Lo decía de verdad. Nell sintió un feroz impulso de ale-gría al comprender que a Tanek no le movía únicamente un sentimiento de culpabilidad. Estaba indignado, ultrajado, y quería vengar a Jill porque era justo y correcto. Ya no esta-ba sola. Nell movió la cabeza. -Soy yo la que debe hacerlo.
Tanek asintió cortésmente y salió de la habitación. Tres meses era mucho tiempo. Demasiado. Además, tenía que permanecer en un lugar seguro. No podía arriesgarse a ser asesinada antes de que muriera Maritz. Tanek era parte del mundo de Gardeaux y conocía los peligros. Habría actuado mucho antes si hubiera pensado que tenía una oportunidad. Tres meses.
Que puedes emplear en ponerte en forma. Si no podía convencer a Tanek para moverse antes, así sería como pasaría su tiempo. Poniéndose a punto. Quizás él pensaba que, teniéndola aislada en la naturaleza, su fuer-za de voluntad y su determinación menguarían. Pero eso no iba a suceder.
Peter entró en la habitación de Nell cinco minutos des-pués. Iba vestido con unos pantalones cortos caqui y una camiseta con un cocodrilo que sonreía temiblemente y llevaba una gorra de baloncesto de los Braves. El muchacho llevaba puesta una gorra exactamente igual, de medio lado. Los ojos le brillaban de excitación.
– Nos vamos al rancho de Nicholas. ¿Te lo ha dicho?
– Sí, me lo ha dicho.
Peter se sentó de un salto sobre la cama.
– Tiene caballos y ovejas, y un perro que se llama Sam.
– Qué bonito.
– Nunca he tenido un perro. A mi padre no le gustan los ladridos.
– Sólo una serpiente.
Él asintió.
– Pero Nicholas dice que hay otros perros en el rancho. Perros ovejeros que vigilan los rebaños. Me ha dicho que Jean me dejará ver cómo llevan las ovejas de vuelta a los establos.
– ¿Quién es Jean?
– Su capataz. Jean Etch… -se detuvo-. Algo. No me acuerdo.
Nell sonrió indulgente.
– Pero te acuerdas de que su perro se llama Sam.
– No, ése es el perro de Nicholas, un pastor alemán. Y no vigila ovejas. Los que las guardan son collies.
Peter sabía ya más que ella de la vida privada de Nicholas, observó Nell divertida.
– Me sorprende que no le preguntaras sus nombres tam-bién.
– Esto fue ayer noche. Nicholas me dijo que cerrara la boca y me fuera a dormir.
Al recordar de qué humor estaba Tanek la noche ante-rior, Nell se sorprendió de que hubiera contestado a todas aquellas preguntas de Peter. O de que éste hubiera tenido el coraje de hacérselas.
– Estoy segura de que Nicholas no quería ser antipático.
– ¿Antipático? -la miró desconcertado-. ¿Quieres de-cir… como enfadado? No, ya no estaba enfadado. Sólo que quería irse a dormir.
Y Tanek había sido, evidentemente, muy paciente con Peter. Una cualidad que no le había visto manifestar antes.
– ¿Y no te importa dejar tu casa?
La sonrisa de Peter se entristeció un poco, y desvió la mirada.
– No me importa. Prefiero estar contigo y con Nicholas.
– Peter… Yo no puedo prometerte que… Puede que no… -Se contuvo al ver su expresión.
– Lo sé -repuso tranquilamente-. Puede que no queráis que esté con vosotros mucho tiempo. No te preocupes.
– Yo no he dicho… Las cosas son complicadas. Puede que tenga que marcharme.
– No te preocupes -repitió-. Todo el mundo se marcha. O hacen que me marche yo. -Nell le miró fijamente, con impotencia-. Pero que no sea enseguida, por favor. No an-tes de que vea a los perros, ¿vale?
Maldita sea. Nell tragó saliva y volvió la cabeza para no tener que verle.
– No, no será enseguida. -Tres meses. El tiempo era algo tan relativo… Lo que para ella era una eternidad, podía pasar volando para Peter. Se esforzó por sonreír-. Puede que po-damos planear algo para ti, cuando yo tenga que marcharme.
– Puede. -De repente, Peter sonrió de nuevo-: ¿Te gusta mi gorra y mi camisa? Le dije a Nicholas que me gustaban los Braves.
– Es una gorra fantástica, y una camiseta magnífica. -Se dirigió hacia la puerta-. Vamos a buscar a Nicholas.
– ¿Qué has averiguado de Simpson? -le preguntó Nicholas en cuanto Jamie respondió al teléfono.
– Todavía está desaparecido. Han registrado su aparta-mento. Y también he averiguado que su fulana huyó de Pa-rís hace dos días.
– ¿Recibiste las copias de los documentos que te envié?
– Ayer.
– Quiero que los verifiques.
– ¿Los libros de contabilidad? Creía que habías dicho que no nos servían de nada sin…
– No los libros de cuentas, el documento sobre Medas. Si es exacto, quiero que lo investigues a fondo.
– ¿Vas a decirle a Nell lo que descubriste?
– No, desde luego. Ni hablar.
– Si descubre lo que ocultas, tendrás que enfrentarte a su ira.
Eso estaba clarísimo, pero no podía arriesgarse al estalli-do de cólera de Nell si ésta descubría lo que había en el do-cumento de Simpson.
– Tú limítate a continuar con ello. -Alguien llamó a la puerta-. Tengo que colgar. Si descubres algo más, llámame al rancho. -Colgó el auricular-. Adelante.
Peter y Nell entraron en la habitación. Parecían dos fu-gados de Disney World. Ambos tan condenadamente vul-nerables. Ojalá pudiera esposarlos y encerrarlos tras unos barrotes para mantenerlos seguros. ¿Cómo diablos se había metido en esto?
– Estamos listos. -Nell hizo una mueca-: Bueno, eso si es que nos dejan subir al avión con esta facha.
La mirada de Nicholas se paseó desde aquellas delgadas y bien formadas piernas hasta los pechos, que se adivinaban bajo el suave tejido de la camiseta. Sintió una oleada de ca-lor que le resultó familiar.
Por Dios, ahora no. Con esa mujer no.
Les dio la espalda bruscamente, y se agachó para coger su petate de debajo de la cama.
– Oh, desde luego que os dejarán subir al avión. -Se di-rigió hacia la puerta-. Pero el auxiliar de vuelo os querrá re-galar unas orejas de Mickey Mouse y un libro para colorear a cada uno.
Capítulo 10
– ¿Otro cercado? -preguntó Nell a Tanek cuando éste salió del jeep para abrir de nuevo un portón-. Es el tercero. Real-mente, confías en la seguridad.
– Creo en seguir vivo. Es el último. -Tecleó la combina-ción de la cerradura electrónica del portón, que vibró rui-dosamente al abrirse-. Está electrificado y rodea la casa y el establo. -Miró a Peter, en el asiento de atrás-. Aléjate de la valla, Peter. Podrías recibir una descarga.
Peter frunció el ceño.
– ¿Esto hace daño a los perros?
– Sam sabe perfectamente que no debe acercarse, y el ga-nado y las otras dependencias están en otra zona, en el exte-rior. La cerca rodea exclusivamente la casa. El rancho donde realmente se trabaja es el Barra X, a varios kilómetros al norte.
– Entonces, vale. -Peter miró ansiosamente por la venta-na-. Me parece que todo esto es… fantástico.
Nell comprendió lo que quería decir Peter. A lo lejos, las montañas de Sawtooth se elevaban majestuosas pero, hasta donde la vista podía llegar, la tierra era plana y solitaria. Aunque no producía sensación de desolación. Había algo… allí, esperando.
– Tienes mucho espacio, aquí.
– Sí. Soñaba con tener espacio cuando estaba en Hong Kong. Con toda aquella gente… prácticamente me asfixiaba.
Creo en seguir vivo.
Nell estudió el rostro de Tanek mientras éste se metía otra vez en el coche. Había hablado con normalidad, disten-dido, y recordó aquel momento, en el aeropuerto, cuando Reardon le dijo que a Tanek no le gustaba coger taxis. La supervivencia era una forma de vida para él, y a Nell nunca le había parecido tan obvio como en ese momento, viendo aquella fortaleza de la que él se había rodeado.