Выбрать главу

Más limpia que ella.

Miró con avidez la cama doble antes de dirigirse trope-zando hacia el baño.

Se sintió mejor después de ducharse con agua caliente y lavarse el pelo. Dirigió una mirada al sucio montón de ropa de camuflaje que había dejado en el suelo. No tenía con qué lavarla pero, en cualquier caso, no abrigaba deseo alguno de volverla a ver otra vez. Lavó su ropa interior y la extendió sobre el toallero antes de salir del lavabo y meterse en la cama. Todavía llevaba el pelo mojado, pero hundió la cabe-za en la almohada.

Su abuela lo hubiera desaprobado, pensó, soñolienta. Siempre decía que Nell se moriría de una pulmonía si se iba a la cama con el pelo húmedo…

* * *

Allá vamos, abajo, abajo…

¡Jill!

No era Jill. Sólo otra pesadilla. Se incorporó en la cama, con las mejillas cubiertas de lágrimas. Maldita sea, creía es-tar demasiado exhausta para poder soñar, pero…

Fue al baño y se bebió un vaso de agua. Le temblaba la mano.

Tenía que volver a la cama e intentar dormir. Tanek iba a ayudarla y eso significaba que debía estar descansada y en forma.

Pero si se volvía a dormir, soñaría de nuevo.

Iba a ser una noche muy larga.

* * *

Tanek golpeó la puerta a las ocho de la mañana siguiente.

Nell cogió la sábana y se envolvió en ella antes de ir a abrirle.

– Muy atractiva. -Llevaba una bolsa en la mano, con la inscripción «Pelican Souvenir Shop» impresa en el lateral-. Pero creo que estarás más cómoda con esto. Pantalones cor-tos y una camiseta. La tienda de regalos del final de la calle es lo único que está abierto a estas horas.

– Gracias. -Se hizo a un lado para permitirle entrar-. ¿Dónde está Peter?

– Poniéndose la ropa que le he comprado.

– ¿Está bien?

Tanek asintió.

– Ha dormido como un tronco. Se acaba de comer una docena de bollos de crema y unos tres litros de zumo de na-ranja. Lo único malo que puede pasarle es un empacho. -Mostró la bolsa que llevaba en la otra mano-. Café. ¿Cómo lo tomas?

– Con leche. Siéntate. Me vestiré en un minuto. -Se apresuró hacia el lavabo.

Se puso rápidamente la ropa interior que había lavado la noche anterior y abrió la bolsa. Unos tirantes elásticos ver-des. Unos bermudas púrpura y una camiseta de manga cor-ta con un flamenco rosa estampado. Bueno, al menos estaba todo limpio y era suave al tacto.

Cuando Nell salió del baño, Tanek estaba sentado a la pequeña mesa, bajo la ventana y había colocado una enorme taza llena de café frente a la otra silla, vacía.

– Bébetelo. Tenemos que hablar.

Ella le miró con cautela mientras se sentaba y se tomaba el café.

– ¿Crees que necesito una dosis de cafeína para oír lo que tengas que decirme?

– Creo que necesitas una dosis de algo. Mírate, pareces un fantasma. ¿No has dormido?

Bajó la mirada hacia la taza.

– Algo -tomó un sorbo de café-. Habla.

– Va a ser a mi manera. Absolutamente a mi manera. Mantendré mi palabra, pero no voy a permitir que tú te pre-cipites y consigas que me maten. Yo me encargaré de pla-nearlo y tú harás lo que yo diga.

– De acuerdo. -Tanek la miró sorprendido-. No soy es-túpida. Sé que no será fácil. Mientras entienda la razón por la que haces las cosas, no te discutiré nada.

– Asombroso.

– Pero no quiero que me mantengas alejada, y no permi-tiré que me engañes.

– Te aseguro que contaré contigo. -Hizo una pausa-. Si aún quieres hacerlo cuando esté listo para actuar.

– Seguro que querré. -Dio otro sorbo al café-. Es la úni-ca cosa que deseo.

– Hay que darle tiempo al tiempo para conseguir…

– ¿Tiempo al tiempo? -Su mirada se volvió hacia la cara de Tanek-. ¿De qué estás hablando?

– No voy a estar listo para entrar en acción hasta fines de diciembre.

– ¿Diciembre? Estamos en septiembre solamente.

– Y llevo planeándolo desde abril.

– Es demasiado.

– Es la manera más segura.

– Diciembre. -Intentó recordar todo lo que había leído sobre Gardeaux-. Las fiestas renacentistas.

– Exactamente. Una manera perfecta de infiltrarse.

– Habrá una muralla de guardias alrededor de la mansión.

– Incluido a Maritz -sonrió-. Maritz, Gardeaux y va-rios cientos de invitados que nos ayudarán a pasar desaper-cibidos.

– Eso no sirvió de nada en Medas.

La sonrisa de Tanek desapareció.

– No, pero esta vez no iremos a ciegas.

La mano de Nell asió con fuerza la taza.

– No quiero esperar.

– A mi manera.

– Son tres meses, maldita sea.

– Que puedes emplear en ponerte a punto.

– ¿Cómo?

– Lo discutiremos más adelante. Pero puedes apostar que no será arrastrándote por un pantano. -Vaciló un ins-tante-. Ni lanzando serpientes de coral por ahí.

Nell se quedó inmóvil.

– Peter te lo ha dicho.

– Me contó lo suficiente sobre tu corta estancia en el campamento y sobre ese «nada» que pasó allí. -Se puso en pie-. Tenemos reserva en el vuelo a Boise, que sale a las once. Ayer noche llamé a Tania, pero ahora necesito hacer otras llamadas.

– ¿Boise?

– Volaremos hasta Boise y después alquilaremos una avioneta para ir a Lasiter. Mi rancho está a unos ochenta ki-lómetros al norte. Quiero que estés donde yo pueda verte. No deseo pasar por esto de nuevo, sólo porque hayas deci-dido que voy demasiado despacio.

– ¿Y Peter?

Tanek, ya en la puerta, se volvió hacia Nell.

– ¿Qué quieres decir? Tiene una casa. Me ha dicho que su padre es el responsable de él.

– Su padre fue quien le envió a aquel sitio. Y podría en-viarlo de nuevo.

– O quizá no. ¿Por qué te importa? Sólo será un estorbo en la gran gesta de tu venganza. Creía que eso era lo único que te importaba.

– Has pasado el tiempo suficiente con él para comprobar que no es normal.

– Quieres decir que es un poco retrasado, ¿verdad?

– Quiero decir que tiene la mentalidad de un niño. Es… una criatura indefensa.

Tanek la miró directamente a los ojos y repitió delibera-damente:

– ¿Y por qué te importa tanto?

Nell perdió los nervios.

– ¡Porque sí! Me importa, maldita sea. ¿Crees que yo quería asumir esa responsabilidad? No. Simplemente, suce-dió. El me ayudó y ahora no puedo abandonarlo. Su padre no lo quiere. Es el alcalde de una ciudad pequeña en Mississippi y piensa que Peter es una vergüenza para él. No per-mitiré que lo vuelva a enviar allí.

– Ya pensé que no serías capaz. También he hecho una reserva para él en el avión.

Nell abrió los ojos como platos.

– ¿De verdad?

– Pero no quiero que puedan acusarme de secuestro. Pe-ter sólo tiene diecisiete años. Una de las llamadas que tengo que hacer es a su padre.

– ¿Crees que puedes convencerlo para…?

– Le convenceré. Le explicaré que, si nos causa cualquier problema, contaremos una bonita historia a todos los perió-dicos, describiendo cómo un honorable alcalde envió a su hijo retrasado mental a Obanako para librarse de él. E in-cluso podríamos acompañarla de una foto del campamento. -Sonrió sarcástico mientras abría la puerta-. ¿No le dijiste al chico que lo arreglaríamos? ¿Para qué vivo yo, excelencia, sino para satisfaceros?

– Tanek.

– ¿Sí?

– Gracias. Sé que puede ser una molestia para ti.

– No permitiré que sea una molestia. -Sus miradas se cruzaron-. Y no lo estoy haciendo por ti. La mayoría de adultos pueden cuidar de sí mismos, pero me pongo real-mente enfermo cuando alguien se mete con los niños.

– ¿Como Tania?

– Tania nunca estuvo indefensa, ni siquiera cuando era más joven. -Y añadió deliberadamente-: No. Como Jill. Si me lo permites, me aseguraré de cazar a Maritz y de que tar-de mucho, mucho tiempo en morir.