– ¿Hacia dónde fue?
– A Preston, Minnesota. Se bajó allí y alquiló un coche. Lo dejó en el aeropuerto O'Hare de Chicago. Aún no he podido seguir su pista a través de las compañías aéreas. En los centros de reservas les gusta mantener la confidencialidad, y tardaré un poco si tengo que pasar por la oficina de cada una de las compañías aéreas de O'Hare para ver si la han visto. -Hizo una pausa-. Claro que, si tuviera acceso a un ordenador, po-dría introducirme en la base de datos de esas compañías y…
– Está intentando dejar una pista falsa. Nunca usaría su nuevo nombre y, además, pagaría en efectivo. No tiene tar-jetas de crédito válidas.
Phil hizo una mueca.
– Mala suerte.
– Pero lo que sí tiene ahora es pasaporte -pensó un se-gundo-. Quizás aún lo logremos. Si tiene un destino claro en mente, puede que haya llamado desde aquí y haya hecho algunas gestiones. ¿Fue a algún sitio en que hubiera podido usar un teléfono público?
– Ella y la señorita Vlados fueron al supermercado y al quiosco, pero yo las acompañé y les llevé sus compras de vuelta. Y ella no hizo ninguna llamada.
– Vamos. -Nicholas se dirigió hacia la casa.
Tania se acercó a ellos, todavía en el camino de entrada.
– ¿Y bien?
– Phil necesita un ordenador. Joel tiene uno en la biblio-teca, ¿verdad?
– Sí -miró a Phil con escepticismo-. Pero lo mima como si fuera su mascota más querida. No se pondrá muy con-tento si le pasa cualquier cosa a algunos de los programas.
– Tendré mucho cuidado -prometió Phil seriamente-. Y sólo lo utilizaré durante unos treinta minutos.
– El ordenador de Joel estará en buenas manos -aseguró Nicholas-. Phil es un devoto de Microsoft.
– ¿De quién?
– No importa. Confía en mí. El ordenador de Joel estará seguro.
Ella se encogió de hombros y les acompañó a la casa. Se-ñaló la puerta del fondo de la sala.
– Allí está el estudio de Joel.
– ¿Tenéis más de una línea telefónica?
Tania asintió.
– El teléfono de la casa y el del estudio de Joel.
– ¿Cuáles son los números?
Ella se los recitó.
– ¿Quieres que los anote?
– No, me acordaré. Los números son precisamente lo mío. -Y se apresuró a cruzar el pasillo, en dirección al es-tudio.
– ¿Qué va a hacer Phil? -preguntó Tania.
– Entrar en los registros de la compañía telefónica y descubrir a qué números ha llamado Nell antes de irse y a quién pertenecen.
– ¿Y eso no es ilegal? -Sí.
– ¿Qué pasará si lo cogen?
– No lo harán. Esto es una minucia para él. Phil podría entrar en los archivos confidenciales de la CÍA y salir sin que lo detectaran. -Cambió de tema-: ¿Dónde dormía Nell? Quiero ver su habitación.
– No encontrarás nada. Ya la he limpiado.
– Quiero verla.
Le acompañó arriba y abrió la puerta. Tania contempla-ba cómo se movía por la habitación y revisaba el bloc de no-tas del teléfono.
– No había ninguna nota en él, Nicholas. Tanek observó la primera hoja a contraluz. Nada. Sin marcas de anteriores anotaciones. Fue al armario y abrió la puerta.
– Has dicho que no se ha llevado equipaje.
– Una pequeña bolsa de deporte. ¿Qué estás buscando?
Tanek registró la ropa.
– No lo sé, cualquier cosa. -Cerró el armario y echó una mirada por la habitación. Había un montón de revistas pul-cramente apiladas en un anaquel de la estantería baja-. ¿Ya estaban aquí cuando Nell llegó?
– ¿Las revistas? La mayoría. Aunque Nell compró unas cuantas el día que salimos.
Nicholas las cogió y se sentó en la cama.
– ¿Cuáles?
– No estoy segura. No me fijé. -Tania se acercó a la cama y observó cómo pasaba las hojas-. Cosmo es nueva. Tampoco me suena el Newsweek. No veo ninguna otra… ¿Qué sucede?
– ¿Dirías que ésta es nueva también? -Sacó una delgada revista de entre las otras-. No es precisamente la que la ma-yoría de las anfitrionas suelen ofrecer a sus invitados.
– {Soldado de fortuna} -Tania frunció el ceño-. Nunca había visto esta revista antes. ¿De qué va?
– Una encantadora revista sobre cómo, con qué recursos y de qué manera puede hacerse uno mercenario. Es la Biblia para los amantes de las técnicas de supervivencia y para los que pretenden ser mercenarios.
– ¿Por qué se la compraría Nell? -Lentamente, sus ojos se fueron abriendo como platos-, ¿Crees que quiere contra-tar a alguien?
– No sé qué demonios quiere hacer.
Empezó a pasar aquella revista página a página buscan-do esquinas dobladas o notas escritas. No encontró nada hasta que llegó a la lista de anuncios del final. Había un ligero pliegue en la mitad de la página como si hubiera sido do-blada por ahí.
– ¿Has encontrado algo? -preguntó Tania.
– Una página que debe de tener, como mínimo, unos cien anuncios -dijo, exasperado. Era un extenso surtido de todo tipo de anuncios personales. ¿Y por qué no habría marcado alguno de ellos con un círculo, la muy condenada?
– Creo que lo he encontrado -Phil estaba de pie en la es-calera con un trozo de papel en la mano-. Todo lo que figura en el número del teléfono del despacho parece bastante normal, pero estos tres números registrados en la línea principal son un poco raros. -Le alargó un trozo de papel a Nicholas-. Todos pertenecen a campos de supervivencia. Uno en las afueras de Denver, Colorado, otro, cerca de Seattle, Wash-ington, y el último justo al lado de Panamá City, Florida.
– ¿Qué es un campo de supervivencia? -preguntó Tania.
– Campos de entrenamiento para grupos de gente que cree que Estados Unidos corre el riesgo de entrar en guerra o de convertirse en un estado policial, y que sólo podrán sobrevivir los que estén entrenados en el uso de las armas y en la guerra de guerrillas. -Nicholas iba recorriendo con el dedo cada co-lumna de la revista-. Normalmente, los organizan y dirigen ex mercenarios u otra clase de tipejos militares que quieren pes-car algunos dólares entrenando guerrilleros de fin de semana.
Los tres números estaban en la página, pero no había ninguna indicación sobre cuál de ellos habría escogido.
– ¿A cuál de estos campos llamó en último lugar, Phil?
– Al de Seattle.
– ¿Piensas realmente que Nell ha podido ir a uno de es-tos sitios? -preguntó Tania.
– Sí.
– ¿Por qué?
– Porque es una testaruda, una mujer estúpida que está haciendo todo lo posible para que la maten.
Y porque él había abierto la boca, maldita sea, y había hecho que ella se sintiera poco preparada para la tarea que se había impuesto.
– No creo que quiera morir -dijo Tania tranquilamen-te-. Ya no. Está empezando a sentirse viva de nuevo. Y no es estúpida. Debe de tener una buena razón para hacer esto. ¿Está en peligro?
– Depende de quién dirija el campo. Algunos están orga-nizados por fanáticos que no tienen ningún tipo de reparo en llevar a barrigudos corredores de bolsa hasta el ataque cardíaco para así endurecerlos más.
– Si tan machos son, no aceptarán a Nell.
– Eso sería una suerte. Pero, gracias a Joel, Nell es un buen bocado, y podrían aceptarla por unas razones bastan-te distintas a las habituales.
– ¿Violación?
– Probablemente.
– ¿Podrías llamar a esos campos y preguntar si la han visto?
– El ingreso es confidencial. -Tendrían que investigar en todos ellos. ¿Cuál era el más probable? Nell estaba inten-tando escapar a la vigilancia. Seattle era el más distante y adonde hizo la última llamada-. Yo me encargo de Seattle. Phil, tú ve a Denver.
Phil asintió.
– ¿Quieres que llame a Jamie y le diga que se ocupe de Panamá City?