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– Voy. -Abrió la puerta-. Lo siento, yo…

– ¿Por qué? No has ido con cuidado y se te ha caído una zapatilla. -Michaela se dirigió hacia la cocina-. No me inte-resa tanta charla. Ven y ayúdame.

* * *

– Está muy bien. -Nicholas inclinó el boceto hacia la luz de la lámpara-. La has captado.

Nell negó con la cabeza.

– No del todo. Es terriblemente frustrante intentar dibu-jar a una persona que revolotea tanto.

– Michaela no revolotea. Como definición, le falta la idea de pisar fuerte.

– Pues lo que sea. -Cogió el boceto y lo metió en su por-tafolio-. Pero creo que mañana estaré lista para montar el caballete y usar los óleos. -Lo miró desde detrás de sus pestañas-. ¿Tengo derecho a un premio extra?

– No. -Se arrodilló cerca del fuego y removió los leños-. Ya te doy suficiente tiempo de gimnasio. Más, sería una sobredosis.

Nell ya esperaba aquella respuesta, pero no se perdía nada por intentarlo. Probablemente, Tanek tenía razón. Estaba satisfecha con sus progresos desde que Nicholas había empeza-do a enseñarle los rudimentos del ataque y la defensa. Pero tardaría mucho aún en conseguir que aquellos movimientos se automatizaran y los practicara sin esfuerzo, casi instintivos.

– No aprendí demasiado sobre armas en Obanako -in-sistió.

– No soy experto en ese área. Pero a Jamie sí le gustan las armas. Si nos visita, quizá puedas persuadirlo para que te enseñe.

– O cuchillos.

La miró a los ojos.

– Te enseñaré a defenderte de un ataque con cuchillo, pero no a usarlo. De cualquier forma, no tendrías ninguna posibilidad contra Maritz. No puedes aprender en tres me-ses lo que a él le ha costado años. -Se puso en pie y fue a ser-virse otra taza de café-. Sería mejor que tuvieras otra arma, o un plan perfecto o, sencillamente, buena suerte.

– ¿Y qué pasa con Gardeaux? ¿Qué debería hacer con Gardeaux?

– Deja a Gardeaux para mí.

– No puedo. Él dio la orden. -Levantó su taza-. Cuénta-me más cosas acerca de él.

Se sentó en el suelo frente a la chimenea y rodeó sus piernas con los brazos.

– Me dijiste que lo habías investigado tú misma.

– Sé lo que publica el Time. Pero quiero saber lo que tú sabes.

– Gardeaux es listo. Es precavido. Y desea ascender en la jerarquía del mundo de las drogas.

– Creía que ya era alguien importante.

– Tiene cierto rango, y va subiendo. Quiere reinar junto a Sandéquez, Juárez y Paloma. Con los realmente podero-sos. Tiene sed de poder, le encanta. También le gusta el di-nero y las mujeres bonitas, y es un apasionado de las espa-das antiguas y piezas únicas.

Se acordó de aquella mención en la prensa sobre su co-lección de espadas.

– ¿Un apasionado?

Tanek se encogió de hombros.

– Total y absolutamente apasionado. Quizá sea una ex-tensión de su deseo de poder.

– ¿Una especie de manifestación fálica?

– En cierto modo, sí. -Rió Tanek-. Aunque creo que tu retrato es un poco exagerado.

– ¿Tiene esposa?

– Lleva casado más de veinte años, y parece tener una to-tal devoción por ella y por sus dos hijos -añadió-, aunque eso no le priva de tener una amante fija en París.

– ¿Sabes quién es?

– Simone Ledeau, una modelo. Pero no podrás cazarle a través de ella, si es lo que estás pensando. Gardeaux siempre les deja muy claro a sus amiguitas lo que les pasaría si le trai-cionaran.

– ¿Cómo?

– Seguramente, las invita a asistir a uno de sus torneos privados de esgrima en el auditorio que se hizo construir junto a su mansión. Cuando quiere dar un castigo que sirva de ejemplo, tiene a un joven espadachín que se encarga de eliminar a quien representa una amenaza. No se puede ne-gar que tiene estilo.

– ¿Asesinato?

– Asesinato. Aunque le ofrece al otro contrincante una espada para que se defienda.

– ¿Qué sucede si el otro vence?

– Tiene la promesa de Gardeaux de dejarlo libre. Pero no ha tenido que reemplazar a su espadachín preferido, Pietro, durante más de dos años. La esgrima no es exactamente una disciplina que se enseñe en el gimnasio del barrio.

– Pero, según dices, Pietro reemplazó a otro, ¿no? Así que, a veces, el contrincante vence. -De repente, se le ocu-rrió-: ¿Fuiste tú?

– No, no fui yo. -Se miró las manos entrelazadas en su regazo-. Y aquel vencedor, de todos modos, no sobrevivió.

– ¿Gardeaux no deja libre a nadie?

– Los deja libres. -Bruscamente, se puso en pie-: Me voy a la ciudad.

– ¿Ahora? ¿Por qué? -le preguntó Nell, sobresaltada.

– Estoy cansado de preguntas, y de vivir pensando en Gardeaux y Maritz a cada segundo. -Se dirigió hacia la puerta-. Me ahoga.

A Nell no le había parecido que le importaran sus pre-guntas, antes de tocar el tema de los combates de esgrima. Así que le dijo:

– Siento haberte incomodado.

Él se fue dando un portazo, y de repente ella se sintió totalmente desanimada.

Un momento después, oyó el rugido del jeep en el patio. Se puso en pie y fue hasta la ventana. Las luces de posición desaparecían en la distancia, y eso le produjo un sentimien-to súbito de soledad. Tanek se había desplazado hasta el Ba-rra X muchas tardes, en las pasadas semanas, pero era la pri-mera vez que se iba a la ciudad de noche. Nell se sintió extrañamente abandonada.

Idiota. Tanek había roto la rutina. Ella se había acos-tumbrado y se sentía cómoda pasando las veladas con él, frente a la chimenea.

Él es un hombre, y tú estás más disponible que las muje-res de la ciudad.

Sintió un escalofrío al recordar las palabras de Michaela.

Las mujeres de la ciudad. Claro, Tanek no podría vivir en aquel solitario lugar sin alguien que le desahogara sexualmente. Era sorprendente que no hubiera necesitado mucho antes a una mujer.

¿Una mujer en particular?

No era de su incumbencia. Tanek tenía su vida y ella la suya. El abandono era, pues, imposible en su relación.

Algo rozó suavemente su pierna. Bajó la mirada y des-cubrió a Sam, que, a su vez, la contemplaba.

– Hola, chico -le acarició cariñosamente la cabeza-. Se ha ido. ¿Quieres dormir en mi habitación esta noche?

Podrían hacerse compañía el uno al otro.

El también había sido abandonado.

* * *

– Más -jadeó Melissa, mientras le acometía desde abajo para sentirlo más adentro-. Así, así. Ayúdame.

El penetró más. Hasta el final.

Y su orgasmo llegó demasiado pronto. Se derrumbó so-bre ella, temblando.

Sintió las contracciones de Melissa, también en el climax.

Tanek se dejó caer a un lado para tenderse boca arriba y le puso un brazo como almohada. Sabía que debía abrazar-la. La cercanía después del acto era importante para la ma-yoría de las mujeres.

Pero no quería.

No quería estar allí.

– Ha estado bien -murmuró Melissa mientras se acurru-caba más cerca-. Me alegra que te hayas dejado caer por aquí, Nicholas.

El le acarició el cabello. El sexo siempre era satisfactorio para Melissa. Melissa Rawlins era directa, sin complicaciones, pedía poco y daba con generosidad. Tenía treinta y cuatro años, estaba divorciada, regentaba un negocio inmobiliario propio en Lasiter y no buscaba marido. Era perfecta para él.

Pero ya no quería estar allí.

Ella le dio un beso en el hombro.

– Tenía miedo de no volverte a ver. Oí que había una mujer contigo en el rancho. ¿Aún está allí?

Tampoco quería pensar en Nell ahora.

– Sí.

Melissa soltó una risita.

– Pues no debe de ser demasiado buena. -Se incorporó y lo abrazó-. Casi me violas antes de que me pudiera desvestir.

– Violación implica falta de consentimiento. -Tanek la besó en la frente-. No es la palabra adecuada.