– ¿No estarás por aquí?
Negó con la cabeza.
– Mañana por la mañana tomaré el primer vuelo que sal-ga de París.
Capítulo 17
8 DE DICIEMBRE, PARÍS
– No, no voy a permitirlo, Tania. -La mano de Nell apretó con fuerza el auricular-. Quédate en casa, ahí no corres peligro.
– Maritz me dejó muy claro que no estaría segura, aun-que no saliera de aquí -repuso Tania-. Acabó con todas mis opciones de estar tranquila.
– No voy a utilizarte como cebo. ¿Qué es lo que crees que soy?
– No te lo estoy pidiendo, sólo te informo de mi deci-sión. Puedes ayudarme o no… Tú eliges.
– Sabes perfectamente que no te dejaría sola ante… Ta-nia, no lo hagas. Si volvieran a hacerte daño, nunca me lo perdonaría.
– No lo hago por ti. Lo hago por mí.
– ¿Y qué dice Joel al respecto?
– Que estoy loca, que no va a dejar que lo haga, que ca-zará a Maritz él mismo. Va a ser un problema.
– Tiene razón, estás loca.
– No. Maritz está loco. Pero yo estoy en mis cabales. Y no voy a dejar que controle mi vida. -Tania hizo una pau-sa-. Debo nacerlo, Nell. No tengo muchas más opciones que tú. Y no quiero discutir más. Voy a colgar.
– Espera. ¿Cuándo vendrás?
– Oh, lo sabrás en cuanto llegue.
23 DE DICIEMBRE, MARSELLA
Ella había acudido a él. Y parecía tan feliz… Maritz estudió la fotografía de la portada de la sección de sociedad del periódico. Tania llevaba un conjunto blanco y miraba a Joel Lieber con una radiante sonrisa.
Pero, claro, todas las novias estaban siempre radiantes.
Leyó atentamente el texto que acompañaba la fotografía.
Joel Lieber, el cirujano de renombre mundial, y Tania Vlados, en su llegada al aeropuerto Charles de Gaulle, primera escala de su larga luna de piel. La pareja viajará hasta Cannes y se alojará en el hotel Carleton hasta después de Año Nuevo.
Maritz había creído que la suerte ya no le sonreía. Sin embargo, la preciosa Tania volvía a aparecer en su vida. Si lograba eliminarla, como testigo que era, Gardeaux volvería a aceptarlo en el grupo.
Pero no era eso lo que le provocaba tanta excitación. La caza estaba a punto de empezar de nuevo.
Jamie soltó un largo silbido al ver el artículo.
A Nick no iba a gustarle aquello. Deseó más que nada en el mundo poder ponerse en contacto con él. Lo había in-tentado dos días antes, pero Nick se había mudado y ya no tenía el mismo número de teléfono. Decidió llamar a Nell.
– ¿Has visto el periódico?
– Sí, me alegro mucho por ellos. Tania está muy guapa ¿verdad?
– ¿Qué hace aquí, en París?
– Pasando la luna de miel. Eso dice la noticia.
– ¿Y tú no sabías nada?
– La última vez que hablé con ella, ni siquiera mencionó la boda.
– No puedes contactar con ellos. Joel ahora mismo está siendo objeto de demasiada atención. Los dos están en el candelero.
– Ya lo sé. No tengo ninguna intención de verla. -Hizo una pausa-. ¿Cómo está Nicholas?
– Bien. -Jamie cambió de tema-. ¿Qué tal te va con tu nueva vocación?
– Me aburro.
– Bueno, pasado mañana es Navidad. Esto no va a durar mucho más. Pero no me gusta que Tania esté aquí.
– A mí tampoco. Adiós, Jamie.
Bueno, ¿qué podía decirse de eso? Estaban a la espera. Nueve días más.
Nell sacudió la cabeza mientras colgaba el auricular. No ha-bía mentido pero, como Nicholas había dicho, la omisión era una mala excusa.
La foto del periódico le había causado un temor indes-criptible. Nunca había imaginado que Tania ofreciera una invitación tan clara. Incluso le había dado a ese bastardo su dirección.
El teléfono sonó de nuevo.
– ¿A que estoy guapísima en la foto? -preguntó Tania-. El conjunto es de Armani. Joel decidió parar en Nueva York y comprarme un guardarropa completo.
– Es precioso. No me dijiste que ibais a casaros.
– Joel insistió en que nos casáramos antes de venir aquí. Al parecer cree que eso hará que me controle. -Nell oyó un gru-ñido burlón de fondo-. Sí, Joel, es exactamente como digo.
– ¿Dónde estáis?
– En el Carleton. Es muy elegante. ¿Sabes que durante el festival de cine todas las estrellas se alojan aquí?
– Se te nota en la voz que eres feliz.
– Extasiada. Pero no tanto como Joel. Lo cual es lógico: yo me he casado con un médico quisquilloso y madurito; él se ha casado conmigo. -Tania reía-. Tengo que colgar. Creo que viene por mí. Me mantendré en contacto.
Eso significaba que la llamaría en cuanto Maritz asoma-ra la cabeza. Nell no tenía la menor duda de que la última frase de la conversación era la única que tenía valor.
Pero la voz de Tania le había sonado muy feliz, pensó Nell, soñadora. Inmensamente feliz; tanto, que la nube que amena-zaba con empañar tanta dicha no parecía importarle en absolu-to. Tania sabía disfrutar del presente, momento a momento.
Y Nicholas también.
No había sabido nada de él en las tres semanas que lle-vaba en París, y era obvio que él no había considerado im-portante hablar con ella cuando Jamie la había llamado.
Bueno, ¿qué podía decirse de eso?
Estaba en espera.
Nueve días más.
– ¿Salimos a cenar y a lucir uno de mis vestidos nuevos? -preguntó Tania a Joel mientras dejaba el auricular, después de su conversación con Nell-. El rosa, eso es. Estaré tan espectacular que los camareros me tomarán por una estrella de cine.
– Como quieras. -Joel la siguió con la mirada mientras ella abría las puertas del balcón de par en par-. ¿Cómo está Nell?
– No le he dejado opción a decírmelo. Me encanta mi vestido rosa. Me encanta este hotel. -Inspiró profundamen-te-. Adoro el mar… -Miró por encima del hombro-. Y te adoro, Joel Lieber.
– Perfecto. Soy el último de la lista. -Salió con ella al bal-cón y la rodeó con sus brazos-. Me parece que, al menos, yo debería ir antes que el vestido rosa.
– Pero entonces no tendrías nada por lo que esmerarte. -Tania se acurrucó contra él-. No quisiera dejarte sin ob-jetivo.
– Ya tengo un objetivo -repuso Joel, hundiendo la cara entre los cabellos de ella-: Evitar que puedan matarte.
Tania lo abrazó con más fuerza. Él la quería. Eso era una auténtica bendición. Pero debía mantenerle al margen de todo aquel asunto, y no iba a ser nada fácil.
– No hablemos de eso. Quizás ese hombre no aparezca nunca más. -Le besó en la mejilla-. Y, ahora mismo, creo que debes hacerme el amor salvajemente y convencerme de que me gustas más que el vestido rosa.
27 DE DICIEMBRE
– Te dejaré asistir a la fiesta, Tanek -dijo Gardeaux-. Y, des-de luego, vendrás con la espada.
– La llevaré conmigo.
– Estupendo. Porque no se te va a permitir que cruces la puerta principal hasta que yo la haya visto.
– ¿Va a ponerse a examinar una espada a la entrada de la fiesta? Eso es más propio del sheriff de un pueblucho de mala muerte.
– Sólo tu espada.
– Ya la verá, y con todo detalle, delante de sus invitados. No acepto sus condiciones.
– ¿Esperas que alardee de una pieza robada tan valiosa delante de cuatrocientas personas?
– Dígales que es una excelente imitación. Nadie sospe-chará que es auténtica. Tiene usted una reputación inmacu-lada, ¿no?
– ¿Y cómo piensas impedir que me la lleve?
– Poniéndole en un apuro delante del primer ministro y del resto de la gente a la que intenta impresionar con su res-petabilidad. -Entrecerró los ojos-. Diciéndoles, simplemente, lo que es usted en realidad.