Gardeaux había enviado a su principal demonio hacia la oscuridad exterior. O quizás lo había borrado en un sentido más allá del numérico. No, Maritz no era un gran intelecto, pero tenía instinto y astucia. Nicholas estaba seguro de que se había escondido.
– Quiero saber dónde…
– Nos están siguiendo -le interrumpió Jamie-. Dos co-ches más atrás.
Nicholas se enderezó mientras miraba por el retrovisor. Localizó dos faros delanteros, pero con aquella oscuridad no pudo determinar la marca o el color del coche.
– ¿Cuánto hace?
– Desde que hemos salido del apartamento de Pardeau. Un Mercedes verde oscuro. Estaba aparcado media calle atrás.
– ¿Seguían a Pardeau?
– Puede ser. Pero entonces, ¿por qué dejan de vigilarlo para seguirnos a nosotros?
No tenía sentido. A no ser que Pardeau estuviera en lo cierto y Gardeaux esperara que volvieran a contactar con él. Nicholas no se preocupó. A Gardeaux le gustaba saber lo que hacía y en otras ocasiones ya lo había hecho seguir. Normalmente, no le importaba demasiado, pero ahora que ya había descubierto lo que había venido a buscar, sólo deseaba volver con Nell.
– ¿No deberíamos intentar despistarlos? -preguntó Ja-mie.
Nicholas asintió.
– Conocen la ciudad mucho mejor que nosotros, pero hay muchas carreteras secundarias en las colmas de las afue-ras de la ciudad. -Pisó el acelerador-. Vamos a ver si damos
con una.
Se habían alejado unos ocho o diez kilómetros por las colinas cuando Nicholas se dio cuenta de que el Mercedes les seguía.
Les estaba persiguiendo.
Prácticamente estaba encima de ellos, y casi iban a la máxima velocidad.
Les embistió, golpeando su parachoques trasero.
– Mierda.
– No es un buen sitio -dijo Jamie preocupado mientras miraba a su alrededor lo abrupto del terreno-. Si nos sali-mos de la carretera en cualquiera de los puntos de por aquí, acabaremos estrellados en el terraplén, unos sesenta metros más abajo. ¿Dónde están esas carreteras secundarias cuando las necesitas?
El Mercedes los golpeó de nuevo.
Nicholas hundió el pie en el acelerador y el Volkswagen salió zumbando hacia delante.
– No podemos dejarlos atrás -advirtió Jamie-. El Mer-cedes tiene más potencia. Y además es como si fuera un tanque.
– Lo sé.
Aquel ataque directo y letal no entraba en las previsio-nes, maldita sea.
El Mercedes se les estaba echando encima. No había es-capatoria. Nicholas podría repelerlos unas cuantas veces más pero, al final, acabaría echándolos de la carretera.
De acuerdo. Si iban a hacerlo, mejor sería escoger un lu-gar que les ofreciera alguna opción.
– Desabróchate el cinturón de segundad.
Jamie hizo saltar el enganche del cinturón.
El parachoques delantero del Mercedes les golpeó en el lado izquierdo.
El Volkswagen derrapó y Nicholas casi no pudo impe-dir salirse de la carretera. Jamie soltó un exabrupto al gol-pearse la cabeza con la ventanilla. Se frotó la frente.
– Si vas a repetirlo otra vez, me vuelvo a poner el cintu-rón de seguridad.
– No si quieres sobrevivir a esta aventura. Vamos a salirnos de la carretera.
– Ya lo había deducido. ¿Dónde?
– En la próxima curva. La inclinación no parece tan pro-nunciada. Dirigiré el coche hacia el borde de la carretera y saltaremos. Pon la mano en el tirador de tu puerta. Intentaré reducir todo lo que pueda, pero ellos estarán justo detrás de nosotros y no quiero que adviertan que no estamos dentro.
La curva estaba justo frente a ellos. Nicholas pisó de nuevo el acelerador y el coche salió disparado hacia delante. El Mercedes quedó un poco rezagado.
– No estoy del todo seguro de que sea una idea tan bue-na -murmuró Jamie.
Nicholas se quitó el cinturón de seguridad.
– Ni yo.
Se estaban acercando a la curva. Clavó los frenos y el co-che dio un bandazo.
– Ahora sí estoy seguro de que no es una buena idea -ja-deó Jamie.
Nicholas giró el volante hacia el borde de la carretera y se abalanzó para abrir la puerta.
– ¡Salta!
El Volkswagen se salió de la carretera y se precipitó ha-cia abajo.
Con la primera sacudida, Nicholas salió despedido por la puerta abierta.
Vaya salto…
No podía respirar. La caída le había cortado el aliento. Estaba rodando hacia abajo.
¿Dónde estaba Jamie?
Pudo ver los faros del Volkswagen, que caía por la lade-ra hacia el valle.
Se asió a un arbusto y se mantuvo agarrado firmemente. Rápidamente dirigió su mirada hacia arriba, hacia la carre-tera.
Ahí estaban las luces del Mercedes, aparcado justo al borde de la carretera.
Tres hombres estaban mirando hacia abajo.
¿Hacia el coche o hacia él?
Estaba demasiado oscuro para que le vieran. Seguro que miraban el Volkswagen.
El coche descansaba al final de la ladera. ¿Bajarían y lo comprobarían?
Captó el destello del cañón de un arma automática.
El sonido de las balas fue ahogado por la explosión del Volkswagen. En un segundo, el coche quedó envuelto en llamas.
Muy limpio. Misión cumplida.
¿Lo comprobarían?
No, volvían al Mercedes.
Un trabajo poco limpio. Perezosos.
Gracias a Dios.
Unos minutos más tarde, Nicholas ya no pudo ver la luz de los faros.
¿Dónde demonios estaba Jamie?
– ¿Nick?
Aliviado, oyó el susurro cauteloso de Jamie, que estaba en la pendiente un poco por encima de él.
– Aquí. -Se soltó del arbusto y empezó a arrastrarse co-lina arriba-. ¿Estás bien?
– Tengo un dolor de mil demonios en el costado dere-cho. ¿Y tú?
– Estoy vivo. Y hace tan sólo diez minutos, no hubiera apostado nada por nuestra suerte.
– Dímelo a mí.
Jamie estaba echado sobre una formación rocosa que sobresalía a tan sólo tres metros por debajo de la carretera. Nicholas llegó hasta él.
– No me gustaría desanimarte. ¿Has podido ver quiénes eran?
– Sólo he reconocido al de la automática. Rivil.
Uno de los hombres de asalto de Gardeaux, del grupo de élite, que nunca habría sido relegado a una labor tan ser-vil como la de vigilar a un vulgar contable. Lo habían enviado para realizar un trabajo concreto.
– Creo que tienes un problema -dijo Jamie.
Nell se despertó en la oscuridad, alertada y muy asustada.
Había alguien en la casa.
Los sonidos en la sala de estar eran leves y suaves indu-dablemente, eran pasos.
¿Maritz?
¿Cómo podía saber que ella estaba allí?
A Tania no le habría sorprendido.
Es el espantapájaros.
Nell alargó la mano hacia la mesita de noche y empuñó su Colt.
Se puso en pie y se deslizó hacia la puerta. Él continuaba moviéndose. ¿Se dirigía hacia el dormi-torio?
No podía esperar a saberlo.
Su mano se aferró al Colt mientras abría la puerta y en-cendía la luz.
Nicholas estaba ahí, de pie, junto al fregadero. Su rostro y su cabeza estaban cubiertas de sangre.
– ¿Te importaría apuntar hacia otro lado? Aún no confío demasiado en tus habilidades con esa arma. -Abrió el gri-fo-. Intentaba no despertarte, pero supongo que…
– ¿Qué te ha pasado?
– Nos hemos salido de la carretera. -Estaba rociándose la cara con agua-. Me temo que Hertz va a tener que com-prar un Volkswagen nuevo.
– ¿Y Jamie?
– Creo que está bien. Se ha dado un golpe en las costillas. He parado un coche en la carretera y lo hemos dejado en el hospital más próximo para que le hagan una radiografía.
– ¿Por qué demonios no te han atendido a ti también? Pareces necesitar una cabeza nueva.
– Quería volver aquí. Ha sido un disparate que debería haber evitado. Quería asegurarme de que no habían descu-bierto adonde te habíamos trasladado.