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– No me gusta -espetó Nicholas.

– No esperaba que te gustase. -Nell se encontró con su mirada-. Pero ¿me contratarán?

– Lo sabes perfectamente. -Su sonrisa era desagradable-. ¿Quién no iba a contratar a Helena de Troya?

– Bien. Sospechaba que podría funcionar. Y la idea me gusta. Hay una cierta clase de… justicia en ella.

– ¿Justicia? -preguntó Jamie.

– Quiere decir que obtuvo este excepcional rostro por cortesía de Maritz y Gardeaux, y precisamente, es de justi-cia que lo use para acabar con ellos.

Nicholas sabía exactamente lo que quería decir. La co-nocía muy bien. Demasiado bien. Sacó los cruasanes del mi-croondas y los puso sobre la mesa.

– No soy ni tan alta ni tan delgada como la mayoría de las modelos de pasarela. Tendrás que hacerme unas referen-cias impecables, Jamie.

– Confía en mí. Además, se enamorarán tanto de tu cara que apuesto a que no se darán ni cuenta.

Nell no estaba tan segura.

– Ya veremos.

– Debes de llevar mucho tiempo pensando en ello -dijo reposadamente Nicholas.

– Me dejasteis sola dos días. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cruzarme de brazos y perder el tiempo esperando?

– Por Dios. -Se puso de pie y fue hacia la puerta-. Re-cuérdame que no te dejemos sola otra vez.

* * *

Al día siguiente, la espada de Carlomagno fue entregada personalmente por un joven de pelo oscuro que parecía un poco más mayor que Peter. Llevaba una chaqueta de piel negra, conducía una motocicleta y su sonrisa era de confianza.

Presentó a Nicholas, con mucho ceremonial, un paque-te envuelto en piel.

– Aquí tiene, señor. La más fina pieza de trabajo jamás realizada por mi padre.

– Gracias, Tomás. -Y como que se quedó de pie mirando a Nell, Nicholas añadió-: Tomás Armendáriz, Eve Billings.

Tomás la miraba encandilado.

– Yo también soy un gran artesano. Algún día seré muy famoso.

– Eso está bien -le contestó Nell, ausente, mientras se-guía a Nicholas hacia la casita. El chico le seguía a ella.

– Yo mismo he hecho gran parte del trabajo en esta es-pada.

Nicholas estaba sacando la espada de su vaina de piel.

– Como recompensa a mi trabajo, mi padre me dijo que podría pasar unos días de vacaciones en París. -Tomás son-rió seductor a Nell-. Me pregunto si a usted le gustaría ve-nir con…

– Adiós, Tomás -dijo Nicholas, con la mirada puesta en la espada.

Tomás no parecía haberlo oído.

– Fui a la escuela en la Sorbona y conozco muchos cafés que…

Nicholas apuntó al chico con la espada.

– Adiós.

Tomás parpadeó y empezó a retroceder hacia la puerta.

Nell no le culpó por ello. No había vuelto a ver a este Tanek desde aquel día en Florida cuando asestó aquel golpe al sargento Wilkins.

– Sólo era una broma, señor Tanek -dijo Tomás.

– Ya me parecía -le contestó Nicholas educadamente-. Dile a tu padre que estoy muy satisfecho con la espada. Y ahora, tienes que ponerte en camino hacia París, ¿verdad?

– Sí, sí. De inmediato. -Salió precipitadamente de la casita.

– No tenías por qué asustarlo -dijo Nell-. Todo lo que yo tenía que hacer era decirle que no.

– Es un engreído. -Estaba observando la empuñadura de la espada otra vez-. Y me ha molestado.

Nell miró la espada. Sólo había visto una vez la original, y aquella falsificación se le parecía muchísimo.

– ¿Se le parece lo suficiente?

Él asintió:

– Es una obra de arte.

– ¿Aún vas a usarla como anzuelo, siguiendo el mismo plan?

– Con Sandéquez muerto, es de hecho mi única opción.

– Te estás metiendo en la boca del lobo. -Nell vaciló-. He estado pensando. Si puedo penetrar en Bellevigne sin ser detectada, ¿por qué no te quedas aquí y dejas todo en mis manos

La miró fijamente, esperando. Nell continuó, lanzada:

– Es de sentido común. Olvídate de la espada. Te reco-nocerán y no habrá forma de que salgas vivo de allí.

– ¿Se te ha ocurrido pensar que me estás intentando de-jar fuera? -Nicholas preguntó tranquilamente-. Que me es-tás robando mi derecho a decidir.

Aquellas palabras le eran familiares, ella misma las había usado con él.

– Esto es distinto.

– Siempre es distinto cuando se aplica a uno mismo. -Nicholas sonrió-. Lo entiendo perfectamente. Pero ¿ya has dejado de preguntarte por qué te retuve en el rancho y te protegí?

– Porque eres un hombre arrogante y piensas que eres el único en el mundo que…

– Creo que sabes que ésa no es la razón. -Sus miradas se cruzaron-. Aunque quizá no estés preparada para sacar la cabeza del agujero todavía.

Las manos de Nell se cerraron con fuerza.

– No me gusta esto.

– Lo sé. Pero tendrás que acostumbrarte -Y volvió al tema de la espada-. Y sólo tendré que sacarme unos pocos juegos de la manga para mantener esta situación nivelada.

– ¿Evaluación de daños?

– Exactamente. -Cogió un montón de fotografías de un cajón de la cocina y empezó a compararlas con aquella espa-da y murmuró-: Un trabajo fantástico.

Era evidente que había dado por acabada la conversa-ción, así que ella se volvió para salir.

– Maritz no estará en Bellevigne.

Se giró rápidamente para mirarle.

– ¿Estás seguro?

Nicholas asintió.

– Gardeaux le ha dado la carta de despido. Tendremos que enfrentarnos con ellos por separado. Nos concentrare-mos primero en Gardeaux y después en Maritz.

La desilusión acrecentó sus recelos y frustración.

– Pero ¿podremos encontrarle?

– Lo encontraremos. -Colocó una fotografía de la em-puñadura al lado de la espada que aguantaba en la mano-. Después de que te vayas a París, no quiero que vuelvas aquí hasta que estemos listos para actuar.

– ¿Por qué no?

– Es demasiado peligroso. Si vas a ser Eve Billings, sé Eve Billings. Haz amistad con las otras modelos. Y nada de desapariciones misteriosas durante los fines de semana. Pásalos en París.

– Ya veo. -Nell se sintió extrañamente desconsolada. Estaba en lo cierto, por supuesto. Ella había decidido irse a París y ahora aguantaría hasta el final-. Pero necesitaremos un plan.

– No, hasta que contacte con Gardeaux y descubra cómo está la situación sobre el tablero. Me presentaré en tu apartamento la noche antes de tu partida hacia Bellevigne. Hasta entonces, no contactaremos a no ser que haya una emergencia.

Nell intentó sonreír:

– Eso suena razonable.

– Saldrás mañana hacia Niza, con Jamie, para una sesión de fotos. Él ya ha arreglado el subarriendo de un pequeño apartamento en el área de la Sorbona. Nada caprichoso. Algo que una estudiante o una modelo luchadora podría permitirse.

– Jamie es muy eficiente.

– Más de lo que crees.

Tenía razón. Realmente, ella no formaba parte de sus vi-das y menos de su pasado. La proximidad que había sentido hacia ellos desaparecería tan pronto los abandonase.

– ¿Tendrás cuidado? -Nell no quería hacerle aquella pregunta, pero le salió sin pensar.

Nicholas levantó la mirada y sonrió.

– ¿De qué? ¿De las gaviotas? ¿Quieres enviarme de vuel-ta al rancho?

Sí, lo haría y lanzaría la llave de aquellos portones detrás de él.

Y Nicholas lo sabía.

– Con toda la polución que tenemos hoy día, nunca se sabe qué gérmenes pueden llevar esas gaviotas -dijo disimu-lando-. Voy a hacer las maletas.

* * *

La espada era tan atractiva como el canto de una sirena.

Gardeaux estudiaba las fotografías en color con una lupa.

Si se trataba de una falsificación, era muy brillante.

Y si fuera real, Tanek tenía un gran talento en el área de las adquisiciones.