– ¿Quiénes? -susurró-. ¿Los hombres de Gardeaux?
– Jamie reconoció a uno de ellos, Rivil. No sé quién más iba en aquel coche.
– Siéntate y déjame ver la cabeza.
– No tienes por qué preocuparte. Estoy acostumbrado a remendarme a mí mismo.
– Oh, entonces si necesitas puntos, sencillamente te de-jaré mi caja de costura.
– ¿Crees que es adecuado este sarcasmo cuando he veni-do corriendo a…?
– Siéntate. -Cruzó la habitación y le empujó hasta una silla cerca de la mesa-. Deja que te limpie adecuadamente. -Llenó un recipiente con agua y cogió un trapo limpio de la cocina-. Si el coche está destrozado, ¿cómo has llegado has-ta aquí?
– Me ha traído un granjero desde el hospital. -Cuando Nell empezó a limpiarle la sangre de la cara, añadió-: Todo esto no es necesario, ¿sabes? No estoy malherido.
– Tienes razón. No es nada -dijo cuando, finalmente, lo-calizó el corte en su cuero cabelludo. Caramba, las manos le temblaban-. Debes sangrar con facilidad.
– De hecho, no es sangre. He comprado una botella de jugo de tomate durante el camino de regreso. Terence solía decirme que la mejor manera de conseguir la simpatía de una mujer era sangrar un poco.
– Se equivocaba. No siento en absoluto ninguna por ti.
– Seguro que sí. Estás más pálida que yo. -Se sonrió-. Siempre funciona.
Estaba empezando a sentirse enferma, mareada.
– Obviamente, ya no necesitas mi ayuda. -Tiró el trapo al suelo-. Y yo necesito algo de aire.
Nell dio un portazo al salir y después se detuvo para ha-cer una larga inspiración. El aire era frío pero bienvenido.
– Has escogido el lugar equivocado si la sangre te pone enferma. -Nicholas se estaba acercando a ella.
Nell retrocedió un paso.
– Tan sólo necesitaba tomar el aire. La sangre no me pone enferma.
– Pues lo disimulas bastante bien.
– Creí que habías dicho que estabas a salvo de Gardeaux.
– Pues parece que estaba en un error.
– ¿Por qué fuisteis atacados? ¿Qué ha pasado con aque-lla fantástica póliza de seguro?
– Quizás alguien la ha cancelado.
– Quieres decir que Sandéquez está muerto.
– Es la conclusión más lógica.
– ¿Por qué estás tan relajado? Gardeaux ha intentado matarte esta noche. -Nell empezó a caminar rápidamente-. Y volverá a intentarlo, ¿verdad?
– Siempre que tenga oportunidad.
– Ya nunca más estarás seguro.
– Eso no es del todo correcto. Tan sólo significa que ten-dré que ser más precavido hasta que consolide mi posición.
– Si vives lo suficiente.
– Puntualización aceptada. Es un requisito necesario.
– Deja ya de sonreír -dijo Nell con fiereza-. No veo qué tiene de gracioso todo esto.
– Ni yo. Pero te has puesto suficientemente seria por los dos.
Nell quería golpearle.
– Es cierto. Tú crees en divertirte a cada momento y has-ta el final. Maldita sea, ¿no comprendes que tus condenadas vallas de protección acaban de volar en pedazos, y que ellos van a abalanzarse directamente sobre ti?
Nicholas la escrutaba con la mirada.
– Comprendo que muy estás trastornada con la idea de mi muerte. Y me gusta.
A Nell no le gustaba. No quería sentir aquel pánico que había experimentado al ver así a Nicholas esa noche.
– ¿Qué vas a hacer?
– Lo mismo que antes. Pero con mucho más cuidado.
– Pero ni siquiera deberías estar en el mismo país que Gardeaux. -Apartó su mirada de Nicholas-. No es que… No me importa… si no continúas en esto.
La sonrisa de Tanek desapareció.
– ¿Has olvidado que no empecé en esto sólo por ayudar-te? No tengo ninguna intención de dejarlo.
No sabía si estaba más asustada o aliviada.
– Solamente quería saberlo. -Hizo una pausa-. Por su-puesto, que si no quisieras…
– Nell -dijo tranquilamente-. Todo va a salir bien. Sólo tengo que evaluar los daños.
Evaluar los daños. Esto fue lo que Kabler dijo mientras veía arder la casa. Muerte y destrucción, y el siempre popu-lar control de daños.
– Lo que tú digas. -Se humedeció los labios-. Pero bajo estas circunstancias no creo que podamos movernos tan rá-pidamente como a mí me gustaría. Será mejor esperar a Año
Nuevo.
Lentamente, una sonrisa iluminó la cara de Tanek.
– Si es lo que quieres.
– No es eso lo que quiero. -Le dio la espalda y se dirigió hacia la casita-. Pero es lo que debemos hacer para evitar que te maten.
Jamie apareció la mañana siguiente con cruasanes recién he-chos y un periódico. Le entregó los cruasanes a Nell y ex-tendió el periódico sobre la mesa frente a Nicholas.
– Te dije que estábamos en un lío.
– ¿Sandéquez?
– Muerto. Fue asesinado en su hacienda de las colinas por las fuerzas de la lucha antidroga colombianas. Toda la casa fue destruida.
– ¿Cuándo?
– Unas tres horas antes de dejar a Pardeau. Como no hubo ninguna noticia ni declaración pública durante más de ocho horas, diría que Gardeaux obtuvo información anticipadamente.
– O proporcionada por las autoridades. Sandéquez esta-ba bien protegido. La policía llevaba intentando cogerle hace muchos años.
Jamie soltó un silbido.
– Quieres decir que Gardeaux les sirvió en bandeja a Sandéquez. ¡Dios, Dios, qué cabrón!
– ¿Por qué lo haría? -preguntó Nell-. ¿No dijiste que Sandéquez era uno de los hombres para los que trabajaba Gardeaux?
– Pero yo he sido una espina para Gardeaux durante mu-cho tiempo y la destitución de Sandéquez podía serle útil en más de un sentido.
Jamie asintió.
– Podría subir en el escalafón corporativo, por así decir-lo, y el gobierno colombiano ofrecía una recompensa de cinco millones de dólares por Sandéquez. Los cuales serían de gran utilidad en una de sus cuentas suizas. ¿Crees que fue él quien le facilitó la información a las autoridades colom-bianas?
– Probablemente. -Nicholas se encogió de hombros-. Sea como fuere, es un hecho. Sandéquez está muerto. Lo cual significa que tendré que esconderme con Nell hasta que estemos listos para actuar.
Nell sintió una oleada de alivio que rápidamente inten-tó disimular.
– Extraordinariamente razonable en tu caso. -Llevó los cruasanes al microondas-. Pero yo no tengo la menor inten-ción de esconderme. Como ya me indicaste, nadie puede reconocerme.
Podía sentir la mirada de Nicholas a su espalda.
– ¿Puedo preguntarte adonde pretendes ir?
– A París.
– ¿Y qué vas a hacer allí?
– Trabajar.
– ¿Dónde?
– No estoy segura. Tendrás que ayudarme. -Se encaró con él-. ¿Para qué agencia de modelos trabaja la querida de Gardeaux?
– Chez Molambre. -Nicholas estaba estudiando su cara-. ¿Qué tienes en mente?
– Necesito meterme en esa fiesta renacentista. Dudo que Gardeaux vaya a enviarme una invitación y para vosotros sería muy peligroso robarlas o falsificarlas. El reportaje del Sport Illustrated explicaba que hay un pase de moda cada año como parte de la fiesta. Jacques Dumoit realiza una co-lección especial y es casi seguro que Gardeaux le pedirá que utilice la agencia de su querida para proveer las modelos.
– Sí, es verdad.
– Y quieres ofrecerte a trabajar en esa agencia. -Jamie sonrió-, Ah, una chica brillante. Podríamos haberla utiliza-do en los viejos tiempos, Nick.
– No tienes experiencia -dijo Nicholas.
– He estado en docenas de pases de moda. Les engañaré. -Se volvió hacia Jamie-. Si me pudieras falsificar unas referen-cias y arreglar una sesión fotográfica para hacerme un book.
– Conozco a un fotógrafo en Niza del que me puedo fiar -dijo Jamie-. Dame tres días.