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– Entiendo.

– No, no entiendes nada. Crees que debería haber acep-tado el reto, convertirme en Harry el Sucio y enviar a ese bastardo a la zanja.

– Yo no he dicho esto.

– Aprendí hace mucho tiempo que hay que sopesar cui-dadosamente las consecuencias antes de involucrarte en una guerra. Yo tenía una fortuna que ganar, y gente que dependía de mí.

– ¿Phil?

– Ya estaba conmigo entonces.

– Y aún trabaja para ti.

– De vez en cuando. Cuando reuní dinero suficiente, desmantelé la red. Algunos de mis asociados decidieron que no querían integrarse en otras organizaciones donde sus talentos hubieran sido muy bienvenidos.

– Así que les ayudaste a empezar una nueva vida.

– No podía abandonarlos -dijo simplemente-, estaban dentro de los límites de mi responsabilidad.

Lealtad. Nell no deseaba que Tanek tuviera ninguna de las cualidades que ella admiraba. Cuando había empezado a preguntarle, solamente quería saber cosas sobre Gardeaux, pero de paso empezaba a conocer demasiado a Tanek. In-tentó volver sobre sus pasos.

– Y, a pesar de que te retiraste, Gardeaux mató a tu amigo.

– No, eso fue después. -Se levantó y se estiró para de-sentumecerse-. Hora de irse a la cama.

Había vuelto a cerrar la puerta. Nell se apresuró a re-plicar:

– No me has dicho casi nada de lo que quería saber sobre Gardeaux.

– Hay tiempo de sobra. Estarás por aquí una temporada.

Nell también se puso en pie.

– No quiero perder el tiempo. -Hizo una pausa-. Ob-viamente, tú tienes los contactos y, ya que no podemos ha-cer nada por ahora, ¿podrías intentar descubrir por qué Gardeaux envió a Maritz para asesinarme?

– ¿Por qué?

– ¿Que por qué? Tengo que saberlo para intentar darle un sentido a todo esto. He estado dando tumbos en esta pe-sadilla demasiado tiempo ya.

– ¿Te serviría para cambiar lo que piensas? ¿O tus inten-ciones, quizás?

– No.

– Entonces, yo diría que, fuera cual fuese el motivo, tie-ne una importancia secundaria.

– No para mí.

Tanek la miró en silencio. No iba a decirle nada.

– De acuerdo. -Se rindió ella-. Pero mañana empezarás a enseñarme cómo se hace aquello que le hiciste a Wilkins.

– ¿Serás aplicada y no te darás por vencida?

– Si hubiera sabido cómo luchar, Maritz nunca habría podido empujarme por aquel balcón. Yo habría podido de-fenderme.

Y a Jill.

Aquellas últimas palabras no pronunciadas flotaban en-tre ellos. Tanek asintió brevemente.

– Pasado mañana. Mañana tengo que ir a ver a Jean al Barra X.

Ella lo miró con suspicacia.

– No estarás intentando que lo olvide, ¿verdad?

– Nunca se me ocurriría. Te enseñaré cualquier cosa que quieras sobre muerte y tortura. Pero nunca será tanto como lo que podrías aprender con Gardeaux y Maritz.

– Será suficiente.

– No será suficiente. E incluso si lo fuera, ¿qué harás después de que esto acabe? Se necesita un carácter especial para sobrevivir al asesinato.

– No será un asesinato -dijo Nell, dolida.

– ¿Lo ves? Ya estás huyendo de ello. -Con toda la inten-ción, repitió-: Asesinato. Quitar la vida es asesinar. No im-porta cuál sea la razón, el resultado es el mismo. A la buena gente, como tú, le enseñan desde la infancia a mantenerse le-jos de todo esto, a sentir verdadera repugnancia, a huir.

– La buena gente, como yo, rara vez tiene una razón como la que me han proporcionado.

– Es cierto que ya no eres la mujer que conocí en Medas. Pero tu esencia es la misma. Como los árboles se inclinan…

– Mentira.

– ¿Ah, sí? Quieres ser dura y fría. Quieres que no te im-porte nadie aunque, en realidad, no sea verdad. Bueno… en mi caso, quizá te resulte fácil, pero ¿qué me dices de Tania? ¿Y Peter?

– Es diferente. Ellos no tienen nada que ver con Maritz y Gardeaux.

– Pero sí tienen que ver con quién eres tú.

– ¿No crees que pueda hacerlo? Pues te equivocas.

– Apuesto a que tengo razón -añadió, cansado-: Quiero tener razón.

Nell negó con la cabeza.

– Pasado mañana. A las ocho de la mañana. Ponte ropa de entreno y no desayunes. -Se volvió y salió de la habi-tación.

Tanek estaba equivocado, se dijo Nell a sí misma. Tenía que estar equivocado. Lo mejor era no bajar la guardia pero, si no lo conseguía, eso no quería decir que no tuviera voluntad.

– Peter -se volvió hacia la esquina del fondo-. Es hora de ir…

La cabeza de Sam estaba sobre la rodilla de Peter, y el chico le acariciaba la garganta. Su expresión, literalmente, era de infinito placer.

Puede ser. Si lo desea con suficiente fuerza.

Sintió una oleada de felicidad por Peter. Parecía que lo había deseado suficientemente.

Quiero tener razón.

Su sonrisa desapareció al recordar las palabras de Tanek. La voluntad de éste era mucho más fuerte que la de Peter, y tenía la intención de centrarla sobre ella.

Bien, pues ella no era Sam. Y le haría fracasar.

– Vamos, Peter -dijo bruscamente-. Es hora de irse a la cama. Puedes jugar con Sam mañana.

* * *

Muerta. Aquella mujer estaba muerta.

Maritz volvió a dejar el auricular con un gesto de satis-facción. No había fallado. Le llevó un poco más de tiempo, pero la mujer de Calder ya había muerto. Le diría a Gardeaux que el trabajo estaba hecho.

Quizás.

Una chispa de intranquilidad torpedeó su satisfacción. Gardeaux había dicho que había fracasado y que la mujer se recuperaría. Y el muy bastardo no solía equivocarse.

Maritz quedaría como un tonto si resultaba ser que el parte de defunción había sido falsificado y que aquella mujer se había evaporado. A Gardeaux no le gustaban los tontos.

No estaría de más asegurarse.

Bajó la mirada hacia las anotaciones de su bloc. ¿El hos-pital?

Demasiada gente.

La empresa funeraria John Birnbaum.

Sonrió y se guardó el bloc en el bolsillo.

* * *

– Toma. -Tanek le lanzó un caja alargada a Nell, que estaba sentada en el sofá-. Un regalo.

Nell le miró confundida.

– Creía que ibas al rancho para ver a tu capataz.

– Y eso he hecho. Me he acercado a la ciudad, de vuelta hacia aquí. Ábrelo.

Ella luchaba con el adhesivo del envoltorio.

– Peter no ha regresado del rancho aún.

– No regresará. Jean le ha tomado cariño y le ha dado permiso para quedarse unos días. Si funciona, puede que Jean se lo lleve a los pastos cuando haya que traer el ganado.

– ¿Estará seguro?

– Sano y salvo. Estaba loco por ir. Perros y ovejas… ima-gínate.

Sí, podía imaginar perfectamente lo irresistible que era todo aquello para él. Nell empezó a arrancar el envoltorio marrón. Telas, caballete, bloc de dibujo, lápices y una caja de pinturas.

– ¿Qué es esto?

– Dijiste que querías hacer un retrato de Michaela.

– Eso no fue lo que dije.

– Pero sí quieres hacerlo.

– Además, estaré demasiado ocupada.

Tanek chasqueó los dedos.

– Ah, sí, olvidaba las clases de criminalidad. Bien, pues he decidido cobrarte las lecciones. Necesito algunas pintu-ras para decorar mis paredes.

Ella preguntó sarcástica:

– ¿Para colgarlas al lado del Delacroix?

– Arte local. Mi gente, mis montañas.

Igual de posesivo que cuando llegaron. Dejó las telas en el suelo.

– Contrata a cualquier otro para hacerlo.

– Te quiero a ti. Una hora de violencia y criminalidad por cada dos horas que le dediques a mis pinturas. ¿Cerra-mos el trato?

Se volvió para mirarlo.

– ¿Qué es esto? ¿Se supone que sufriré una milagrosa metamorfosis con esta especie de terapia de tres al cuarto?