¿Dominada? Instintivamente, Nell se echó hacia atrás ante aquella palabra, para después obligarse a volver y a en-frentarse a ella. No más mentiras. No más esconderse. Qui-zá tan sólo había sido un dictador benévolo pero, desde lue-go, Richard la había dominado. A ella, a su vida. Él no había querido que tuviera otros lazos y, por lo tanto, no los tenía.
Ahora, estar sola podía ser una ventaja. Podría moverse más libremente si todos pensaban que estaba muerta. Y el riesgo de ser un blanco para alguien también se vería re-ducido.
Si es que ella había sido realmente un blanco. Quizá Kabler estaba en lo cierto y tan sólo había estado en el lugar equivocado y en el momento erróneo. Ninguna otra explicación tenía sentido.
Pero Tanek no creía que el azar tuviera nada que ver con que la hubieran atacado.
¿Y por qué debía creer a Tanek y no a Kabler? Tanek era un criminal y Kabler un respetable defensor de la ley. La respuesta debía estar en aquella aura aplastante de tranquila confianza en sí mismo que rodeaba a Tanek. Debía ignorar ese hecho, y atenerse a la explicación de Kabler, mucho más razonable.
Sí; Pero no podía ignorarlo. Porque creía en él. ¿Qué le im-portaba que fuera un criminal? La única cosa importante era que disponía de información sobre Gardeaux y Maritz, y podía ayudarla a llegar hasta ellos. Mejor que fuera un cri-minal, que no le importara m la ley ni las reglas, que Kabler seguía a rajatabla. El le ofrecía lo que Kabler había dicho que era imposible.
Venganza.
– Kabler ha estado aquí hoy -dijo Joel, al teléfono-. Muchas gracias por mantenerlo alejado.
– ¿Ha llegado hasta Nell? -preguntó Nicholas.
– Según dice Phil, la ha acorralado en el gimnasio. Y le ha comunicado que ya no pertenece al reino de los vivos.
– ¿Cómo ha reaccionado ella?
– Me ha echado una bronca. Quiere empezar el papeleo para regresar de entre los muertos.
– Intenta sacárselo de la cabeza.
– Dejaré que lo hagas tú. Será mejor que estés aquí den-tro de tres días. Le voy a dar el alta.
– Ahí estaré.
– ¡Vaya! ¿No me lo discutes?
– ¿Por qué debería hacerlo? Ya sabía que tendría que lu-char con ella. Sólo esperaba que el tiempo enfriaría su en-cendida determinación.
– Entonces, te vas a llevar una sorpresa. Tania dice que… Bueno, ya lo verás tú mismo. -Hizo una pausa antes de aña-dir maliciosamente-: A propósito, voy a tener que reemplazar a tu Junot como jefe de seguridad. Obviamente, ha sido un desastre cumpliendo con su misión de mantener a Kabler fuera del hospital.
– Yo le dije que dejara entrar a Kabler.
– ¿Qué?
– Kabler es un hombre astuto. Sabía que había la posibi-lidad de que no estuviera convencido de la muerte de Nell, y de que estableciera una relación entre el St. Joseph y tu clí-nica en Woodsdale. Le dije a Junot que, si aparecía, no lo in-terceptara.
– ¿Por qué, maldita sea?
– Nos habría causado más inconvenientes que ventajas. Ella estaba lo suficientemente recuperada para sobrevivir a su interrogatorio y Kabler tiene instinto de sabueso. Una vez que encuentra el rastro, no para hasta dar con la presa. Dejándolo penetrar a través de las medidas de seguridad de Junot, siente que controla la situación. Iba tras Nell, y le he-mos dado lo que buscaba. Ahora la dejará tranquila.
– ¿Y qué habría pasado si hubiera decidido llevársela de aquí?
– Entonces, Phil y Junot lo hubieran evitado. -El tono de Nicholas era burlonamente educado-. Con toda discre-ción, por supuesto.
– Por supuesto -repitió Joel sarcásticamente-. Supongo que no se te ocurrió ponerme al corriente de tu plan. De he-cho, se trata tan sólo de mi hospital y mi seguridad.
– ¿Por qué te preocupas? Podía no haber sucedido. Ka-bler podría haber tomado la muerte de Nell como una reali-dad. Además, Junot estaba muy molesto por el solo hecho de fingir que en su sistema pudiera haber una brecha. No-blemente, yo decidí cargar sobre mis espaldas todos los re-proches. -Joel resopló-. Y me niego a que critiques mis decisiones -dijo Nicholas-. Cuelgo. Te veré dentro de tres días.
Capítulo 6
Nell no estaba en su habitación cuando Nicholas llegó al hospital.
– La he visto en el gimnasio -dijo Joel a su espalda-. Ven, te acompañaré.
Nicholas se volvió.
– Creí que ya estaría lista para irse. ¿Me he equivocado de día?
– Le dije que le daría el alta hoy al mediodía. Y no quie-re perder el tiempo haraganeando si puede emplearlo en ha-cer ejercicio. No se había utilizado tanto el gimnasio desde que tuvimos a una gimnasta rusa ingresada.
Nicholas salió de la habitación y le siguió.
– ¿Cómo está?
– Físicamente, no podría estar mejor. Mentalmente…
– ¿Qué?
Joel se encogió de hombros.
– Se comporta con normalidad. Incluso se atreve, de vez en cuando, a hacer bromas y chistes con Phil. Si sufre algún tipo de depresión, no deja que nadie lo vea.
– ¿Ni Tania? Me dijiste que estaban muy unidas.
– No tanto como creía.
– Temes que lo esté guardando todo en su interior, ¿no?
– De eso no tengo la menor duda, pero no hay nada que yo pueda hacer para impedírselo. Hay que mantener la es-peranza de que no explote o se desplome en el momento más inoportuno. -Miró a Nicholas-. No has visto aún mis trabajos manuales. Creo que los aprobarás.
– Sabes que sí. Tu trabajo siempre es bueno.
– Pero Tania dice que Nell es excepcional. De hecho, a quien realmente dedica esos piropos es a sí misma. -Abrió la puerta del gimnasio-. Fue la que me hizo el boceto.
Nell estaba sola, de espaldas, en aquella sala cavernosa haciendo abdominales en una barra de madera cerca de la pared opuesta. Llevaba unos pantalones cortos blancos y una camiseta de deporte suelta, y parecía más alta de lo que Nicholas recordaba. No, alta, no. Más esbelta, más delgada y más fuerte. No los había oído entrar, y Tanek notó en el ambiente una concentración casi tangible mientras ella se-guía con sus flexiones, arriba y abajo.
– ¿Siempre es así de intenso? -preguntó Nicholas en voz baja.
– No, la mayoría de veces lo es mucho más. Hoy debe ser su día de descanso. -Joel elevó el tono de su voz-: Nell.
– Un minuto -repuso Nell, sin mirar. Acabó la serie y saltó ágilmente de la barra. Se volvió hacia ellos.
Nicholas respiró profundamente.
– Pero ¿qué clase de boceto te hizo Tania? -le susurró a Joel.
– Helena de Troya. Inolvidable pero, a la par, vulnera-ble. -Sonrió con satisfacción mientras contemplaba a Nell, que se acercaba hacia ellos-. Buen trabajo, ¿verdad?
– ¿Bueno? Sencillamente, puede que hayas creado un monstruo.
– No creo que le haya provocado ningún efecto psicoló-gico negativo. No parece que signifique mucho para ella. Pero Tania dijo que necesitaba un rostro que le abriera nuevas puertas.
– Depende de qué haya al otro lado de esas puertas. -Fue a su encuentro-: Hola, Nell. Parece que estás en forma.
Nell cogió la toalla de mano que llevaba colgada de sus pantalones cortos y se secó el sudor de la cara.
– Estoy totalmente en forma. Cada día más fuerte. -Se volvió hacia Joel-: No me dijiste que iba a venir.
– Quiere hablar contigo. -Sonrió-. Y ya has hecho sufi-ciente esta mañana. -Se dio la vuelta y fue hacia la puerta-. Nos veremos después de comer.