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– Aquel cocinero que consiguió que te despidieran… ¿Te volviste a encontrar con él?

– Oh, sí, lo vi otra vez.

Tanek sonrió.

Capítulo 11

Nadie la estaba siguiendo.

Sólo era su imaginación, se dijo a sí misma. Se estaba comportando como una idiota.

Pero sintió un gran alivio al llegar a la rampa de la en-trada.

Hogar. Seguridad.

Se quedó sentada un momento con la mirada fija en el espejo retrovisor. El único vehículo que circulaba era de transporte escolar, e iba lleno de niños.

En fin, se estaba comportando como una paranoica. Esta-ba en Minneapolis, no en Sarajevo. Bajó del coche, abrió rápi-damente el maletero y sacó la primera bolsa de comestibles.

– Deja que la lleve yo.

Tania dio un respingo y se volvió.

Phil bajaba por la rampa de entrada.

– Lo siento. ¿Te he asustado?

– No te esperaba.

Phil le cogió la bolsa de las manos, agarró otras dos del maletero y cerró la portezuela con el codo.

– Deberías haberme llamado.

– Pensé que podría sola. -Tania le sonrió mientras su-bían la rampa de entrada hacia la casa-. Y, además, éste no es tu trabajo.

– Mantenme ocupado. Ahora que ha pasado el verano, no tengo suficiente trabajo sólo con el jardín. -Hizo una mueca-. No sé por qué estoy aquí, ahora que Nell está en Idaho con Nicholas.

– Nos eres de gran ayuda. -No le miraba mientras abría la puerta-. ¿Te… dijo Nicholas que nos protegieras?

Phil frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir? Me dijo que esperara aquí hasta que volviera a contactar conmigo para que le ayudara con alguna otra cosa.

– Pero ¿no que me siguieras y me vigilaras?

– No. -Su mirada se concentró en el rostro de Tania-. ¿Algún baboso te ha estado siguiendo?

– No. -Entró en el recibidor y se dirigió hacia la cocina-. Probablemente haya sido mi imaginación. Realmente, no he visto a nadie. Solamente era un presentimiento. ¿Por qué querría alguien vigilarme?

El gesticuló y le dedicó un silbido suave.

– ¿Quién no lo haría? Además, hay un montón de tíos raros vagando por ahí. Nunca se es lo suficientemente pre-cavido hoy en día. ¿Quieres que te acompañe la próxima vez que tengas que salir a hacer algún recado?

Tania negó con la cabeza.

– Debo de estar atontada. Es sólo mi imaginación.

– ¿Y por qué no? -Dejó las bolsas sobre el mostrador-. Así tendré algo que hacer.

– Ya veremos. -Empezó a sacar las cosas-. Pero gracias de todos modos por tu oferta.

El vaciló, mirándola, antes de dirigirse hacia la puerta.

– Tú y el doctor Lieber habéis sido muy amables conmi-go. No me gusta la idea de que estés preocupada. Si quieres compañía, sólo tienes que decirlo.

Tania sonrió afectuosamente mientras la puerta se ce-rraba tras él. Phil se había convertido en parte de sus vidas en aquellas pocas semanas. Circulaba felizmente por allí, cortando madera, lavando los coches y arreglando el jardín. Le producía un sentimiento agradable ver cómo levantaba la mirada y la saludaba mientras no dejaba de trabajar.

Su sonrisa desapareció al arrojar una bolsa vacía en el re-cipiente para reciclar. No había pensado hasta ahora que Nicholas podía haberle pedido a Phil que los protegiera. De todos modos, ¿por qué iba a hacerlo? Nell era la única que corría peligro y ya no estaba allí. Aquello era América. No había francotiradores escondidos esperando entre las ruinas para perpetrar una carnicería contra cualquier incauto.

Pero su instinto se había perfeccionado en agudeza durante aquellos años llenos de recelos. América tampoco era aquel asilo tan seguro que siempre había pensado. También se cometían asesinatos y explotaban bombas.

Y aún notaba aquellos ojos sobre ella.

Quizá debía dejar que Phil la acompañara cuando fuera a salir.

Sí, claro, pensó disgustada con ella misma. Iba a empezar las clases en la universidad la próxima semana. ¿Acaso podía pedirle al pobre Phil que se sentara fuera, y la esperara, en-treteniéndose en hacer girar los pulgares, sólo porque sus instintos se habían disparado? Puede que sólo fuera un re-cuerdo de Sarajevo. Se supone que las experiencias y los recuerdos se guardan profundamente en la mente. Podía ser que ella…

Negó con la cabeza y lo descartó con firmeza. Actuaría como creía que lo debía hacer, como siempre lo había he-cho. Cuando fuera el momento de salir, tomaría la decisión respecto a pedirle a Phil que la acompañara. Ahora no tenía por qué preocuparse. Estaba segura dentro de esta casa, donde se había creado su propio refugio.

* * *

Creía que ya estaba segura, pensó Maritz. La señora Vlados estaba en el interior de la casa de Lieber, tranquila y sin sen-tirse amenazada.

Se acomodó en el asiento de su coche y cogió un BigMac que había comprado de camino hacia la casa. Estaba bien te-nerla bajo control y, a la vez, seguir su propio camino. No necesitaba vigilarla cada minuto. Además, tampoco Nell Calder se encontraba en la casa en aquellos momentos.

Pero había estado allí. Lo supo cuando interrogó a los vecinos de Lieber y la habían visto por allí.

Bueno, pensó que debía de ser ella. Nell Calder nunca había sido tan atractiva como se la describieron, pero Lieber era un brillante cirujano y constaba en los archivos del hospital como el médico que había atendido a Nell Calder. ¿Para qué un cirujano plástico si no para cambiar de cara?

Mordió el bocadillo y lo masticó con placer.

Pronto resolvería el asunto Calder. Además, no estaba realmente preocupado por ello. Si había estado allí, era más que probable que el doctor o su amita de casa supieran dón-de se encontraba en aquellos momentos. Lo que pudieran saber, se lo dirían. De hecho, él ya habría actuado, pero Lie-ber no era como el director de la funeraria. No sería tan fá-cil eliminar las huellas si los borraba a ambos de la escena. No era mala idea concederse una semana más y ver si la se-ñora Calder aparecía por aquella casa.

Además, estaba disfrutando mientras vigilaba a Tania Vlados. El segundo día había descubierto, para su satisfac-ción y sorpresa, que ella se había dado cuenta de su presencia. No había cometido ningún error pero sabía que él esta-ba allí. Lo podía leer en la tensión de su espalda, en aquella mirada rápida por encima del hombro, en el súbito cambio de ritmo de sus pasos.

Hacía tiempo que no acechaba una pieza. Gardeaux siempre insistía en matar rápida y eficientemente. Entrar y salir. No entendía el placer de la caza, el miedo de la víctima que casi era más excitante que el asesinato en sí.

Acabó su BigMac y metió el envoltorio en la bolsa. Es-peraría otra media hora antes de conducir hasta la casa e ins-peccionarla. Seguro que Tania Vlados ya no tenía que salir.

Se sentía segura allí dentro.

* * *

Nell cayó al suelo. El golpe fue tremendo.

– Levántate -le dijo Nicholas-. Rápido. No te quedes ja-más en el suelo. Si no te levantas, eres vulnerable al ciento por ciento.

¿Rápido? No podía ni respirar y mucho menos mover-se. El gimnasio entero le daba vueltas.

– Levántate.

Se levantó… lentamente.

– Te habrían matado un segundo después de caer en la colchoneta -dijo Nicholas. Le hizo un gesto para que lo em-bistiera otra vez-. Vamos.

Nell frunció el ceño.

– ¿No crees que primero deberías enseñarme a defen-derme?

– No. Te estoy enseñando qué es lo que hay que hacer si te derriban. A veces, lo consiguen, aunque pelees bien. Tie-nes que aprender a relajarte totalmente y convencerte de que no tienes huesos. Así no te harás daño cuando golpees contra el suelo. Después, debes aprender a rodar para evitar nuevos golpes y ponerte de pie de un salto.