aceptaras.
Nell se sintió aliviada. Había tenido miedo de ir a parar a una habitación impersonal de cualquier hotel mientras in-tentaba elaborar un plan.
– Está bien. Quizá por un día o dos. Gracias.
– De acuerdo. Entonces, le diré a Tania que no hace fal-ta que venga. Ser convencido por Tania es suficiente para que cualquiera empeore. -Se levantó-. Y ahora, duerme un poco. ¿Quieres que te recete algo que te ayude?
– No. -Las drogas harían que durmiera más profunda-mente, y dormir entrañaba tener pesadillas. Si su sueño era ligero, a veces podía escapar de ellas despertándose-. Estaré bien.
Joel se fue, y Nell tardó aún bastante rato en ponerse a dormir. Lentamente, su rabia se iba difuminando. La conmoción de saber que se la tenía por muerta la había ultraja-do, como si Tanek la hubiera desposeído de su pasado, de la esencia que la hacía ser lo que era.
¿O quizás aquella esencia ya le había sido arrebatada an-tes? Desde luego, ya no era aquella mujer de la isla de Medas, ni la niña que había crecido en Carolina del Norte.
Joel le había pedido que lo pensara unos días. De acuer-do, había que sopesar las consecuencias. ¿Qué pasaría si de-jaba que todo el mundo creyera que había muerto? En prin-cipio, sería un desastre. No tendría tarjetas de crédito, ni permiso de conducir ni pasaporte. No podría tocar el dine-ro que su madre le había dejado, así que se quedarían sin nada. ¿Personalmente? Bueno, tampoco iban a echarla de menos. No tenía familia y desde que se casó con Richard había perdido el contacto con sus amigos de la universidad. Él había dominado su vida y ella no tuvo tiempo de crear otros vínculos.