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La excitación que le recorría hizo que sus manos tem-blaran. La espada de un conquistador. Quizá del más gran-de conquistador que había existido.

Aquel sentimiento era el que Tanek tenía planeado. Es-taba siendo manipulado.

La espada de Carlomagno.

¿Le desafiaría Tanek ofreciéndole una falsificación?

Era una artimaña para llevarlo hasta la muerte.

Durante su vida, Carlomagno también sufrió algunos atentados, pero su fuerza y su inteligencia le hicieron en-cumbrarse por encima de aquellos que estuvieran lo suficientemente locos como para intentar asesinarlo.

Como él, Gardeaux, se encumbraría sobre Tanek.

Su índice acarició suavemente la empuñadura de aquella espada fotografiada. Increíble. Soberbia.

Su espada.

* * *

– Lo lamento, mademoiselle, pero no nos sirve. -Molambre cerró el book, que estaba abierto frente a ella-. Estas fotos son muy buenas y expresivas, pero nosotros sólo llevamos modelos de pasarela y usted no encaja dentro de nuestro perfil.

– ¿No soy suficientemente alta?

– ¿Uno setenta y tres? Carece de fuerza y presencia. Hay que tener presencia para pasar modelos. Quizá lo consegui-ría en las pasarelas de Nueva York, pero aquí… nuestros diseñadores son muy especiales. -Se encogió de hombros-. Dedíquese a la publicidad, a posar en estudio. Preveo un gran futuro en ello.

– Hay tan pocas revistas. Necesito hacer las dos cosas.

Molambre cerró el portafolio y se lo entregó.

– Lo lamento.

Su tono era definitivo. Nell se puso de pie y cogió el book.

– Buenos días, monsieur Molambre.

Un muro de ladrillos.

De acuerdo, tendría que esquivarlo.

* * *

– ¿Qué puedo hacer por usted, mademoiselle Billings? -pre-guntó Celine Dumoit con indiferencia.

Bueno, Nell no podía esperar nada más que indiferen-cia. Jacques Dumoit era uno de los principales diseñadores del mundo. Esa gente negocia con la belleza, la utiliza y la descarta cuando se marchita.

– Necesitaría hablar con su marido, madame.

La mujer se encrespó.

– Eso no es posible. Soy yo la que lleva este salón. Tiene que hablar conmigo. Todo el mundo desea hablar con Jac-ques. Él es un hombre muy ocupado. Mi marido está reuniendo una colección especial.

– Para la fiesta del Renacimiento. -Nell inclinó la cabe-za-. Quiero que me utilice como modelo en la fiesta.

– La agencia Chez Molambre se encarga de esto. Solicí-tele trabajo a ellos.

– Ya lo he hecho. Pero me han rechazado porque según ellos carezco de presencia.

Madame Dumoit la estudió.

– No estoy de acuerdo. Realmente, usted tiene una cier-ta presencia, pero tampoco es nada del otro mundo.

– Necesito este trabajo.

– ¿Y se supone que eso va a influir en mí?

Nell dudaba que ninguna necesidad humana pudiera afectar a aquel iceberg.

– Estoy intentando entrar como modelo en Europa. La fiesta del Renacimiento sería un aparador perfecto para mí.

– Y para otras miles de modelos aquí en París.

– Su marido siempre realiza una colección especial de corte renacentista para la fiesta. Yo soy perfecta para ella.

– ¿Qué le hace pensar en ello?

– Póngame un vestido y dejemos que él lo juzgue.

– Tenemos a todas las modelos que necesitamos. -Va-ciló y después asintió-. Pero su rostro tiene una calidad inusual y Jacques desea agradar a monsieur Gardeaux. Ve-remos qué tal le sienta el número ocho.

El número ocho resultó ser un magnífico vestido color borgoña con unas largas y ceñidas mangas y un cuello cua-drado.

Pero era una muy ajustada talla seis, y la cintura le apre-taba demasiado. Casi no podía respirar.

– Tiene algo de sobrepeso -dijo Celine Dumoit. Colocó un sombrerito adornado con perlas sobre la cabeza de Nell, dio un paso atrás y asintió con la cabeza-, Pero definitiva-mente hay… -Se volvió hacia un hombre alto que entraba en la habitación-, Ah, aquí estás, Jacques.

– ¿Por qué me has mandado llamar? -El tono de Jacques Dumoit era malhumorado-. Estoy muy ocupado, Celine.

– Lo sé, querido. -Le señaló a Nell-. ¿Qué opinas?

– Gorda. Debe perder cuatro kilos y medio antes del pase.

– Entonces, ¿crees que podría hacerlo? -preguntó Celine.

– Por supuesto que sí. Despampanante. Una cortesana renacentista. Este rostro parece pintado por Da Vinci. ¿Me puedo ir ya?

– Claro, querido. No te molestaré de nuevo.

– Asígnale también el vestido verde -dijo el hombre, mientras a grandes zancadas iba saliendo de la habitación-. Y asegúrate de que se libra de ese exceso de peso.

– Sí, Jacques. -Se volvió hacia Nell-. Déjele a la recepcionista su número de teléfono. Vendrá a probar siempre que se la convoque. Si falta una sola vez, quedará fuera del pase.

– Sí, madame.

– Y tiene dos semanas para perder peso.

– Sí, madame.

– Debería de estar agradecida. Le estamos dando una gran oportunidad.

– Estoy muy agradecida, madame Dumoit.

– Naturalmente, en esta ocasión no le pagaremos por sus servicios. Debería ser usted quien nos pagara.

¡La muy avara!

– Estoy muy agradecida -repitió Nell.

Celine Dumoit asintió, satisfecha, y salió del vestidor.

Mientras la modista desabotonaba el vestido, Nell se volvió hacia el espejo y contempló aquella cara con la que había conseguido un billete para Bellevigne. El título de cortesana renacentista era tan bueno como el de Helena de Troya. Le había dicho la verdad a aquella mujer.

Estaba agradecida.

Gracias, Joel.

* * *

– Tanek, es fantástico saber de ti -dijo Gardeaux.

– Sí, Rivil ya me transmitió su entusiasmo. ¿Recibió las fotografías?

– Un señuelo exquisito, pero, por supuesto, no estoy tan loco para creer que la espada es auténtica.

– No lo sabrá hasta que la vea con sus propios ojos. Iba a permitir que un experto suyo la examinara, pero ahora creo que cualquier contacto sería demasiado arriesgado para mi salud.

– ¿Sabes lo de Sandéquez? Una gran pérdida.

– Depende de la posición de cada uno.

– La mía es muy sólida. La tuya, muy precaria. -Hizo una pausa-. No te quiero en mitad de mi fiesta, Tanek. Es-coge otro lugar y otro momento.

– Podía haber tenido usted la oportunidad de conven-cerme si no hubiera convertido mi posición en tan precaria. Esperaré hasta que pueda entrar en su patio, junto a una multitud de sus muy prestigiosos invitados. Quiero mucha gente alrededor, eso se lo pondría muy difícil si decidiera deshacerse de mí.

– Pero tú pretendes hacer lo mismo conmigo. -Tras un silencio prosiguió-: Vas a crearte un montón de problemas y molestias por lo que pasó con O'Malley. Y, realmente, no vale la pena.

– Sí lo vale.

– Discrepo. Ese hombre no fue ni tan sólo interesante. Pero espero que tú me ofrezcas un espectáculo mejor. Pietro te encontrará fascinante.

– No le daré ocasión. No jugaré a su juego.

– Sí, sí lo harás.

– ¿Quiere la espada?

– Te llamaré. Dame tu número.

– Lo haré yo. -Tanek colgó y se volvió hacia Jamie-. La quiere. Está ansioso o ni siquiera estaría negociando.

Jamie miró la espada.

– Es verdaderamente un arma preciosa. Pero no merece tanto riesgo.

– Gardeaux piensa que sí -dijo Tanek-. Gracias a Dios.

Estaba llegando al final. En un poco más de un mes, to-das las esperas, toda la frustración se acabaría.

– ¿Qué quieres que haga ahora? -preguntó Jamie.

– Quédate aquí, en casita, por si Nell llama. Mantente alejado de ella a no ser que haya problemas. Tu cara es tan reconocible como la mía. Intentaré llamarte y dejarte un número donde puedas localizarme.